LUNES XI
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del libro de los Jueces 2, 6-3, 4
PANORAMA GENERAL DEL TIEMPO DE LOS JUECES
En aquellos días, Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se volvieron
cada uno a su heredad para ocupar la tierra. El pueblo sirvió al Señor en vida
de Josué y de los ancianos que le sobrevivieron y que habían sido testigos de
todas las grandes' hazañas que el Señor había hecho a favor de Israel. Josué,
hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años. Lo
enterraron en el territorio que había recibido en heredad en Timnat Jeres, en la
montaña de Efraím, al norte del monte Gaash. También aquella generación fue a
reunirse con sus padres y les sucedió otra generación que no conocía al Señor ni
lo que había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y sirvieron a
los Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de
la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se
postraron ante ellos, irritaron al Señor, lo abandonaron y sirvieron a Baal y a
Astarté. Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel. Los puso en manos
de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de
alrededor y no pudieron ya hacerles frente. En todas sus campañas la mano del
Señor pesaba sobre ellos para hacerles daño, como el mismo Señor se lo había
dicho y jurado. Y, así, los puso en gran aprieto.
Pero luego el Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano
de sus opresores. Mas tampoco escucharon ellos a sus jueces. Se prostituyeron
siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del
camino que habían seguido sus
padres, los cuales atendían a los mandamientos del Señor, y no los imitaron.
Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba
de la mano de sus enemigos, mientras vivía el juez, porque el Señor se conmovía
ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría
el juez, volvían a caer y obraban todavía peor que sus padres, yéndose tras de
otros dioses, sirviéndolos y postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las
prácticas y a la conducta obstinada de sus padres.
Por ese tiempo se encendió la ira del Señor contra Israel y dijo:
«Ya que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no ha
escuchado mi voz, tampoco yo arrojaré en adelante de su presencia a ninguno de
los pueblos que dejó subsistir Josué cuando murió.»
Habían sido dejados para probar con ellos a Israel, para ver si seguían o no los
caminos del Señor, como los habían seguido sus padres. Por eso dejó el Señor en
paz a estos pueblos, en vez de expulsarlos en seguida, y no los puso en manos de
Josué.
Éstos son los pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a los
hijos de Israel que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán (era
sólo para que las generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la
guerra; por lo menos los que no habían conocido las guerras anteriores): los
cinco príncipes de los filisteos y todos los cananeos, los sidonios y los
hititas del monte Líbano, desde la montaña de Baal-Hermón hasta la entrada de
Jamat. Sirvieron, pues, para probar a Israel, para ver si guardaban los
mandamientos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.
Responsorio Sal 105, 40. 41. 44; Jc 2, 16
R. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y los entregó en manos de
gentiles, pero miró su angustia, y escuchó sus gritos.
V. El Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos
de Israel de la mano de sus opresores.
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.
Año II:
Comienza el libro de Esdras 1, 1-8; 2, 68-3, 8
LIBERACIÓN DEL PUEBLO Y RETORNO DE LOS DESTERRADOS. RESTAURACIÓN DEL CULTO
El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo qué había
anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro de Persia a promulgar de palabra y
por escrito en todo su reino:
«Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos
los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de
Judá. Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe
y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de
Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los supervivientes,
dondequiera que residan, la gente del lugar les proporcionará plata, oro,
hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de
Jerusalén.»
Entonces, todos los que se sintieron movidos por Dios -cabezas de familia de-
Judá y Benjamín, sacerdotes y levitas- se pusieron en marcha y subieron a
reedificar el templo de Jerusalén. Sus vecinos les proporcionaron de todo:
plata, oro, hacienda, ganado y otros muchos regalos, además de las ofrendas
voluntarias.
El rey Ciro mandó sacar los utensilios del templo que Nabucodonosor se había
llevado de Jerusalén para colocarlos en el templo de su dios. Ciro de Persia los
consignó al tesorero Mitrídates, que los contó delante de Sesbasar, príncipe de
Judá.
Cuando llegaron al templo de Jerusalén, algunos cabezas de familia hicieron
donativos para que se reconstruyese en su mismo sitio. De acuerdo con sus
posibilidades, entregaron al fondo del culto sesenta y una mil dracmas de oro,
cinco mil minas de plata y cien túnicas sacerdotales.
Los sacerdotes, los levitas y parte del pueblo se establecieron en Jerusalén;
los cantores, los porteros y los donados, en sus pueblos; y el resto de Israel,
en los suyos.
Los israelitas se encontraban ya en sus poblaciones cuando, al llegar el séptimo
mes, se reunieron todos a una en Jerusalén. Entonces Josué, hijo de Josadac,
con sus parientes los sacerdotes, y Zorobabel, hijo de Salatiel, con sus
parientes, se pusieron a construir el altar del Dios de Israel para ofrecer en
él holocaustos, como manda la ley de Moisés, hombre de Dios. Levantaron el altar
en su antiguo sitio -aunque intimidados por los colonos extranjeros- y
ofrecieron en él al Señor los holocaustos matutinos y vespertinos.
Celebraron la fiesta de los Tabernáculos como está mandado, ofreciendo
holocaustos según el número y el ritual de cada día; y siguieron ofreciendo el
holocausto diario, el de principios de mes, el de las solemnidades dedicadas al
Señor y los ofrecidos voluntariamente al Señor.
El día primero del séptimo mes, comenzaron a ofrecer holocaustos al Señor. Pero
aún no se habían echado los cimientos del templo. Entonces, de acuerdo con lo
autorizado por Ciro de Persia, contrataron canteros y carpinteros, y dieron a
los sidonios y tirios alimentos, bebidas y aceite para que enviasen a Jafa, por
vía marítima, madera de cedro del Líbano.
A los dos años de haber llegado al templo de Jerusalén, el segundo mes,
Zorobabel, hijo de Salatiel, Josué, hijo de Josadac, sus demás parientes
sacerdotes y levitas, y todos los que habían vuelto a Jerusalén del cautiverio
comenzaron la obra del templo, poniendo al frente de ella a los levitas mayores
de veinte años.
Responsorio Is 48, 20; 40, 1
R. Proclamadlo, publicadlo hasta el confín de la tierra, decid:
* «El Señor ha rescatado a su siervo Jacob.»
V. «Consolad, consolad a mi pueblo», dice vuestro Dios.
R. El Señor ha rescatado a su siervo Jacob.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
(Cap. 8-9: CSEL 3, 271-272)
NUESTRA ORACIÓN ES PÚBLICA Y COMÚN
Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos
una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí
mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de
cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros,
ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos
libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no
por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno
solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso
que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los
hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego
observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de
espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos
cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra
oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a
cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz,
y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.
Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en
paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los
apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos
ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo
espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los
hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta
asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la
casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo
espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los
misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en
eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza
completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vuestra oración
-dice el Señor- ha de ser así: «Padre nuestro, que estás en el cielo.»
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en
primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a los
suyos -dice el Evangelio- y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de
Dios. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios
debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de
Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en el cielo.
Responsorio Sal 21, 23; 56, 10
R. Contaré tu fama a mis hermanos,
* en medio de la asamblea te alabaré.
V. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones.
R. En medio de la asamblea te alabaré.
Oración
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto
que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia,
para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.