SÁBADO XXVII
PRIMERA LECTURA
Año I:
Comienza el libro del profeta Sofonías 1, 2-7. 14-2, 3
JUICIO DEL SEÑOR CONTRA JUDÁ
Palabra del Señor que fue dirigida a Sofonías, hijo de Cusí, en tiempo de Josías,
hijo de Amón, rey de Judá:
«Arrebataré todo de la superficie de la tierra, arrebataré hombres y animales,
arrebataré aves del cielo y peces del mar; haré caer a los idólatras;
exterminaré a los hombres de la superficie de la tierra -oráculo del Señor-.
Tenderé: mi mano contra Judá, contra los habitantes de Jerusalén, exterminaré de
este lugar el resto de los Baales, el nombre de sus sacerdotes y adivinos; a los
que adoran sobre las terrazas al ejército de los astros, a los que adoran al
Señor y juran por su nombre, y al mismo tiempo juran por Milcom; a los que
apostatan del Señor, a los que no lo buscan ni consultan.
¡Silencio delante del Señor!, que se acerca el día del Señor: el Señor ha
preparado un sacrificio y ha santificado a sus invitados. Se acerca el día
grande del Señor, se acerca con gran rapidez: el día del Señor es más ligero que
un fugitivo, más rápido que un soldado. Será un día de cólera, día de angustia y
aflicción, día de turbación y espanto, día de oscuridad y tinieblas, día de
nublado y sombra, día de trompetas y alaridos, contra las ciudades fortificadas,
contra las altas almenas.
Aterraré a los hombres para que caminen como ciegos, porque pecaron contra el
Señor; su sangre será arrojada como polvo, sus entrañas como excremento. Ni su
plata ni su oro podrán salvarlos en el día de la cólera del Señor; la tierra
entera será consumida en el fuego de su venganza, porque llega la destrucción
aterradora para todos los habitantes de la tierra.
Agrupaos, congregaos, pueblo despreciable, antes de que seáis arrebatados como
el tamo que se disipa en un día. Antes de, que os, alcance el incendio de la ira
del Señor, antes de que os alcance el día de su ira, buscad al Señor, vosotros,
los humildes que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la
humildad, quizá podáis quedar seguros el día de la ira del Señor.»
Responsorio So 2, 3; Lc 6, 20
R. Buscad al Señor, vosotros, los humildes que cumplís sus mandamientos;
* buscad la justicia, buscad la mansedumbre.
V. Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
R. Buscad la justicia, buscad la mansedumbre.
Año II:
Del libro de Ben Sirá 7, 24-40
DEBERES PARA CON LOS HIJOS, LOS PADRES, LOS SACERDOTES Y LOS POBRES
Si tienes ganado, cuida de él, si te es útil, consérvalo. Si tienes hijos,
edúcalos; cuando aún son jóvenes, búscales mujer; si tienes hijas, vigila su
cuerpo y no seas indulgente con ellas; casar una hija es gran tarea, pero dásela
a hombre prudente; si tienes mujer, no la aborrezcas, pero no te fíes de una
que no te gusta. Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los afanes de tu
madre; recuerda que ellos te engendraron, ¿qué les darás por lo que te dieron?
Teme a Dios de todo corazón y honra a sus sacerdotes consagrados; ama a tu
Hacedor con todas tus fuerzas y no abandones a sus servidores; honra a Dios y
respeta al sacerdote, y dale su porción como está mandado: grano escogido,
contribución para el culto, sacrificios rituales, ofrendas consagradas.
Extiende la mano también al pobre, para que sea completa tu bendición; sé
generoso con todos los vivos y a los muertos no les niegues tu piedad; no des
largas a los afligidos y guarda luto con los que están de luto; no rehuyas al
que está enfermo, y él te querrá. En todas tus acciones piensa en el desenlace,
y nunca pecarás.
Responsorio Sir 4, 1. 2; Tb 4, 7
R. No aflijas al pobre que acude a ti, ni niegues limosna al indigente;
* no rechaces la súplica del pobre.
V. Da limosna de tus bienes; si ves un pobre, no vuelvas el rostro.
R. No rechaces la súplica del pobre.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los Evangelios
(Homilía 17, 3. 14: PL 76, 1139-1140. 1146)
NUESTRO MINISTERIO PASTORAL
Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La
mies es mucha, pero los operarios son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que
envíe trabajadores a su mies. Por tanto para una mies abundante son pocos los
trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza,
porque hay que, reconocer que; si bien hay personas que desean escuchar cosas
buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el
mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un
trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio
sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.
Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: Rogad al
Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies. Rogad también por nosotros,
para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no
deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de
la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio. Porque
unas veces los predicadores no dejan oír su voz a causa de su propia maldad,
otras, en cambio, son los súbditos quienes impiden que la palabra de los que
presiden nuestras asambleas llegue al pueblo.
Efectivamente, muchas veces es la propia maldad la que impide a los predicadores
levantar su voz, como lo afirma el salmista: Dios dice al pecador: «¿Por qué
recitas mis preceptos?» Otras veces, en cambio, son los súbditos quienes impiden
que se oiga la voz de los predicadores, como dice el Señor a Ezequiel: Te pegaré
la lengua al paladar, te quedarás mudo y no podrás ser su acusador; pues son Casa
Rebelde. Como si claramente dijera: «No quiero que prediques, porque este pueblo,
con sus obras, me irrita hasta tal punto que se ha hecho indigno de oír la exhortación
para convertirse a la verdad.» Es difícil averiguar por culpa de quién deja de llegar
al pueblo la palabra del predicador, pero, en cambio, fácilmente se ve cómo el silencio
del predicador perjudica siempre al pueblo y, algunas veces, incluso al mismo predicador.
Y hay aún, amados hermanos, otra cosa, en la vida de los pastores, que me aflige
sobremanera; pero, a fin de que lo que voy a decir no parezca injurioso para
algunos, empiezo por acusarme yo mismo de que, aun sin desearlo, he caído en
este defecto, arrastrado sin
duda por el ambiente de este calamitoso tiempo en que vivimos.
Me refiero a que nos vemos como arrastrados a vivir de una manera mundana,
buscando el honor del ministerio episcopal y abandonando, en cambio, las
obligaciones de este ministerio. Descuidamos, en efecto, fácilmente el
ministerio de la predicación y, para vergüenza nuestra, nos continuamos llamando
obispos; nos place el prestigio que da este nombre, pero, en cambio, no poseemos
la virtud que este nombre exige. Así, contemplamos plácidamente cómo los que están
bajo nuestro cuidado abandonan a Dios, y nosotros no decimos nada; se hunden en el
pecado, y nosotros nada hacemos para darles la mano y sacarlos del abismo.
Pero, ¿cómo podríamos corregir a nuestros hermanos, nosotros, que descuidamos
incluso nuestra propia vida? Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos
volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor
empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles.
Por eso dice muy bien la Iglesia, refiriéndose a sus miembros enfermos: Me
pusieron a guardar sus viñas; y mi viña, la mía, no la supe guardar. Elegidos
como guardas de las viñas, no custodiamos ni tan sólo nuestra propia viña, sino
que, entregándonos a cosas ajenas a nuestro oficio, descuidamos los deberes de
nuestro ministerio.
Responsorio Lc 10, 2; Sal 61, 9
R. La mies es mucha, pero los operarios son pocos;
* rogad al Señor que envíe trabajadores a su mies.
V. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón.
R. Rogad al Señor que envíe trabajadores a su mies.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos
y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para
que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos
atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.