MIÉRCOLES XI

PRIMERA LECTURA

Año I:


Del libro de los Jueces     6, 1-6. 11-24a

VOCACIÓN DE GEDEÓN


    En aquellos días, los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor, y el Señor los entregó durante siete años en manos de Madián, y la mano de Madián pesó sobre Israel. Para escapar de Madián, los israelitas utilizaron las hendiduras de las montañas, las cuevas y las cumbres escarpadas. Cuando sembraba Israel, venía Madián con Amalec y los hijos del oriente, subían contra Israel y acampaban en sus tierras hasta la entrada de Gaza. No dejaban víveres en Israel, ni ovejas ni bueyes ni asnos, porque subían numerosos como langostas, con sus ganados y sus tiendas. Ellos y sus camellos eran innumerables e invadían el país para saquearlo. Así Madián redujo a Israel a una gran miseria y los israelitas clamaron al Señor.
    Vino el ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba trillando el trigo en el lagar para ocultárselo a Madián, cuando el ángel del Señor se le apareció y le dijo:
    «El Señor está contigo, valiente guerrero.»
    Gedeón contestó:
    «Perdón, señor mío. Si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando dicen: "Acaso no nos sacó el Señor de Egipto"? Pero ahora el Señor nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián.»
    Entonces el Señor se volvió hacia él y le dijo:
    «Ve con esa fuerza que tienes, y salvarás a Israel del poder de Madián. ¿No soy yo acaso el que te envía?»
    Le respondió Gedeón:
    «Perdón, señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre.»
    El Señor le respondió:
    «Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como si fuera un solo hombre.»
    Gedeón le dijo:
    «Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú el que me hablas. No te marches de aquí, por favor, hasta que yo vuelva. Te traeré mi ofrenda y la pondré delante de ti.»
    Él respondió:
    «Me quedaré hasta que vuelvas.»
Gedeón se fue, preparó un cabrito y, con una medida de harina, hizo unas tortas ázimas; puso la carne en un canastillo y el caldo en una olla y los llevó bajo el terebinto. Cuando se acercaba, le dijo el ángel del Señor:
    «Toma la carne y las tortas ázimas, ponlas sobre esa roca y vierte el caldo.»
    Gedeón lo hizo así. Entonces el ángel del Señor extendió la punta del bastón que tenía en su mano y tocó la carne y las tortas ázimas. Salió fuego de la roca, consumió la carne y las tortas, y el ángel del Señor desapareció de su vista. Entonces Gedeón se dio cuenta de que era el ángel del Señor y exclamó:
    «¡Ah, mi señor, el Señor! ¡He visto cara a cara al ángel del Señor!»
    El Señor le respondió:
    «La paz sea contigo. No temas, no morirás.»
    Gedeón levantó en aquel lugar un altar al Señor y lo llamó «el Señor es la paz».

Responsorio     Is 45, 3-4; Jc 6, 14; cf. Is 45, 6

R.
Yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel. * Ve con esa fuerza que tienes, y salvarás a Israel.
V. Para que sepan todos que yo soy el Señor y no hay otro.
R. Ve con esa fuerza que tienes, y salvarás a Israel.


Año II:

Comienza el libro del profeta Ageo     1, 1-2, 10

EXHORTACIÓN A LA RECONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO GLORIA DEL TEMPLO FUTURO


    El año segundo del rey Darío, el día primero del sexto mes, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, gobernador de Judá e hijo de Salatiel, y a Josué, sumo sacerdote e hijo de Josadac:
    «Así dice el Señor: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo." ¿De modo que para vosotros sí es tiempo de vivir en casas artesonadas mientras el templo está en ruinas?
    Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos- meditad vuestra situación: Sembrasteis mucho y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota.
    Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: Subid al monte, traed madera, construid el templo; yo lo aceptaré gustoso y mostraré en él mi gloria -dice el Señor-. Emprendisteis mucho y resultó poco, metisteis en casa y lo aventé; ¿por qué? -dice el Señor de los ejércitos-. A causa de mi templo que está en ruinas, mientras cada cual disfruta de su casa. Por eso el cielo os rehúsa el rocío, la tierra os rehúsa los frutos; envié una sequía sobre la tierra y los montes, sobre trigo, vino y aceite, sobre las cosechas del campo, sobre hombres y ganados, sobre el trabajo de las manos.»
    Lo escucharon Zorobabel,o hijo de Salatiel, y Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo escuchó la voz del Señor y las palabras del profeta Ageo, enviado a ellos por el Señor su Dios; y el pueblo temió al Señor. Y dijo Ageo, mensajero del Señor, en virtud del mensaje del Señor, al pueblo:
    «Yo estoy con vosotros -oráculo del Señor-.»
    El Señor movió el ánimo de Zorobabel, hijo de Salatiel y gobernador de Judá, y el ánimo de Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y el del resto del pueblo; vinieron, pues, y emprendieron el trabajo del templo del Señor de los ejércitos, su Dios, el día veinticuatro del sexto mes del año segundo del reinado de Darío.
    El día veintiuno del séptimo mes vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo:
    «Di a Zorobabel, hijo de Salatiel y gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y al resto del pueblo: "¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como nada ante vuestros ojos?
    Mas ahora, ¡ten ánimo, Zorobabel! -oráculo del Señor-; ¡ánimo, Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote!; ¡ánimo, pueblo entero! -oráculo del Señor-; a la obra: que yo estoy con vosotros -oráculo del Señor de los ejércitos-. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis.
    Así dice el Señor: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes; pondré en movimiento los pueblos, vendrán las riquezas de todo el mundo y llenaré de gloria este templo -dice el Señor de los ejércitos-. Mía es la plata y mío es el oro -dice el Señor de los ejércitos-. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero y en este sitio daré la paz -oráculo del Señor de los ejércitos."»

Responsorio     Ag 1, 8; Is 56, 7

R.
Subid al monte y construid el templo, * y yo lo aceptaré gustoso -dice el Señor-.
V. Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
R. Y yo lo aceptaré gustoso -dice el Señor-.


SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.

(Cap. 13-15: CSEL 3, 275-278)

VENGA TU REINO, HÁGASE TU VOLUNTAD


    Prosigue la oración que comentamos: Venga tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo.
    También podemos entender, hermanos muy amados, este reino de Dios, cuya venida deseamos cada día, en el sentido de la misma persona de Cristo, cuyo próximo advenimiento es también objeto de nuestros deseos. Él es la resurrección, ya que en él resucitaremos, y por esto podemos identificar el reino de Dios con su persona, ya que en él hemos de reinar. Con razón, pues, pedimos el reino de Dios, esto es, el reino celestial, porque existe también un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo está por encima de los honores y del reino de este mundo.
    Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divina. Además, el Señor, dando pruebas de la debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que pase este cáliz sin que yo lo beba, y, para dar ejemplo a sus discípulos de que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya.
    La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos la confianza con que luchamos y en la muerte la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.

Responsorio     Mt 7, 21; Mc 3, 35

R.
El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, * ése entrará en el reino de los cielos.
V. El que hace la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre.
R. Ése entrará en el reino de los cielos.


Oración

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha, nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.