MIÉRCOLES II
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 6, 1-11
ESTÁIS MUERTOS AL PECADO, PERO VIVÍS PARA DIOS EN CRISTO JESÚS
Hermanos: ¿Qué concluiremos de todo esto? ¿Continuaremos en pecado para que
abunde la gracia? ¡De ninguna manera! Una vez que hemos muerto al pecado, ¿cómo
continuar viviendo en él? Cuantos en el bautismo fuimos sumergidos en Cristo
Jesús fuimos sumergidos en su muerte.
Por nuestro bautismo fuimos, pues, sepultados con él, para participar de su
muerte; para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Pues, si hemos
sido injertados vitalmente en Cristo por la imagen de su muerte, también lo
estaremos por la imagen de su resurrección.
Ya sabemos que nuestra antigua condición humana fue crucificada con Cristo, a
fin de que la solidaridad general con el pecado fuese destruida y dejásemos de
ser esclavos del pecado, pues el que muere queda libre de pecado.
Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos
con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado,
de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también
considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en
unión con Cristo Jesús.
Responsorio Rm 6, 4; Ga 3, 27
R. Por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, para participar de su muerte;
* para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
V. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo.
R. Para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
Año II:
Del libro del Génesis 14, 1-24
MELQUISEDEC BENDICE A ABRAM, QUE VUELVE VICTORIOSO
En aquellos días, siendo Amrafel rey de Senaar, Arioc rey de Elasar,
Codorlahomer rey de Elam y Tidgal rey de Pueblos, declararon la guerra a Bera,
rey de Sodoma, Birsa, rey de Gomorra; Sinab, rey de Adama, Semeber, rey de
Seboín y al rey de Bela (o Soar). Éstos se reunieron en Val Sidín (hoy el mar
Muerto). Durante doce años habían sido vasallos de Codorlahomer, al décimo
tercero se rebelaron; el año décimo cuarto vino Codorlahomer con sus reyes
aliados y fue derrotando a los refaitas en Astarot Carnín, a los zuzeos en Ham,
a los emeos en Sabe Quiriataín y a los hurritas en los montes de Seir, junto a
El Parán, al margen del desierto.
Después, volvieron y entraron por Fuente del Juicio (que hoy se llama Cadés) y
sometieron el territorio amalecita y también a los amorreos, que habitaban en
Palma de Hazazón. Entonces, hicieron una expedición los reyes de Sodoma,
Gomorra, Adama, Seboín y Bela (o Soar), y presentaron batalla en Val Sidín a
Codorlahomer, rey de Elam, Tidgal, rey de Pueblos, Amrafel, rey de Senaar,
Arioc, rey de Elasar: cinco reyes contra cuatro. Val Sidín está lleno de pozos
de asfalto, y los reyes de Sodoma y Gomorra cayeron en ellos al huir, mientras
que los otros escapaban a los montes. Los vencedores saquearon las posesiones de
Sodoma y Gomorra, con todas las provisiones, y se fueron; al marcharse, se
llevaron también a Lot, sobrino de Abram, con sus posesiones, pues Lot habitaba
en Sodoma.
Un fugitivo vino y se lo contó a Abram, el hebreo, que estaba acampando junto a
las encinas de Mambré, el amorreo, pariente de Escol y Anar, aliados de Abram.
Cuando Abram oyó que su sobrino había caído prisionero, reunió a los esclavos
nacidos en su casa, trescientos diez y ocho, y los fue persiguiendo hasta Dan;
con su tropa cayó sobre ellos de noche y los persiguió hasta Hoba, al norte de
Damasco; recuperó todas las posesiones y se trajo también a Lot, con sus
posesiones, las mujeres y la tropa.
Cuando Abram volvía después de derrotar a Codorlahomer y los reyes aliados, el
rey de Sodoma salió a su encuentro en el valle de Savé, que es Valderrey.
Entonces, Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, presentó pan y
vino. Y bendijo a Abram, diciendo:
«Bendito sea Abram por el Dios Altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea
el Dios Altísimo, que te ha entregado tus enemigos.»
Y Abram le dio un décimo de cada cosa.
El rey de Sodoma dijo a Abram:
«Dame la gente, quédate con las posesiones.»
Pero Abram replicó:
«Juro por el Señor Dios Altísimo, creador de cielo y tierra, que no aceptaré un
hilo ni una correa de sandalia ni nada de lo que te pertenece; para que no
digas: "Yo he enriquecido a Abram." Sólo acepto lo que han comido mis muchachos,
y la parte de los que me acompañaron, Aner, Escol y Mambré; que ellos se lleven
su parte.»
Responsorio Hb 5, 5. 6; 7, 20. 21
R. Cristo no se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino que la recibió de aquel que le dijo:
* «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
V. Los sacerdotes de la antigua ley fueron constituidos sin juramento, pero Jesús
fue constituido con juramento, pronunciado por aquel que le dijo:
R. «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución dogmática Lumen géntium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 2. 16)
YO SALVARÉ A MI PUEBLO
El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su
bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la participación
de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, sino que les
otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación, en atención a Cristo
redentor,
que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda
creatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los
que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera
el primogénito de muchos hermanos.
Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue ya
prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la historia
del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, fue constituida en los últimos
tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará
gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres,
todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último
elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal.
Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio están
ordenados al pueblo de Dios por varios motivos.
Y en primer lugar aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas
y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a
causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.
Pero el designio de salvación abarca también a toaos los que reconocen al
Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando
profesar la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso,
que ha de juzgar a los hombres en el último día. Este mismo Dios tampoco está
lejos de aquellos
otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que es el
Señor quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador
quiere que todos los hombres se salven.
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de Cristo pero
buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en
cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de la
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no
niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su
parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se esfuerzan,
con la gracia divina, en conseguir una vida recta.
La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres
es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo
hombre para que al fin tenga la vida.
Responsorio Cf. Ef 1, 9-10; Col 1, 19-20
R. Dios había proyectado que, cuando llegase el momento culminante, todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
* las del cielo y las de la tierra.
V. En él quiso Dios que residiera toda plenitud, y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas.
R. Las del cielo y las de la tierra.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha
paternalmente las súplicas de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida
transcurran en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.