JUEVES II
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 6, 12-23
OFRECED VUESTROS MIEMBROS, COMO ARMAS DE LA JUSTIFICACIÓN, A DIOS
Hermanos: Que no continúe el pecado reinando en vuestro cuerpo mortal. No os
sometáis a sus malos instintos; ni sigáis ofreciendo vuestros miembros, como
armas de la iniquidad, al pecado. Antes bien, como hombres que habéis resucitado
de la muerte a la vida, consagraos a Dios y ofreced vuestros miembros, como
armas de la justificación, a Dios. El pecado no se adueñará de vosotros; no
estáis bajo el régimen de la ley, sino bajo el de la gracia.
¿Vamos a concluir de aquí que ya podemos cometer el pecado, porque no nos
encontramos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis
que, si os ofrecéis para someteros como esclavos, os hacéis esclavos de aquel a
quien os sometéis, sea del pecado para muerte, sea de Dios para justificación?
Pero gracias a Dios que, de esclavos que erais del pecado, os habéis sometido de
corazón a las normas de vida evangélica que Dios os ha entregado. Y, libres del
pecado, os habéis hecho esclavos de la justificación.
Os estoy hablando en términos de la vida material, en atención a los menos
dotados. Pues bien, como ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la
impureza y de la iniquidad, para terminar en iniquidad, así ahora consagrad
vuestros miembros al servicio de la justificación, para culminar en
santificación.
Cuando erais esclavos del pecado, os encontrabais libres de la justificación. ¿Y
qué frutos recogíais entonces? Frutos de que os avergonzáis ahora, porque su
término es la muerte. Pero ahora, libertados del pecado y hechos esclavos de
Dios, tenéis por fruto la santificación y por
fin la vida eterna. El sueldo del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la
vida eterna en unión con Cristo Jesús, Señor nuestro.
Responsorio Rm 6, 22. 16b
R. Libertados del dominio del pecado y hechos siervos de Dios,
* tenéis como fruto la santidad, y como desenlace la vida eterna.
V. Os hacéis esclavos de aquel a quien os sometéis, sea del pecado para muerte, sea de Dios para justificación.
R. Tenéis como fruto la santidad, y como desenlace la vida eterna.
Año II:
Del libro del Génesis 15, 1-21
ALIANZA DE DIOS CON ABRAM
En aquellos días, Abram recibió en visión la palabra del Señor:
«No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante.»
Respondió Abram:
«Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?»
Y añadió:
«No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará.»
La palabra del Señor le respondió:
«No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas.» Y el Señor lo sacó afuera y le dijo: «Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.» Y añadió:
«Así será tu descendencia.»
Abram creyó al Señor y se le contó en su haber. El Señor le dijo:
«Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra.»
Él replicó:
«Señor, ¿cómo sabré que voy a poseerla?»
Respondió el Señor:
«Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.»
Abram los trajo y los cortó por en medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y
Abram los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abram y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El Señor dijo a Abram:
«Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años, pero yo juzgaré al
pueblo a quien han de servir, y al final saldrán cargados de riquezas. Tú te reunirás en paz con tus padres y te enterrarán en buena vejez. A la cuarta
generación, volverán, pues hasta entonces no se colmará la culpa de los amorreos.»
El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo
alianza con Abram en estos términos:
«A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río (Éufrates): quenitas, quenizitas, cadmonitas, hititas, ferezeos, refaitas,
amorreos, cananeos, guirgaseos y jebuseos.»
Responsorio St 2, 23; Rin 4, 18
R. Abraham se fió de Dios y eso le valió la justificación,
* y se le llamó «amigo de Dios».
V. Esperando en Dios contra toda esperanza, tuvo fe; y así llegó a ser padre de muchas naciones.
R. Y se le llamó «amigo de Dios».
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo
(Carta 14, 36-37: CCL 91,
429-431)
CRISTO VIVE PARA SIEMPRE PARA INTERCEDER POR NOSOTROS
Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»;
en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene
su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres
es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró
de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por
mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros.
Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por
medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir,
el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él,
pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su
muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó
hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la
presencia de Dios. Por esto nos exhorta san
Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del
templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a
Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»
Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al
misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición
divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior
a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue
hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al
Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a
sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el
total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.
Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo
único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al
tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de
él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos
podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio
por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable
sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por
nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra
misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado
de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las
relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados.
Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que
tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el
mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por
naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.
Responsorio Hb 4, 16. 15
R. Acerquémonos, pues, con seguridad y confianza a este trono de la gracia.
* Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.
V. Pues no tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades.
R. Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha
paternalmente las súplicas de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida
transcurran en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.