MIÉRCOLES I
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 2, 1-16
EL JUSTO JUICIO DE DIOS
No tienes ninguna excusa, tú, hombre, quienquiera que seas, que te haces el
juez: en aquello mismo en que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque
haces eso mismo que condenas. Por otra parte, sabemos que el juicio de Dios es
según verdad contra los que cometen tales pecados. Y tú, que condenas a quienes
tal hacen y, con todo, lo haces tú mismo, ¿piensas escapar del juicio de Dios?
¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, de su paciencia y de su
longanimidad, no reconociendo que esta bondad de Dios quiere llevarte al
arrepentimiento?
Por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón, vas almacenando cólera
divina para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios. Él
dará a cada uno según sus obras: vida eterna a cuantos, perseverando en el bien
obrar, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad; pero ira e indignación a
los contumaces que se rebelan contra la verdad y se someten al mal. Tribulación
y angustia para cuantos obran la maldad, primero para el judío, luego para el
gentil; pero gloria, honor y paz para todos cuantos obran el bien, primero para
el judío, y luego para el gentil. En Dios no hay acepción de personas.
Todos los que pecaron sin conocer la ley perecerán sin la ley; y cuantos pecaron
con conocimiento de la ley serán juzgados por la ley. Porque no los que escuchan
la explicación de la ley son justos ante Dios; sino que serán justificados
aquellos que la pongan en práctica. Y así es.
Los gentiles, que no tienen ley, cuando, guiados por la razón, cumplen los
preceptos de la ley, ellos mismos, sin
tenerla, son ley para sí: ellos mismos demuestran la realidad de la ley escrita
en sus corazones, cuando su conciencia les da testimonio de ello, y cuando sus
dictámenes van proponiendo censuras o hasta mutuos elogios.
Todo esto lo veremos el día en que Dios por medio de Jesucristo, conforme a mi
mensaje evangélico, juzgue las acciones ocultas de los hombres.
Responsorio Rm 2, 4-5; Sir 16, 13. 15
R. ¿Es que desprecias tú, hombre, las riquezas de la bondad de Dios,
de su paciencia y de su longanimidad, no reconociendo que esta bondad de Dios quiere
llevarte al arrepentimiento? Por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón,
* vas almacenando cólera divina para el día del justo juicio de Dios.
V. Tan grande como su compasión es su escarmiento; cada uno recibirá según sus obras.
R. Vas almacenando cólera divina para el día del justo juicio de Dios.
Año II:
Del libro del Génesis
3, 1-24
EL PRIMER PECADO
La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había
hecho. Y dijo a la mujer:
«¿Con que Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?»
La mujer contestó a la serpiente:
«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol
que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis,
bajo pena de muerte."»
La serpiente replicó a la mujer:
«No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que, cuando comáis de él, se
os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.»
La mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable,
porque daba inteligencia; y cogió un fruto, comió, se lo alargó a su marido, y
él también
comió. Entonces, se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban
desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
Oyeron luego al Señor, que se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa, y el
hombre y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios, entre los árboles
del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo:
«¿Dónde estás?»
Éste contestó:
«Te oí andar por el jardín, y tuve miedo, porque estoy desnudo. Por eso me escondí.»
El Señor Dios le replicó:
«Y ¿quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te
prohibí comer?»
Respondió el hombre:
«La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y comí.»
Dijo, pues, el Señor Dios a la mujer:
«¿Por qué lo has hecho?»
Y contestó la mujer:
«La serpiente me sedujo, y comí.»
Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los
animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días
de tu vida. Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él
herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón.»
A la mujer le dijo:
«Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con trabajo darás a luz a
tus hijos. Pero tu deseo te impulsará hacia tu marido, y él te dominará.»
Al hombre le dijo:
«Por haber accedido a la voz de tu mujer, comiendo del árbol del que yo te había
prohibido comer, maldito el suelo por tu culpa: con fatiga sacarás de él el
alimento todos los días de tu vida. Brotará para ti cardos y espinas, y comerás
las hierbas del campo. Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas
al suelo, pues de él fuiste tomado, porque eres polvo y al polvo volverás.»
El hombre llamó «Eva» a su mujer, por ser ella la madre de todos los vivientes.
El Señor Dios hizo pellizas para el hombre y su mujer, y se las vistió. Y el Señor Dios dijo:
«Mirad, el hombre es ya como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del
mal. No vaya a echarle mano al árbol de la vida, coja de él, coma y viva para
siempre.»
Y el Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de
donde lo había sacado. Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a
los querubines y la espada llameante que se agitaba, para cerrar el camino del
árbol de la vida.
Responsorio Rm 5, 12. 20. 21
R. Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte.
* Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
V. Así como reinó el pecado produciendo la muerte, así también reine la gracia dándonos vida eterna.
R. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 4, 6, 3. 5. 6. 7: SC 100, 442. 446. 448-454)
EL PADRE ES CONOCIDO POR LA MANIFESTACIÓN DEL HIJO
Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela
el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del. Padre. El Hijo es quien
cumple este beneplácito del Padre; el Padre, en efecto, envía, mientras que el
Hijo es enviado y viene. Y el Padre, aunque invisible e inconmensurable por lo
que a nosotros respecta, es conocido por su Verbo, y, aunque inexplicable, el
mismo Verbo nos lo ha expresado. Recíprocamente, sólo el Padre conoce a su
Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y por esto el Hijo nos revela el
conocimiento del Padre por la manifestación de sí mismo, ya que el Padre es
conocido por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.
Para esto el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de él,
y para que todos los que creyesen en él mereciesen ser recibidos en la incorrupción
y en el lugar del eterno consuelo (porque creer en él es hacer su voluntad).
Ya por el mismo hecho de la creación el Verbo revela a Dios creador, por el
hecho de la existencia del mundo al Señor que lo ha fabricado, por la materia
modelada al artífice que la ha modelado y a través del Hijo al Padre que lo ha
engendrado; sobre esto hablan todos de manera semejante, pero no todos creen de
manera semejante. También el Verbo se anunciaba a sí mismo y al Padre a través
de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo oyó de manera semejante, pero
no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se mostró a sí mismo, hecho
visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos creyeron por igual
en él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues la
realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en
la que veían al Padre era el Hijo.
El Hijo, pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a perfección todas las
cosas desde el principio hasta el fin, y sin él nadie puede conocer a Dios. El
conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del
Padre y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido decía el Señor: Nadie
conoce al Hijo sino el Padre, como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiere revelar. Las palabras se lo quiere revelar no tienen
sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre
al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo
tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el
comienzo en la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere
el Padre. Y por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un
solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también
una sola salvación para todos los que creen en él.
Responsorio Jn 1, 18; Mt 11, 27
R. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
V. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
R. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
Oración
Señor, atiende benignamente las súplicas de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad
y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.