MARTES XX
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Efesios 2, 1-10
LOS PECADORES HAN SIDO SALVADOS EN CRISTO JESÚS
Hermanos: Dios también os vivificó a vosotros, que estabais muertos por
vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo, siguiendo el
proceder de este mundo, sometidos al príncipe que tiene su imperio en el aire,
el espíritu que actúa ahora en los rebeldes a la fe, entre los cuales vivíamos
también nosotros, siguiendo las apetencias de nuestra carne, poniendo por obra
sus deseos y sentimientos, y éramos por nuestro natural hijos de cólera, como
los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun
cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo -por pura
gracia habéis sido salvados- y nos resucitó con él, y nos hizo sentar en los
cielos con Cristo Jesús. Así Dios, en su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús, quiso mostrar en los siglos venideros la sublime riqueza de su gracia.
Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino
que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda
presumir. Somos obra de Dios. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos
dediquemos a las buenas obras, que él determinó que practicásemos.
Responsorio Ef 2, 5. 6; Jn 3, 16
R. Cuando estábamos muertas por nuestros pecados, Dios nos vivificó con Cristo,
* nos resucitó con él, y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús.
V. Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo único.
R. Nos resucitó con él, y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús.
Año II:
Del libro del Qohelet 3, 1-22
OSCURIDAD DEL HOMBRE SIN LA REVELACIÓN
Todo tiene su tiempo y cada cosa su momento bajo el cielo:
Su tiempo el nacer y su tiempo el morir, su tiempo el plantar y su tiempo el
arrancar lo plantado. Su tiempo el matar y su tiempo el curar, su tiempo el
destruir y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar y su tiempo el reír, su
tiempo el lamentarse y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras y su
tiempo el recogerlas, su tiempo el abrazarse y su tiempo el separarse. Su tiempo
el buscar y su tiempo el perder, su tiempo el guardar y su tiempo el tirar. Su
tiempo el rasgar y su tiempo el coser, su tiempo el callar y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar y su tiempo el odiar, su tiempo la guerra y su tiempo la paz.
¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto
a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas apropiadas
a su tiempo; ha puesto también en sus corazones el deseo de considerar el
conjunto, pero el hombre no llega a descubrir la obra que Dios ha hecho de
principio a fin.
Comprendo que no hay en ellos más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar
en su vida. Y el que el hombre coma y beba y lo pase bien en medio de sus
afanes, eso es un don de Dios.
Comprendo que cuanto Dios hace es duradero; nada hay que añadir ni nada que
quitar. Y así hace Dios que se le tema. Lo que es ya antes fue; lo que será ya
es. Lo que pasó, Dios lo volverá a traer.
Todavía más he visto bajo el sol: en la sede de la justicia, allí está la
iniquidad; y en el sitial del justo está el impío. Dije en mi corazón: «Dios
juzgará al justo y al impío, pues hay un tiempo para cada cosa y para todo
quehacer.» Dije también en mi corazón acerca de la conducta de los humanos:
«Sucede así para que Dios los pruebe y ellos experimenten que, de sí, son
bestias.» Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como
el otro; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a
la bestia, pues todo es vanidad. Todos caminan hacia una misma meta; todos han
salido del polvo y todos vuelven al polvo.
¿Quién puede saber si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba, y
si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra?
Veo que no hay para el hombre nada mejor que gozarse en sus obras, porque esa es
su paga. Pues ¿quién lo guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?
Responsorio lCo 7, 29. 31; Qo 3, 1
R. El momento es apremiante; queda como solución que los que negocian en el mundo vivan como si no disfrutaran de él,
* porque la presentación de este mundo se termina.
V. Todo tiene su tiempo y cada cosa su momento bajo el cielo.
R. Porque la presentación de este mundo se termina.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el Eclesiastés
(Homilía 6: PG 44, 702-703)
TIENE SU TIEMPO EL NACER Y SU TIEMPO EL MORIR
Tiene su tiempo -leemos- el nacer y su tiempo el
morir. Bellamente comienza
yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte.
Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que
toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.
Tiene su tiempo -dice- el nacer y su tiempo el
morir. ¡Ojalá se me conceda
también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe
pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte
natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no
depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que
muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni
vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte
oportunos.
Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice
Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación
con los dolores de parto del alma. Somos en cierto modo padres de nosotros
mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre
albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.
Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de
la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y
nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en
nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el
hombre de Dios sea íntegro y perfecto.
Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo
sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera,
para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. Él, en
efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento
por vosotros, cada día estoy en peligro de muerte, y también: Por tu
causa nos llevan a la muerte uno y otro día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con
la muerte.
No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día en peligro de
muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales,
llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre
crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en
él. Ésta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.
Yo -dice el Señor- doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que
estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios.
Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos
da la vida.
Responsorio Dt 32, 39; Ap 1, 18
R. Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo mismo curo;
* y no hay quien pueda librar de mi mano.
V. Yo tengo las llaves de la muerte y del hades.
R. Y no hay quien pueda librar de mi mano.
Oración
Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde el
amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas
las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.