SÁBADO IV
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la carta a los Romanos 16, 1-27
RECOMENDACIONES, SALUDOS Y DOXOLOGIA
Hermanos: Os recomiendo a nuestra hermana Febe, que es también diaconisa de la
Iglesia de Cencreas. Dadle cristiana hospitalidad, como conviene a los fieles; y
asistidla en todo cuanto necesite de vosotros. Ella ha favorecido a muchos y
también a mí en persona.
Saludos a Prisca y a Áquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. A éstos, que,
por salvar mi vida, expusieron su cabeza, no sólo yo les debo gratitud, sino
conmigo todas las Iglesias convocadas de la gentilidad. Saludos también a la
Iglesia que se congrega en su casa.
Mis saludos a mi amado Epéneto, primicias del Asia Menor para Cristo. Saludos a
María, que tanto trabajo se tomó por vuestro bien. Mis saludos a Andrónico y a
Junia, hermanos y compañeros míos de prisión, eminentes apóstoles y convertidos
antes que yo a Cristo. Saludad a Ampliato, mi muy querido en el Señor. Saludad a
Urbano, colaborador mío en Cristo, y a mi querido Estaquis. Saludad a Apeles,
cristiano a toda prueba. Saludad a los de la casa de Aristóbulo.
Saludad a Herodión, hermano mío. Saludad a los fieles de la familia de Narciso.
Saludad a Trifena y a Trifosa, que tanto han trabajado por el Señor. Saludad a
la carísima Pérside, que tanto se ha afanado en el servicio del Señor. Saludad a
Rufo, insigne discípulo, y a su madre, que lo es también mía. Saludad a
Asíncrito, a Flegonté, a Hermes, a Patrobas, a Hermas, y a los hermanos que
viven con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a
Olimpia y a todos los fieles que viven con ellos. Saludaos unos a otros con el
ósculo santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo.
Os recomiendo que estéis alerta por los que promueven discordias y escándalos en
contra de la doctrina que habéis recibido. Apartaos de ellos. Esos tales no sirven
a Cristo, Señor nuestro, sino a su vientre; y, con sus palabras de halago y lisonja,
seducen los corazones de los incautos.
Vuestra sumisión al mensaje de salvación ha llegado a conocimiento de todos. Así
que siento una gran alegría por vosotros. Pero quiero que seáis sabios para el
bien y limpios de todo mal. El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo
vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.
Os envían saludos Timoteo, mi colaborador; y Lucio y Jasón y Sosípatro, hermanos
míos. Os saludo en el Señor, también yo, Tercio, que escribo esta carta. Os
envía saludos Cayo, que me hospeda a mí y a toda la Iglesia. Os saluda Erasto,
el administrador de la ciudad, y el hermano Cuarto.
Al que tiene poder para confirmar vuestra fe en el espíritu de mi mensaje de
salvación y de la doctrina predicada sobre Jesucristo, en el espíritu del
misterio revelado, mantenido en el silencio sin fin de los siglos, pero
manifestado ahora, y, mediante el testimonio de los profetas por disposición del
Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles en orden a su sumisión a la fe:
a Dios, al único sabio, sea por Jesucristo la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
Responsorio Rm 16, 19-20; Ef 6, 11
R. Quiero que seais sabios para el bien y limpios de todo mal.
* El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies.
V. Revestíos de la armadura de Dios, para poder resistir a las asechanzas del demonio.
R. El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies.
Año II:
Del libro del Génesis 37, 2-4. 12-36
JOSÉ ES VENDIDO POR SUS HERMANOS
Sigue la historia de Jacob.
José tenía diecisiete años y pastoreaba el rebaño con sus hermanos; ayudaba
a los hijos de Bala y Zilfa, mujeres de su padre, y un día trajo a su padre
malos informes acerca de sus hermanos. José era el preferido de Israel,
porque le había nacido en la vejez, y le hizo una túnica con mangas. Al
ver sus hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le
negaban el saludo.
Sus hermanos trashumaron a Siquem con los rebaños de su padre. Israel dijo a José:
«Tus hermanos deben estar con los rebaños en Siquem; ven, que te voy a mandar
donde están ellos.»
José le contestó:
«Aquí me tienes.»
Su padre le dijo:
«Ve a ver cómo están tus hermanos y el ganado, y tráeme noticias.»
Y lo envió desde el valle de Hebrón, y él se fue hasta Siquem. Un hombre lo
encontró dando vueltas por el campo, y le preguntó:
«¿Qué buscas?»
Contestó José:
«Busco a mis hermanos; por favor, dime dónde están pastoreando.»
El hombre respondió:
«Se han marchado de aquí, y les he oído decir que iban hacia Dotán.»
José fue tras sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos lo vieron desde
lejos. Antes de que se acercara, maquinaron su muerte. Se decían unos a otros:
«Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego
diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños.»
Oyó esto Rubén, e intentando salvarlo de sus manos, dijo:
«No le quitemos la vida.»
Y añadió:
«No derraméis sangre; echadlo en este aljibe, aquí en la estepa; pero no pongáis las manos en él.»
Lo decía para librarlo de sus manos y devolverlo a su padre.
Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, lo sujetaron, le quitaron la túnica con mangas,
lo cogieron y lo echaron en un pozo vacío, sin agua. Y se sentaron a comer.
Levantando la vista, vieron una caravana de ismaelitas que transportaban en
camellos goma, bálsamo y resina de Galaad a Egipto. Judá propuso a sus hermanos:
«¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y con tapar su sangre? Vamos a
venderlo a los ismaelitas y no pondremos nuestras manos en él, que al fin es
hermano nuestro y carne nuestra.»
Los hermanos aceptaron. Al pasar unos comerciantes madianitas, tiraron de su
hermano, lo sacaron del pozo y se lo vendieron a los ismaelitas por veinte
monedas. Éstos se llevaron a José a Egipto.
Entre tanto, Rubén volvió al pozo y, al ver que José no estaba allí, se rasgó
las vestiduras; volvió a sus hermanos y les dijo:
«El muchacho no está, ¿a dónde voy yo ahora?»
Ellos cogieron la túnica de José, degollaron un cabrito y, empapando en la
sangre la túnica con mangas, se la enviaron a su padre con un recado:
«Esto hemos encontrado, mira a ver si es la túnica de tu hijo o no.»
El, al reconocerla, dijo:
«Es la túnica de mi hijo; una fiera lo ha devorado, ha descuartizado a José.»
Jacob rasgó su manto, se ciñó a los lomos un sayo e hizo luto por su hijo muchos
días. Todos sus hijos e hijas intentaron consolarlo, pero él rehusó el consuelo,
diciendo:
«De luto por mi hijo bajaré a la tumba.»
Y su padre lo lloró. Entre tanto, los madianitas lo vendieron en Egipto a
Putifar, ministro y mayordomo del Faraón.
Responsorio Hch 7, 9-10; Sb 10, 13
R. Los patriarcas, por pura envidia, vendieron a José como esclavo con destino a Egipto; pero Dios, que estaba con él,
* lo libró de todas las tribulaciones.
V. La Sabiduría no abandonó al justo vendido, sino que lo libró de caer en mano de los pecadores.
R. Lo libró de todas las tribulaciones.
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 35-36)
LA ACTIVIDAD HUMANA
La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al
hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad,
sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus
facultades, se supera y se trasciende.
Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más alto valor que las
riquezas exteriores que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que
por lo que tiene.
De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia,
una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale
más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si
dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por
sí solo que esa promoción se convierta en realidad.
De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el
designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género humano y
constituya para el hombre, individual y socialmente considerado, un
enriquecimiento y realización de su entera vocación.
Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más
estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a
la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de
lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y
su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y
sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de
autonomía, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde
además a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas
las cosas están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias
leyes y orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método
propio de cada una de las ciencias o artes.
Por esto hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre
los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima
autonomía de la ciencia, actitudes que, por las contiendas y controversias que
de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre la
fe y la ciencia.
Pero si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en el
sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede
disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia
de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La creatura,
en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.
Responsorio Dt 2, 7; 8, 5
R. Dios te ha bendecido en todas tus empresas, ha protegido tu marcha a través de un gran desierto,
* y te ha acompañado sin que te haya faltado nada.
V. Te ha educado como un padre educa a su hijo.
R. Y te ha acompañado sin que te haya faltado nada.
Oración
Concédenos, Señor, Dios nuestro, venerarte con toda el alma y amar a todos los
hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.