Pascua - Jueves IV

INVITATORIO

Si Laudes es la primera celebración del día:
    V.
Señor, abre mis labios.
    R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

    A continuación se dice el salmo Invitatorio, con la antífona:
   
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Si antes de Laudes se ha celebrado el Oficio de lectura:
    V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
    R.
Señor, date prisa en socorrerme.
         Gloria. Aleluya.


LECTURA - LAUDES - MEDIA - VÍSPERAS - COMPLETAS


oficio de lectura


HIMNO

Oh Rey perpetuo de los elegidos,
oh Creador que todo lo creaste,
oh Dios en quien el Hijo sempiterno
es desde antes del tiempo igual al Padre.

Oh tú que, sobre el mundo que nacía,
imprimiste en Adán tu eterna imagen,
confundiendo en su ser el noble espíritu
y el miserable lodo de la carne.

Oh tú que ayer naciste de la Virgen,
y hoy del fondo de la tumba naces;
oh tú que, resurgiendo de los muertos,
de entre los muertos resurgir nos haces.

Oh Jesucristo, libra de la muerte
a cuantos hoy reviven y renacen,
para que seas el perenne gozo
pascual de nuestras mentes inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo,
que de la muerte resurgió triunfante,
y gloria con entrambos al divino Paracleto,
por siglos incesantes. Amén.


SALMODIA

Ant.1:
No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Salmo 43
ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

En todo vencemos fácilmente por
aquel que nos ha amado.  (Rm 8,
37)

I

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeiste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Ant.1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.


Ant. 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Ant. 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.


Ant. 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.

¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Ant. 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder. Aleluya.


PRIMERA LECTURA

Año I:


Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan     15, 5 -- 16.21

LAS SIETE COPAS DE LA IRA DE DIOS

    Yo, Juan, tuve otra visión:
    Se abrió en el cielo el santuario de la Tienda del testimonio y salieron del santuario los siete ángeles portadores de las siete plagas. vestidos de lino puro y brillante y ceñidos con cinturones de oro. Uno de los cuatro seres dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la cólera de Dios, que vive por los siglos de los siglos. El santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de su poder. y nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.
Oí una gran voz proveniente del santuario, que gritaba a los siete ángeles:
    «Id a derramar las siete copas de la cólera de Dios sobre la tierra.»
    Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra, y se produjo una úlcera maligna y dolorosa en los hombres que tenían la marca de la Bestia y que se postraban ante su imagen.
    El segundo derramó su copa sobre el mar, y el mar se convirtió como en sangre de un muerto, muriendo todos los seres vivos que había en el mar.
    El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía:
    «Justo eres, tú, el que es y el que era, el Santo, por haber hecho así justicia. Ya que derramaron la sangre de santos y de profetas. tú les has dado a beber sangre: bien se lo merecen.»
    Y oí una voz que salía del altar y decía:
    «Así es, Señor, Dios omnipotente: verdaderos y justos son tus juicios.»
    El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y se le concedió abrasar a los hombres con su fuego. Los hombres quedaron abrasados con grandes ardores y comenzaron a blasfemar del nombre de Dios, que había mandado estas plagas; pero no se arrepintieron ni le dieron gloria.
    El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la Bestia. Su reino se cubrió de tinieblas, y sus hombres se despedazaban las lenguas por el dolor. Blasfemaron del Dios del cielo por causa de sus dolores y de sus úlceras. pero no se arrepintieron ni abandonaron sus obras.
    El sexto ángel derramó su copa sobre el gran Río, el Éufrates, y su agua se secó. quedando así libre el camino para los reyes que vienen del oriente.
    Y vi que de la boca de la Serpiente y de la boca de la Bestia y de la boca del falso profeta salían tres espíritus inmundos, como ranas. Son espíritus de demonios, que obran prodigios y que se dirigen a los reyes del mundo entero para congregarlos con vistas a la batalla del gran Día del Dios omnipotente. («¡Mirad que vengo como un ladrón! ¡Bienaventurado el que esté velando y guardando sus vestidos, para que no tenga que andar desnudo y no vean su vergüenza!.) Y congregaron a los reyes en el lugar que en hebreo se llama Harmaguedón.
    El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió del santuario una gran voz, que procedía del trono de Dios, gritando:
    «¡Ya está hecho!»
    Y hubo relámpagos y fragor y truenos y un violento terremoto, cual no lo hubo desde que existen los hombres sobre la tierra. ¡Tan terrible era ese terremoto! la gran ciudad se deshizo en tres partes, se derrumbaron las ciudades de los gentiles y Dios se acordó de la gran Babilonia, para darle a beber la copa del vino de su cólera terrible. Huyeron todas las islas, los montes desaparecieron y una terrible pedrisca, con piedras como de cuarenta kilogramos, cayó del cielo sobre los hombres. Y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga de pedrisco, porque era ésta terrible en extremo.

Responsorio     Mt 24, 43; Ap 16, 15; 1Ts S, 3

R.
Si el amo de la casa supiera a qué hora de la noche ha de venir el ladrón, estaría en vela. * Mirad que yo vengo como un ladrón -dice el Señor-; bienaventurado el que esté velando. Aleluya.
V. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», en ese preciso instante vendrá sobre ellos la ruina.
R. Mirad que yo vengo como un ladrón -dice el Señor-; bienaventurado el que esté velando. Aleluya.


De los Hechos de los apóstoles     14, 7 -- 15, 4

Año II:

PABLO EN LISTRA


    En aquellos días, había en Listra un hombre imposibilitado de los pies, que solía estar sentado sin poderse mover. Era paralítico de nacimiento y nunca había podido andar. Escuchaba un día la predicación de Pablo, y éste, fijándose en él y viendo que esperaba conseguir su curación, le gritó con fuerte voz:
    «Levántate, ponte en pie.»
    Dio él un salto y echó a andar. La gente, al ver el milagro que había hecho Pablo, empezó a gritar en lengua licaonia:
    «Los dioses han bajado en forma humana hasta nosotros.»
    Y llamaban Júpiter a Bernabé, y Mercurio a Pablo, porque Pablo era quien dirigía la palabra. El sacerdote de Júpiter, cuyo templo se hallaba a la entrada de la ciudad, llevó allá unos toros adornados con guirnaldas, y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles un sacrificio. Cuando los apóstoles Pablo y Bernabé se dieron cuenta de ello, rasgaron sus vestiduras y se lanzaron entre la muchedumbre, diciendo a grandes voces:
    «Amigos, ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos también hombres, de la misma condición que vosotros. y venimos a traeros este mensaje: que de estos dioses que no son nada os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra y el mar y todo cuanto en ellos se contiene. En las pasadas generaciones, él permitió que todos los pueblos siguiesen sus propios caminos, si bien no dejó de revelarse a sí mismo; pues os dispensó toda clase de beneficios, os dio desde el cielo lluvias y estaciones fecundas en frutos os dio alimento y colmó de felicidad vuestros corazones.
    Con estas palabras, a duras penas pudieron conseguir que la gente no les ofreciese el sacrificio. Luego vinieron judíos de Antioquía a Iconio, y sedujeron a la gente de tal manera que terminaron por apedrear a Pablo, y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo por muerto. Pero él rodeado de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente marchó con Bernabé a Derbe.
    Evangelizada esta ciudad de Derbe, donde hicieron muchos discípulos, se volvieron a Listra, Icomo y Antioquía. Confortaron los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Y después de haber constituido presbíteros en cada Iglesia, con oraciones y ayunos los encomendaron al Señor, en quien habían creído. Atravesando Pisidia, llegaron a Panfilia; y, después de predicar el Evangelio en Perge, bajaron a Atalía. De allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para el ministerio que acababan de cumplir. A su llegada, reunieron a la comunidad y les refirieron las grandes e infinitas cosas que Dios había hecho con ellos y de cómo había abierto para los gentiles la puerta de la fe. Y continuaron mucho tiempo en compañía de los discípulos.
    Entretanto, algunos hermanos que habían bajado de Judea empezaron a enseñar a los demás esta doctrina:
    «Si no os hacéis circuncidar conforme a la ley de Moisés, no os podéis salvar.»
    Con esto se produjo un gran revuelo y una viva polémica de Pablo y Bernabé contra ellos. Por fin se tomó el acuerdo que Pablo y Bernabé y algunos de los otros subieran a Jerusalén para resolver la cuestión. Provistos de lo necesario por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, narrando en todas partes la conversión de los gentiles, y causando gran gozo en todos los hermanos. A su llegada a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y les contaron todo cuanto Dios había hecho con ellos.

Responsorio     1Ts 1, 9-10

R.
Os convertísteis de los ídolos a Dios * para consagraros al Dios vivo y verdadero. Aleluya.
V. Y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, al cual resucitó de entre los muertos; él nos ha salvado de la ira venidera.
R. Para consagraros al Dios vivo y verdadero. Aleluya.


SEGUNDA LECTURA

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

(Tratado 65, 1-3: eel 36, 490-492)

EL MANDATO NUEVO


    El Señor Jesús declara que da a sus discípulos un mandato nuevo por el que les prescribe que se amen mutuamente unos a otros: Os doy -dice- el mandato nuevo: que os améis mutuamente.
    ¿Es que no existía ya este mandato en la ley antigua, en la que hallamos escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué, pues, llama nuevo el Señor a lo que nos consta que es tan antiguo? ¿Quizá la novedad de este mandato consista en el hecho de que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo? Porque renueva en verdad al que lo oye, mejor dicho, al que lo cumple, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual el Señor, para distinguirlo del amor carnal, añade: Como yo os he amado.
    Éste es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo. Este amor, hermanos muy amados, es el mismo que renovó antiguamente a los justos, a los patriarcas y profetas, como también después a los apóstoles, y el mismo que renueva ahora a todas las gentes, y el que hace que el género humano, esparcido por toda la tierra, se reúna en un nuevo pueblo, en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo único de Dios, de la cual se dice en el Cantar de los cantares: ¿Ouién es ésa que sube toda ella resplandeciente de blancura? Resplandeciente, en verdad, porque está renovada, y renovada por el mandato nuevo.
    Por eso, en ella, todos los miembros tienen entre sí una mutua solicitud: si sufre uno de los miembros, todos los demás sufren con él, y, si es honrado uno de los miembros, se alegran con él todos los demás. Es porque escuchan y guardan estas palabras: Os doy el mandato nuevo: que os améis mutuamente, no con un amor que degrada, ni con el amor con que se aman los seres humanos por ser humanos, sino con el amor con que se aman porque están deificados y son hijos del Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único y se aman entre si con el mismo amor con que Cristo los ha amado, para conducirnos hasta aquella meta final en la que encuentran su plenitud y la saciedad de todos los bienes que desean. Entonces, en efecto, todo deseo se verá colmado, cuando Dios lo será todo en todas las cosas.
    Este amor es don del mismo que afirma: Como yo os he amado, para que vosotros os améis mutuamente. Por esto nos amó, para que nos amemos unos a otros; con su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el amor mutuo y, unidos los miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.

Responsorio     1Jn 4. 21: Mt 22, 40

R.
Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.
V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas:
R. Quien ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.

La oración conclusiva como en las Laudes.


CONCLUSIÓN

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.
Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.



Laudes


HIMNO

El agua pura, don de la mañana,
da a los ojos el brillo de la vida,
y el alma se despierta cuando escucha
que el ángel dice: «¡Cristo resucita!»

¡Cómo quieren las venas de mi cuerpo
ser música, ser cuerdas de la lira,
y cantar, salmodiar como los pájaros,
en esta Pascua santa la alegría!

Mirad cuál surge Cristo transparente:
en medio de los hombres se perfila
su cuerpo humano, cuerpo del amigo
deseado, serena compañía.

El que quiera palparlo, aquí se acerque,
entre con su fe en el Hombre que humaniza,
derrame su dolor y su quebranto,
dé riendas al amor, su gozo diga.

A ti, Jesús ungido, te ensalzamos,
a ti, nuestro Señor, que depositas
tu santo y bello cuerpo en este mundo,
como en el campo se echa la semilla. Amén.


SALMODIA

Ant. 1:
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo. Aleluya.

Salmo 142, 1-11
LAMENTACIÓN Y SÚPLICA ANTE LA ANGUSTIA

El hombre no se justifica por cumplir la ley,
sino  por  creer en Cristo Jesús. (Ga 2, 16)

Señor, escucha mi oración;
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti;
indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Ant. 1: Por tu nombre, Señor, consérvame vivo. Aleluya.


Ant. 2: Pronto volveré a veros y se alegrará vuestro corazón. Aleluya.

Cántico     Is 66, 10-14a
CONSUELO Y GOZO PARA LA CIUDAD SANTA

La  Jerusalén  de  arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4,26)

Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis,
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
a su pecho seréis alimentados
y os saciaréis de sus consuelos
y apuraréis las delicias
de sus pechos abundantes.

Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella
como un río la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.

Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo
y en Jerusalén seréis consolados.

Al verlo se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado.»

Ant. 2: Pronto volveré a veros y se alegrará vuestro corazón. Aleluya.


Ant. 3: El Señor reconstruye Jerusalén y sana los corazones destrozados. Aleluya.

Salmo 146
PODER Y BONDAD DEL SEÑOR

Señor,  Dios  eterno,  alegres  te
cantamos, a ti nuestra alabanza

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;

que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado,
y a las crías de cuervo que graznan.

No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los músculos del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.

Ant. 3: El Señor reconstruye Jerusalén y sana los corazones destrozados. Aleluya.


LECTURA BREVE     Rm 8, 10-11

Si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo haya muerto por causa del pecado, el espíritu tiene vida por la justificación. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en vosotros.


RESPONSORIO BREVE

V.
El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

V. El que por nosotros colgó del madero.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, ya al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Aleluya, aleluya.


CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant.:
No es el discípulo más que el maestro; le basta al discípulo estar al mismo nivel de su maestro. Aleluya.

Cántico de Zacarías     Lc 1, 68-79
EL MESÍAS Y SU PRECURSOR


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Ant.: No es el discípulo más que el maestro; le basta al discípulo estar al mismo nivel de su maestro. Aleluya.


PRECES

Oremos confiados a Dios Padre, que quiso que Cristo fuera, la primicia de la resurrección de los hombres, y aclamémoslo, diciendo:

      Que el Señor Jesús sea nuestra vida.

Tú que por la columna de fuego, iluminaste a tu pueblo en el desierto,
      ilumina hoy con la resurrección de Cristo el día que empezamos.

Tú que por la voz de Moisés adoctrinaste a tu pueblo en el Sinaí,
      haz que Cristo, por su resurrección, sea hoy palabra de vida para nosotros.

Tú que con el maná alimentaste a tu pueblo peregrino en el desierto,
      haz que Cristo, por su resurrección, sea durante este día nuestro pan de vida.

Tú que por el agua de la roca diste de beber a tu pueblo en el desierto,
      por la resurrección de tu Hijo danos hoy parte en tu Espíritu de vida.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir: Padre nuestro.


Oración

Señor Dios nuestro, que al restaurar la naturaleza humana le otorgaste una dignidad mayor que la que tuvo en sus orígenes, mantén siempre tus inefables designios de amor hacia nosotros, y conserva en quienes hemos renacido por el bautismo los dones que de tu bondad hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


CONCLUSIÓN

V.
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



hora intermedia


V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
     Gloria. Aleluya.


HIMNO

Tercia

Al Señor confesamos, ¡aleluya!
en la hora de tercia a la mañana
se llenaron los suyos de esperanza,
y lejos de la noche y de la duda
salieron con la llama y la palabra.

Al Señor adoramos, ¡aleluya!
Han marcado sus pies nuestros caminos,
marcó su nombre el nombre de los siglos,
y en la tierra su voz cual voz ninguna
convoca seguidores y testigos.

Al Señor esperamos, ¡aleluya!
y ahora celebramos al Viviente,
a Jesús victorioso de la muerte;
acéptanos, oh Cristo, cual liturgia
de gloria que ganaste ya ti vuelve. Amén.

O bien:

Espíritu de Dios, la tierra llenas,
las mentes de los hombres las bañas en tu luz,
tú que eres Luz de Dios, divino fuego,
infunde en todo hombre la fuerza de la cruz.

Sé luz resplandeciente en las tinieblas
de quienes el pecado sumió en la obscuridad,
reúne en la asamblea de los hijos
los justos que te amaron, los muertos por la paz.

Acaba en plenitud al Cristo vivo,
confirma en el creyente la gracia y el perdón,
reúnelos a todos en la Iglesia,
testigos jubilosos de la resurrección. Amén.

Sexta

Verbo de Dios, el sol de mediodía,
amable mensajero de tu rostro,
fecunda nuestra tierra y la hermosea
como fuente de luz, de vida y gozo.

Más hermoso tu cuerpo, que es pleroma
del infinito amor jamás gastado;
y de ese mar sin fondo ni ribera
la Iglesia es tu pleroma continuado.

Verbo de Dios, que reinas sin fatiga,
que emerges victorioso del trabajo,
reina dichoso tú que nos esperas
mientras nosotros vamos caminando. Amén.

O bien:

Cuando la luz del día está en su cumbre,
eres, Señor Jesús, luz y alegría
de quienes en la fe y en la esperanza
celebran ya la fiesta de la Vida

Eres resurrección, palabra y prenda
de ser y de vivir eternamente;
sembradas de esperanzas nuestras vidas,
serán en ti cosecha para siempre.

Ven ya, Señor Jesús, Salvador. nuestro,
de tu radiante luz llena este día,
camino de alegría y de esperanza,
cabal acontecer de nueva vida.

Concédenos, oh Padre omnipotente,
por tu Hijo Jesucristo, hermano nuestro,
vivir ahora el fuego de tu Espíritu,
haciendo de esta tierra un cielo nuevo. Amén.

Nona

Reina el Señor allí donde ninguno
ciñe corona que haya alado el mundo;
reina el Señor allí donde la vida
sin lágrimas es río de delicias.

Reina el Señor, el compasivo siervo,
que en sus hombros cargó nuestro madero;
vive el muerto en la cruz, sepultado
y con hierro sellado y custodiado.

Cruzó el oscuro valle de la muerte
hasta bajar a tumba de rebeldes;
fingía que era suya nuestra pena,
y en silencio escuchó nuestra sentencia.

Pero reina el Señor, la tierra goza,
y ya se escuchan los cánticos de boda.
¡Gloria al Señor Jesús resucitado,
nuestra esperanza y triunfo deseado! Amén.

O bien:

Salvador del mundo,
Señor de los ángeles:
por tu cruz gloriosa
la muerte venciste.

Oh Señor, consérvanos
los dones amables
que, con sufrimientos,
tú nos mereciste.

Y a quienes a precio
de dolor salvaste,
llévalos al cielo
para que te alaben.

Llévalos a todos,
Señor, suplicámoste,
pues que nos hiciste
reino de tu Padre. Amén.


SALMODIA

Ant.: Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 118, 153-160

Mira mi abatimiento y líbrame,
porque no olvido tu voluntad;
defiende mi causa y rescátame,
con tu promesa dame vida;
la justicia está lejos de los malvados
que no buscan tus leyes.

Grande es tu ternura, Señor,
con tus mandamientos dame vida;
muchos son los enemigos que me persiguen,
pero yo no me aparto de tus preceptos;
viendo a los renegados sentía indignación,
porque no guardan tus mandatos.

Mira cómo amo tus decretos, Señor,
por tu misericordia dame vida;
el compendio de tu palabra es la verdad,
y tus justos juicios son eternos.


Salmo 127
PAZ DOMÉSTICA EN EL HOGAR DEL JUSTO

«Que el Señor te bendiga desde Sión»,
es  decir,  desde  su  Iglesia. (Arnobio)

¡Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos!

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como una vid fecunda,
en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!


Salmo 128
ESPERANZA DE UN PUEBLO OPRIMIDO

La Iglesia habla de los sufrimientos
que  tiene  que tolerar. (S. Agustín)

¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud
-que lo diga Israel-,
cuánta guerra me han hecho desde mi juventud,
pero no pudieron conmigo!

Sobre mis espaldas metieron el arado
y alargaron los surcos.
Pero el Señor, que es justo,
rompió las coyundas de los malvados.

Retrocedan, avergonzados,
los que odian a Sión;
sean como la hierba del tejado,
que se seca y nadie la siega;

que no llena la mano del segador
ni la brazada del que agavilla;
ni le dicen los que pasan:
«Que el Señor te bendiga.»

Os bendecimos en el nombre del Señor.

Ant.: Aleluya, aleluya, aleluya.


LECTURA BREVE

Tercia     1Co 12, 13


Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

V. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R. Y se ha aparecido a Simón. Aleluya.

La oración conclusiva como en las Laudes.


Sexta     Tt 3, 5b-7


Dios nos trajo la salud mediante el baño bautismal de regeneración y renovación que obra el Espíritu Santo. Él derramó con toda profusión sobre nosotros este Espíritu por Cristo Jesús, nuestro salvador. Así, justificados por la gracia de Cristo, hemos obtenido la esperanza de poseer en herencia la vida eterna.

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
R. Al ver al Señor. Aleluya.

La oración conclusivo como en las Laudes.


Nona     Cf. Col 1, 12-14


Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

V. Quédate con nosotros, Señor. Aleluya.
R. Porque ya es tarde. Aleluya.

La oración conclusiva como en las Laudes.


CONCLUSIÓN

V.
Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.



I Vísperas de Nuestra Señora de Luján


V. Dios mío ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
     Gloria. Aleluya.


HIMNO

Excelsa Reina de vírgenes,
de Dios Madre virginal,
puerta y dulzura del cielo,
esperanza del mortal.

Cándida flor entre espinas,
paloma de luz solar,
nacida de nuestra estirpe
donas medicina al mal.

Alcázar inexpugnable,
fúlgida estrella del mar,
desbarata los ardides,
guíenos tu claridad.

Sola inmaculada brillas
sin mancha original,
y triunfas de la serpiente
y su veneno letal.

Disipa sombras de errores,
aleja escollo fatal,
y el que fluctúa extraviado
halle en ti seguridad.

Se tribute excelsa gloria
a la augusta Trinidad
que te embelleció de gracias
y santidad singular. Amén.


SALMODIA

Ant. 1:
Como aurora naciente, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a nuestro pueblo. Aleluya

Salmo 112
ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR


Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Ant. 1: Como aurora naciente, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a nuestro pueblo. Aleluya


Ant. 2: He elegido y santificado este lugar, para que en él permanezca mi nombre para siempre y estén fijos en él mis ojos y mi corazón. Aleluya.

Salmo 147

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Ant. 2: He elegido y santificado este lugar, para que en él permanezca mi nombre para siempre y estén fijos en él mis ojos y mi corazón. Aleluya.


Ant. 3: Reconozcan, Señor, que aquí está tu mano, que eres tú quien lo ha hecho. Aleluya.

Cántico     Ef 1, 3-10
PLAN DIVINO DE LA SALVACIÓN


Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas
tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Ant. 3: Reconozcan, Señor, que aquí está tu mano, que eres tú quien lo ha hecho. Aleluya.


LECTURA BREVE     Ga 4, 4-5

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.


RESPONSORIO BREVE

V.
Se levantaron sus hijos, y la proclamaron bienaventurada. Aleluya, aleluya.
R. Se levantaron sus hijos, y la proclamaron bienaventurada. Aleluya, aleluya.

V. Ella abrió sus labios con sabiduría y su lengua profirió palabras de amor.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Se levantaron sus hijos, y la proclamaron bienaventurada. Aleluya, aleluya.


CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant.:
Dijo la madre de Jesús a los servidores: "Haced lo que él os diga." Aleluya.

A continuación se dice el Cántico de la Santísima Virgen María


PRECES


Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle diciendo:

      Que la llena de gracia interceda por nosotros.

Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
      haz que todos tus hijos deseen y caminen hacía esta misma gloria.

Tú que nos diste a María por madre, concede por su mediación salud a los enfermos, socorro a los desamparados, unidad a los hogares
      y casa a los sin techo.

Tú que hiciste de María la madre de misericordia,
      haz que cuantos viven en peligros o están tentados sientan su protección maternal.

Tú que en tu madre, nuestra Señora de Luján, abriste en nuestra patria una fuente de bendición, mira benigno a nuestras autoridades y pueblo,
      y haz que la Iglesia crezca y se dilate en la verdadera fe y caridad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
      haz que nuestros queridos muertos puedan alcanzar con todos los santos, la felicidad de tu reino.

Confiando en el Señor, que hizo obras grandes en María, pidamos al Padre que colme también de bienes al mundo hambriento de Verdad y de pan: Padre nuestro.


Oración

Señor, mira con bondad la fidelidad de tu Pueblo y concédenos que, por los méritos  e intercesión de la santísima Virgen María, obtengamos los dones de tu gracia en la vida presente y la salvación eterna en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


CONCLUSIÓN

V.
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



Completas


INVOCACIÓN INICIAL

V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
     Gloria. Aleluya.


EXAMEN DE CONCIENCIA

Es muy de alabar que, después de la invocación inicial, se haga el examen de conciencia, el cual en la celebración comunitaria puede concluirse con alguna de las fórmulas del acto penitencial de la misa.


HIMNO


El corazón se dilata
sin noche en tu santo cuerpo,
oh morada iluminada,
mansión de todo consuelo.

Por tu muerte sin pecado,
por tu descanso y tu premio,
en ti, Jesús, confiamos,
y te miramos sin miedo.

Como vigilia de amor
te ofrecemos nuestro sueño;
tú que eres el paraíso,
danos un puesto en tu reino. Amén.

O bien:

En ti, Señor, reposan nuestras vidas
en el descanso santo de la noche;
tú nos preparas para la alborada
y en el Espíritu Santo nos acoges.

En apartadas y lejanas tierras
el sol ha despertado las ciudades;
amigo de los hombres, ve sus penas
y ensancha de tu amor los manantiales.

Vencedor de la muerte y de las sombras,
Hijo eterno de Dios, resucitado,
líbranos del peligro de la noche
al dormirnos confiados en tus brazos. Amén.


SALMODIA

Ant.:
Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 4
ACCIÓN DE GRACIAS

El Señor hizo maravillas al resucitar a  Je-
sucristo de entre los muertos. (S. Agustín)

Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.

Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.

Temblad y no pequéis, reflexionad
en el silencio de vuestro lecho;
ofreced sacrificios legítimos
y confiad en el Señor.

Hay muchos que dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?"

Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo y en vino.

En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me hacer vivir tranquilo.


Salmo 133
ORACIÓN VESPERTINA EN EL TEMPLO

Alabad al Señor, sus siervos todos, los que
le teméis,  pequeños y grandes.  (Ap 19, 5)

Y ahora bendecid al Señor,
los siervos del Señor,
los que pasáis la noche
en la casa del Señor:

Levantad las manos hacia el santuario,
y bendecid al Señor.

El Señor te bendiga desde Sión:
el que hizo cielo y tierra.

Ant.: Aleluya, aleluya, aleluya.


LECTURA BREVE     Dt 6, 4-7

Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.


RESPONSORIO BREVE

V.
En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.

V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.


CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant.:
Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.


Cántico de Simeón     Lc 2, 29-32
CRISTO, LUZ DE LAS NACIONES Y GLORIA DE ISRAEL


Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Ant.: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. (T. P. Aleluya.)

Oración

Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Cristo nuestro Señor.


CONCLUSIÓN

Bendición:

V.
El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.


ANTÍFONA FINAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque Cristo,
a quien llevaste en tu seno, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.