MARTES XIII

PRIMERA LECTURA

Año I:


Del primer libro de Samuel     9,1-6.14-10,1

SAÚL, ELEGIDO REY, ES UNGIDO POR SAMUEL


    En aquellos días, había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, de Seror, de Becorá, de Afiaj, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba. A su padre, Quis, se le habían extraviado unas burras; y dijo a su hijo Saúl:
    «Llévate a uno de los criados y vete a buscar las burras.»
    Cruzaron la serranía de Efraím y atravesaron la comarca de Salisá, pero no las encontraron. Atravesaron la comarca de Saalín, y nada. Atravesaron la comarca de Benjamín, y tampoco. Cuando llegaron a la comarca de Suf, Saúl dijo al criado que iba con él:
    «Vamos a volvernos, no sea que mi padre prescinda de las burras y empiece a preocuparse por nosotros.»
    Pero el criado repuso:
    «Precisamente en ese pueblo hay un hombre de Dios de gran fama; lo que él dice sucede sin falta. Vamos allá. A lo mejor nos orienta sobre lo que andamos buscando.»
    Subieron al pueblo. Y, justamente cuando entraban en el pueblo, se encontró con ellos Samuel, según salía para subir al altozano. El día antes de llegar Saúl, el Señor había revelado a Samuel:
    «Mañana te enviaré un hombre de la región de Benjamín, para que lo unjas como jefe de mi pueblo, Israel, y libre a mi pueblo de la dominación filistea; porque he visto la aflicción de mi pueblo, sus gritos han llegado hasta mí.»
    Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó:
    «Ese es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo.»
    Saúl se acercó a Samuel en medio de la entrada y le dijo:
    «Haz el favor de decirme dónde está la casa del vidente.»
    Samuel le respondió:
    «Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy coméis conmigo y mañana te dejaré marchar y te diré todo lo que piensas. Por las burras que se te perdieron hace tres días, no te preocupes, que ya aparecieron. Además, ¿a quién anhela todo Israel? A ti y a la familia de tu padre.»
    Saúl respondió:
    ¡Si yo soy de Benjamín, la menor de las tribus de Israel! Y, de todas las familias de Benjamín, mi familia es la menos importante. ¿Por qué me dices eso?»
    Entonces, Samuel tomó a Saúl y a su criado, los hizo entrar en el comedor y los puso en la presidencia de los convidados, unas treinta personas. Luego, dijo al cocinero:
    «Trae la ración que te encargué, la que te dije que apartases.»
    El cocinero tomó la pierna y la cola del animal sacrificado, y se lo sirvió a Saúl. Samuel dijo:
    «Ahí tienes lo que te reservaron; come, que te lo han guardado para esta ocasión, para que lo comas con los convidados.»
    Así, pues, Saúl comió aquel día con Samuel. Después, bajaron del altozano hasta el pueblo, prepararon la cama a Saúl en la azotea, y se acostó. Al despuntar el sol, Samuel fue a la azotea a llamarlo:
    «Levántate, que voy a despedirte.»
    Saúl se levantó, y los dos, él y Samuel, salieron de casa. Cuando habían bajado hasta las afueras, Samuel le dijo:
    «Dile al criado que vaya delante; tú párate un momento y te comunicaré la palabra de Dios.»
    Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó, diciendo:
    «El Señor te unge como jefe de su heredad, de su pueblo, Israel; tú gobernarás el pueblo del Señor, tú lo salvarás de los enemigos vecinos. Y ésta será para ti la señal de que el Señor te ha ungido como jefe de su heredad.»

Responsorio     1S 10, 1; Sal 44, 5

R.
El Señor te unge como jefe de su heredad, de su pueblo, Israel; * tú lo salvarás de los enemigos.
V. Es tu gala y tu orgullo; cabalga victorioso por la verdad y la justicia.
R. Tú lo salvarás de los enemigos.


Año II:

Del libro de Nehemías     8, 1-18

ESDRAS LEE, POR PRIMERA VEZ Y DE MODO SOLEMNE, LA LEY AL PUEBLO


    Al llegar el séptimo mes, los israelitas se encontraban instalados en sus ciudades. Entonces, todo el pueblo se reunió, como un solo hombre, en la plaza que se abre ante la puerta del Agua, y pidió a Esdras, el letrado, que trajera el libro de la ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. El sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era a mediados del mes séptimo.
    En la plaza de la puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la ley. Esdras, el letrado, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. A su derecha se encontraban Matitías, Sema, Anayas, Urías, Jelcías y Maseyas; a su izquierda, Fedayas, Misael, Malquías, Jasún, Jasbadana, Zacarías y Mesulán.
    Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió:
    «Amén, amén.»
    Después, se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas Josué, Baní, Serebías, Yamín, Acub, Sabtay, Hodiyías, Maseyas, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán y Felayas explicaron la ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios, traduciéndolo y explicándolo para que se entendiese la lectura. El gobernador Nehemías, el sacerdote y letrado Esdras y los levitas que instruían al pueblo, viendo que la gente lloraba al escuchar la lectura de la ley, le dijeron:
    «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios; no hagáis duelo ni lloréis.»
    Después añadió:
    «Id a casa, comed buenas tajadas, bebed vinos generosos y enviad porciones a los que no tienen nada, porque hoy es día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes: la alegría del Señor es vuestra fortaleza.»
    Los levitas acallaban al pueblo, diciendo:
    «Silencio, que es un día santo; no estéis tristes.»
    El pueblo se fue, comió, bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta, porque había comprendido lo que le habían explicado. Al día siguiente, los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y los levitas se reunieron con el letrado Esdras para estudiar el libro de la ley. En la ley que había mandado el Señor por medio de Moisés encontraron escrito: «Los israelitas habitarán en chozas durante la fiesta del séptimo mes.»
    Entonces, pregonaron en todos sus pueblos y en Jerusalén:
    «Id al monte y traed ramas de olivo, pino, mirto, palmera y de otros árboles frondosos para construir las chozas, como está mandado.»
    La gente fue, las trajo e hicieron las chozas; unos en la azotea, otros en sus patios, en los patios del templo, en, la plaza de la puerta del Agua y en la plaza de la puerta de Efraím. Toda la asamblea que había vuelto del destierro hizo chozas, habitaron en ellas -cosa que no hacían los israelitas desde tiempos de Josué, hijo de Nun- y hubo una gran fiesta. Todos los días, del primero al último, leyó Esdras el libro de la ley de Dios. La fiesta duró siete días, y el octavo tuvo lugar una asamblea solemne, como está mandado.

Responsorio     Sal 18, 8-9; Rm 13, 8. 10

R.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante; * los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
V. Quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley; así que amar es cumplir la ley entera.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.


SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo.

(Sermón 47, Sobre las ovejas, 12-14: CCL 41, 582-584)

SI BUSCARE AGRADAR A LOS HOMBRES, NO SERIA SIERVO DE CRISTO


    Ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia. Hay hombres que juzgan temerariamente, que son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en sospechar lo que no ven, que se empeñan incluso en pregonar lo que ni sospechan; contra esos tales, ¿qué recurso queda sino el testimonio de nuestra conciencia? Y ni aun en aquellos a los que buscamos agradar, hermanos, buscamos nuestra propia gloria, o al menos no debemos buscarla, sino más bien su salvación, de modo que, siguiendo nuestro ejemplo, si es que nos comportamos rectamente, no se desvíen. Que sean imitadores nuestros, si nosotros lo somos de Cristo; y si nosotros no somos imitadores de Cristo, que tomen al mismo Cristo por modelo. El es, en efecto, quien apacienta su rebaño, él es el único pastor que lo apacienta por medio de los demás buenos pastores, que lo hacen por delegación suya.
    Por tanto, cuando buscamos agradar a los hombres, no buscamos nuestro propio provecho, sino el gozo de los demás, y nosotros nos gozamos de que les agrade lo que es bueno, por el provecho que a ellos les reporta, no por el honor que ello nos reporta a nosotros. Está bien claro contra quiénes dijo el Apóstol: Si buscare agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo. Como también está claro a quiénes se refería al decir: Procurad agradar a todos en todo, como también yo procuro agradar a todos en todo. Ambas afirmaciones son límpidas, claras y transparentes. Tú limítate a pacer y beber, sin pisotear ni enturbiar.
    Conocemos también aquellas palabras del Señor Jesucristo, maestro de los apóstoles: Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial, esto es, al que os ha hecho tales. Nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía. Por lo tanto, él ha de ser alabado, ya que él es de quien procede la bondad que pueda haber en ti, y no tú, ya que de ti mismo no puede proceder más que maldad.. Sería contradecir a la verdad si quisieras ser tú alabado cuando haces algo bueno, y que el Señor fuera vituperado cuando haces algo malo. El mismo que dijo: Alumbre vuestra luz a los hombres, dijo también en la misma ocasión: No hagáis vuestra justicia delante de los hombres. Y del mismo modo que estas palabras te parecían contradictorias en boca del Apóstol, así también en el Evangelio. Pero si no enturbias el agua de tu corazón, también en ellas reconocerás la paz de las Escrituras, y participarás tú también de su misma paz.
    Procuremos, pues, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres, y no sólo preocuparnos de tener la conciencia tranquila, sino también, en cuanto lo permita nuestra debilidad y la vigilancia de nuestra fragilidad humana, procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano más débil, no sea que comiendo hierba limpia y bebiendo un agua pura pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más débiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada.

Responsorio     Flp 2, 2. 3-4; 1Ts 5, 14. 15

R.
Dadme esta gran alegría: Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir; dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. * No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
V. Sostened a los débiles, tened paciencia con todos; procurad siempre el bien entre vosotros y para con todos.
R. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.


Oración

Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.