SÁBADO XII

PRIMERA LECTURA
 
Año I:

 
Del primer libro de Samuel     4, 1-18
 
CAPTURA DEL ARCA DE DIOS Y MUERTE DE ELÍ

 
    Por entonces, se reunieron los filisteos para atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos y acamparon junto a Piedrayuda, mientras que los filisteos acampaban en El Cerco. Los filisteos formaron en orden de batalla frente a Israel. Entablada la lucha, Israel fue derrotado por los filisteos; de sus filas murieron en el campo unos cuatro mil hombres. La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron:
    «¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los filisteos? Vamos a Siló, a traer el arca de la alianza del Señor, para que esté entre nosotros y nos salve del poder enemigo.»
    Mandaron gente a Siló, a por el arca de la alianza del Señor de los ejércitos, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, fueron con el arca de la alianza de Dios. Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de guerra, y la tierra retembló. Al oír los filisteos el estruendo del alarido, se preguntaron:
    «¿Qué significa ese alarido que retumba en el campamento hebreo?»
    Entonces, se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento, y, muertos de miedo, decían:
    «¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros! Es la primera vez que nos pasa esto. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses poderosos, los dioses que hirieron a Egipto con toda clase de calamidades y epidemias? ¡Valor, filisteos! Sed hombres, y no seréis esclavos de los hebreos, como lo han sido ellos de nosotros. ¡Sed hombres, y pelead!»
    Los filisteos se lanzaron a la lucha y derrotaron a los israelitas, que huyeron a la desbandada. Fue una derrota tremenda: cayeron treinta mil de la infantería israelita. El arca de Dios fue capturada, y los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, murieron.
    Un benjaminita salió corriendo de las filas y llegó a Siló aquel mismo día, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando llegó, allí estaba Elí, sentado en su silla, junto a la puerta, oteando con ansia el camino, porque temblaba por el arca de Dios. Aquel hombre entró por el pueblo, dando la noticia, y toda la población se puso a gritar. Elí oyó el griterío y preguntó:
    «¿Qué alboroto es ése?»
    Mientras tanto, el hombre corría a dar la noticia a Elí. Elí había cumplido noventa y ocho años; tenía los ojos inmóviles, sin poder ver. El fugitivo le dijo:
    «Soy el hombre que ha llegado del frente.»
    Elí preguntó:
    «¿Qué ha ocurrido, hijo?»
    El mensajero respondió:
    «Israel ha huido ante los filisteos, ha sido una gran derrota para nuestro ejército; tus dos hijos, Jofní y Fineés, han muerto; y el arca de Dios ha sido capturada.»
    En cuanto mentó el arca de Dios, Elí cayó de la silla hacia atrás, junto a la puerta; se rompió la base del cráneo y murió. Era ya viejo y estaba torpe. Había sido juez en Israel cuarenta años.
 
Responsorio     Sal 73, 1. 10. 18
 
R.
¿Por qué, ¡oh Dios!, nos tienes siempre abandonado, y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño? *, ¿Hasta cuándo, Dios mío, nos va a afrentar el enemigo? ¿No cesará de despreciar tu nombre el adversario?
V. Tenlo en cuenta, Señor, que el enemigo te ultraja, que un pueblo insensato desprecia tu nombre.
R. ¿Hasta cuándo, Dios mío, nos va a afrentar el enemigo? ¿No cesará de despreciar tu nombre el adversario?
 
 
Año II:
 
Del libro de Nehemías     2,9-20
 
NEHEMIAS PREPARA LA RECONSTRUCCIÓN DE LAS MURALLAS DE JERUSALÉN

 
    En aquellos días, el rey me proporcionó también una escolta de oficiales y jinetes, y, cuando me presenté a los gobernadores de Transeufratina, les entregué las cartas del rey. Cuando el joronita Sanbalat y Tobías, el siervo amonita, se enteraron de la noticia, les molestó que alguien viniera a preocuparse por el bienestar de los israelitas.
    Llegué a Jerusalén y descansé allí tres días. Luego me levanté de noche con unos pocos hombres, sin decir a nadie lo que mi Dios me había inspirado hacer en Jerusalén. Sólo llevaba la cabalgadura que yo montaba. Salí de noche por la puerta del Valle, dirigiéndome a la fuente del Dragón y a la puerta de la Basura; comprobé que las murallas de Jerusalén estaban en ruinas y las puertas consumidas por el fuego. Continué por la puerta de la Fuente y la alberca real. Como allí no había sitio para la cabalgadura, subí por el torrente, todavía de noche, y seguí inspeccionando la muralla. Volví a entrar por la puerta del Valle y regresé a casa. Las autoridades no supieron adónde había ido ni lo que pensaba hacer. Hasta entonces no había dicho nada a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los notables, ni a las autoridades, ni a los demás encargados de la obra. Entonces les dije:
    «Ya veis la situación en que nos encontramos: Jerusalén está en ruinas, y sus puertas incendiadas. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén, y cese nuestra ignominia.»
    Les conté cómo el Señor me había favorecido y lo que me había dicho el rey. Ellos dijeron: «Venga, a trabajar.»
    Y pusieron manos a la obra con todo entusiasmo. Cuando se enteraron el joronita Sanbalat, Tobías, el siervo amonita, y el árabe Guesen, empezaron a burlarse de nosotros y a zaherirnos, comentando:
    «¿Qué estáis haciendo? ¿Rebelaros contra el rey?» Les repliqué:
    «El Dios del cielo hará que tengamos éxito. Nosotros, sus siervos, seguiremos construyendo. Y vosotros no tendréis terrenos, ni derechos, ni un nombre en Jerusalén.»
 
Responsorio     Cf. Ne 2, 18. 20; Sal 125, 3
 
R.
Venga, a trabajar; el Dios del cielo hará que tengamos éxito. * Nosotros somos sus siervos.
V. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
R. Nosotros somos sus siervos.
 
 
SEGUNDA LECTURA
 
De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo.
 
(Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1270-1271)
 
DIOS PUEDE SER HALLADO EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE

 
    La salud corporal es un bien para el hombre; pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el poseerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido hemos de entender las palabras que comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
    Y no creo que esta manera de ver a Dios, la del que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por así decirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñar nos que el que tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las creaturas contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.
    Yo diría que esta concisa expresión de aquel que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en quienes se halla algún deseo de contemplar el bien verdadero, cuando oigáis que la majestad divina está elevada y ensalzada por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su belleza es inefable, que su naturaleza es incomprensible, no caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello que deseáis.»
    Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, en seguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbré contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno.
    Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo, no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros -es como si dijera el Señor-, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inaccesible, si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.
    La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu espíritu, pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha, eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo. Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina, por medio del cual vemos a Dios.
 
Responsorio     Jn 14, 6. 9; 6, 47
 
R.
Dice el Señor: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. * El que me ve ve también al Padre.»
V. El que cree en mí tiene vida eterna.
R. El que me ve ve también al Padre.
 
 
Oración
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.