JUEVES XIII
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del primer libro de Samuel 12, 1-25
ADVERTENCIAS DE SAMUEL AL PUEBLO
En aquellos días, Samuel dijo a los israelitas:
«Ya veis que os he hecho caso en todo lo que me pedisteis, y os he dado un rey.
Pues bien, ¡aquí tenéis al rey! Yo estoy ya viejo y canoso, mientras a mis hijos
los tenéis entre vosotros. Yo he actuado a la vista de todos, desde mi juventud
hasta ahora. Aquí me tenéis, respondedme ante el Señor y su ungido: ¿a quién le
quité un buey?, ¿a quién le quité un burro?, ¿a quién he hecho injusticia?, ¿a
quién he vejado?, ¿de quién he aceptado un soborno para que cerrara los ojos?
Decidlo, y os lo devolveré.»
Respondieron:
«No nos has hecho injusticia, ni nos has vejado, ni has aceptado soborno de nadie.»
Samuel añadió:
«Yo tomo hoy por testigo frente a vosotros al Señor y a su ungido: no me habéis
sorprendido con nada en la mano.»
Respondieron:
«Sean testigos.»
Samuel dijo al pueblo:
«Es testigo el Señor, que envió a Moisés y a Aarón e hizo subir de Egipto a
vuestros padres. Poneos en pie, que voy a juzgaros en presencia del Señor,
repasando todos los beneficios que el Señor os hizo a vosotros y a vuestros
padres:
Cuando Jacob fue con sus hijos a Egipto, y los egipcios los oprimieron, vuestros
padres gritaron al Señor, y el Señor envió a Moisés y Aarón para que sacaran de
Egipto a vuestros padres y los establecieran en este lugar.
Pero olvidaron al Señor, su Dios, y él los vendió a Sísara, general del ejército
de Yabín, rey de Jasor, y a los filisteos, y al rey de Moab, y tuvieron que
luchar contra ellos.
Entonces gritaron al Señor: "Hemos pecado, porque hemos abandonado al Señor,
para servir a Baal y Astarté; líbranos del poder de nuestros enemigos y te
serviremos." El Señor envió a Yerubbaal, a Barac, a Jefté y a Sansón, y os libró
del poder de vuestros vecinos, y pudisteis vivir tranquilos.
Pero, cuando visteis que os atacaba el rey amonita Najás, me pedisteis que os
nombrara un rey, siendo así que el Señor es vuestro rey.
Pues bien, ahí tenéis al rey que pedisteis y que habéis elegido; ya veis que el
Señor os ha dado tin rey. Si teméis al Señor y le servís, si le obedecéis y no os
rebeláis contra sus mandatos, vosotros y el rey que reine sobre vosotros viviréis
siendo fieles al Señor vuestro Dios. Pero si no obedecéis al Señor y os rebeláis
contra sus mandatos, la mano del Señor pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey,
hasta destruiros.
Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros
ojos. Estamos en la, siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor
para que envíe una tronada y un aguacero; así reconoceréis la grave maldad que
cometisteis ante el Señor, pidiéndoos un rey.»
Samuel invocó al Señor, y el Señor envió aquel día una tronada y un aguacero.
Todo el pueblo, lleno de miedo ante el Señor y ante Samuel, dijo a Samuel:
«Reza al Señor, tu Dios, para que tus siervos no mueran; porque a todos nuestros
pecados hemos añadido la maldad de pedirnos un rey.»
Samuel les contestó:
«No temáis. Ya que habéis cometido esa maldad, al menos, en adelante, no os
apartéis del Señor: servid al Señor de todo corazón, no sigáis a los ídolos, que
ni auxilian ni liberan, porque son puro vacío. Por el honor de su gran nombre,
el Señor no rechazará a su pueblo, porque el Señor se ha dignado hacer de
vosotros su pueblo. Por mi parte, líbreme Dios de pecar contra el Señor, dejando
de rezar por vosotros. Yo os enseñaré el camino recto y bueno; puesto que habéis
visto los grandes beneficios que el Señor os ha hecho, temed al Señor y servidlo
sinceramente y de todo corazón. Pero, si obráis mal, pereceréis, vosotros con
vuestro rey.»
Responsorio Sir 46, 22. 17
R. Cuando descansaba en su lecho de muerte, invocó por testigos al Señor y a su ungido:
* «¿De quién he recibido un par de sandalias?», y nadie se atrevió a contestarle.
V. Según la ley del Señor, gobernó al pueblo; por su fidelidad, se acreditó como profeta.
R. «¿De quién he recibido un par de sandalias?», y nadie se atrevió a contestarle.
Año II:
Del libro de Nehemías 9, 22-37
ORACIÓN DE LOS LEVITAS
En aquellos días, los levitas continuaron la oración:
«Señor, tú entregaste a nuestros padres reinos y pueblos, repartiste a cada uno
su región. Se apoderaron del país de Sijón, rey de Jesbón, de la tierra de Og,
rey de Basán.
Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, los introdujiste en la
tierra que habías prometido a sus padres en posesión. Entraron los hijos para
ocuparla y derrotaste ante ellos a sus habitantes, los cananeos. Los pusiste en
sus manos, igual que a los reyes y a los pueblos del país, para que dispusieran
de ellos a placer.
Conquistaron fortalezas y una tierra fértil; poseyeron casas rebosantes de
riquezas, pozos excavados, viñas y olivares, y abundantes árboles frutales;
comieron hasta hartarse y engordaron y disfrutaron de tus dones generosos.
Pero, indóciles, se rebelaron contra ti, se echaron tu ley a las espaldas y
asesinaron a tus profetas, que los amonestaban a volver a ti, cometiendo
gravísimas ofensas.
Los entregaste en manos de sus enemigos, que los oprimieron. Pero, en su
angustia clamaron a ti, y tú los escuchaste desde el cielo; y, por tu gran
compasión, les enviaste salvadores que los salvaron de sus enemigos.
Pero, al sentirse tranquilos, hacían otra vez lo que repruebas; los abandonabas
en manos de sus enemigos, que los oprimían; clamaban de nuevo a ti, y tú los
escuchabas desde el cielo, librándolos muchas veces por tu gran compasión. Los
amonestaste para que volvieran a tu ley, pero ellos, altivos, no obedecieron tus
preceptos y pecaron contra tus normas, que dan la vida al hombre si las cumple.
Volvieron la espalda con rebeldía; tercamente, no quisieron escuchar.
Fuiste paciente con ellos durante muchos años, tu espíritu los amonestó por tus
profetas, pero no prestaron atención y los entregaste en manos de pueblos
paganos. Mas, por tu gran compasión, no los aniquilaste
ni abandonaste, porque eres un Dios clemente y compasivo.
Ahora, Dios nuestro, Dios grande, valiente y terrible, fiel a la alianza y
leal, no menosprecies las aflicciones que les han sobrevenido a nuestros reyes,
a nuestros príncipes, sacerdotes y profetas, a nuestros padres y a todo tu
pueblo desde el tiempo de los reyes asirios hasta hoy.
Eres inocente en todo lo que nos ha ocurrido, porque tú obraste con lealtad, y
nosotros somos culpables. Ciertamente, nuestros reyes, príncipes, sacerdotes y
padres no cumplieron tu ley ni prestaron atención a los preceptos y avisos con
que los amonestabas. Durante su reinado, a pesar de los grandes bienes que les
concediste y de la tierra espaciosa y fértil que les entregaste, no te sirvieron
ni se convirtieron de sus malas acciones.
Por eso, estamos ahora esclavizados, esclavos en la tierra que diste a nuestros
padres para que comiesen sus frutos excelentes. Y sus abundantes productos son
para los reyes a los que nos sometiste por nuestros pecados, y que ejercen su
dominio a su arbitrio sobre nuestras personas y ganados. Somos unos desgraciados.»
Responsorio Ne 9, 32. 33
R. Dios nuestro, Dios grande, valiente y terrible, fiel a la alianza y leal,
* no menosprecies las aflicciones que nos han sobrevenido.
V. Eres inocente en todo lo que nos ha ocurrido, porque tú obraste con lealtad, y nosotros somos culpables.
R. No menosprecies las aflicciones que nos han sobrevenido.
SEGUNDA LECTURA
Homilía de san Jerónimo, presbítero, a los recién bautizados, sobre el salmo cuarenta y uno.
(CCL 78, 542-544)
PASARÉ AL LUGAR DEL TABERNÁCULO ADMIRABLE
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Como la cierva del salmo busca las corrientes de agua, así también nuestros
ciervos, que han salido de Egipto y del mundo, y han aniquilado en las aguas del
bautismo al Faraón con todo su ejército, después de haber destruido el poder del
diablo, buscan las fuentes de la Iglesia, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Que el Padre sea fuente, lo hallamos escrito en el libro de Jeremías: Me han
abandonado a mí, la fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas,
incapaces de retener el agua. Acerca del Hijo, leemos en otro lugar: Han abandonado
la fuente de la sabiduría. Y del Espíritu Santo: El que beba del agua que yo le dé,
se convertirá en él en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna,
palabras cuyo significado nos explica luego el evangelista, cuando nos dice que el
Salvador se refería al Espíritu Santo. De todo lo cual se deduce con toda claridad
que la triple fuente de la Iglesia es el misterio de la Trinidad.
Esta triple fuente es la que busca el alma del creyente, el alma del bautizado,
y por eso dice: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. No es un tenue deseo
el que tiene de ver a Dios, sino que lo desea con un ardor parecido al de la
sed. Antes de recibir el bautismo, se decían entre sí: ¿Cuándo entraré a ver
el rostro de Dios? Ahora ya han conseguido lo que deseaban: han llegado a la presencia de Dios y se
han acercado al altar y tienen acceso al misterio de salvación.
Admitidos en el cuerpo de Cristo y renacidos en la fuente de vida, dicen
confiadamente: Pasaré al lugar del tabernáculo admirable, hacia la casa de
Dios. La casa de Dios es la Iglesia, ella es el tabernáculo admirable, porque
en él resuenan los cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
Decid, pues, los que acabáis de revestiros de Cristo y, siguiendo nuestras
enseñanzas, habéis sido extraídos del mar de este mundo, como pececillos con el
anzuelo: «En nosotros, ha sido cambiado el orden natural de las cosas. En
efecto, los peces, al ser extraídos del mar, mueren; a nosotros, en cambio, los
apóstoles nos sacaron del mar de este mundo para que pasáramos de muerte a vida.
Mientras vivíamos sumergidos en el mundo, nuestros ojos estaban en el abismo y
nuestra vida se arrastraba por el cieno; mas, desde el momento en que
fuimos arrancados de las olas, hemos comenzado a ver el sol, hemos comenzado a
contemplar la luz verdadera, y por esto, llenos de alegría desbordante, le
decimos a nuestra alma: Espera en Dios, que volverás a alabarlo: "Salud
de mi rostro, Dios mío."»
Responsorio Sal 26,4
R. Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
* Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
V. Gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
R. Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
Oración
Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia,
concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos
siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.