MARTES IX
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta del apóstol Santiago 3, 1-12
MODERACIÓN EN EL USO DE LA LENGUA
Hermanos, no pretendáis ser todos maestros; sabed que tendremos un juicio más
severo, porque todos tenemos muchos tropiezos.
Quien no peca en sus palabras es hombre perfecto, que puede poner freno a toda
su persona. Mirad: a los caballos, les ponemos freno en la boca para que nos
obedezcan, y así gobernamos todo su cuerpo.
Ved también cómo las naves, con ser tan grandes e impulsadas por tan fuertes
vientos, son gobernadas por un pequeño timón, a voluntad del piloto. Así
también, la lengua es un pequeño miembro y se gloria de grandes hazañas.
Ved cómo un poco de fuego incendia grandes bosques. También la lengua es un
fuego, un mundo de iniquidad; colocada entre nuestros miembros, la lengua
contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, incendia a su vez toda
nuestra vida.
Se pueden domar, y de hecho han sido domadas por el hombre, toda clase de
fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos. Pero ningún hombre puede
domar su lengua: es un mal que trabaja incansable; está llena de veneno mortal.
Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres,
creados a imagen de Dios.
De la misma boca salen la bendición y la maldición. Hermanos, esto no debe ser
así. ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? Hermanos,
¿puede acaso la higuera dar aceitunas, o higos la vid? Tampoco un manantial de
agua salada puede dar agua dulce.
Responsorio St 3, 2b; Pr 10, 19
R. Quien no peca en sus palabras es hombre perfecto,
* que puede poner freno a toda su persona.
V. En el mucho hablar no faltará pecado; el que frena sus labios es sensato.
R. Que puede poner freno a toda su persona.
Año II:
De la carta a los Gálatas 2, 11-3, 14
EL JUSTO VIVE POR LA FE
Hermanos: Cuando Cefas fue a Antioquía, yo me opuse a él en su misma cara,
porque era digno de reprensión. En efecto, antes que viniesen algunos de parte
de Santiago, comía con los gentiles convertidos; pero, en cuanto llegaron aquéllos,
se retraía y apartaba, por temor a aquéllos, judíos circuncisos. Y lo siguieron en
su simulación los demás judíos convertidos, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar
por su simulación.
Pero, cuando vi que no caminaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio,
dije a Cefas delante de todos: «Tú, siendo judío, has acomodado tu vida a la de los
gentiles convertidos; ¿cómo quieres ahora obligar a éstos a que se atengan a las
prácticas judías?»
Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores venidos de la gentilidad. Y,
sabiendo que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo
Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe
en Cristo y no por las obras de la ley. Por las obras de la ley no se justificará nadie.
Mas, si buscando ser justificados en Cristo, nos salen con que aun así seguimos
en el pecado, ¿será que Cristo está al servicio del pecado? ¡De ninguna manera!
Si vuelvo a edificar lo que una vez destruí, yo mismo me declaro transgresor. En
virtud de la misma ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy
crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y,
mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta
entregarse por mí. No tengo por inútil esta gracia de Dios: Si la justificación
nos viniera por la ley, entonces deberíamos concluir que Cristo murió
inútilmente.
¡Oh, insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó, después que ante vuestros ojos
presentamos a Jesucristo muerto en la cruz? Sólo quiero que me digáis una cosa:
¿Cómo habéis recibido el Espíritu, en virtud de las obras de la ley o por
vuestra sumisión a la fe? ¿Tan insensatos sois, que, habiendo comenzado por
espíritu, termináis ahóra en carne? ¿Habrá sido en vano para vosotros el haber
experimentado tan grandes dones? Pues ¡de veras que habría sido en vano! El que
os da el Espíritu y obra prodigios entre vosotros ¿lo hace porque observáis la
ley o por vuestra aceptación de la fe?
Así se dice: «Abraham creyó a Dios, y Dios estimó
su fe como justificación.» Entended, pues, que los hijos de Abraham son sólo
aquellos que viven según la fe. Previendo de antemano la Escritura que Dios
justificaría a los gentiles por la fe, predijo a Abraham: «En ti serán
bendecidas todas las naciones.» Por consiguiente, los que viven según la fe son
bendecidos, junto con el creyente Abraham.
En cambio, los partidarios de las obras de la ley se hallan bajo la maldición,
pues ya lo dice la Escritura: «Maldito todo el que no se mantiene fiel en el
cumplimiento de todos los preceptos escritos en el libro de la ley.» Y que la
ley no justifica a nadie ante Dios es evidente, porque: «El justo vivirá por la
fe.» La ley no procede de la fe, sino que, como dice la Escritura: «Quien cumpla
sus preceptos por ellos vivirá.» Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
haciéndose maldición por nosotros. Así lo dice la Escritura: «Maldito sea aquel
que cuelga del madero.» De ese modo la bendición de Abraham alcanza a todas las
naciones por Cristo Jesús, para que recibamos por la fe el Espíritu prometido
por Dios.
Responsorio Ga 2, 16. 21
R. El hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús.
* Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley.
V. Pues si la justificación nos viniera por la ley, entonces deberíamos concluir que Cristo murió inútilmente.
R. Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley.
SEGUNDA LECTURA
De las Instrucciones de san Doroteo, abad.
(Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 2-3: PG 88, 1699).
LA FALSA PAZ DE ESPÍRITU
El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños,
ultrajes, ignominias y otra
aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo
ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese
temple.
Pero quizás alguien me objetará: «Si un hermano me aflige y yo, examinándome a
mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que
acusarme?» En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios
nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna
ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto
se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para
aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizás habrá causado
molestia a algún otro hermano. Por esto sufre ahora en justa compensación, o
también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.
Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y
tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o
ignominiosa, y sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en
alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a
molestarlo, él no hubiera pecado.
Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto,
no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino
que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con
ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Éste tal es semejante
a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad
que contenía.
Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin
embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice
alguna Palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad
escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de
enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle
una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya
que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no
le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, mas
leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más
fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar penalidades que le puedan sobrevenir.
Responsorio Jb 9, 2. 14; 15, 15
R. Sé muy bien que el hombre no puede tener razón contra Dios.
* ¿Quién soy yo para replicarle y rebuscar argumentos contra él?
V. Ni aun a sus ángeles los encuentra totalmente fieles, y ni el cielo es enteramente puro a sus ojos.
R. ¿Quién soy yo para replicarle y rebuscar argumentos contra él?
Oración
Señor Dios, cuya providencia no se equivoca en sus designios, te pedimos humildemente
que apartes de nosotros todo lo que pueda causarnos algún daño, y nos concedas lo que
pueda sernos de provecho. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.