MIÉRCOLES VII

PRIMERA LECTURA

Año I:


De la primera carta a los Corintios     12, 1-11

HAY DIVERSIDAD DE DONES, PERO UN MISMO ESPÍRITU


    No quisiera, hermanos, que ignoraseis lo referente a los carismas. Sabéis que, cuando erais gentiles, os dejabais arrebatar a los pies de los ídolos mudos, como si fueseis arrastrados por ellos. Por eso, os hago saber: así como nadie, hablando bajo la inspiración de Dios, puede decir: «Anatema sea Jesús», tampoco nadie puede decir: «Jesús es el Señor», sino bajo la inspiración del Espíritu Santo.
    Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
    En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y, así, uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar; a otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano; a otro, el don de interpretarlo.
    El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

Responsorio     Ef 4, 7; lCo 12, 11. 4

R.
A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia a la medida del don de Cristo; el mismo y único Espíritu obra todo esto, * él reparte a cada uno en particular como le parece.
V. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu.
R. Él reparte a cada uno en particular como le parece.


Año II:

De la segunda carta a los Corintios     3, 7-4, 4

GLORIA DEL MINISTERIO DE LA NUEVA ALIANZA

    Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue grabada con letras en piedra, fue glorioso, y de tal modo que ni podían fijar la vista los israelitas en el rostro de Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto más glorioso no será el régimen del espíritu? Efectivamente, si hubo gloria en el régimen que lleva a la condenación, con mayor razón hay profusión de gloria en el régimen que conduce a la justificación. Y, en verdad, lo que en aquel caso fue gloria, no es tal en comparación con ésta, tan eminente y radiante. Pues si lo perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón será glorioso lo imperecedero.
    Estando, pues, en posesión de una esperanza tan grande, procedemos con toda decisión y seguridad, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor, que era perecedero. Y sus entendimientos quedaron embotados, pues, en efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El velo no se ha descorrido, pues sólo con Cristo queda removido. Y así, hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, persiste un velo tendido sobre sus corazones. Mas cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo. El Señor es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es espíritu.
    Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de este ministerio, no sentimos desfallecimiento, antes bien, renunciamos a todo encubrimiento vergonzoso del Evangelio; procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra de Dios y, dando a conocer la verdad, nos encomendamos al juicio de toda humana conciencia en la presencia de Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio queda cubierto como por un velo, queda así encubierto sólo para los que van camino de perdición, para aquellos cuyos entendimientos incrédulos cegó el dios del mundo presente, para que no vean brillar la luz del mensaje evangélico sobre la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.

Responsorio     2Co 3, 18; Flp 3, 3

R.
Todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, * nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor.
V. Nuestro culto es conforme al Espíritu de Dios y tenemos puesta nuestra gloria en Cristo Jesús.
R. Nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor.


SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo

(Sermón Caillau-Saint-Yves 2, 92: PLS 2, 441-552)

EL QUE PERMANEZCA FIRME HASTA EL FIN SE SALVARA


    Las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La sagrada Escritura, en efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad, sino que el Evangelio nos anuncia aflicciones, tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme hasta el fin se salvará. ¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya desde el primer hombre, desde que éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha liberado Cristo el Señor?
    No hay que murmurar, pues, hermanos como murmuraron algunos -son palabras del Apóstol- y perecieron mordidos por las serpientes. Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro.
    Si ya has sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si ya has sido instruido en las sagradas Escrituras, me sorprende que tengas por bueno el tiempo en que vivió Adán. Y tus padres cargaron también con el castigo merecido por Adán. Sabemos que a Adán se le dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan y trabajarás la tierra de la que fuiste sacado; brotará para ti cardos y espinas. Esto es lo que mereció, esto recibió, esto consiguió por el justo juicio de Dios. ¿Por qué piensas, pues, que los tiempos pasados fueron mejores que los tuyos? Desde el primer Adán hasta el de hoy, fatiga y sudor, cardos y espinas. ¿Acaso ha caído sobre nosotros el diluvio? ¿O aquellos tiempos difíciles de hambre y de guerras, de los cuales se escribió precisamente para que no murmuremos del tiempo presente contra Dios?
    ¡Cuáles fueron aquellos tiempos! ¿No es verdad que todos, al leer sobre ellos, nos horrorizamos? Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es congratularnos de él.

Responsorio     Sal 76, 6-7. 3. cf. 11. cf. 10

R.
Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche medito en mi interior. * Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia de mí.»
V. En mi angustia te busco, Señor; de noche extiendo hacia ti mis manos sin descanso.
R. Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia de mí.»


Oración

Concédenos, Dios todopoderoso, que la constante meditación de tu doctrina nos impulse a hablar y a actuar siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.