VIERNES XXVII
PRIMERA LECTURA
Año I
Del segundo libro de los Reyes 21, 1-18. 23-22, 1
REINADOS DE MANASES Y AMÓN. COMIENZO DEL REINADO DE JOSÍAS
Cuando Manasés subió al trono tenía doce años, y reinó en Jerusalén cincuenta y
cinco años. Su madre se llamaba Jefzibá. Hizo lo que el Señor reprueba; imitando
las costumbres abominables de las naciones que el Señor había expulsado ante los
israelitas. Reconstruyó las ermitas de los altozanos derruidas por su padre
Ezequías, levantó altares a Baal y erigió una estela, igual que hizo Ajaz de
Israel; adoró y dio culto a todo el ejército del cielo; puso altares en el
templo del Señor, del que había dicho el Señor: «Pondré mi nombre en Jerusalén»;
edificó altares a todo el ejército del cielo en los dos atrios del templo; quemó a
su hijo; practicó la adivinación y la magia; instituyó nigromantes y adivinos.
Hacía continuamente lo que el Señor reprueba, irritándolo.
La imagen de Astarté que había fabricado, la colocó en el templo del que el
Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo y en Jerusalén, a
la que elegí entre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre; ya
no dejaré que Israel ande errante, lejos de la tierra que di a sus padres, a
condición de que pongan por obra cuanto les mandé, siguiendo la ley que les
promulgó mi siervo Moisés.» Pero ellos no hicieron caso. Y Manasés los extravió,
para que se portasen peor que las naciones a las que el Señor había exterminado
ante los israelitas. El Señor dijo entonces por sus siervos los profetas:
«Puesto que Manasés de Judá ha hecho esas cosas abominables, se ha portado peor
que los amorreos que le precedieron y ha hecho pecar a Judá con sus ídolos, así
dice el Señor, Dios de Israel: "Yo voy a traer sobre Jerusalén y Judá tal
catástrofe, que al que lo oiga, le retumbarán los oídos. Extenderé sobre
Jerusalén el cordel como hice en Samaria, el mismo nivel con que medí a la
dinastía de Ajab, y fregaré a Jerusalén como a un plato, que se friega por
delante y por detrás. Desecharé al resto de mi heredad, lo entregaré en poder de
sus enemigos, será presa y botín de sus enemigos, porque han hecho lo que yo
repruebo, me han irritado desde el día en que sus padres salieron de Egipto
hasta hoy."»
Además, Manasés derramó ríos de sangre inocente, de forma que inundó Jerusalén
de punta a punta, aparte del pecado que hizo cometer a Judá haciendo lo que el
Señor reprueba. Para más datos sobre Manasés y los crímenes que cometió, véanse
los Anales del reino de Judá. Manasés murió, y lo enterraron en el jardín de su
palacio, el jardín de Uzá.
Su hijo Amón le sucedió en el trono. Sus cortesanos conspiraron contra él y lo
asesinaron en el palacio; pero la población mató a los conspiradores, y nombraron
rey sucesor a Josías, hijo de Amón. Para más datos sobre Amón y sus empresas,
véanse los Anales del reino de Judá. Lo enterraron en su sepultura del jardín de
Uzá.
Su hijo Josías le sucedió en el trono. Cuando Josías subió al trono tenía dieciocho
años, y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de
Adaya, natural de Boscat.
Responsorio 2Cro 33, 9. 11. 10
R. Manasés extravió a la población de Jerusalén para que se portase mal.
* Entonces, el Señor hizo venir contra ellos a los generales del rey de Asiria.
V. El Señor dirigió su palabra a Manasés y a su pueblo, pero no le hicieron caso.
R. Entonces, el Señor hizo venir contra ellos a los generales del rey de Asiria.
Año II
Del libro de Ben Sirá 6, 5-37
LA AMISTAD. EL APRENDIZAJE DE LA SABIDURÍA
Una voz suave aumenta los amigos, unos labios amables aumentan los saludos. Sean
muchos los que te saludan, pero confidente, uno entre mil; si adquieres un
amigo, hazlo con tiento, no te fíes en seguida de él; porque hay amigos de un
momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y
te afrentan descubriendo tus riñas; hay amigos que acompañan en la mesa y no
aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo, cuando te
va mal, huyen de ti; si te alcanza la desgracia, cambian de actitud y se
esconden de tu vista. Apártate de tu enemigo y sé cauto con tu amigo.
Al amigo fiel, tenlo por amigo; el que lo encuentra encuentra un tesoro; un
amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor; un amigo fiel es un
talismán: el que teme a Dios lo alcanza; su camarada será como él, y sus
acciones como su fama.
Hijo mío, desde la juventud busca la instrucción, y hasta la vejez encontrarás
sabiduría. Acércate a ella como quien ara y siega, esperando abundante cosecha;
cultivándola trabajarás un poco, y en seguida comerás sus frutos. Al necio le
resulta fatigosa, y el insensato no puede con ella; lo oprime como piedra
pesada, y no tarda en sacudírsela.
Porque la instrucción es como su nombre indica: no
se manifiesta a muchos. Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo:
mete los pies en su cepo y ofrece el cuello a su yugo, arrima el hombro para
cargar con ella y no te irrites con sus cadenas; con toda el alma acude a ella,
con todas tus fuerzas sigue sus caminos; rastréala, búscala, y la alcanzarás;
cuando la poseas, ya no la sueltes; al fin alcanzarás su descanso, y se te
convertirá en placer; sus cadenas se volverán baluarte, su coyunda, traje de
gala; su yugo será joya de oro, y sus correas, cintas de púrpura; como traje de
gala la llevarás, te la pondrás como corona festiva.
Si quieres, hijo mío, llegarás a sabio, si te empeñas, llegarás a sagaz; si te
gusta escuchar, aprenderás, si prestas oído, te instruirás. Procura escuchar las
explicaciones, no se te escape un proverbio sensato; observa quién es
inteligente, y madruga para visitarlo, que tus pies desgasten sus umbrales.
Reflexiona sobre el temor del Altísimo y medita sin cesar sus mandamientos: él
te dará la inteligencia y, según tus deseos, te hará sabio.
Responsorio Cf. Sir 6, 37. 23
R.
Reflexiona sobre el temor del Altísimo y medita sin cesar sus mandamientos:
* él, según tus deseos, te hará sabio.
V. La sabiduría, con los que la conocen, persevera hasta la presencia de Dios.
R. Él, según tus deseos, te hará sabio.
SEGUNDA LECTURA
Del primer Conmonitorio de san Vicente de Lerins, presbítero
(Cap. 23: PL S0, 667-668)
EL PROGRESO DEL DOGMA CRISTIANO
¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos?
Ciertamente que es posible y la realidad es que este progreso se da.
En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios
como para impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la
condición de que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe,
no de un cambio en la misma fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que
progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa que
se muda se convierta en algo totalmente distinto. Es conveniente, por tanto,
que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la
inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del
conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de
cada uno de sus miembros.
Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es decir, debe estar de
acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e
idéntica doctrina. Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como
crecen los cuerpos, los cuales, si bien con el correr de los años se van
desarrollando, conservan, no obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay
entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero, no obstante,
los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos que hace
un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden
cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.
Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya
desarrollados; pero, con todo, el uno y el otro tienen el mismo número de
miembros. Los niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si algún
miembro del cuerpo no es visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo,
existe ya como en embrión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser
realidad en el anciano que no se contenga como en germen en el niño.
No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta
de todo crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan
manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos
miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el cuerpo del
recién nacido.
Porque si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su
propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque
perdiera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien
que se convierte en un monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente
deformado. Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas
cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de
las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del
tiempo.
Nuestros mayores sembraron antiguamente en el campo de la Iglesia semillas de
una fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros,
sus descendientes, en lugar de la verdad del trigo legáramos a nuestra
posteridad el error de la cizaña.
Al contrario, lo recto y consecuente,- para que no discrepen entre sí la raíz y
sus frutos, es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto
de un dogma de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas
primeras semillas han crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de
cosechar el fruto de los primeros trabajos.
Responsorio Dt 4, 1. 2; Jn 6, 64
R. Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo te enseño:
* No añadáis nada a lo que os mando, ni suprimáis nada.
V. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.
R. No añadáis nada a lo que os mando, ni suprimáis nada.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los
méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu
misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos
concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.