MARTES XXXIV
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del libro del profeta Ezequiel 37, 1-14
VISIÓN SOBRE LA RESURRECCIÓN DEL PUEBLO DE DIOS
En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí y su espíritu
me trasladó y me dejó en un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasar entre
ellos en todas direcciones; eran muchísimos los que había en la cuenca del valle
y estaban completamente secos. Entonces me dijo:
«Hijo de hombre, ¿podrán revivir esos huesos?»
Contesté:
«Tú lo sabes, Señor.»
Me ordenó:
«Conjura así a esos huesos: "Huesos calcinados, escuchad la palabra del Señor:
Esto dice el Señor a esos huesos: Yo os voy a infundir espíritu para que reviváis.
Os injertaré tendones, haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y os
infundiré espíritu para que reviváis. Así sabréis que yo soy el Señor."»
Pronuncié el conjuro que me había mandado; y mientras lo pronunciaba, resonó un trueno,
luego hubo un terremoto, y los huesos se ensamblaron, hueso con hueso. Vi que habían
prendido en ellos los tendones, qué crecía la carne y la piel se extendía por encima;
pero no había en ellos espíritu. Entonces me dijo:
«Conjura al espíritu, conjura, hijo de hombre, diciéndole al espíritu:
"Esto dice el Señor: Ven, espíritu, desde los cuatro vientos y sopla en estos
cadáveres para que revivan."»
Pronuncié el conjuro que se me había mandado. Penetró en ellos el espíritu,
revivieron y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa. Entonces me dijo:
«Hijo de hombre, esos huesos son toda la casa de Israel. Ahí los tienes
diciendo: "Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza; estamos
perdidos." Por eso profetiza diciéndoles: "Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros
sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de
Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que yo soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra
tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago. -Oráculo del Señor-."»
Responsorio Ez 37, 12. 13; Jn 11, 25
R. Yo mismo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré salir de vuestros sepulcros,
* y sabréis que yo soy el Señor.
V. Yo soy la resurrección y la vida; quien a mí se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
R. Y sabréis que yo soy el Señor.
Año II
Del libro del profeta Daniel 6, 4-27
DANIEL LIBERADO DEL FOSO DE LOS LEONES
En aquellos días, el rey decidió poner a Daniel al frente de todo el reino.
Entonces los ministros y los sátrapas buscaron algo de qué acusarle en su
administración del reino; pero no le encontraron ninguna culpa ni descuido,
porque era hombre de fiar, que no cometía errores ni era negligente. Aquellos
hombres se dijeron:
«No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar
un delito de carácter religioso.»
Entonces los ministros y sátrapas fueron a decirle al rey:
«¡Viva siempre el rey Darío! Los ministros del reino, los prefectos,
los sátrapas, consejeros y gobernadores están, de acuerdo en que el rey debe
promulgar un edicto sancionando que, en los próximos treinta días, nadie haga
oración a otro dios que no seas tú, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones.
Por tanto, majestad, promulga esa prohibición y sella el documento, para que sea
irrevocable, como ley perpetua de medos y persas.»
Así, el rey Darío promulgó y firmó el decreto. Cuando Daniel se enteró
de la promulgación del decreto, subió al piso superior de su casa, que tenía ventanas
orientadas hacia Jerusalén. Y, arrodillado, oraba dando gracias a Dios tres veces al
día, como solía hacerlo. Aquellos hombres lo espiaron y lo sorprendieron orando y
suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey:
«Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración a
cualquier dios fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?»
El rey contestó:
«El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.»
Ellos le replicaron:
«Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad,
ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios.»
Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a
Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres
le urgían diciéndole:
«Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, un decreto o edicto
real es válido e irrevocable.» Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso
de los leones. El rey dijo a Daniel:
«¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!»
Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso
y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese
modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a palacio, pasó
la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir. Madrugó y fue corriendo al
foso de los leones. Se acercó al foso y grito afligido:
«¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios
a quien veneras tan fielmente?»
Daniel le contestó:
«¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones,
y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.»
El rey se alegró mucho y mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía
ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los
que habían calumniado a Daniel y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y
esposas. No habían llegado, al suelo y ya los leones los habían atrapado y despedazado.
Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra:
«¡Paz y bienestar! Ordeno y mando: Que en mi imperio todos teman y tiemblen ante
el Dios de Daniel: El es el Dios vivo que subsiste por siempre, su reino no será
destruido y su imperio durará hasta el fin. El que salva y libera obra señales y
milagros en el cielo y en la tierra. El salvó a Daniel de los leones.»
Responsorio Dn 6, 22; cf. Sal 56, 4. 5
R. Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones,
* y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente.
V. Dios ha enviado su gracia y su lealtad; he estado echado entre leones.
R. Y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente.
SEGUNDA LECTURA
De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 35, 8-9: CCL 36, 321-323)
LLEGARAS A LA FUENTE, VERAS LA LUZ
Nosotros los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el
Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad como
hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche va pasando, el día está encima;
desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos la armadura de la luz.
Andemos como en pleno día, con dignidad.
No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con
aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos
dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la sublime gloria, aquella voz que
decía: «Este es mi Hijo muy amado, en
quien tengo mis complacencias.» Y nosotros mismos -dice- oímos esta voz venida
del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Pero, como nosotros no
estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Y así
tenemos confirmada la palabra profética, a la que hacéis bien en prestar atención,
como a lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el
lucero de la mañana en vuestro corazón.
Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y -como dice también el
apóstol Pablo- sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas, y pondrá al
descubierto las intenciones del corazón, y vendrá a cada uno su alabanza de
parte de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad
de lámparas; no será necesario que se nos
lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que
indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario.
Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo
se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.
Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos
hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con
nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es
lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra
mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el, oído oyó, ni vino
a la mente del hombre? ,Qué es lo que veremos?
Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la
patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué
es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: Ya al comienzo
de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.
Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al
descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados
a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cuál eres entretanto
purificado. Queridos hermanos -dice el mismo
Juan-, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es.
Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas
celestiales; pero un cuerpo corruptible hace pesada el alma y esta mansión de
tierra oprime el espíritu fecundo en pensamientos. Ha llegado ya el momento en que
yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus
ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado
de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no
separarnos de él.
Responsorio Ap 22, 5. 4
R. No habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol,
* porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
V. Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente.
R. El Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
Oración
Mueve, Señor, nuestros corazones, para que correspondamos con mayor generosidad a la acción de tu gracia,
y recibamos en mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.