MIÉRCOLES XXII

PRIMERA LECTURA

Año I:


Del libro del profeta Amós     3, 1-15

VISITA DEL SEÑOR A SAMARÍA Y BETEL


    Escuchad, israelitas, esta palabra que dice el Señor a todas las tribus que saqué de Egipto:
    «A vosotros solos os escogí entre todas las familias de la tierra; por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados.»
    ¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa? ¿Grita el cachorro en la guarida sin haber cazado? ¿Cae el pájaro al suelo si no hay una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado? ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor? No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor, ¿quién no profetizará?
    Pregonad en los palacios de Asdod, decid en los palacios de Egipto: «Reuníos contra los montes de Samaría, contemplad el tráfago en medio de ella, las opresiones en su recinto.» No supieron obrar rectamente -oráculo del Señor-, atesoraban violencias y crímenes en sus palacios. Por eso, así dice el Señor: «El enemigo asedia el país, derriba tu fortaleza, saquea tus palacios.»
    Así dice el Señor: «Como salva el pastor de la boca del león un par de patas o un trozo de oreja, así se salvarán en ese día los hijos de Israel que habitan en Samaría, con el borde de una litera y un cobertor de Damasco. Escuchad, testimoniad contra la casa de Jacob -oráculo del Señor, Dios de los ejércitos-. El día en que tome cuentas a Israel por sus pecados, le pediré cuentas por los altares de Betel: los salientes del altar serán arrancados y caerán por tierra; derribaré la casa de invierno y la casa de verano, se arruinarán las arcas de marfil, desaparecerán los grandes palacios.» -Oráculo del Señor-.

Responsorio     Am 3, 2; Mt 23, 31-32

R.
A vosotros solos os escogí entre todas las familias de la tierra; * por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados.
V. Sois hijos de los asesinos de los profetas; a vosotros, pues, toca colmar la medida de vuestros antepasados.
R.Por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados.


Año II:

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo     1, 1-18

PABLO EXHORTA A TIMOTEO AL CUMPLIMIENTO DE SU MISIÓN


    Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, para anunciar la vida prometida, vida que tenemos en Cristo Jesús, a Timoteo, mi amado hijo: Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor.
    Doy gracias a Dios, a quien sirvo desde mi niñez con pureza de conciencia, siempre que en mis oraciones hago memoria de ti, día y noche, sin cesar. Al acordarme de tus lágrimas, tengo vivos deseos de verte, para llenarme de gozo con la memoria de tu sinceridad en la fe. Esta fe arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y ahora también brilla en ti, como de ello estoy convencido.
    Por este motivo, quiero recordarte que has de dar nueva vida al don de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de dominio de sí mismo. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy encadenado por él. Comparte valientemente conmigo los sufrimientos por la causa del Evangelio, apoyado en el poder de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con santa llamada, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y su gracia, que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos. Esta gracia se nos otorgó en Cristo Jesús antes de la creación de los siglos y se ha manifestado ahora con la aparición de nuestro salvador, Cristo Jesús. Él ha aniquilado la muerte, y ha hecho brillar la vida y la inmortalidad por el Evangelio, cuyo predicador, apóstol y doctor, me ha constituido Dios.
    Por esta causa sufro también estas cadenas; pero no me avergüenzo, porque sé en quién he puesto mi fe, y estoy seguro que tiene poder para guardar hasta aquel día el depósito de la fe, que me ha confiado. Toma como norma de la sana doctrina que de mis labios recibiste la fe y la caridad que están en Cristo Jesús. Conserva el precioso depósito de la fe, bajo la acción del Espíritu Santo que mora en nosotros.
    Ya sabrás que me han abandonado todos los del Asia Menor, entre ellos Figelo y Hermógenes. Conceda el Señor misericordia a la familia de Onesíforo, que tantas veces me confortó y no se avergonzó de mis cadenas, sino que a su llegada a Roma me buscó con toda solicitud hasta encontrarme. El Señor le conceda hallar misericordia en aquel día, cerca del Señor. Ya conoces tú mejor que nadie los buenos servicios que me prestó en Éfeso.

Responsorio     Rm 8, 15-16; 2Tm 1, 7

R.
No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). * El Espíritu de Dios y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios.
V. No nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de dominio de sí mismo.
R. El Espíritu de Dios y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios.


SEGUNDA LECTURA

Del Comentario de Orígenes, presbítero, sobre el evangelio de san Juan

(Tomo 10, 20: PG 14, 370-371)

CRISTO SE REFERÍA AL TEMPLO DE SU PROPIO CUERPO


    Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días. Creo que en esta frase los judíos representan a los hombres carnales, entregados a la vida de los sentidos. Indignados al ver que Jesús había arrojado a los que con sus actos convertían la casa del Padre en lugar de negocios, pedían al Hijo de Dios, a quien ellos no reconocían, un signo con el que probara su autoridad para obrar de esta forma. El Salvador les dio entonces una respuesta en la que se refería tanto a su cuerpo como al templo sobre el que ellos preguntaban. En efecto, al decir ellos: ¿Qué señal nos das que justifique lo que haces?, Jesús responde: Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días.
    Según mi parecer, tanto el templo como el cuerpo de Cristo pueden llamarse, con toda verdad, figura de la Iglesia, pues la Iglesia, construida de piedras vivas, edificada como templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cimentada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y teniendo al mismo Cristo Jesús como piedra angular, puede llamarse templo con toda razón. Por ello la Escritura afirma de los fieles: Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sois miembros unos de otros. Por tanto, aunque el buen orden de las diversas piedras viniera a derribarse, aunque los huesos de Cristo fueran dispersados por las embestidas de la persecución, o los tormentos con que nos amenazan los perseguidores pretendieran destruir la unidad de este templo, el templo sería nuevamente reconstruido y el cuerpo resucitaría al tercer día, es decir, pasado el día del mal que se avecina y el de la consumación que lo seguirá.
    Porque llegará ciertamente un tercer día y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues de la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues, como Pablo: Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por él el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Por ello de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.

Responsorio     1Co 6, 19-20; Lv 11, 43. 44

R.
Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros; por tanto, no os pertenecéis a vosotros mismos, pues habéis sido comprados a precio muy alto; * glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo.
V. No contaminéis vuestra vida: sed santos, porque yo soy santo.
R. Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo.


Oración

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.