JUEVES XVI
PRIMERA LECTURA
Año I:
Comienza el primer libro de los Reyes 1, 11-35; 2, 10-12
DAVID DESIGNA A SALOMÓN COMO SUCESOR SUYO
En aquellos días, dijo Natán a Betsabé, madre de Salomón:
¿No has oído que Adonías, hijo de Jagguit, intenta hacerse rey sin saberlo David
nuestro Señor? Ahora voy a darte un consejo para que salves tu vida y la vida de
tu hijo Salomón. Vete, entra a la presencia del rey David y dile: "¿Acaso tú,
rey mi señor, no has jurado a tu sierva: 'Salomón tú hijo reinará después de mí
y él se sentará en mi trono'? ¿Pues por qué Adonías se hace el rey?" Y mientras
estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti y completaré tus
palabras.»
Entró Betsabé a la alcoba del rey; el rey era muy anciano, y Abisag, la sunamita,
servía al rey. Arrodillóse Betsabé y se postró ante el rey; éste le dijo:
«¿Qué te pasa?»
Ella le respondió:
«Mi señor, tú has jurado a tu sierva por el Señor tu Dios: "Salomón tu hijo
reinará después de mí y él se sentará en mi trono." Pero ahora es Adonías el que
se hace el rey, sin que tú, mi señor el rey, lo sepas. Ha sacrificado bueyes,
vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, al
sacerdote Abiatar y a Joab, jefe del ejército, pero no ha invitado a tu siervo
Salomón. Ahora, mi señor el rey, los ojos de todo Israel te miran para que les
indiques quién ha de sentarse en el trono de mi señor el rey, después de él. Y
ocurrirá que, cuando mi señor el rey se acueste con sus padres, yo y mi hijo
Salomón seremos tratados como culpables.»
Estaba ella hablando con el rey cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey:
«Está aquí el profeta Natán.»
Entró éste a la presencia del rey y se postró sobre su rostro en tierra ante él.
Dijo Natán:
«Rey mi señor: ¿es que tú has dicho: "Adonías reinará después de mí y él será el
que se siente sobre mi trono"? Porque ha bajado hoy a sacrificar bueyes, vacas
cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, a los jefes
del ejército y al sacerdote Abiatar; están ahora comiendo y bebiendo en su
presencia y gritan: "Viva el rey Adonías." Pero yo, tu siervo, y el sacerdote
Sadoq y Benaías, hijo de Yehoyadá, y tu siervo Salomón no hemos sido invitados.
¿Es que viene esto de orden de mi señor el rey, y no has dado a conocer a tus
siervos quién se sentará después de él en el trono de mi señor el rey?»
El rey David respondió diciendo:
«Llamadme a Betsabé.»
Entró ella a la presencia del rey y se sentó ante él. El rey hizo este juramento:
«Vive el Señor que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por el Señor,
Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará después de mí y él se
sentará sobre mi trono en mi lugar", así lo haré hoy mismo.»
Se arrodilló Betsabé rostro en tierra, se postró ante el rey y dijo:
«Viva por siempre mi señor el rey David.» Dijo el rey David:
«Llamadme al sacerdote Sadoq, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Yehoyadá.»
Y entraron a presencia del rey. El rey les dijo:
«Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, haced montar a mi hijo Salomón
sobre mi propia mula y bajadlo a Guijón. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán lo
ungirán allí como rey de Israel, tocaréis el cuerno y gritaréis: "Viva el rey
Salomón." Vendréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono, y él
reinará en mi lugar, porque lo pongo como caudillo de Israel y de Judá.»
David descansó con sus padres y lo sepultaron en la ciudad de David. Reinó sobre
Israel cuarenta años; reinó en Hebrón siete años, y en Jerusalén treinta y tres.
Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino se afianzó sólidamente
en su mano.
Responsorio Ct 3, 11; Sal 71, 1. 2
R. Hijas de Sión, salid a contemplar al rey Salomón con la diadema con que lo coronó su madre,
* en el día del gozo de su corazón.
V. Dios mío, confía tu juicio al rey, para que rija a tus humildes con rectitud.
R. En el día del gozo de su corazón.
Año II:
Del libro de Job 19, 1-29
ÚLTIMA ESPERANZA DE JOB, A PESAR DE SU DESESPERACIÓN
Respondió Job a sus amigos y les dijo:
«¿Hasta cuándo seguiréis afligiéndome y aplastándome con palabras? Ya van diez veces
que me sonrojáis y me ultrajáis sin reparo. Si es que he cometido un yerro, el yerro
se queda conmigo: ¿queréis triunfar de mí echándome en la cara mi afrenta? Pues sabed
que es Dios quien me ha trastornado envolviéndome en sus redes.
Grito: "Violencia", y nadie me responde, pido socorro, y no me defienden;
él me ha cercado el camino, y no tengo salida, ha llenado de tinieblas mi sendero,
me ha despojado de mi honor y me ha quitado la corona de la cabeza; ha demolido mis
muros y tengo que marcharme, ha descuajado mi esperanza como un árbol; ardiendo en
ira contra mí, me considera su enemigo. Llegan en masa sus escuadrones, apisonan
caminos de acceso y acampan cercando mi tienda.
Mis hermanos se alejan de mí, mis parientes me tratan como a un extraño, me
abandonan vecinos y conocidos y me olvidan los huéspedes de mi casa; mis
esclavas me tienen por un extraño, soy un desconocido para ellas; llamo a mi
esclavo, y no me responde, y hasta tengo que rogarle. A mi mujer le repugna mi
aliento, y mi hedor a mis propios hijos; aun los chiquillos me desprecian y me
insultan, si intento levantarme; mis íntimos me aborrecen, los más amigos se
vuelven contra mí.
Se me pegan los huesos a la piel, he escapado llevando la carne entre los
dientes.
¡Piedad, piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué
me perseguís como Dios y no os hartáis de escarnecerme?
¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de
hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! "Sé que mi Redentor
vive y que en el último día yo resucitaré de la tierra; y de nuevo me revestiré
de mi piel; y en mi carne veré a Dios, a quien yo mismo veré y no otro, y mis
ojos lo contemplarán." ¡Desfallezco de ansias en mi pecho!
Y si decís: "¿Cómo lo perseguiremos, cómo hallaremos de qué acusarlo?", temed la
espada, porque la ira castiga las culpas; y sabréis que hay quien juzga.»
Responsorio Jb 19, 25. 26. 27
R. Sé que mi Redentor vive y que en el último día yo resucitaré de la tierra;
* y en mi carne veré a Dios.
V. A quien yo mismo veré y no otro, y mis ojos lo contemplarán.
R. Y en mi carne veré a Dios.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 43, 89-90: CSEL 64, 324-326)
HA RESPLANDECIDO SOBRE NOSOTROS LA LUZ DE TU ROSTRO
¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos
imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está
como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto,
si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente,
entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior.
Porque si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera
que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es
cuando- empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la
conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el
rostro de Dios a los que él mira?
En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo,
nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una
nueva perspectiva. Dice, en efecto: El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del
seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que
demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Vemos,
pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el
resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo,
para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y
celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de
este mundo.
¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de
nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe;
porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.
Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al
oír que pasaba el Señor Jesús; subió a un árbol, ya que era pequeño de
estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio
y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.
¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: Aunque nos escondes tu rostro, Señor,
a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A
pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de
nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro.
Responsorio 2Co 4, 6; Hb 10, 32
R. El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas»,
* ha hecho brillar la luz en nuestros corazones,
para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
V. Traed a la memoria los días primeros, en que,
después de haber sido iluminados, soportasteis tan duros combates y padecimientos.
R. Ha hecho brillar la luz en nuestros corazones,
para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
Oración
Mira con misericordia a estos tus hijos, Señor, y multiplica tu gracia sobre nosotros,
para que, fervorosos en la fe, la esperanza y el amor, perseveremos en el fiel
cumplimiento de tus mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.