VIERNES XXXI
PRIMERA LECTURA
Año I
Del libro del profeta Jeremías 42, 1-16; 43, 4-7
SUERTE DE JEREMÍAS Y DEL PUEBLO DESPUÉS DE LA TOMA DE JERUSALÉN
En aquellos días, los capitanes, con Juan, hijo de Qarej, y Yezanías, hijo de Hosaías,
y todo el pueblo, desde el menor hasta el mayor, acudieron al profeta Jeremías y le
dijeron:
«Acepta nuestra súplica, y ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto;
porque quedamos bien pocos de la multitud, como lo pueden ver tus ojos. Que el Señor,
tu Dios, nos indique el camino que debemos seguir y lo que debemos hacer.»
El profeta Jeremías les respondió:
«De acuerdo, yo rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís, y todo lo que el Señor,
vuestro Dios, me responda os lo comunicaré, sin ocultaros nada.» Ellos dijeron a Jeremías:
«El Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros, si no cumplimos todo lo que
el Señor, tu Dios, te mande decirnos: sea favorable o desfavorable, escucharemos
la voz del Señor, nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos, para que nos vaya
bien, escuchando la voz del Señor, nuestro Dios.»
Pasados diez días vino la palabra del Señor a Jeremías. Éste llamó a Juan, hijo de Qarej,
a todos sus capitanes y a todo el pueblo, del menor al mayor, y les dijo:
«Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle
vuestras súplicas: "Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os
destruiré, os plantaré y no os arrancaré; porque me pesa del mal que os he
hecho. No temáis al rey de Babilonia, a quien ahora teméis; no lo temáis
-oráculo del Señor-, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su
mano. Le infundiré compasión para que os compadezca y os deje vivir en vuestras
tierras. Pero si decís: No habitaremos en esta tierra -desoyendo la voz del
Señor, vuestro Dios-, sino que iremos a Egipto, donde no conoceremos la guerra
ni oiremos el son de la trompeta ni pasaremos hambre de pan; y allí viviremos,
entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor."
Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Si os empeñáis en ir a
Egipto, para residir allí, la espada que vosotros teméis os alcanzará en Egipto,
y el hambre que os asusta os irá pisando los talones en Egipto, y allí
moriréis."»
Pero ni Juan, hijo de Qarej, ni sus capitanes ni el pueblo escucharon la voz del
Señor, que les mandaba quedarse a vivir en tierra de Judá; sino que Juan, hijo
de Qarej, y sus capitanes reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos
los países de la dispersión para habitar en Judá: hombres, mujeres, niños, las
hijas del rey y cuantos Nabusardán, jefe de la guardia, había encomendado a
Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán; y también al profeta Jeremías y a
Baruc, hijo de Nerías. Y entraron en Egipto, sin obedecer la voz del Señor, y
llegaron a Tafne.
Responsorio Jr 42, 2; Lm 5, 3
R. Ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todos los que han sobrevivido,
* porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.
V. Hemos quedado como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas.
R. Porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.
Año II
Del libro de la Sabiduría 16, 2b-13. 20-26
BENEFICIOS QUE DIOS HACE A SU PUEBLO
Favoreciste a tu pueblo y, para satisfacer su apetito, les proporcionaste codornices,
manjar desusado; así, mientras los egipcios, hambrientos, perdían el apetito natural,
asqueados por los bichos que les habías enviado, tus hijos, después de pasar un poco
de necesidad, se repartían un manjar desusado. Pues era justo que a los opresores les
sobreviniera una necesidad sin salida, y a aquéllos se les mostrara sólo cómo eran
torturados sus enemigos.
Pues cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por
serpientes tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les
asustó un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu
ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba no en virtud de lo que veía, sino
gracias a ti, Salvador de todos. Así convenciste a nuestros enemigos de que eres tú
quien libra de todo mal; a ellos los mataron a picaduras alacranes y moscas, sin que
hubiera remedio para sus vidas, porque tenían merecido este castigo; a tus hijos,
en cambio, ni los dientes de culebras venenosas les pudieron, pues acudió a curarlos
tu misericordia.
Los aguijonazos les recordaban tus oráculos -y en seguida sanaban-, para que no
cayeran en profundo olvido y se quedaran sin experimentar tu acción benéfica.
Porque no los curó hierba ni emplasto, sino tu palabra, Señor, que lo sana todo.
Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, llevas a las puertas del
infierno y haces regresar.
Alimentaste a tu pueblo con manjar de ángeles, les enviaste desde el cielo un
pan ya preparado, que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los
gustos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al
deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería. Nieve y -hielo
aguantaban el fuego sin derretirse, para que se supiera que el fuego -ardiendo
en medio de la granizada y centelleando entre los chubascos- aniquilaba los
frutos de los enemigos; pero el mismo, en otra ocasión, se olvidó de su propia
virtud, para que los justos se alimentaran.
Porque la creación, sirviéndote a ti, su hacedor, se tensa para castigar a los
malvados y se distiende para beneficiar a los que confían en ti. Por eso,
también entonces, tomando todas las formas, estaba al servicio de tu
generosidad, que da alimento a todos, a voluntad de los necesitados, para que
aprendieran tus hijos queridos, Señor, que no alimenta al hombre la variedad de
frutos, sino que es tu palabra quien mantiene a los que creen en ti.
Responsorio Sb 16, 20; Jn 6, 59
R. Alimentaste a tu pueblo con manjar de ángeles, les enviaste desde el cielo un pan ya preparado,
* pan que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos.
V. Este es el pan que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Pan que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos.
SEGUNDA LECTURA
De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
(Disertación 7, en honor de su hermano Cesáreo, 23-24: PG 35, 786-787)
SANTA Y PIADOSA ES LA IDEA DE ORAR EN FAVOR DE LOS DIFUNTOS
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra.
Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste.
Con Cristo soy sepultado y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo
e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.
Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y para que
nosotros lo alcancemos quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada
y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así, todos nosotros lleguemos
a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es
con toda perfección; así entre nosotros ya no hay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay
varón ni mujer, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla
sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza
estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.
¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios!
Él pide cosas insignificantes y promete en cambio grandes dones tanto en este mundo como en el futuro,
a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él;
démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que con frecuencia nuestros sufrimientos son un instrumento
de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros,
nos han precedido ya en la morada eterna.
¡Señor y hacedor de todo y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste!
¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su
momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría
tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de
nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.
Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento
de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos
de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos
como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres
de esta vida, sino que, por el contrario, alegres v bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo
Jesús Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Responsorio
R. Te rogamos, Señor Dios nuestro, que acojas benignamente a nuestros hermanos difuntos, por quienes derramaste tu sangre;
* recuerda que somos polvo, y que el hombre es como el heno y como la flor del campo.
V. ¡Señor misericordioso, clemente y benigno!
R. Recuerda que somos polvo, y que el hombre es como el heno y como la flor del campo.
Oración
Señor de poder y de misericordia, cuyo favor hace digno y agradable el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos
hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.