JUEVES I
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 2, 17-29
LA DESOBEDIENCIA DE ISRAEL
Tú, que presumes de tu nombre de judío, que descansas seguro en la ley, que
pones tu gloria y confianza en Dios, que conoces su voluntad, e, instruido
constantemente en la ley, sabes apreciar y escoger, lo que más importa; tú, que
crees ser guía de ciegos, luz de los que viven en las tinieblas, preceptor de
ignorantes, maestro de menores de edad; tú, que tienes en la ley la encarnación
de la ciencia y de la veracidad de Dios; tú, en suma, que instruyes a otros,
¿cómo no te instruyes a ti mismo?
Tú, que predicas que no hay que robar, ¿robas? Dices que no hay que cometer
adulterio, ¿y lo cometes? Abominas de los ídolos, ¿y te llevas las riquezas
sagradas de sus templos? Tú, que pones tu gloria y confianza en la ley,
deshonras a Dios con tus transgresiones de la ley; porque por vuestra culpa
profieren los gentiles blasfemias contra el nombre de Dios, como dice la
Escritura.
Cierto que la circuncisión te vale, si practicas la ley; pero, si la quebrantas,
tu circuncisión es como si no fuese. Por otra parte, ¿no considerará Dios como
circunciso
al pagano que guarda los preceptos de la ley? Y más: los que sin estar
corporalmente circuncidados cumplan la ley a la perfección te condenarán a ti,
que, con toda tu letra de la ley y tu circuncisión, quebrantas la ley.
No aquel que lo es al exterior es verdadero judío; ni la que aparece fuera en la
carne es verdadera circuncisión. El verdadero judío es aquel que lo es en su
interior; y la verdadera circuncisión es la del corazón, la que es según el
espíritu, no según la letra de la ley. El verdadero judío es el que merece
alabanzas no de los hombres, sino de Dios.
Responsorio Rm 2, 28. 29
R. La verdadera circuncisión es la del corazón, la que es según el espíritu, no según la letra de la ley.
* Y merece alabanzas no de los hombres, sino de Dios.
V. El verdadero judío es aquel que lo es en su interior.
R. Y merece alabanzas no de los hombres, sino de Dios.
Año II:
Del libro del Génesis 4, 1-24
CONSECUENCIAS DEL PECADO
El hombre se llegó a Eva, su mujer; ella concibió, dio a luz a Caín, y dijo:
«He adquirido un hombre con la ayuda del Señor.»
Después, dio a luz a Abel, el hermano. Abel era pastor de ovejas, mientras Caín
trabajaba el campo. Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos
del campo, y Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se
fijó en Abel y en su ofrenda, y no se fijó en Caín ni en su ofrenda; por lo
cual, Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín:
«¿Por qué te enfureces y andas abatido? Cierto, si obraras bien, estarías
animado; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta; y, aunque viene
por ti, tú puedes dominarlo.»
Caín dijo a su hermano Abel:
«Vamos al campo.»
Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. El Señor
dijo a Caín:
«¿Dónde está Abel, tu hermano?»
Respondió Caín:
«No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?»
El Señor le replicó:
«¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Por
eso te maldice esa tierra que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la
sangre de tu hermano. Aunque trabajes la tierra, no volverá a darte su
fecundidad. Andarás errante y perdido por el mundo.»
Caín contestó al Señor:
«Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Hoy me destierras de aquí; tendré
que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo; el que tropiece
conmigo me matará.»
El Señor le dijo:
«El que mate a Caín lo pagará siete veces.»
Y el Señor puso una señal a Caín, para que, si alguien tropezase con él, no lo
matara. Caín salió de la presencia del Señor y habitó en Nod, al este de Edén.
Caín se llegó a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Henoc. Caín edificó una
ciudad y le puso el nombre de su hijo, Henoc. Henoc engendró a Irad, Irad
engendró a Mehuyael, éste engendró a Metusael, y éste a Lamec.
Lamec tomó dos mujeres: una llamada Ada y otra llamada Sila. Ada dio a luz a
Yabel, padre de los que viven en tiendas y cuidan del ganado; su hermano se
llamó Yubal, padre de los que tocan la cítara y la flauta. Sila, a su vez, dio a
luz a Tubal-Caín, forjador de herramientas de bronce y hierro; y tuvo una
hermana que se llamaba Naama. Lamec dijo a Ada y Sila, sus mujeres:
«Oíd mi voz, mujeres de Lamec, prestad oído a mis palabras: Por un cardenal
mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete,
Lamec se vengará por setenta y siete.»
Responsorio 1 Jn 3, 12; Sb 10, 3
R. Caín, siendo del maligno, mató a su hermano;
* porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran buenas.
V. Se apartó de la sabiduría el criminal iracundo, y su saña fratricida le acarreó la ruina.
R. Porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran buenas.
SEGUNDA LECTURA
De la Disertación de san Atanasio, obispo, Contra los gentiles
(Núms. 40-42: PG 25, 79-83)
EL VERBO DEL PADRE EMBELLECE, ORDENA Y CONTIENE TODAS LAS COSAS
El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a todo lo creado, como
óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro
Señor y salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo
conveniente, según a él le parece adecuado. Nadie ciertamente negará el orden
que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios quien así lo ha
querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no
habría motivo alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario,
el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay
que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo
de Dios.
Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios, que procede del Dios bueno, del
Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las
cosas creadas, y que es el Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya
providencia ilumina todo el mundo presente, por él creado. El, que es el Verbo
bueno del Padre bueno, dispuso con orden todas las cosas, uniendo armónicamente
lo que era entre sí contrario. Él, el Dios único y unigénito, cuya bondad
esencial y personal procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y
contiene todas las cosas.
Aquel, por tanto, que por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas
creadas no quiso que se movieran y actuaran por sí mismas, no fuera a ser que
volvieran a la nada, sino que, por su bondad, gobierna y sustenta
toda la naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada
con el gobierno, providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable,
en cuanto que participa de la verdadera existencia del Verbo del Padre y es
secundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera
conservada por el Verbo, el cual es imagen de Dios invisible, primogénito de
toda creatura; por él y en él se mantiene todo, lo visible y lo invisible, y él
es la cabeza de la Iglesia, como nos lo enseñan los ministros de la verdad en
las sagradas Escrituras.
Este Verbo del Padre, omnipotente y santísimo, lo penetra todo y despliega en
todas partes su virtualidad, iluminando así lo visible y lo invisible; mantiene
él unidas en sí mismo todas las cosas y a todas las incluye en sí, de tal manera
que nada queda privado de la influencia de su acción, sino que a todas las cosas
y a través de ellas, a cada una en particular y a todas en general, es él quien
les otorga y conserva la vida.
Responsorio Cf. Pr 8, 22-30
R. El Señor me estableció al principio, cuando no había hecho aún la tierra,
antes de que asentara los abismos e hiciera brotar los manantiales de las aguas.
* Todavía no estaban cimentados los montes ni formadas
las colinas cuando el Señor me engendró.
V. Cuando colocaba los cielos, yo estaba junto a él como
arquitecto.
R. Todavía no estaban cimentados los montes ni formadas
las colinas cuando el Señor me engendró.
Oración
Señor, atiende benignamente las súplicas de tu pueblo; danos luz para conocer tu
voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.