MIÉRCOLES XIII

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del primer libro de Samuel     11, 1-15

SAÚL VENCE A LOS AMONITAS Y ES ACLAMADO REY POR EL PUEBLO


    En aquellos días, el amonita Najás hizo una incursión y acampó ante Yabés de Galaad. Los de Yabés le pidieron:
    «Haz un pacto con nosotros, y seremos tus vasallos.» Pero Najás les dijo:
    «Pactaré con vosotros a condición de sacaros el ojo derecho. Así afrentaré a todo Israel.»
    Los ancianos de Yabés le pidieron:
    «Danos siete días para que podamos mandar emisarios por todo el territorio de Israel. Si no hay quien nos salve, nos rendiremos.»
    Los mensajeros llegaron a Loma de Saúl, comunicaron la noticia al pueblo, y todos se echaron a llorar a gritos.
    Pero, he aquí que llegaba Saúl del campo, tras los bueyes, y preguntó:
    «¿Qué le pasa a la gente, que está llorando?»
    Le contaron la noticia que habían traído los de Yabés y, al oírlo Saúl, lo invadió el espíritu de Dios; enfurecido, cogió la pareja de bueyes, los descuartizó y los repartió por todo Israel, aprovechando a los emisarios, con este pregón:
    «Así acabará el ganado del que no vaya a la guerra con Saúl y Samuel.»
    El temor del Señor cayó sobre la gente, y fueron a la guerra como un solo hombre. Saúl les pasó revista en Centella: los de Israel eran trescientos mil, y treinta mil los de Judá. Y dijo a los emisarios que habían venido:
    «Decid a los de Yabés de Galaad: "Mañana, cuando caliente el sol, os llegará la salvación."»
    Los emisarios marcharon a comunicárselo a los de Yábés, que se llenaron de alegría, y dijeron a Najás:
    «Mañana nos rendiremos, y haréis de nosotros lo que mejor os parezca.»
    Al día siguiente, Saúl distribuyó la tropa en tres cuerpos; irrumpieron en el campamento enemigo al relevo de la madrugada, y estuvieron matando amonitas hasta que calentó el sol; los enemigos que quedaron vivos se dispersaron, de forma que no iban dos juntos. Entonces, el pueblo dijo a, Samuel:
    « ¡A ver, los que decían que Saúl no reinaría! ¡Entregadlos, que los haremos morir!»
    Pero Saúl dijo:
    «Hoy no ha de morir nadie, porque hoy el Señor ha salvado a Israel.»
    Y Samuel dijo a toda la gente:
    «Vamos todos a Guilgal a inaugurar allí la monarquía.»
    Todos fueron a Guilgal y coronaron allí a Saúl ante el Señor; y Saúl y los israelitas ofrecieron al Señor sacrificios de comunión y celebraron allí una gran fiesta.

Responsorio     Sal 17, 47. 48b. 51

R.
Viva el Señor, bendita sea mi roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador; * él me libró de mis enemigos.
V. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido.
R. Él me libró de mis enemigos.


Año II

Del libro del profeta Nehemías     9, 1-2. 5-21

LITURGIA PENITENCIAL. ORACIÓN DE LOS LEVITAS


    El día veinticuatro del séptimo mes, se congregaron los israelitas para ayunar, vestidos de saco y la cabeza cubierta de polvo. La raza de Israel se separó de todos los extranjeros y, puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus padres.
    Los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabneías, Serebías, Hodiyías, Sebanías y Petajías dijeron:
    «Levantaos, bendecid al Señor, nuestro Dios.
    Bendito seas, Señor, Dios nuestro, de eternidad en eternidad! ¡Y sea bendito el nombre de tu gloria que supera toda bendición y alabanza! ¡Tú, Señor, tú el único! Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su mesnada, la tierra y todo cuanto abarca, los mares y todo cuanto encierran. Todo esto tú lo animas, y la mesnada de los cielos ante ti se prosterna.
    Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abram, lo sacaste de Ur de Caldea y le diste el nombre de Abraham. Hallaste su corazón fiel ante ti, con él hiciste alianza, para darle el país del cananeo, del hitita y del amorreo, del ferezeo, del jebuseo y del guirgaseo, a él y a su posteridad. Y has mantenido tu palabra, porque eres justo.
    Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y escuchaste su clamor, junto al mar Rojo. Contra el Faraón obraste señales y prodigios, contra sus siervos y todo el pueblo de su país; pues supiste que eran altivos con ellos. ¡Te hiciste un nombre hasta el día de hoy! Tú hendiste el mar ante ellos: por medio del mar pasaron a pie enjuto. Hundiste en los abismos a sus perseguidores, como una piedra en aguas poderosas. Con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego por la noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
    Bajaste sobre el monte Sinaí, y del cielo les hablaste; les diste normas justas, leyes verdaderas, preceptos y mandamientos excelentes; les diste a conocer tu santo sábado; les ordenaste mandamientos, preceptos y ley por mano de Moisés, tu siervo. Del cielo les mandaste el pan para su hambre, para su sed hiciste brotar el agua de la roca. Y les mandaste ir a apoderarse de la tierra que tú juraste darles mano en alto.
    Altivos se volvieron nuestros padres, su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos. No quisieron oír, no recordaron los prodigios que con ellos hiciste; endurecieron la cerviz y se obstinaron en volver a Egipto y a su servidumbre. Pero tú eres el Dios de los perdones, clemente y entrañable, tardo a la cólera y rico en bondad. ¡No los desamparaste! Ni siquiera cuando se fabricaron un becerro de metal fundido y exclamaron: "¡Éste es tu dios, que te sacó de Egipto!" Grandes desprecios te hicieron.
    Tú, en tu inmensa ternura, no los abandonaste en el desierto: la columna de nube no se apartó de ellos, para guiarlos de día por la ruta; ni la columna de fuego por la -noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
    Tu espíritu bueno les diste para instruirlos, el maná no retiraste de su boca, y para su sed les diste agua. Cuarenta años los sustentaste en el desierto, y nada les faltó; ni sus vestidos se gastaron, ni se hincharon sus pies.»

Responsorio     Ne 9, 9. 11. 12. 20; 1Co 10, 1. 2

R.
Viste, Señor, la aflicción de nuestros padres en Egipto; tu hendiste el mar ante ellos, con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego por la noche. * Tu espíritu bueno les diste para instruirlos.
V. Todos atravesaron el mar y todos quedaron bautizados por la nube y el mar.
R. Tu espíritu bueno les diste para instruirlos.


SEGUNDA LECTURA

Del libro de santa Teresa de Ávila sobre el Camino de perfección.

(Cap. 30, 1-5)

VENGA TU REINO


    ¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo pedirla, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más.
    ¡Oh Sabiduría eterna! Para entre vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas os dejasteis en la suya. Mas a nosotros nos conocéis, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos (con este libre albedrío que tenemos), no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.
    Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino: Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino. Ahora mirad, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre eterno, conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se hiciese como es razón), si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, por ello lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello, y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. El gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no en tiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; más muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.

Responsorio

R.
El que sabe dar buenos dones a sus hijos nos impulsa a pedir y a buscar. * Recibiremos con más abundancia, si creemos con más confianza, y esperamos con más firmeza, y deseamos con más ardor.
V. Con frecuencia la oración se expresa mejor con gemidos que con palabras, más con el llanto que con los labios.
R. Recibiremos con más abundancia, si creemos con más confianza, y esperamos con más firmeza, y deseamos con más ardor.


Oración

Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.