MIÉRCOLES VIII
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la primera carta a los Corintios 15, 35-58
LA RESURRECCIÓN EN EL ÚLTIMO DÍA
Hermanos: Dirá alguno: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a
la vida?» ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras
no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o
alguna otra semilla. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un
cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sito que una es la carne de los
hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay
cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos
celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro
el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en
resplandor.
Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita
incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita
fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si
hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como
dice la Escritura: «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo.» El último
Adán, en espíritu que da vida. El espíritu no fue lo primero: primero vino la
vida y después el espíritu.
El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. Pues
igual que el terreno son los
hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales.
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre
celestial. Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el
reino de los cielos, ni la corrupción hereda la incorrupción.
Os voy a declarar un misterio: No todos moriremos, pero todos nos veremos
transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la
última trompeta; porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles y
nosotros nos veremos transformados. Porque esto corruptible tiene que vestirse
de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. Cuando esto
corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la
victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» El
aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos
gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
En conclusión, amados hermanos, manteneos firmes, inconmovibles en la fe,
haciendo siempre progresos en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo y
fatiga no son vanos a los ojos del Señor.
Responsorio Dn 12, 2; 1Co 15, 52
R. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán,
* unos para la vida eterna, otros para el horror eterno.
V. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos despertarán incorruptibles.
R. Unos para la vida eterna, otros para el horror eterno.
Año II:
De la segunda carta a los Corintios 10, 1-11, 6
APOLOGÍA DEL APÓSTOL
Hermanos: Yo mismo, Pablo, en persona, os suplico por la mansedumbre y bondad de
Cristo; yo, que «cara
a cara soy humilde con vosotros, pero estando ausente soy tan osado»; yo os lo
suplico: no me obliguéis a que, cuando esté entre vosotros, actúe con la osadía
con que pienso intervenir resueltamente contra algunos, los cuales se figuran
que procedemos con miras humanas e interesadas. Aunque vivimos en la carne, no
combatimos según la vida de la carne. Las armas de nuestro combate no son armas
de fragilidad humana, sino de potencia divina, capaces de arrasar fortalezas.
Vamos desbaratando ardides y demoliendo toda altanería que se yergue contra la
ciencia de Dios; vamos sometiendo todo entendimiento a la obediencia de Cristo,
y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia, una vez que hayamos
completado vuestra sumisión.
Rendíos a la evidencia. Si alguno está convencido que es de Cristo, piense
también en esto: que lo mismo que él es de Cristo, lo somos también nosotros. Y,
aunque yo me haya excedido algo en gloriarme del pleno poder que el Señor nos
dio para edificación vuestra, no para destrucción, no me voy a arrepentir de
ello; así no parecerá que lo que busco es amedrentaros con mis cartas. Porque
algunos dicen: «Las cartas son duras y fuertes, pero él es de poca presencia y
un pobre orador.» Piensen esos individuos que tal como somos de palabra en
nuestras cartas lo seremos también de obra cuando nos presentemos ahí.
Ciertamente que nosotros no tenemos el atrevimiento de igualarnos ni de
compararnos con ésos que proclaman tan alto sus propios méritos, pues en verdad
que, al medirse a sí mismos y compararse consigo mismos, obran como unos necios.
Nosotros, en cambio, no vamos a gloriarnos desmedidamente, sino según la medida
que Dios mismo nos asignó, la cual se extiende incluso hasta vosotros. Y así, no
estamos extendiéndonos más allá de nuestros límites, como sería el caso si no
hubiéramos llegado hasta vosotros. En realidad, fuimos los primeros en llegar a
Corinto en la predicación del Evangelio de Jesucristo. Así pues, al decir esto,
no estamos gloriándonos indebidamente, a costa de frutos producidos por trabajos
ajenos; y no sólo eso, sino que aun tenemos la esperanza de que, según vaya
creciendo vuestra fe, acrecentaremos más nuestra medida entre vosotros, hasta
extender el Evangelio en regiones que están más allá de las vuestras, en lugar
de venir a gloriarnos de los trabajos ya realizados en campo ajeno.
El que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque no queda acreditado como
bueno aquel que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba.
Ojalá que ahora tuvieseis un poco de paciencia para soportar mis desatinos.
¡Aguantadme, por favor! Sabed que estoy celoso de vosotros, pero con los mismos
celos de Dios. Yo he hecho lo posible por desposaros con un solo Esposo, y por
llevaros a Cristo con la pureza propia de una doncella inocente.
Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, pervierta
también vuestras mentes, apartándolas de la sinceridad con Cristo. Porque si
viene alguno y os predica otro Cristo distinto del que os hemos predicado, o
hace que recibáis un espíritu diverso del que habéis recibido, o un evangelio
diferente del que habéis abrazado, lo aceptáis de buena gana. Con todo, creo que
en nada soy inferior a esos «superapóstoles», pues si carezco de elocuencia, no
carezco de la ciencia de Dios; que en todo y bajo todos los aspectos lo hemos
demostrado ante vosotros.
Responsorio 2Co 10, 3-4; Ef 6, 16. 17
R. Aunque vivimos en la carne, no combatimos según la vida de la carne,
* pues las armas de nuestro combate no son las propias de esta vida carnal.
V. Embrazad el escudo de la fe y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios.
R. Pues las armas de nuestro combate no son las propias de esta vida carnal.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre los misterios.
(Núms. 19-21. 24. 26-28: SC 25 bis, 164-170)
EL AGUA NO PURIFICA SIN LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo que ves, para que no seas
tú también de éstos que dicen: «¿Éste es aquel gran misterio que ni el ojo vio,
ni el oído oyó, -ni vino a la mente del hombre? Veo la misma agua de siempre,
¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he
sumergido sin haber quedado nunca puro?» De ahí has de deducir que el agua no
purifica sin la acción del Espíritu.
Por esto has leído que en el bautismo los tres testigos se reducen a uno solo:
el agua, la sangre y el Espíritu, porque si prescindes de uno de ellos ya no hay
sacramento del bautismo. ¿Qué es, en efecto, el agua sin la cruz de Cristo, sino
un elemento común, sin ninguna eficacia sacramental? Pero tampoco hay misterio
de regeneración sin el agua, porque el que no nazca de agua y de Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios. También el catecúmeno cree en la cruz del
Señor Jesús, con la que ha sido marcado, pero si no fuere bautizado en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir el perdón de los
pecados ni el don de la gracia espiritual. Por eso el sirio Naamán, en la ley
antigua, se bañó siete veces, pero tú has sido bautizado en el nombre de la
Trinidad. Has profesado -no lo olvides- tu fe en el Padre, en el Hijo, en el
Espíritu Santo. Vive conforme a lo que has hecho. Por esta fe has muerto para el
mundo y has resucitado para Dios y, al ser como sepultado en aquel elemento del
mundo, has muerto al pecado y has sido resucitado a la vida eterna. Cree, por
tanto, en la eficacia de estas aguas.
Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina Probática) esperaba un hombre que
lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús nacido de una virgen, a cuya
venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno por uno, sino la
realidad la que había de salvar a todos? Él era, pues, al que esperaban que
bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: Sobre quien veas
descender el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu
Santo. Y Juan dio testimonio de él diciendo: Vi al Espíritu bajar del cielo como
una paloma y posarse sobre él. Y si el Espíritu descendió como paloma fue para
que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el
arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento.
¿Te queda aún lugar a duda? Recuerda cómo en el Evangelio el Padre te proclama
con toda claridad: Éste es mi Hijo, en quien tengo mis complacencias, cómo
proclama lo mismo el Hijo, sobre el cual se mostró el Espíritu Santo como una
paloma, cómo lo proclama el Espíritu Santo, que descendió como una paloma, cómo
lo proclama el salmista: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria
hace oír su trueno, el Señor sobre las aguas torrenciales, cómo la Escritura te
atestigua que, a ruegos de Yerubbaal, bajó fuego del cielo, y cómo también, por
la oración de Elías, fue enviado un fuego que consagró el sacrificio. En los
sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Y si
quieres atender a los méritos, considéralos como a Elías, considera también en
ellos los méritos de Pedro y Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos
recibieron del Señor Jesús. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen;
en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una
figura, para nosotros, una advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor
Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos
o tres están reunidos, allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar
presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.
Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el
Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. No significa esto que creas en uno que
es el más grande, en otro que es menor, en otro que es el último, sino que el
mismo tenor de tu profesión de fe te induce a que creas en el Hijo igual que en
el Padre, en el Espíritu igual que en el Hijo, con la sola excepción de que
profesas que tu fe en la cruz se refiere únicamente a la persona del Señor
Jesús.
Responsorio Mt 3, 11; Is 1, 16. 17. 18
R. El que viene después de mí es más poderoso que yo; yo no soy digno ni siquiera de llevarle las sandalias.
* El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
V. «Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien», dice el Señor.
R. Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Oración
Dirige, Señor, la marcha del mundo, según tu voluntad, por los caminos de la paz,
y que tu Iglesia se regocije con la alegría de tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.