MARTES III

PRIMERA LECTURA

Año I:


De la carta a los Romanos     9, 1-18

DIOS TIENE MISERICORDIA DE QUIEN QUIERE, Y CAUSA OBSTINACIÓN EN AQUEL QUE LE PARECE BIEN


    Hermanos: Digo la verdad en nombre de Cristo, no miento; y testifica conmigo mi conciencia, inspirada por el Espíritu Santo: Tengo una gran tristeza y un suplicio continuo en mi corazón. ¡Ojalá fuese yo mismo anatema y apartado de Cristo por la salud de mis hermanos, deudos míos y de mi propia raza!
    Son ellos israelitas, de quienes es la adopción divina, la manifestación sensible de la presencia de Dios, las alianzas con él, la legislación de Moisés, el culto del templo y las promesas de Dios. De ellos son los patriarcas, y de ellos procede también Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.
    Y no es que las promesas de Dios se hayan quedado sin cumplir; lo que sucede es que no todos los nacidos de Israel son el verdadero Israel; ni, por ser descendencia de Abraham, son todos hijos de Abraham, sino que: «Tu descendencia serán los hijos de Isaac.» Que quiere decir: No los que descienden por generación natural son hijos de Dios, sino sólo los hijos habidos en virtud de la promesa divina son tenidos como verdadera descendencia.
    Así suenan las palabras de la promesa: «Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo.» Y no es esto sólo. Tenemos también el caso de Rebeca, que tuvo hijos sólo de nuestro padre Isaac. Pues bien, estos hijos no habían nacido todavía, ni habían hecho nada bueno ni malo; mas, para que continuase en vigor el decreto divino de elección, decreto que no depende de obras humanas, sino de la voluntad de Dios que llama, dijo Dios a Rebeca: «El mayor será siervo del menor.» Y dice así la Escritura: «He amado a Jacob, y he odiado a Esaú.»
    ¿Qué se sigue de aquí? ¿Que hay injusticia en Dios? De ninguna manera. Ya dijo él a Moisés: «Tendré misericordia con aquel que yo quiera, y tendré compasión con quien yo tenga a bien.»
    Por consiguiente, no es cosa del querer o del esfuerzo humano, sino de la misericordia de Dios. En la Escritura dice Dios al Faraón: «Precisamente con este objeto te he exaltado: para mostrar en ti mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra.» Así que Dios tiene misericordia de quien quiere, y causa obstinación en aquel que le parece bien.

Responsorio     Rm 9, 4. S. 6b

R.
De los israelitas son la adopción divina, la manifestación sensible de la presencia de Dios, las alianzas con él, la legislación de Moisés, el culto del templo y las promesas de Dios; * sólo los hijos habidos en virtud de la promesa divina son tenidos como verdadera descendencia.
V. No todos los nacidos de Israel son el verdadero Israel.
R. Sólo los hijos habidos en virtud de la promesa divina son tenidos como verdadera descendencia.


Año II:

Del libro del Génesis     21, 1-21

NACIMIENTO DE ISAAC


    En aquellos días, el Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abraham, ya viejo, en el tiempo que había dicho Dios. Abraham llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara, Isaac. Abraham circuncidó a Isaac, su hijo, el octavo día, como lo había mandado Dios. Abraham tenía cien años, cuando le nació su hijo Isaac. Sara dijo:
    «Dios me ha hecho bailar de alegría, y el que se entere se alegrará conmigo.»
    Y añadió:
    «¡Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara iba a criar hijos!, pues le ha dado un hijo en su vejez.»
    El chico creció y lo destetaron. Y Abraham dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac. Pero Sara vio que el hijo de Hagar, la egipcia, y de Abraham jugaba con Isaac; y dijo a Abraham:
    «Expulsa a esa criada y a su hijo; porque el hijo de esa criada no va a repartirse la herencia con mi hijo Isaac.»
    Abraham se llevó un disgusto, pues era hijo suyo. Pero Dios dijo a Abraham:
    «No te aflijas por el muchacho y la criada; haz todo lo que dice Sara, porque Isaac es quien continúa tu descendencia. También al hijo de la criada lo convertiré en un gran pueblo, pues es descendiente tuyo.»
    Abraham madrugó, tomó pan y un odre de agua, se lo cargó. a hombros de Hagar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas, se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco. Pues se decía:
    «No puedo ver morir a mi hijo.»
    Y se sentó a distancia. El niño rompió a llorar; Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Hagar desde el cielo, y le dijo:
    «¿Qué te pasa, Hagar? No temas; porque Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y cógelo fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande.»
    Dios le abrió los ojos, y divisó un pozo de agua; fue allá, llenó el odre y dio de beber al muchacho.
    Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero; vivió en el desierto de Farán, y su madre le buscó una mujer egipcia.

Responsorio     Cf. Ga 4, 22. 31. 28

R.
Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la que era libre. * Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo.
V. Nosotros somos hijos de la promesa, figurados en Isaac.
R. Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo.


SEGUNDA LECTURA

De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

(Respuesta 2, 2.4: PG 31, 914-915)

¿CÓMO PAGAREMOS AL SEÑOR TODO EL BIEN QUE NOS HA HECHO?


    ¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.
    Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió mediante amenazas sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cual sea el término reservado al bien y al mal. Y aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros.
    La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo.
    Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue herido por nuestras rebeldías, por sus llagas hemos sido curados; además, nos redimió de la maldición, haciéndose maldición por nosotros, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana.
    ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y cuando pienso en todo esto -voy a deciros lo que siento- me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.

Responsorio     Sal 102, 2. 4; Ga 2, 20

R.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. * El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
V. Me amó hasta entregarse por mí.
R. Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.


Oración

Dios todopoderoso y eterno, dirige nuestras acciones según tu voluntad, para que, invocando el nombre de tu Hijo, abundemos en buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.