LUNES XXIII
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del libro del profeta Amós 8, 1-14
OTRAS VISIONES
En aquellos días, el Señor me mostró lo siguiente: Un cesto de higos maduros. Y
me dijo:
«¿Qué ves, Amós?»
Respondí:
«Un cesto de higos maduros.»
Y me dijo el Señor:
«Maduro está mi pueblo para su fin, y ya no dejará de suceder. Aquel día gemirán
las cantoras del templo -oráculo del Señor- en silencio arrojarán por todas
partes numerosos cadáveres. Escuchadlo, los que exprimís a los pobres y
despojáis a los miserables, diciendo: "¿Cuándo pasará la luna nueva para vender
trigo, y el sábado para ofrecer grano y hasta el salvado de trigo?" Disminuís la
medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al
pobre, y al mísero por un par de sandalias.
Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.
¿No temblará por ello la tierra, no perecerán sus habitantes? Aunque crezca toda
como el Nilo, volverá a bajar como el Nilo de Egipto. Aquel día -oráculo del
Señor- haré ponerse el sol a mediodía, y en pleno día oscureceré la tierra.
Cambiaré vuestras fiestas en luto, vuestros cantos en elegías, vestiré de saco
toda cintura y dejaré calva toda cabeza; y habrá un llanto como por el hijo
único, el final será un día amargo.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que enviaré hambre a la tierra: no
hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán
errantes de oriente a occidente, vagando de norte a sur, buscando la palabra del
Señor, y no la encontrarán. Aquel día desfallecerán de sed las hermosas
doncellas y los jóvenes. Los que juraban por el crimen de Samaria, diciendo:
"Por la vida de tu Dios, Dan; por la vida del Señor de Berseba", caerán para no
levantarse.»
Responsorio
Am 8, 11. 12; Mt 5, 6
R. Mirad que llegan días en que enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed
de agua. * Irán errantes, buscando la palabra del Señor.
V. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.
R. Irán errantes, buscando la palabra del Señor.
Año II:
la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 5-7. 12-21
EL TESTIMONIO DE LOS APÓSTOLES Y PROFETAS
Hermanos: Poned todo vuestro empeño en unir a vuestra fe la probidad moral, a la
probidad moral el conocimiento de Dios, al conocimiento de Dios el dominio de
vosotros mismos, al dominio de vosotros mismos la constancia, a la constancia la
piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad universal.
Tengo el propósito de traeros siempre a la memoria estas cosas, por más que las
sepáis y estéis firmes en la verdad que al presente poseéis. Juzgo que es mi
deber, mientras permanezca en esta tienda de mi cuerpo, teneros en continua
alerta con estos avisos. Ya sé que pronto veré desmoronarse mi tienda, según me
lo ha dado a conocer Jesucristo, nuestro Señor. Pero. he de procurar que después
de mi partida vayáis recordando en todo tiempo estas cosas.
No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo por
haber dado crédito a sutiles quimeras, sino porque fuimos testigos oculares de
su grandeza y majestad. El recibió, en efecto, honor y gloria de parte de Dios
Padre, cuando de la sublime gloria vino sobre él aquella voz que decía: «Este es
mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias.» Y nosotros mismos oímos
esta voz venida del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.
Y así tenemos confirmada la palabra profética, a la que hacéis bien en prestar
atención, como a lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y
salga el lucero de la mañana en vuestro corazón. Ante todo habéis de saber que
ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada; pues nunca fue
proferida alguna por voluntad humana, sino que, llevados del Espíritu Santo,
hablaron los hombres de parte de Dios.
Responsorio Jn 1, 14; 2Pe 1, 16. 18
R. La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros;
* y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre,
como Hijo único.
V. Fuimos testigos oculares de su grandeza, cuando estábamos con él en el monte santo.
R. Y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san León Magno, papa, Sobre las bienaventuranzas
(Sermón 95, 8-9: PL 54, 465-466)
MUCHA PAZ TIENEN LOS QUE AMAN TUS LEYES
Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la
visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz
verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será
el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la
vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del
pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de
Dios.
Pero para merecer este don es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos
los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Esta
bienaventuranza, amadísimos, no puede referirse a cualquier clase de concordia o
armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que alude
el Apóstol cuando dice: Estad en paz con Dios, o. a la que se refiere el profeta
al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar.
Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con una
profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total
comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en
deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que
parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor del
mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte
entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que
viven según la carne. Mas los que sin cesar se esfuerzan por mantener la unidad
del Espíritu, con el vínculo de la paz, jamás se apartan de la ley divina,
diciendo, por ello, fielmente en la oración: Hágase tu voluntad en la tierra
corno en el cielo.
Éstos son los que obran la paz, éstos los que viven santamente unánimes y
concordes, y por ello merecen ser llamados con el nombre eterno de hijos de Dios
y coherederos, de Cristo; todo ello lo realiza el amor de Dios y el amor del
prójimo, y de tal manera lo realiza que ya no sienten ninguna adversidad ni
temen ningún tropiezo, sino, que, superado el combate de todas las tentaciones,
descansan tranquilamente en la paz de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, que
con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Responsorio Cf. Is 38, 3; 1Jn 2, 6; 5, 3; 2, 5
R. Tengamos para con Dios un corazón íntegro y sincero,
* hagamos su voluntad,
guardemos sus mandamientos.
V. En esto consiste el perfecto amor de Dios.
R. Hagamos su voluntad, guardemos sus mandamientos.
Oración
Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación
adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por
nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.