MIÉRCOLES XXI
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Efesios 5, 22-33
DEBERES DE LOS ESPOSOS
Hermanos: Las mujeres deben someterse a sus maridos como si se sometieran al
Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la
Iglesia y salvador de ella, que es su cuerpo. Ahora bien, como la Iglesia está
sometida a Cristo, así también las mujeres deben someterse en todo a sus
maridos.
Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia y se
entregó a la muerte por ella para santificarla, purificándola en el baño del
agua, que va acompañado de la palabra, y para hacerla comparecer ante su
presencia toda resplandeciente, sin mancha ni defecto ni cosa parecida, sino
santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a sus
propios cuerpos. Amar a su mujer es amarse a sí mismo.
Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la cuida con
cariño. Lo mismo hace Cristo con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán
los dos una sola carne.» ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la
Iglesia. En resumen: ame cada uno a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete
a su marido.
Responsorio Gn 2, 23. 24; Ef 5, 32
R. ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer
* y serán los dos un solo ser.
V. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
R. Y serán los dos un solo ser.
Año II:
Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-20
MISIÓN DE TIMOTEO. PABLO PREDICADOR DEL EVANGELIO
Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios, nuestro Salvador, y de Cristo
Jesús, nuestra esperanza, a Timoteo, mi verdadero hijo en la fe: gracia,
misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor.
Al partir para Macedonia, te rogué que te quedaras en tu puesto en Éfeso, para
intimar a algunos a que no sigan enseñando doctrinas extrañas ni se ocupen de
leyendas y genealogías inacabables. Son éstas más a propósito para promover
inútiles discusiones que para llevar a cabo el plan divino de salvación por la
fe. El objetivo de tu exhortación no debe ser otro que promover la caridad que
proviene de un corazón sincero, de uña conciencia recta y de una fe sin
fingimiento. Algunos se han desviado de esta enseñanza v han venido a dar en
vana palabrería; pretenden ser doctores de la ley, cuando no entienden ni lo que
dicen ni lo que con tanta seguridad afirman.
Ya sabemos que la ley es buena para quien usa de ella conforme al, fin que
tiene. Es decir, sabiendo que no fue instituida para los justos, sino para los
prevaricadores y rebeldes, para impíos y pecadores, para gente sin religión y
sin piedad, para parricidas y matricidas, para asesinos, adúlteros, sodomitas,
traficantes de seres humanos, embusteros, perjuros y para todos los que se
oponen a la sana doctrina. Esta sana doctrina es conforme al mensaje evangélico
de salvación, cuyo objeto es la gloria del Dios bienaventurado, y que ha sido
encomendado a mi solicitud.
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me
confió este ministerio. Yo
primero fui blasfemo y perseguidor, e inferí ultrajes; pero fui acogido con toda
misericordia, porque obré por ignorancia en el tiempo de mi incredulidad. ¡Y en
verdad que sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, juntamente con la fe y
la caridad de Cristo Jesús!
Sentencia verdadera y digna de universal adhesión es ésta: Cristo Jesús vino
al mundo para salvar, a los pecadores. Y de entre ellos yo soy el primero. Y
si Dios me concedió su misericordia, fue para que Cristo Jesús manifestase
primeramente en mí toda su benignidad y sirviese de ejemplo a quienes habían de
creer en él para conseguir la vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal,
invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Ésta es la recomendación que yo te hago, hijo mío Timoteo, atendiendo a las
revelaciones carismáticas hechas anteriormente sobre tu persona. Armado con
ellas podrás combatir en buena lid, teniendo a tu favor la fe y la recta
conciencia. Algunos, por haber obrado en contra de ésta, naufragaron en la fe.
Entre ellos se encuentran Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado al poder
de Satanás, para que aprendan a no blasfemar.
Responsorio lTm 1, 14. 15; Rm 3,23
R. Sobreabundó la gracia de nuestro Señor, juntamente con la fe y la caridad.
* Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
V. Pues todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios.
R. Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
SEGUNDA LECTURA
De las Instrucciones de san Columbano, abad
(Instrucción 13, Sobre Cristo fuente de vida, 1-2: Opera, Dublín 1957, pp. 116-118)
EL QUE TENGA SED QUE VENGA A MÍ, Y QUE BEBA
Escuchad, amados hermanos, mis palabras; escuchadlas bien, como si se tratara de algo
que os es muy necesario; saciad vuestra sed con el agua de la fuente divina de la que
os voy a hablar; desead este agua y no dejéis que vuestra sed se extinga; bebed y no
os creáis nunca saciados; nos está llamando el que es fuente viva, el que es la fuente
misma de la vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí, y que beba.
Entended bien de qué bebida se trata: escuchad lo que, por medio de Jeremías,
os dice aquel que es la misma fuente: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas
-oráculo del Señor-. El mismo Señor, nuestro Dios Jesucristo, es la fuente de la vida,
por ello nos invita a sí como a una fuente para que bebamos de él. Bebe de él quien lo
ama, bebe de él quien se alimenta con su palabra, quien lo ama debidamente, quien
sinceramente lo desea, bebe de él quien se inflama en el amor de la sabiduría.
Considerad de dónde brota esta fuente: brota de aquel mismo lugar de donde
descendió nuestro pan; porque uno mismo es nuestro pan y nuestra fuente, el Hijo
único, nuestro Dios, Cristo el Señor, de quien debemos estar siempre
hambrientos. Aunque nos alimentemos de él por el amor, aunque lo devoremos por
el deseo, continuemos hambrientos deseándolo. Bebamos de él como si se tratara
de una fuente, bebámoslo con un amor que nos parezca siempre susceptible de
aumento, bebámoslo con toda la fuerza de nuestros deseos y deleitémonos con la
suavidad de su dulzura.
Pues el Señor es suave y es dulce; aunque lo hayamos comido y lo hayamos bebido,
no dejemos de estar hambrientos y sedientos de él, pues este manjar jamás es
totalmente comido, ni esta bebida jamás es agotada; aunque se le coma, jamás se
consume; aunque se le beba, jamás se le agota, porque nuestro manjar es eterno y
nuestra fuente perenne y siempre deliciosa. Por eso
dice el profeta: Los que estáis sedientos, venid a la fuente, pues esta fuente
es la fuente de los sedientos, no la de los que se sienten
saturados; por ello, a aquellos que tienen hambre -que son aquellos mismos a
quienes en otro lugar proclaman dichosos- los llama a sí y convoca a aquellos
que nunca han quedado saciados de beber, sino que cuanto más beben, más
sedientos se sienten.
Por eso, hermanos, hemos de desear siempre, hemos de buscar y amar siempre a
aquel que es la Palabra de Dios, fuente de sabiduría, que tiene su asiento en
las alturas, en quien, como dice el Apóstol, están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia y que no cesa de llamar a los que están sedientos
de esta bebida.
Si estás sediento, bebe de esta fuente de vida; si tienes hambre; come de este
pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente;
estos hambrientos y sedientos, por mucho que coman y beban, siempre buscan
saciar aún más plenamente su hambre y su sed. Sin duda debe ser muy dulce aquel
manjar - y aquella bebida que por mucho que se coma y que se beba continúa aún
deseándose y cuyo gusto no cesa de excitar el hambre y la sed. Por ello dice el
profeta rey:
Gustad y ved qué dulce, qué bueno es el Señor.
Responsorio Jn 7, 37-38
R. Jesús, puesto en pie, clamaba en alta voz:
* «El que tenga sed que venga a mí, y que beba el que crea en mí.»
V. Brotarán de su seno torrentes de agua viva.
R. El que tenga sed que venga a mí, y que beba el que crea en mí.
Oración
Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman,
impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en
medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados
nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.