SÁBADO I
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 3, 21-31
JUSTICIA DE DIOS POR LA FE
Hermanos: Ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, recibiendo
testimonio de la ley y de los profetas; justicia de Dios por la fe en Jesucristo
para todos los que creen en él sin distinción ninguna, pues todos pecaron y se
hallan privados de la gloria de Dios; y son justificados gratuitamente, mediante
la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él, a quien Dios ha
propuesto como instrumento de propiciación, mediante la fe en su sangre.
Así Dios muestra su justicia, por cuanto había perdonado provisionalmente los
pecados anteriores, en el tiempo de la paciencia divina; y quiere ahora, en
estos tiempos, mostrar su acción salvadora, para ser él justo y justificar al
que tiene fe en Jesús.
¿Dónde está, pues, tu título de gloria? Queda excluido. ¿Por cuál de las dos
leyes? ¿Por la de las obras? De ninguna manera. Por la ley de la fe. Quedamos,
pues, en que el hombre alcanza su justificación por la fe, independientemente de
las obras de la ley.
¿O es que Dios lo es sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles?
Claro que lo es también de los gentiles. Puesto que no hay más que un solo Dios,
que justificará a los judíos por la fe y a los gentiles por esta misma fe. ¿Así
que con la fe anulamos la ley? Todo lo contrario. Confirmamos lo que dice la
ley.
Responsorio Rm 3, 24-25; 5, 10
R. Somos justificados gratuitamente, mediante la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él,
* a quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, mediante la fe en su sangre.
V. Siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
R. A quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, mediante la fe en su sangre.
Año II:
Del libro del Génesis 8, 1-22
FINAL DEL DILUVIO
Dios se acordó de Noé y de todos los animales y ganado que estaban con él en el
arca; hizo soplar el viento sobre la tierra, y el agua comenzó a bajar; se
cerraron las fuentes del océano y las compuertas del cielo, y cesó la lluvia del
cielo. El agua se fue retirando y disminuyó, de modo que, a los ciento cincuenta
días, el día diez y siete del mes séptimo, el arca encalló sobre los montes de
Ararat. El agua fue disminuyendo hasta el mes décimo, y el día primero de ese
mes asomaron los picos de las montañas.
Pasados cuarenta días, Noé abrió el tragaluz que había hecho en el arca y soltó
el cuervo, que voló de un lado para otro, hasta que se secó el agua en la
tierra. Después soltó la paloma, para ver si el agua sobre la superficie estaba
ya somera. La paloma, no encontrando donde posarse, volvió al arca con Noé,
porque todavía había agua sobre la superficie. Noé alargó el brazo, la asió y la
metió consigo en el arca. Esperó otros siete días, y de nuevo soltó la paloma
desde el arca; ella volvió al atardecer con una hoja de olivo arrancada en el
pico.
Noé comprendió que el agua sobre la tierra estaba somera; esperó otros siete
días, y soltó la paloma, que ya no volvió.
El año seiscientos uno de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secó
el agua en la tierra. Noé abrió el tragaluz del arca, miró y vio que la
superficie estaba seca; el día diez y siete del segundo mes la tierra estaba
seca. Entonces, dijo Dios a Noé:
«Sal del arca con tus hijos, tu mujer y tus nueras; todos los
seres vivientes que estaban contigo, todos los animales, aves, cuadrúpedos o reptiles,
hazlos salir contigo para que pululen por la tierra y crezcan y se multipliquen en la
tierra.»
Salió, pues, Noé con sus hijos, su mujer y sus nueras; y todos los animales,
cuadrúpedos, aves y reptiles salieron en grupos del arca.
Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los
ofreció en holocausto sobre el altar. El Señor olió el aroma que aplaca y se
dijo:
«No volveré a maldecir la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano
piensa mal desde la juventud. No volveré a matar a los vivientes como acabo de
hacerlo. Mientras dure la tierra, no han de faltar siembra y cosecha, frío y
calor, verano e invierno, día y noche.»
Responsorio Cf. 1Pe 3, 20-21; Sir 44, 17
R. En los días de Noé, unas cuantas personas, ocho nada más, se salvaron por medio del agua;
* en esta agua estaba prefigurado el bautismo que os salva ahora a vosotros.
V. El justo Noé fue un hombre íntegro, en el tiempo de la destrucción él fue el renovador.
R. En esta agua estaba prefigurado el bautismo que os salva ahora a vosotros.
SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 31-33: Funk 1, 99-103)
POR LA FE DIOS JUSTIFICÓ A TODOS DESDE EL PRINCIPIO
Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los
caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en
el principio. ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abraham la bendición? ¿No fue acaso
porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo
que le
esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el
tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a
casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus
de Israel.
El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de
los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los
sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús,
según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes
y jefes. Y en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor,
ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las
estrellas del cielo. Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza
no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sino por el
beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo
Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o
inteligencia ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con
santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a
todos desde el principio; a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de
lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con
diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de obras
buenas. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. El,
en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos y los embelleció
con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme
del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible
de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los
animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a
los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros.
Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó al más excelente de
todos los seres vivos y al más elevado por la dignidad de su inteligencia, el
hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Y creó Dios al hombre; hombre
y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las
bendijo diciendo: Creced y multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos
los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se
complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia
al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien.
Responsorio Cf. Dn 9, 4; Rm 8, 28
R. El Señor es el Dios poderoso, que guarda su alianza y su amor a todos los que lo aman,
* y a los que guardan sus preceptos.
V. A los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
R. Y a los que guardan sus preceptos.
Oración
Señor, atiende benignamente las súplicas de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad
y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.