VIERNES VII
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la primera carta a los Corintios 12, 31b-13, 13
LA MAS GRANDE ES EL AMOR
Hermanos: Me queda por señalaros un camino excepcional. Ya puedo hablar las
lenguas de los hombres y de los ángeles, que, si no tengo amor, no paso de
ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes.
Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber, ya puedo
tener toda la fe, hasta mover montañas, que, si no tengo amor, no soy nada.
Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que,
si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no
presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.. El don de predicar se acabará. El don de lenguas
enmudecerá. El saber se acabará.
Porque inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar; pero cuando venga
la madurez, lo inmaduro se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño,
sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con
las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo de adivinar; entonces veremos cara a cara. Mi
conocer es por ahora inmaduro; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande
es el amor.
Responsorio 1Jn 4, 16. 7
R. Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene;
* Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
V. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios.
R. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
Año II:
De la segunda carta a los Corintios 5, 1-21
LA ESPERANZA DE LA MORADA CELESTE. EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN
Hermanos: Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que
Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres. Y así
gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra
habitación celeste, si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos. ¡Sí!, los
que estamos en esta tienda gemimos oprimidos. No es que queramos ser
desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por
la vida. Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras
el Espíritu.
Así pues, siempre tenemos confianza, aunque sabemos que mientras vivimos estamos
desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal
nuestra confianza que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. Porque todos
tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o
castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.
Así pues, penetrados de este temor del Señor, intentamos persuadir a los hombres
(que para Dios estamos transparentes, y espero que también así lo estaré para
vuestras conciencias). Y no es que tratemos de justificarnos de nuevo ante
vosotros, sino que queremos daros la oportunidad de que os mostréis orgullosos
de nosotros y tengáis qué responder a los que ponen su gloria en las apariencias
y no en el corazón. Que si alguna vez nos hemos portado como faltos de juicio,
ha sido por Dios; si ahora somos razonables, es por vuestro bien. El amor de
Cristo nos apremia, al pensar que, si uno murió por todos, consiguientemente
todos murieron en él; y murió por todos, para que los que viven no vivan ya para
sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
Así que desde ahora nosotros no conocemos ya a nadie con criterios puramente
humanos; y si. en un
tiempo conocimos a Cristo con tales criterios, ya ahora no es así. Por tanto, el
que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado.
Todo esto se lo debemos a Dios, que nos ha reconciliado consigo por medio de
Cristo, y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación. Dios, en efecto,
reconciliaba consigo al mundo por medio de Cristo, no imputándoles a los hombres
sus delitos, sino confiándonos el mensaje de la reconciliación. Por eso nosotros
actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio
nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
A Cristo, que no experimentó. el pecado, Dios lo hizo pecado en lugar nuestro,
para que en él viniésemos a ser justificación de Dios.
Responsorio 2Co 5, 18; Rm 8, 32
R. Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo,
* y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación.
V. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros.
R. Y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos
(Salmo 48, 13-14: CSEL 64, 367-368)
ÚNICO ES EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES, CRISTO JESÚS, HOMBRE TAMBIÉN ÉL
El hermano no rescata, un hombre rescatará; nadie puede rescatarse a sí mismo,
ni dar a Dios un precio por su vida; esto es, ¿por qué habré de temer los días aciagos?
¿Qué habrá que pueda dañarme a mí, que no sólo no necesito quien me rescate, sino que
soy yo quien rescato a todos? Si soy yo quien libero a los demás, ¿habré de temer por mí
mismo? He aquí que haré algo nuevo, superior al mismo amor y piedad fraternos.
Ningún hombre puede rescatar a su hermano, nacido del mismo seno materno; esto
sólo puede hacerlo aquel hombre del que se halla escrito: el Señor les enviará
un hombre que los salvará; aquel que afirmó de sí mismo: Pretendéis quitarme la vida,
a mí, el hombre que os he manifestado la verdad.
Pero, aunque es un hombre, ¿quién podrá conocerlo? ¿Y por qué nadie puede conocerlo?
Porque, así como Dios es único, así también único es el mediador entre
Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él.
Él es el único que puede rescatar al hombre, con un amor superior al de
hermanos, ya que derrama su sangre por los extraños, cosa que nadie puede hacer
por un hermano. Y así, para rescatarnos del pecado, no perdonó a su propio
cuerpo, y se entregó a sí mismo como precio de rescate por todos, como
atestigua su fidedigno apóstol Pablo, que dice: Digo la verdad, no miento.
Mas, ¿por qué sólo él rescata? Porque nadie puede igualar su afecto, que le
lleva a entregar la vida por sus siervos; porque nadie puede igualar su
inocencia, ya que todos estamos bajo pecado, todos sujetos a la caída de Adán.
Sólo es designado como Redentor aquel que no podía estar sometido al pecado de
origen. Por tanto, el hombre de que habla el salmo hemos de entenderlo referido
al Señor Jesús, ya que él tomó la condición humana, para crucificar en su carne
el pecado de todos y para borrar con su sangre el decreto condenatorio que
pesaba sobre todos.
Pero quizá dirás: «¿Por qué se niega que el hermano rescatará, si él mismo dijo:
Contaré tu fama a mis hermanos?» Es que él nos perdonó los pecados no en calidad
de hermano nuestro, sino por la peculiar condición del hombre Cristo Jesús, en
el que estaba Dios. Así, en efecto, está escrito: Dios reconciliaba consigo al
mundo por medio de Cristo. En aquel Cristo Jesús, el único del que se ha dicho:
La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Por consiguiente, cuando
habitó hecho carne entre nosotros, habitó no como hermano, sino como Señor.
Responsorio Is 53, 12; Le 23, 34
R. Se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores;
* él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.
V. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
R. Él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.
Oración
Concédenos, Dios todopoderoso, que la constante meditación de tu doctrina nos impulse a hablar y a actuar siempre
según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.