VIERNES XIV
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del primer libro de Samuel 26, 5-25
MAGNANIMIDAD DE DAVID HACIA SAÚL
En aquellos días, fue David al lugar donde acampaba Saúl y observó el sitio en
que estaban acostados Saúl y Abner, hijo de Ner, jefe de su tropa. Dormía Saúl
en el centro del campamento, y la tropa estaba acampada a su alrededor. David se
dirigió a Ajimélec, hitita, y a Abisay, hijo de Sarvia, hermano de Joab, y les
dijo:
«¿Quién quiere bajar conmigo al campamento de Saúl?»
Abisay respondió:
«Yo bajo contigo.»
David y Abisay_se dirigieron de noche hacia la tropa: Saúl dormía acostado en el
centro del campamento, con
su lanza clavada en tierra a su cabecera; Abner y la tropa dormían a su
alrededor. Dijo entonces Abisay a David:
«Hoy ha puesto Dios a tu enemigo en tu mano. Déjame ahora mismo que lo clave en
tierra con la lanza de un solo golpe. No tendré que repetir.»
Pero David dijo a Abisay:
«No lo mates, pues ¿quién atentó contra el ungido del Señor y quedó impune?»
Y añadió David:
«Vive el Señor, que ha de ser él quien lo hiera, ya sea que llegue su día y
muera, o bien que baje al combate y perezca. Líbreme el Señor de levantar mi
mano contra su ungido. Ahora toma la lanza de su cabecera y el jarro de agua y
vámonos.»
Tomó David de la cabecera de Saúl la lanza y el jarro de agua y se fueron. Nadie
los vio, nadie se enteró, nadie se, despertó. Todos dormían, porque se había
abatido sobre ellos el sopor profundo del Señor.
Pasó David al otro lado y se colocó lejos, en la cumbre del monte, quedando un
gran espacio entre ellos. Gritó David a la gente y a Abner, hijo de Ner, diciendo:
¿No me respondes, Abner?»
Abner respondió:
«¿Quién eres tú que me llamas?»
Dijo David:
«¿No eres tú un hombre? ¿Quién como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has
custodiado al rey, tu señor? Pues uno del pueblo ha entrado para matar al rey,
tu señor. No está bien esto que has hecho. Vive el Señor, que sois reos de
muerte, por no haber velado sobre vuestro señor, el ungido del Señor. Mira
ahora, ¿dónde está la lanza del rey y el jarro de agua que había junto a su
cabecera?»
Reconoció Saúl la voz de David y preguntó:
«¿Es ésta tu voz, hijo mío, David?»
Respondió David:
«Mi voz es, oh rey, mi señor.»
Y añadió:
«¿Por qué persigue mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho y qué maldad hay en mí?
Que el rey, mi señor, se digne escuchar ahora las palabras de su siervo: si es
el Señor quien te excita contra mí, que sea aplacado con una ofrenda, pero, si
son los hombres, malditos sean ante
el Señor, porque me expulsan hoy para que no participe en la heredad del Señor,
diciéndose: "Que vaya a servir a otros dioses." Que no caiga ahora mi
sangre en tierra, lejos de la presencia del Señor, pues ha salido el rey de Israel
a cazar mi vida, como quien persigue una perdiz por los montes.»
Respondió Saúl:
«He pecado. Vuelve, hijo mío, David, no te haré ya ningún mal, ya que mi vida ha
sido preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente equivocado.»
Respondió David:
«Aquí está la lanza del rey. Que pase uno de tus servidores a recogerla. El
Señor retribuirá a cada uno según su justicia y su fidelidad, pues hoy te
entregó el Señor en mis manos, pero yo no he querido alzar mi mano contra el
ungido del Señor. De igual modo que tu vida ha sido hoy de gran precio a mis
ojos, así será de gran precio la mía a los ojos del Señor, de suerte que me
libre de toda angustia.»
Dijo Saúl a David:
«Bendito seas, hijo mío, David. Triunfarás en todas tus empresas.»
David siguió por su camino y Saúl se volvió a su casa.
Responsorio Sal 53, 5. 3. 8. 4
R. Unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte; ¡oh Dios!, sálvame por tu nombre,
* sal por mí con tu poder.
V. Te ofreceré un sacrificio voluntario; ¡oh Dios!, escucha mi súplica.
R. Sal por mí con tu poder.
Año II:
Del libro de los Proverbios 15, 8-9. 16-17. 25-26. 29. 33; 16, 1-9; 17, 5
EL HOMBRE ANTE EL SEÑOR
El Señor aborrece el sacrificio del malvado; la oración del honrado alcanza su
favor. El Señor abomina la conducta del perverso; pero ama al que busca la
justicia.
Más vale tener poco con temor de Dios, que grandes tesoros con sobresalto. Más
vale plato de verdura con amor, que buey cebado con rencor.
El Señor arranca la casa del soberbio, y afirma los linderos de la viuda. El
Señor aborrece las intenciones perversas, y se complace en las palabras limpias.
El Señor está lejos de los malvados, pero escucha las plegarias de los justos.
El temor del Señor es escuela de sabiduría; antes de la gloria hay humildad.
El hombre forja planes en su corazón, pero es Dios quien da la decisión. El
hombre piensa que sus caminos son rectos, pero es Dios quien pesa los corazones.
Encomienda a Dios tus tareas, y te saldrán bien tus proyectos. El Señor da a
cada cosa su destino: incluso al malvado en el día funesto. El Señor aborrece al
arrogante, tarde o temprano no quedará impune. Bondad y verdad reparan la culpa;
el temor del Señor aparta del mal.
Cuando Dios se complace en la conducta de un hombre, lo hace estar en paz aun
con sus enemigos. Más vale pocos bienes con justicia, que muchas ganancias con
injusticia. El hombre planea su camino, pero es el Señor quien dirige sus pasos.
Quien se burla del pobre afrenta a su Creador; quien se ríe del desgraciado no
quedará sin castigo.
Responsorio Dt 6, 13; Pr 15, 33
R. No olvides al Señor que te sacó de Egipto;
* al Señor tu Dios temerás y a él solo servirás.
V. El temor del Señor es escuela de sabiduría; antes de la gloria hay humildad.
R. Al Señor tu Dios temerás y a él solo servirás.
SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios.
(Cap. 50, 1-51, 3; 55, 1-4: Funk 1, 125-127. 129)
DICHOSOS NOSOTROS SI HUBIÉRAMOS CUMPLIDO LOS MANDAMIENTOS DE DIOS EN LA CONCORDIA DE LA CARIDAD
Ya veis, queridos hermanos, cuán grande y admirable cosa es la caridad, y cómo
no es posible describir su perfección. ¿Quién será capaz de estar en ella, sino
aquellos a quienes Dios mismo hiciere dignos? Roguemos, pues, y supliquémosle que,
por su misericordia, nos permita vivir en la caridad, sin humana parcialidad,
irreprochables. Todas las generaciones, desde Adán hasta el día de hoy, han
pasado; mas los que fueron perfectos en la caridad, según la gracia de Dios,
ocupan el lugar de los justos, los cuales se manifestarán en la visita del reino
de Cristo. Está escrito, en efecto: Entrad en los aposentos, mientras pasa mi
cólera, y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.
Dichosos nosotros, queridos hermanos, si hubiéremos cumplido los mandamientos de
Dios en la concordia de la caridad, a fin de que por la caridad se nos perdonen
nuestros pecados. Porque está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le
apunta el delito y en cuya boca no se encuentra engaño. Esta bienaventuranza fue
concedida a los que han sido escogidos por Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos
cometido por asechanzas de nuestro adversario, y aun aquellos que han encabezado
sediciones y banderías deben acogerse a nuestra común esperanza. Pues los que
proceden en su conducta con temor y caridad prefieren antes sufrir ellos mismos
y no que sufran los demás; prefieren que se tenga mala opinión de ellos mismos,
antes que sea vituperada aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos
viene de la tradición. Más le vale a un hombre confesar sus caídas, que
endurecer su corazón.
Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea generoso? ¿Alguien que sea
compasivo? ¿Hay alguno que se sienta lleno de caridad? Pues diga: «Si por mi
causa vino la sedición, contienda y escisiones, yo me retiro y me voy a donde
queráis, y estoy pronto a cumplir lo que la comunidad ordenare, con tal de que
el rebaño de Cristo se mantenga en paz con sus ancianos establecidos.» El que
esto hiciere se adquirirá una grande gloria en Cristo, y todo lugar lo recibirá,
pues del Señor es la tierra y cuanto la llena. Así han obrado y así seguirán
obrando quienes han llevado un comportamiento digno de Dios, del cual no cabe
jamás arrepentirse.
Responsorio lJn 4, 21; Mt 22, 40
R. Hemos recibido de Dios este mandamiento:
* Quien ama a Dios ame también a su hermano.
V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas.
R. Quien ama a Dios ame también a su hermano.
Oración
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad
caída, conserva a tus fieles en continua alegría y concede los gozos del cielo a
quienes has librado de la muerte eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.