CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco
de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también
como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella
que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra
madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con
coloridas flores y hierba»
[1].
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos
crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a
expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado,
también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo,
en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y
sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos
tierra (cf. Gn 2,7).
Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del
planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos
vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba
vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa Juan
XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con
rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta
de paz. Dirigió su mensaje
Pacem in terris a todo el «mundo católico», pero
agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad». Ahora,
frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a
cada persona que habita este planeta. En mi exhortación
Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la
Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera
todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente
entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de
Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se
refirió a la problemática ecológica, presentándola como una
crisis, que es «una consecuencia dramática» de la actividad descontrolada del
ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser
humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación»
[2].
También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo
el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia
y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque
«los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes,
el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»
[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor.
En su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros
significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los
fines de un uso inmediato y consumo»
[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global
[5].
Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica ecología humana»
[6].
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser
protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar
el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de
producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la
sociedad»
[7].El
auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a
la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener
en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»
[8].
Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano
debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios
[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas
estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos
de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio
ambiente»
[10].
Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando
uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es
uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia,
las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza
está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana»
[11].
El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de
heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente
social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es
decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras
vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre
no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a
sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza»
[12].
Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el
conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros
mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna
instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos»
[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de
innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de
la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar
que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y
Comunidades cristianas –como también otras religiones– han
desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión
sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo
un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del
aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que
compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente
a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias
maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que
todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer
«nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»
[14].
Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y
estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los
seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los
seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas
húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos
estos son pecados»
[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un
pecado contra Dios»
[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y
espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar
soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de
otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al
sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de
compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente
renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que
necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la
dependencia»
[17].
Los cristianos, además, estamos llamados a «aceptar el mundo como sacramento de
comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global.
Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más
pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios,
hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta»
[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un
modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía
y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo
de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del
cuidado de lo que es débil y de una ecología integral,
vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de
todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología,
amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó
una atención particular hacia la creación de Dios y hacia
los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su
alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un
místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una
maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la
naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué
punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la
justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la
paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere
apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la
biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos
enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más
pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las
demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta
predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don
de la razón»
[19].
Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico,
porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de
cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san
Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen
común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que
parecieran, el dulce nombre de hermanas»
[20].
Esta convicción no puede ser despreciada como un
romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las
opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos
acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al
estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de
la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el
mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del
consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de
poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si
nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la
sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La
pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un
ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una
renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de
dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la
naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo
de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las
criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb
13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia
a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el
convento siempre se dejara una parte del huerto sin
cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de
manera que quienes las admiraran pudieran elevar su
pensamiento a Dios, autor de tanta belleza
[21].
El mundo es algo más que un problema a resolver, es un
misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común
incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en
la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues
sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos
abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no
se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la
capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.
Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que,
en los más variados sectores de la actividad humana, están
trabajando para garantizar la protección de la casa que
compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan
con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la
degradación ambiental en las vidas de los más pobres del
mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se
preguntan cómo es posible que se pretenda construir un
futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los
sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre
el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el
desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos
interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico
mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha
generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la
concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para
buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser
frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino
también por la falta de interés de los demás. Las actitudes
que obstruyen los caminos de solución, aun entre los
creyentes, van de la negación del problema a la
indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en
las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad
universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se
necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño
causado por el abuso humano a la creación de Dios»
[22].
Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el
cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su
experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al
Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la
grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por
distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin
de asumir los mejores frutos de la investigación científica
actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en
profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y
espiritual como se indica a continuación. A partir de esa
mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la
tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego
intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de
manera que no miremos sólo los síntomas sino también las
causas más profundas. Así podremos proponer una ecología
que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar
peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con
la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera
avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política
internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de
que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo,
propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas en
el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una
metodología específica, a su vez retoma desde una nueva
óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos
anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que
atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima
relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la
convicción de que en el mundo todo está conectado, la
crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que
derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos
de entender la economía y el progreso, el valor propio de
cada criatura, el sentido humano de la ecología, la
necesidad de debates sinceros y honestos, la grave
responsabilidad de la política internacional y local, la
cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de
vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son
constantemente replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas o filosóficas sobre la
situación de la humanidad y del mundo pueden sonar a mensaje
repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir
de una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene
de inédito para la historia de la humanidad. Por eso, antes
de reconocer cómo la fe aporta nuevas motivaciones y
exigencias frente al mundo del cual formamos parte, propongo
detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a
nuestra casa común.
18. A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se
une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos
llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de
los sistemas complejos, la velocidad que las acciones
humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de
la evolución biológica. A esto se suma el problema de que
los objetivos de ese cambio veloz y constante no
necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo
humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable,
pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro
del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la
humanidad.
19. Después de un tiempo de confianza irracional en el
progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad
está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte
una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al
cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa
preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta.
Hagamos un recorrido, que será ciertamente incompleto, por
aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya
no podemos esconder debajo de la alfombra. El objetivo no es
recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar
dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento
personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la
contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte
20. Existen formas de contaminación que afectan
cotidianamente a las personas. La exposición a los
contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de
efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres,
provocando millones de muertes prematuras. Se enferman, por
ejemplo, a causa de la inhalación de elevados niveles de
humo que procede de los combustibles que utilizan para
cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación
que afecta a todos, debida al transporte, al humo de la
industria, a los depósitos de sustancias que contribuyen a
la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes,
insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y
agrotóxicos en general. La tecnología que, ligada a las
finanzas, pretende ser la única solución de los problemas,
de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las
múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso
a veces resuelve un problema creando otros.
21. Hay que considerar también la contaminación producida
por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos
presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de
millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos
no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales,
residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e
industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La
tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un
inmenso depósito de porquería. En muchos lugares del
planeta, los ancianos añoran los paisajes de otros tiempos,
que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos
industriales como los productos químicos utilizados en las
ciudades y en el agro pueden producir un efecto de
bioacumulación en los organismos de los pobladores de zonas
cercanas, que ocurre aun cuando el nivel de presencia de un
elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles
para la salud de las personas.
22. Estos problemas están íntimamente ligados a la
cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos
excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en
basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del
papel que se produce se desperdicia y no se recicla. Nos
cuesta reconocer que el funcionamiento de los ecosistemas
naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los
seres carnívoros, que proporcionan importantes cantidades de
residuos orgánicos, los cuales dan lugar a una nueva
generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial,
al final del ciclo de producción y de consumo, no ha
desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos
y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo
circular de producción que asegure recursos para todos y
para las generaciones futuras, y que supone limitar al
máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el
consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo
de contrarrestar la cultura del descarte, que termina
afectando al planeta entero, pero observamos que los avances
en este sentido son todavía muy escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de todos y para todos. A
nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas
condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso
científico muy consistente que indica que nos encontramos
ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En
las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado
del constante crecimiento del nivel del mar, y además es
difícil no relacionarlo con el aumento de eventos
meteorológicos extremos, más allá de que no pueda atribuirse
una causa científicamente determinable a cada fenómeno
particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de
la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de
producción y de consumo, para combatir este calentamiento o,
al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan. Es
verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las
variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo
solar), pero numerosos estudios científicos señalan que la
mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas
se debe a la gran concentración de gases de efecto
invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de
nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la
actividad humana. Al concentrarse en la atmósfera, impiden
que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra
se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado
especialmente por el patrón de desarrollo basado en el uso
intensivo de combustibles fósiles, que hace al corazón del
sistema energético mundial. También ha incidido el aumento
en la práctica del cambio de usos del suelo, principalmente
la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el
ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que agrava aún
más la situación, y que afectará la disponibilidad de
recursos imprescindibles como el agua potable, la energía y
la producción agrícola de las zonas más cálidas, y provocará
la extinción de parte de la biodiversidad del planeta. El
derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura
amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y
la descomposición de la materia orgánica congelada podría
acentuar todavía más la emanación de anhídrido carbónico. A
su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las cosas,
ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La
contaminación que produce el anhídrido carbónico aumenta la
acidez de los océanos y compromete la cadena alimentaria
marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría
ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una
destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves
consecuencias para todos nosotros. El crecimiento del nivel
del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de extrema
gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la
población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la
mayor parte de las megaciudades están situadas en zonas
costeras.
25. El cambio climático es un problema global con graves
dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas
y políticas, y plantea uno de los principales desafíos
actuales para la humanidad. Los peores impactos
probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los
países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares
particularmente afectados por fenómenos relacionados con el
calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen
fuertemente de las reservas naturales y de los servicios
ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos
forestales. No tienen otras actividades financieras y otros
recursos que les permitan adaptarse a los impactos
climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y
poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por
ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de
animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto
a su vez afecta los recursos productivos de los más pobres,
quienes también se ven obligados a migrar con gran
incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es
trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria
empeorada por la degradación ambiental, que no son
reconocidos como refugiados en las convenciones
internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas
sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una
general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora
mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones
ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un
signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por
nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad
civil.
26. Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder
económico o político parecen concentrarse sobre todo en
enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando
sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio
climático. Pero muchos síntomas indican que esos efectos
podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales
modelos de producción y de consumo. Por eso se ha vuelto
urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en
los próximos años la emisión de anhídrido carbónico y de
otros gases altamente contaminantes sea reducida
drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de
combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía
renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a
energías limpias y renovables. Todavía es necesario
desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación. Sin
embargo, en algunos países se han dado avances que comienzan
a ser significativos, aunque estén lejos de lograr una
proporción importante. También ha habido algunas inversiones
en formas de producción y de transporte que consumen menos
energía y requieren menos cantidad de materia prima, así
como en formas de construcción o de saneamiento de edificios
para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas
prácticas están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la situación actual tienen que
ver con el agotamiento de los recursos naturales. Conocemos
bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo
de los países más desarrollados y de los sectores más ricos
de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza
niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites
máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto
el problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia representa una cuestión de
primera importancia, porque es indispensable para la vida
humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y
acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores
sanitarios, agropecuarios e industriales. La provisión de
agua permaneció relativamente constante durante mucho
tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la
oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo
término. Grandes ciudades que dependen de un importante
nivel de almacenamiento de agua, sufren períodos de
disminución del recurso, que en los momentos críticos no se
administra siempre con una adecuada gobernanza y con
imparcialidad. La pobreza del agua social se da
especialmente en África, donde grandes sectores de la
población no acceden al agua potable segura, o padecen
sequías que dificultan la producción de alimentos. En
algunos países hay regiones con abundante agua y al mismo
tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente serio es el de la calidad
del agua disponible para los pobres, que provoca muchas
muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes
enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las
causadas por microorganismos y por sustancias químicas. La
diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios
higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor
significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las
aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la
contaminación que producen algunas actividades extractivas,
agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay
una reglamentación y controles suficientes. No pensemos
solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y
productos químicos que utiliza la población en muchos
lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y
mares.
30. Mientras se deteriora constantemente la calidad del
agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a
privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que
se regula por las leyes del mercado. En realidad, el
acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico,
fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia
de las personas, y por lo tanto es condición para el
ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo
tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen
acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho
a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda
se salda en parte con más aportes económicos para proveer de
agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se
advierte un derroche de agua no sólo en países
desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados
que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema
del agua es en parte una cuestión educativa y cultural,
porque no hay conciencia de la gravedad de estas conductas
en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua provocará el aumento del
costo de los alimentos y de distintos productos que dependen
de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la
posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de
pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos
ambientales podrían afectar a miles de millones de personas,
pero es previsible que el control del agua por parte de
grandes empresas mundiales se convierta en una de las
principales fuentes de conflictos de este siglo
[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra también están siendo
depredados a causa de formas inmediatistas de entender la
economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida
de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de
especies que podrían significar en el futuro recursos
sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino
también para la curación de enfermedades y para múltiples
servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden
ser recursos claves para resolver en el futuro alguna
necesidad humana o para regular algún problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo
como eventuales «recursos» explotables, olvidando que
tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de
especies vegetales y animales que ya no podremos conocer,
que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre.
La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que
ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de
especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni
podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un
mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad. Pero para el
buen funcionamiento de los ecosistemas también son
necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos,
los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos.
Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar
desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para
estabilizar el equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser
humano debe intervenir cuando un geosistema entra en estado
crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en una
realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los
constantes desastres que el ser humano ocasiona provocan una
nueva intervención suya, de tal modo que la actividad humana
se hace omnipresente, con todos los riesgos que esto
implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la
intervención del ser humano para resolver una dificultad
muchas veces agrava más la situación. Por ejemplo, muchos
pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma
agricultura, y su desaparición deberá ser sustituida con
otra intervención tecnológica, que posiblemente traerá
nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables los
esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar
soluciones a los problemas creados por el ser humano. Pero
mirando el mundo advertimos que este nivel de intervención
humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se
vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris,
mientras al mismo tiempo el desarrollo de la tecnología y de
las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De este
modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza
irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por
nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto ambiental de algún
emprendimiento, se suele atender a los efectos en el suelo,
en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un
estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como
si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o
vegetales fuera algo de poca relevancia. Las carreteras, los
nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras
construcciones van tomando posesión de los hábitats y a
veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de
animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de
modo que algunas especies entran en riesgo de extinción.
Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de
estas obras, como la creación de corredores biológicos, pero
en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no
siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su
disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del
ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que
vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca
un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa
realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se
ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que
el beneficio económico que se pueda obtener. En el caso de
la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos
hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso,
podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando
se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al
resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos
costos de la degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado en la preservación eficaz
de ciertos lugares y zonas –en la tierra y en los océanos–
donde se prohíbe toda intervención humana que pueda
modificar su fisonomía o alterar su constitución original.
En el cuidado de la biodiversidad, los especialistas
insisten en la necesidad de poner especial atención a las
zonas más ricas en variedad de especies, en especies
endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección
efectiva. Hay lugares que requieren un cuidado particular
por su enorme importancia para el ecosistema mundial, o que
constituyen importantes reservas de agua y así aseguran
otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de
biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes
acuíferos y los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la
totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las
selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi
imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o
arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables
especies, cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se
pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el
pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De
hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo
sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales»
[24].
Es loable la tarea de organismos internacionales y de
organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las
poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando
legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno
cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el
ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a
intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora silvestre por áreas
forestadas con árboles, que generalmente son monocultivos,
tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque
puede afectar gravemente a una biodiversidad que no es
albergada por las nuevas especies que se implantan. También
los humedales, que son transformados en terreno de cultivo,
pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas
zonas costeras, es preocupante la desaparición de los
ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen la mayor parte del agua
del planeta, sino también la mayor parte de la vasta
variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía
desconocidos para nosotros y amenazados por diversas causas.
Por otra parte, la vida en los ríos, lagos, mares y océanos,
que alimenta a gran parte de la población mundial, se ve
afectada por el descontrol en la extracción de los recursos
pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas
especies. Todavía siguen desarrollándose formas selectivas
de pesca que desperdician gran parte de las especies
recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos
que no tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton
que constituyen un componente muy importante en la cadena
alimentaria marina, y de las cuales dependen, en definitiva,
especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares tropicales y subtropicales, encontramos las
barreras de coral, que equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque
hospedan aproximadamente un millón de especies, incluyendo peces, cangrejos,
moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya
son estériles o están en un continuo estado de declinación: «¿Quién ha
convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de
vida y de color?»
[25].
Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que
llega al mar como resultado de la deforestación, de los
monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de
métodos destructivos de pesca, especialmente los que
utilizan cianuro y dinamita. Se agrava por el aumento de la
temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda a darnos
cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza puede
tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que
ciertas formas de explotación de recursos se hacen a costa
de una degradación que finalmente llega hasta el fondo de
los océanos.
42. Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el
comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas
variables de impacto de cualquier modificación importante del ambiente. Porque
todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y
admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio
tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería
hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar
programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las
especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una
criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser
feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no
podemos dejar de considerar los efectos de la degradación
ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura
del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido
y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres
para vivir, debido no solamente a la contaminación originada
por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a
los problemas del transporte y a la contaminación visual y
acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras
ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay
barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente,
están congestionados y desordenados, sin espacios verdes
suficientes. No es propio de habitantes de este planeta
vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y
metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la
privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los
ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil.
En otros, se crean urbanizaciones «ecológicas» sólo al
servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros
entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele
encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien
cuidados en algunas áreas «seguras», pero no tanto en
zonas menos visibles, donde viven los descartables de la
sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio global se
incluyen los efectos laborales de algunas innovaciones
tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios,
la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el
surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el
narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más
jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros,
que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no
ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso
integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de
estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos
de integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del
mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no
favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir
sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con
generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este
contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en
medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige
un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo
desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de
su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de
la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las
personas, no se consigue con una mera acumulación de datos
que termina saturando y obnubilando, en una especie de
contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a
reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación
mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar
las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse
un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver
más con dispositivos y pantallas que con las personas y la
naturaleza. Los medios actuales permiten que nos
comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin
embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo
con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y
con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no
debería llamar la atención que, junto con la abrumadora
oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y
melancólica insatisfacción en las relaciones
interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos
afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a
causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el
deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más
débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la
investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las
agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»
[26].
Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas
perjudica especialmente a quienes viven de la pesca
artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación
del agua afecta particularmente a los más pobres que no
tienen posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación
del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones
costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El
impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en
la muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos
generados por falta de recursos y en tantos otros problemas
que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo
[27].
49. Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara
de los problemas que afectan particularmente a los
excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de
millones de personas. Hoy están presentes en los debates
políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente
parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como
una cuestión que se añade casi por obligación o de manera
periférica, si es que no se los considera un mero daño
colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta,
quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en
parte a que muchos profesionales, formadores de opinión,
medios de comunicación y centros de poder están ubicados
lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar
contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan
desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida
que no están al alcance de la mayoría de la población
mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a
veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades,
ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la
realidad en análisis sesgados. Esto a veces convive con un
discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que
un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un
planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el
clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de
pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer
una reducción de la natalidad. No faltan presiones
internacionales a los países en desarrollo, condicionando
ayudas económicas a ciertas políticas de «salud
reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la
población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso
sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es
plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario»
[28].
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de
algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el
modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir
en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría
ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se
desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»
[29].
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención
al desequilibrio en la distribución de la población sobre el
territorio, tanto en el nivel nacional como en el global,
porque el aumento del consumo llevaría a situaciones
regionales complejas, por las combinaciones de problemas
ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al
tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la
calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a
países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales. Porque hay una verdadera «deuda
ecológica», particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con
desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como
con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo
históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas
para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños
locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido
de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio
ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido
acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a
todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de
algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra,
especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía
hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños
causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y
líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los
países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan
capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son
multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados
o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al
retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación,
pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación,
empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros
triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden
sostener»
[30].
52. La deuda externa de los países pobres se ha
convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo
mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los
pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más
importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el
desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y
de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco
contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y
recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está
vedado por un sistema de relaciones comerciales y de
propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los
países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda
limitando de manera importante el consumo de energía no
renovable y aportando recursos a los países más necesitados
para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible.
Las regiones y los países más pobres tienen menos
posibilidades de adoptar nuevos modelos en orden a reducir
el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para
desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los
costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia
de que en el cambio climático hay responsabilidades
diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde
enfocarse «especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y
vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos»
[31].
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola
familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o
sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco
hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan el gemido de la hermana
tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo,
con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos
maltratado y lastimado nuestra casa común como en los
últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los
instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo
que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz,
belleza y plenitud. El problema es que no disponemos todavía
de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace
falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando
atender las necesidades de las generaciones actuales
incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones
futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo
que incluya límites infranqueables y asegure la protección
de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder
derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no
sólo con la política sino también con la libertad y la
justicia.
54. Llama la atención la debilidad de la reacción
política internacional. El sometimiento de la política ante
la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las
Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados
intereses particulares y muy fácilmente el interés económico
llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la
información para no ver afectados sus proyectos. En esta
línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones sobre
los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que
arrasan irracionalmente las fuentes de vida»
[32].
La alianza entre la economía y la tecnología termina dejando
afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos.
Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones
superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun
esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente,
cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto
como una molestia provocada por ilusos románticos o como un
obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances
importantes, el desarrollo de controles más eficientes y una
lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad
ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para
modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen
ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede,
para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento
del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire.
Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan
todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la
sociedad planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual
sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta
financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad
humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la
degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen
conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos
quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por
eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa
ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»
[33].
57. Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando
un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles
reivindicaciones. La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a
la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se
piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de que
determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica
y biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el
desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios
naturales»
[34].
Se requiere de la política una mayor atención para prevenir
y resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos.
Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se
resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen
tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy
un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir
cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países hay ejemplos positivos de logros en
la mejora del ambiente, como la purificación de algunos ríos
que han estado contaminados durante muchas décadas, o la
recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de
paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos
edilicios de gran valor estético, o avances en la producción
de energía no contaminante, en la mejora del transporte
público. Estas acciones no resuelven los problemas globales,
pero confirman que el ser humano todavía es capaz de
intervenir positivamente. Como ha sido creado para amar, en
medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de
generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una ecología superficial o
aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre
irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas
crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la
tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto.
Si miramos la superficie, más allá de algunos signos
visibles de contaminación y de degradación, parece que las
cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir
por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este
comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros
estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como
el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios
autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no
reconocerlos, postergando las decisiones importantes,
actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado diversas
visiones y líneas de pensamiento acerca de la situación y de
las posibles soluciones. En un extremo, algunos sostienen a
toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas
ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones
técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En
el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con
cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza
y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene
reducir su presencia en el planeta e impedirle todo tipo de
intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería
identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un
solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes
que podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una
palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto
entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar
la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa
común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que
siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para
resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de
quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se
manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o
incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni
explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo
y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos
dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las
regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha
defraudado las expectativas divinas»
[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este documento, dirigido a todas
las personas de buena voluntad, un capítulo referido a
convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la
política y del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la
idea de un Creador, o la consideran irrelevante, hasta el
punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que
las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y
para un desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se
supone que constituyen una subcultura que simplemente debe
ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la religión, que
aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden
entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis
ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer que
las soluciones no pueden llegar desde un único modo de
interpretar y transformar la realidad. También es necesario
acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al
arte y a la poesía, a la vida interior y a la
espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología
que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces
ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría
puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio
lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al
diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite
producir diversas síntesis entre la fe y la razón. En lo que
respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar
en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que
está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los
nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para
buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las
convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros
creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los
hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las
personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en
particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus
deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe»
[36].
Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que
los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos
que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera teología de la creación,
nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos bíblicos
acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la
primera narración de la obra creadora en el libro del
Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la
humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que
«Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn
1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a
imagen y semejanza de Dios (cf. Gn
1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana,
que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de
darse libremente y entrar en comunión con otras personas»
[37].
San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el
Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad
infinita
[38]. Quienes se empeñan en la
defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los
argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la
vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido
por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede
decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo
te conocía» ( Jr 1,5). Fuimos
concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de
nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de
nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»
[39].
66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje
simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su
realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa
en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios,
con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se
han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es
el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue
destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a
reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el
mandato de «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf.
Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el
ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es
significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís
con todas las criaturas haya sido interpretada como una
sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que, por
la reconciliación universal con todas las criaturas, de
algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia
primitiva
[40].
Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su
fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de
violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los
ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite
responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho
que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf.
Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza
presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es
una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es
verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las
Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a
imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio
absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su
contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y
cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa
cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar,
guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el
ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra
lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla
y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.
Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él
pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios
niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a
perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en
mi tierra» (Lv
25,23).
68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser
humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los
delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque «él lo ordenó y
fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que
nunca pasará» (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se
detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los
demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: «Si ves
caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos
[…] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra,
y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la
madre con los hijos» (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del séptimo
día no se propone sólo para el ser humano, sino también «para que reposen tu
buey y tu asno» (Ex 23,12). De este modo advertimos que
la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se
desentienda de las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados
a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por
su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria»
[41], porque el Señor se regocija
en sus obras (cf. Sal
104,31). Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia,
el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que
«por la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la
Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están
completamente subordinadas al bien del ser humano, como si
no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos
disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de
Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría
hablar de la prioridad del ser sobre el ser útiles»
[42].
El
Catecismo cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un
antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee su bondad y su perfección
propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada
una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por
esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un
uso desordenado de las cosas»
[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a
cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura
de la relación entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue
exiliado. Este pasaje se resume en la dramática conversación de Dios con Caín.
Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y
Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí
desde el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn
4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada
con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia,
destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la
tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no
habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto
es lo que nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar
la humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias
de la justicia y de la paz: «He decidido acabar con todos los seres humanos,
porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia» (Gn 6,13). En estos relatos tan
antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba
contenida una convicción actual: que todo está relacionado,
y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de
nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la
fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a
Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través
de Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió
abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la
posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno
para que haya esperanza! La tradición bíblica establece
claramente que esta rehabilitación implica el
redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la
naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por
ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo día,
Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel
que cada séptimo día debía celebrarse como un día de
descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex
16,23; 20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y
su tierra, cada siete años (cf. Lv
25,1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se
sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar
hospitalidad (cf.
Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y
nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación
para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación
trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano
con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era
un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo
el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que
compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y
los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla
de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la
viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el
forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al
que asentó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal
136,6). Pero también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y
luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos, aguas que
estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no
sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él.
Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos
difíciles contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito
de Dios no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan
el cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo
acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En
la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi
Señor! Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso
brazo. Nada es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto
con señales y prodigios» ( Jr
32,17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus
bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia. Al cansado
da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is
40,28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual
que provocó una profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia
creadora, para exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su
situación desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución,
cuando el Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían
a encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el universo de la
nada, puede también intervenir en este mundo y vencer
cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es
invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al
Dios todopoderoso y creador. De ese modo, terminaríamos
adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el
lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada
por él sin conocer límites. La mejor manera de poner en su
lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un
dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la
figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque
de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer
a la realidad sus propias leyes e intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir «creación»
es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un
proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor
y un significado. La naturaleza suele entenderse como un
sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la
creación sólo puede ser entendida como un don que surge de
la mano abierta del Padre de todos, como una realidad
iluminada por el amor que nos convoca a una comunión
universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos» (Sal
33,6). Así se nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos
o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada
en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia
arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La
creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo
lo creado: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste,
porque, si algo odiaras, no lo habrías creado» (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre,
que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante
es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su
cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin
envidia»
[44],
y Dante Alighieri hablaba del «amor que mueve el sol y las estrellas»
[45].
Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa»
[46].
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano
desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla por su
esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter
divino. De esa manera se destaca todavía más nuestro
compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza no puede
ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser
humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar sus
propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus
potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad de
la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el
Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el
mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo
frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado,
interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo
deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en
comunicación unos con otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y
participación. Esto lleva a pensar también al conjunto como abierto a la
trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe nos permite
interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece. La libertad
humana puede hacer su aporte inteligente hacia una evolución positiva, pero
también puede agregar nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos
retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y dramática historia humana, capaz de
convertirse en un despliegue de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en
un camino de decadencia y de mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia
no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo
tiempo «debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»
[47].
80. No obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra
cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros
realizamos, porque «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la
mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los
más complejos e impenetrables»
[48].
Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo
necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros
consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en
realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan
a colaborar con el Creador
[49].
Él está presente en lo más íntimo de cada cosa sin
condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da
lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas
[50].
Esa presencia divina, que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser,
«es la continuación de la acción creadora»
[51].
El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del
seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza no es
otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito
en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado.
Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera
moverse a sí misma para tomar la forma del barco»
[52].
81. El ser humano, si bien supone también procesos
evolutivos, implica una novedad no explicable plenamente por
la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de
nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar
en diálogo con los demás y con el mismo Dios. La capacidad
de reflexión, la argumentación, la creatividad, la
interpretación, la elaboración artística y otras capacidades
inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito
físico y biológico. La novedad cualitativa que implica el
surgimiento de un ser personal dentro del universo material
supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la
vida y a la relación de un Tú a otro tú. A partir de los
relatos bíblicos, consideramos al ser humano como sujeto,
que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto.
82. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser
considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana.
Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho
y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión
que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas
desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque
los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el
ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz
que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba
con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las
dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no
sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor» (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud
de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje
de la maduración universal
[53].
Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio
despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás
criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos
nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través
de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una
plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e
ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y
de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a
reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir que el ser humano es
imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar que cada
criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el
universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su
desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las
montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia
amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio
geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y
cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo
recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber,
o quien jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a
esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia
identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de
criaturas presentes en el universo»
[54].
Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta
manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más
ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es,
además, una continua revelación de lo divino»
[55].
Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada
criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de
Dios y en la esperanza»
[56].
Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa
alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente
contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y
silenciosa»
[57].
Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la
sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando
cae la noche»
[58].
Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí
mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el
mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo»
[59].
86. El conjunto del universo, con sus múltiples
relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios.
Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la
multiplicidad y la variedad provienen «de la intención del
primer agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para representar la
bondad divina fuera suplido por las otras»
[60],
porque su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola
criatura»
[61].
Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las
cosas en sus múltiples relaciones
[62].
Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de
cualquier criatura si se la contempla en el conjunto del
proyecto de Dios. Así lo enseña el
Catecismo: «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El
sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las
innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se
basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para
complementarse y servirse mutuamente»
[63].
87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay
en todo lo que existe, el corazón experimenta el deseo de
adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas,
como se expresa en el precioso himno de san Francisco de
Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»
[64].
88. Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la
naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su
presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante
que nos llama a una relación con él
[65].
El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»
[66].
Pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe
una distancia infinita, que las cosas de este mundo no
poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos
un bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su propio
y verdadero lugar, y terminaríamos exigiéndoles
indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño:
«Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados
por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos
invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión
que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que
«Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la
desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos
lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación»
[67].
90. Esto no significa igualar a todos los seres vivos y
quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al
mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone
una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a
colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas
concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por
escapar de la realidad que nos interpela
[68].
A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia
a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras
especies que no desarrollamos para defender la igual
dignidad entre los seres humanos. Es verdad que debe
preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados
irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos
las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque
seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que
otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una
degradante miseria, sin posibilidades reales de superación,
mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que
poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y
dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible
generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en
la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como
si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con
los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el
corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los
seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha
contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero
permanece completamente indiferente ante la trata de
personas, se desentiende de los pobres o se empeña en
destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en
riesgo el sentido de la lucha por el ambiente. No es casual
que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios por las
criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por
aquellos que perdonan por tu amor». Todo está conectado. Por
eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al
amor sincero hacia los seres humanos y a un constante
compromiso ante los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión
universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente,
también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de
este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a
otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a
maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás
personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad
humana»
[69].
No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses
alguna parte de la realidad: «Paz, justicia y conservación de la creación son
tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados
individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo»
[70].
Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos
juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa
peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a
cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno
cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y
a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en
que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos
frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se
convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque
Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo
planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que
tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más
postergados. El principio de la subordinación de la
propiedad privada al destino universal de los bienes y, por
tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento
social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»
[71].
La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o
intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la
función social de cualquier forma de propiedad privada. San
Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina,
diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano
para que ella sustente a todos sus habitantes, sin
excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»
[72].
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del
hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos,
personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las
naciones y de los pueblos»
[73].
Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la
propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad
privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la
destinación general que Dios les ha dado»
[74].
Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de
modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos»
[75].
Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad
[76].
94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el
Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7)
y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como
las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho
natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar,
trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este
derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real.
Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar
con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización»
[77].
95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de
toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se
apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si
no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar
la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva
Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no
matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos
en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que
necesitan para sobrevivir»
[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental:
Dios es Padre (cf. Mt
11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la
relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una
conmovedora ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se
venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está
olvidado ante Dios» (Lc 12,6).
«Mirad las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen
graneros. Pero el Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26).
97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el
mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le
prestaba una atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de
su tierra se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba
a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos
y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn
4,35). «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre
siembra en su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es
mayor que las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban:
«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No
aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de
la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come y
bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba lejos de
las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo.
Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia
en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el
Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la
materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la
atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una
existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el
carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y le otorgó un
peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que,
«soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros,
el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la
humanidad»
[79].
99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación
pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las
cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1,16)
[80].
El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de
Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su
afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la
Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte
con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de
modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de
Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad
natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación
tan concreta y amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y
glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal: «Dios quiso que
en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que
existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su
cruz» (Col
1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue
al Padre todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las
criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una
realidad meramente natural, porque el Resucitado las
envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de
plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él
contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas
de su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no
reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un
modo de entender la vida y la acción humana que se ha
desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por
qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión
propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático
dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en el
mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico
nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas
de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el
automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la
informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las
biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y
entusiasmarse frente a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes
novedades, porque «la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la
creatividad humana donada por Dios»
[81].
La modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la
humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo
humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales»
[82].
La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y
limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de
agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina,
la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer
todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que
han aportado alternativas para un desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede
producir cosas realmente valiosas para mejorar la calidad de
vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta
grandes medios de transporte, puentes, edificios, lugares
públicos. También es capaz de producir lo bello y de hacer «
saltar» al ser humano inmerso en el mundo material al
ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un
avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras
pictóricas y musicales logradas con la utilización de nuevos
instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza del
productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da
el salto a una cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la
biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro
propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan
un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el
conocimiento, y sobre todo el poder económico para
utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la
humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto
poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo
bien, sobre todo si se considera el modo como lo está
haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en
pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico
ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros
regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones
de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un
instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes
está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente
riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un
progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital,
de plenitud de los valores»
[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo
poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»
[84],
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo
acompañado de un desarrollo del ser humano en
responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios
límites. Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta
la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la
posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece
constantemente» cuando no está «sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la
seguridad»
[85].
El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se
enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del
inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de
la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente
a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los
elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos
superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética
sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo
limiten y lo contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo
todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la
tecnología y su desarrollo junto con un paradigma
homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto
del sujeto que progresivamente, en el proceso
lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla
afuera. Ese sujeto se despliega en el establecimiento del
método científico con su experimentación, que ya es
explícitamente técnica de posesión, dominio y
transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo
informe totalmente disponible para su manipulación. La
intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido,
pero durante mucho tiempo tuvo la característica de
acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las
cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad
natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio
ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las
cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a
ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante.
Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse
amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De
aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito
o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas,
financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la
disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva
a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso de
que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su
regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las
manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos»
[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas
dificultades del mundo actual, está ante todo la tendencia,
no siempre consciente, a constituir la metodología y los
objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión
que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento
de la sociedad. Los efectos de la aplicación de este molde a
toda la realidad, humana y social, se constatan en la
degradación del ambiente, pero este es solamente un signo
del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la
sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los
objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean
un entramado que termina condicionando los estilos de vida y
orientan las posibilidades sociales en la línea de los
intereses de determinados grupos de poder. Ciertas
elecciones, que parecen puramente instrumentales, en
realidad son elecciones acerca de la vida social que se
quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y
servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma
tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus
recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica.
Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser
al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder
globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar
que nada quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe
que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al
dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»
[87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la
existencia humana»
[88].
La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el
espacio para la creatividad alternativa de los individuos se
ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer
su dominio sobre la economía y la política. La economía
asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin
prestar atención a eventuales consecuencias negativas para
el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se
aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y
con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro
ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía
actual y la tecnología resolverán todos los problemas
ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguajes no
académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el
mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del
mercado. No es una cuestión de teorías económicas, que
quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su
instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes
no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos,
cuando no parece preocuparles una justa dimensión de la
producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado
responsable del ambiente o los derechos de las generaciones
futuras. Con sus comportamientos expresan que el objetivo de
maximizar los beneficios es suficiente. Pero el mercado por
sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la
inclusión social
[89].
Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que
contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora»
[90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones
económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres
acceder de manera regular a los recursos básicos. No se
termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de
los actuales desajustes, que tienen que ver con la
orientación, los fines, el sentido y el contexto social del
crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para
mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora
de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la
totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio,
que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para
resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y
de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo
tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes
asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento en
las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero este
es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden reconocerse
verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse a
las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como el principal
recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta que nos
interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la degradación
del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de la
convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la idea»
[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie
de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van
apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al
agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación.
Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una
política, un programa educativo, un estilo de vida y una
espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance
del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores
iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la
misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a
cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la
realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más
profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada,
y la libertad humana es capaz de limitar la técnica,
orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso
más sano, más humano, más social, más integral. La
liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de
hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades
de pequeños productores optan por sistemas de producción
menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo
y de convivencia no consumista. O cuando la técnica se
orienta prioritariamente a resolver los problemas concretos
de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la
intención creadora de lo bello y su contemplación logran
superar el poder objetivante en una suerte de salvación que
acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La
auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece
habitar en medio de la civilización tecnológica, casi
imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la
puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de
todo, brotando como una empecinada resistencia de lo
auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un
futuro feliz, no confía ciegamente en un mañana mejor a
partir de las condiciones actuales del mundo y de las
capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la
ciencia y de la técnica no equivale al avance de la
humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los
caminos fundamentales para un futuro feliz. No obstante,
tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que
ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado
profundamente, y la sumatoria de constantes novedades
consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie,
en una única dirección. Se hace difícil detenernos para
recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura
refleja el espíritu de una época, las megaestructuras y las
casas en serie expresan el espíritu de la técnica
globalizada, donde la permanente novedad de los productos se
une a un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no
renunciemos a preguntarnos por los fines y por el sentido de
todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación vigente
y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de
avanzar en una valiente revolución cultural. La ciencia y la
tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde
el comienzo hasta el final de un proceso diversas
intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de
distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las
cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para
mirar la realidad de otra manera, recoger los avances
positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y
los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la
razón técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza
como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer
hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que se encierra
todo, siéndole indiferente lo que con ello suceda»
[92].
De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser
humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina
contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al
hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un
bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don
de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha
sido dotado»
[93].
116. En la modernidad hubo una gran desmesura
antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando toda
referencia común y todo intento por fortalecer los lazos
sociales. Por eso ha llegado el momento de volver a prestar
atención a la realidad con los límites que ella impone, que
a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social
más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la
antropología cristiana pudo llegar a respaldar una
concepción equivocada sobre la relación del ser humano con
el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de
dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el
cuidado de la naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la
forma correcta de interpretar el concepto del ser humano
como «señor» del universo consiste en entenderlo como
administrador responsable
[94].
117. La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto
ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por
reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras.
Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión
humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–,
difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está
conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye
en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en
vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el
hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza»
[95].
118. Esta situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la
exaltación tecnocrática que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta
la reacción de negar todo valor peculiar al ser humano. Pero no se puede
prescindir de la humanidad. No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un
nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la
persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los
juegos del azar o de un determinismo físico, «se corre el riesgo de que
disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad»
[96].
Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso
a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un
nuevo desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino
que añadirá otros. No puede exigirse al ser humano un
compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y
valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de
conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La crítica al antropocentrismo desviado tampoco
debería colocar en un segundo plano el valor de las
relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una
eclosión o una manifestación externa de la crisis ética,
cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender
sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin
sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el
pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser
humano por encima de las demás criaturas, da lugar a la
valoración de cada persona humana, y así provoca el
reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz de
conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la
persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el
mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del
ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su apertura
al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con
el ambiente aislada de la relación con las demás personas y
con Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de
belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la
naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino
educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son
molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada
sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y
social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida
provechosas para la vida social»
[97].
121. Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis
que supere falsas dialécticas de los últimos siglos. El
mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al
tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se
repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas
situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad
[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de
vida desviado. En la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza
nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»
[99].
Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro,
termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias
circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por
eso no debería llamar la atención que, junto con la
omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración del
poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este
relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a
los propios intereses inmediatos. Hay en esto una lógica que
permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas
actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación
ambiental y la degradación social.
123. La cultura del relativismo es la misma patología que
empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla
como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o
convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la misma
lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al
abandono de los ancianos que no sirven para los propios
intereses. Es también la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la
economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la
naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades
objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de
los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué
límites pueden tener la trata de seres humanos, la
criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de
diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de
extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que
justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de
venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el
descarte de niños porque no responden al deseo de sus
padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera
tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir
más de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos
pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley
serán suficientes para evitar los comportamientos que
afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se
corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos
principios universalmente válidos, las leyes sólo se
entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a
evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral,
que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el
valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan
Pablo II en su encíclica
Laborem exercens. Recordemos que, según el relato
bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el
jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para
preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre
ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos
«aseguran la creación eterna» (Si
38,34). En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo
de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como
instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó
en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las
desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones
adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea, emerge
la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque,
si hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas,
aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la
acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del
trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de
cualquier actividad que implique alguna transformación de lo
existente, desde la elaboración de un informe social hasta
el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de
trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser
humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La
espiritualidad cristiana, junto con la admiración
contemplativa de las criaturas que encontramos en san
Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana
comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por
ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus
discípulos.
126. Recojamos también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo
favorecía en cierto modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia
urbana. Por eso, los monjes buscaban el desierto, convencidos de que era el
lugar adecuado para reconocer la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito
de Nursia propuso que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y
la lectura con el trabajo manual (ora et labora). Esta introducción
del trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue
revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la
santificación en la compenetración entre el recogimiento y
el trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más
cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana
sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida
económico-social»
[100].
No obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de
contemplar y de respetar, se crean las condiciones para que
el sentido del trabajo se desfigure
[101].
Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente
responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo
espiritual»
[102].
El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo
personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la
vida: la creatividad, la proyección del futuro, el
desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la
comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por
eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los
intereses limitados de las empresas y de una cuestionable
racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando
como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos»
[103].
128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el
progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la
humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido
de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de
realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser
siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo
debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la
orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para
reducir costos de producción en razón de la disminución de los puestos de
trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser
humano puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de
trabajo «tiene también un impacto negativo en el plano económico por el
progresivo desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones
de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en
toda convivencia civil»
[104].
En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes económicos
y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos»
[105].
Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor
rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible dar empleo, es
imperioso promover una economía que favorezca la diversidad
productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay
una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y de
pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la
población mundial, utilizando una baja proporción del
territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en
pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección
silvestre o pesca artesanal. Las economías de escala,
especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a los
pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus
cultivos tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por
avanzar en otras formas de producción más diversificadas
terminan siendo inútiles por la dificultad de conectarse con
los mercados regionales y globales o porque la
infraestructura de venta y de transporte está al servicio de
las grandes empresas. Las autoridades tienen el derecho y la
responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo a
los pequeños productores y a la variedad productiva. Para
que haya una libertad económica de la que todos
efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario
poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder
financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero
donde las condiciones reales impiden que muchos
puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el
acceso al trabajo, se convierte en un discurso
contradictorio que deshonra a la política. La actividad
empresarial, que es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una
manera muy fecunda de promover la región donde instala sus
emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de
puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al
bien común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la creación
que he tratado de proponer, queda claro que la persona
humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no
es un factor externo que deba ser totalmente excluido. No
obstante, si bien el ser humano puede intervenir en
vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es
necesario para su vida, el
Catecismo enseña que las experimentaciones con animales sólo son
legítimas «si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar
vidas humanas»
[106].
Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la
dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas»
[107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la
creación»
[108].
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san
Juan Pablo II, quien resaltaba los beneficios de los
adelantos científicos y tecnológicos, que «manifiestan cuán
noble es la vocación del hombre a participar
responsablemente en la acción creadora de Dios», pero al mismo tiempo recordaba
que «toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus
consecuencias en otras áreas»
[109].
Expresaba que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de
la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su
aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria»
[110],
aunque también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada
manipulación genética»
[111]
que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No
es posible frenar la creatividad humana. Si no se puede
prohibir a un artista el despliegue de su capacidad
creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen
especiales dones para el desarrollo científico y
tecnológico, cuyas capacidades han sido donadas por Dios
para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden
dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el
contexto y los límites éticos de esa actividad humana que es
una forma de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería situarse cualquier reflexión acerca de la
intervención humana sobre los vegetales y animales, que hoy implica mutaciones
genéticas generadas por la biotecnología, en orden a aprovechar las
posibilidades presentes en la realidad material. El respeto de la fe a la razón
implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica, desarrollada de
manera independiente con respecto a los intereses económicos, puede enseñar
acerca de las estructuras biológicas y de sus posibilidades y mutaciones. En
todo caso, una intervención legítima es aquella que actúa en la naturaleza «para
ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios»
[112].
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el
desarrollo de organismos genéticamente modificados (OMG),
vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden
ser muy diversos entre sí y requerir distintas
consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se
atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada
o excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas muchas
veces fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni
siquiera aquellas provocadas por la intervención humana son
un fenómeno moderno. La domesticación de animales, el
cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y
universalmente aceptadas pueden incluirse en estas
consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los
desarrollos científicos de cereales transgénicos estuvo en
la observación de una bacteria que natural y espontáneamente
producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero
en la naturaleza estos procesos tienen un ritmo lento, que
no se compara con la velocidad que imponen los avances
tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan
detrás un desarrollo científico de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar
los cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su
utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver
problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En
muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se constata una
concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva
desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las
tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa»
[113].Los
más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y
muchos empleados rurales terminan migrando a miserables
asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera
de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los
ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el
presente y el futuro de las economías regionales. En varios
países se advierte una tendencia al desarrollo de
oligopolios en la producción de granos y de otros productos
necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se
piensa en la producción de granos estériles que terminaría
obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas
productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante, que
lleve a considerar todos los aspectos éticos implicados.
Para eso hay que asegurar una discusión científica y social
que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la
información disponible y de llamar a las cosas por su
nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la
información, que se selecciona de acuerdo con los propios
intereses, sean políticos, económicos o ideológicos. Esto
vuelve difícil desarrollar un juicio equilibrado y prudente
sobre las diversas cuestiones, considerando todas las
variables atinentes. Es preciso contar con espacios de
discusión donde todos aquellos que de algún modo se pudieran
ver directa o indirectamente afectados (agricultores,
consumidores, autoridades, científicos, semilleras,
poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan
exponer sus problemáticas o acceder a información amplia y
fidedigna para tomar decisiones tendientes al bien común
presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter
complejo, por lo cual su tratamiento exige una mirada
integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos
un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de
investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar
nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos
movimientos ecologistas defienden la integridad del
ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la
investigación científica, a veces no aplican estos mismos
principios a la vida humana. Se suele justificar que se
traspasen todos los límites cuando se experimenta con
embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable
de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De
ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios
éticos, termina considerando legítima cualquier práctica.
Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética
difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está íntimamente relacionado, y que
los problemas actuales requieren una mirada que tenga en
cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que
nos detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de
una ecología integral, que incorpore claramente las
dimensiones humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las relaciones entre los
organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan.
También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las
condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con
la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo,
producción y consumo. No está de más insistir en que todo
está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes
entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas
subatómicas se pueden considerar por separado. Así como los
distintos componentes del planeta –físicos, químicos y
biológicos– están relacionados entre sí, también las
especies vivas conforman una red que nunca terminamos de
reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información
genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los
conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en
una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una
visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica
particularmente una relación, la que existe entre la
naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide
entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como
un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella,
somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones
por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del
funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su
comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada
la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una
respuesta específica e independiente para cada parte del
problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que
consideren las interacciones de los sistemas naturales entre
sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas,
una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una
aproximación integral para combatir la pobreza, para
devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para
cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener
en cuenta, a la hora de determinar el impacto ambiental de
un emprendimiento concreto, se vuelve indispensable dar a
los investigadores un lugar preponderante y facilitar su
interacción, con amplia libertad académica. Esta
investigación constante debería permitir reconocer también
cómo las distintas criaturas se relacionan conformando esas
unidades mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los
tenemos en cuenta sólo para determinar cuál es su uso
racional, sino porque poseen un valor intrínseco
independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y
admirable en sí mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo
ocurre con el conjunto armonioso de organismos en un espacio
determinado, funcionando como un sistema. Aunque no tengamos
conciencia de ello, dependemos de ese conjunto para nuestra
propia existencia. Cabe recordar que los ecosistemas
intervienen en el secuestro de anhídrido carbónico, en la
purificación del agua, en el control de enfermedades y
plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de
residuos y en muchísimos otros servicios que olvidamos o
ignoramos. Cuando advierten esto, muchas personas vuelven a
tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir de una
realidad que nos ha sido previamente regalada, que es
anterior a nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por
eso, cuando se habla de «uso sostenible», siempre hay que
incorporar una consideración sobre la capacidad de
regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y
aspectos.
141. Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a
homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso
es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad
de manera más amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir
parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma
aislada»
[114].
Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que
de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una
mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales
es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales,
urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un
determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una
interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia
social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior a la parte»
[115].
142. Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una
sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana:
«Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales»
[116].
En ese sentido, la ecología social es necesariamente
institucional, y alcanza progresivamente las distintas
dimensiones que van desde el grupo social primario, la
familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta
la vida internacional. Dentro de cada uno de los niveles
sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña
efectos nocivos, como la perdida de la libertad, la
injusticia y la violencia. Varios países se rigen con un
nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese
estado de cosas. Tanto en la administración del Estado, como
en las distintas expresiones de la sociedad civil, o en las
relaciones de los habitantes entre sí, se registran con
excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas
pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen quedar
como letra muerta. ¿Puede esperarse entonces que la
legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente
sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países
poseedores de una legislación clara para la protección de
bosques siguen siendo testigos mudos de la frecuente
violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una
región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las
demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos
en las sociedades opulentas provoca una constante y
creciente demanda de productos originados en regiones
empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen
vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio
histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado. Es
parte de la identidad común de un lugar y una base para
construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de
crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no
siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la
historia, la cultura y la arquitectura de un lugar,
manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología
también supone el cuidado de las riquezas culturales de la
humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa,
reclama prestar atención a las culturas locales a la hora de
analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente,
poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el
lenguaje popular. Es la cultura no sólo en el sentido de los
monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido
vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la
hora de repensar la relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del ser humano, alentada por
los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a
homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad
cultural, que es un tesoro de la humanidad. Por eso,
pretender resolver todas las dificultades a través de
normativas uniformes o de intervenciones técnicas lleva a
desatender la complejidad de las problemáticas locales, que
requieren la intervención activa de los habitantes. Los
nuevos procesos que se van gestando no siempre pueden ser
incorporados en esquemas establecidos desde afuera, sino que
deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y
el mundo son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser
flexible y dinámico. Las soluciones meramente técnicas
corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a
las problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la
perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y
así entender que el desarrollo de un grupo social supone un
proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere
del continuado protagonismo de los actores sociales locales
desde su propia cultura. Ni siquiera la noción de
calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse
dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo
humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de explotación
y degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar con
los recursos de subsistencia locales, sino también con
capacidades sociales que han permitido un modo de vida que
durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un
sentido de la existencia y de la convivencia. La
desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que
la desaparición de una especie animal o vegetal. La
imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo
de producción puede ser tan dañina como la alteración de los
ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable prestar especial
atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones
culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que
deben convertirse en los principales interlocutores, sobre
todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a
sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico,
sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella,
un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para
sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en
sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los
cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son
objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de
dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios
que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y
de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
147. Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo,
habrá que asegurar que se produzca una mejora integral en la
calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio
donde transcurre la existencia de las personas. Los
escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la
vida, de sentir y de actuar. A la vez, en nuestra
habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y
en nuestro barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra
identidad. Nos esforzamos para adaptarnos al medio y, cuando
un ambiente es desordenado, caótico o cargado de
contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos
desafía a intentar configurar una identidad integrada y
feliz.
148. Es admirable la creatividad y la generosidad de
personas y grupos que son capaces de revertir los límites
del ambiente, modificando los efectos adversos de los
condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio
del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos
lugares, donde las fachadas de los edificios están muy
deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el
interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la
cordialidad y la amistad de la gente. La vida social
positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un
ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable
la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en
medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia
producida por la aglomeración en residencias y espacios con
alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan
relaciones humanas cercanas y cálidas, si se crean
comunidades, si los límites del ambiente se compensan en el
interior de cada persona, que se siente contenida por una
red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier
lugar deja de ser un infierno y se convierte en el contexto
de una vida digna.
149. También es cierto que la carencia extrema que se
vive en algunos ambientes que no poseen armonía, amplitud y
posibilidades de integración facilita la aparición de
comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas
por parte de organizaciones criminales. Para los habitantes
de barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento
al anonimato social que se vive en las grandes ciudades
puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las
conductas antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero
insistir en que el amor puede más. Muchas personas en estas
condiciones son capaces de tejer lazos de pertenencia y de
convivencia que convierten el hacinamiento en una
experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y
se superan las barreras del egoísmo. Esta experiencia de
salvación comunitaria es lo que suele provocar reacciones
creativas para mejorar un edificio o un barrio
[117].
150. Dada la interrelación entre el espacio y la conducta
humana, quienes diseñan edificios, barrios, espacios
públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas
disciplinas que permitan entender los procesos, el
simbolismo y los comportamientos de las personas. No basta
la búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso
todavía es el servicio a otra belleza: la calidad de vida de
las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la
ayuda mutua. También por eso es tan importante que las
perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis
del planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales
y los hitos urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia,
nuestra sensación de arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa»
dentro de la ciudad que nos contiene y nos une. Es importante que
las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y que los
habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse
en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio
compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural
debería considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un
todo que es percibido por los habitantes como un cuadro coherente con su
riqueza de significados. Así los otros dejan de ser extraños, y se los
puede sentir como parte de un «nosotros» que construimos juntos. Por esta
misma razón, tanto en el ambiente urbano como en el rural, conviene
preservar algunos lugares donde se eviten intervenciones humanas que los
modifiquen constantemente.
152. La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en las
zonas rurales como en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales
sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres, sino una
gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda
propia. La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las
personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la
ecología humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de
casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar
y expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados
peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir más
sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información
adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»
[118].
Al mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar
los barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué
hermosas son las ciudades que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa
integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son
las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están
llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el
reconocimiento del otro!
[119]».
153. La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que
ver con el transporte, que suele ser causa de grandes
sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan
muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con lo
cual el tránsito se hace complicado, el nivel de
contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de
energía no renovable y se vuelve necesaria la construcción
de más autopistas y lugares de estacionamiento que
perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden
en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero
algunas medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente
aceptadas por la sociedad sin una mejora sustancial de ese
transporte, que en muchas ciudades significa un trato
indigno a las personas debido a la aglomeración, a la
incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la
inseguridad.
154. El reconocimiento de la dignidad peculiar del ser
humano muchas veces contrasta con la vida caótica que deben
llevar las personas en nuestras ciudades. Pero esto no
debería hacer perder de vista el estado de abandono y olvido
que sufren también algunos habitantes de zonas rurales,
donde no llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores
reducidos a situaciones de esclavitud, sin derechos ni
expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica también algo muy hondo:
la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley
moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder
crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe
una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una
naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su
antojo»
[120].
En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una
relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación
del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo
entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre
el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la
creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la
valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para
reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible
aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios
creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que
pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la
misma»
[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana es inseparable de la noción de bien común, un principio
que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno
de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»
[122].
157. El bien común presupone el respeto a la persona
humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables
ordenados a su desarrollo integral. También reclama el
bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos
intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad.
Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula
básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la
paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un
cierto orden, que no se produce sin una atención particular
a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera
violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial
el Estado– tiene la obligación de defender y promover el
bien común.
158. En las condiciones actuales de la sociedad mundial,
donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas
descartables, privadas de derechos humanos básicos, el
principio del bien común se convierte inmediatamente, como
lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la
solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres.
Esta opción implica sacar las consecuencias del destino
común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado
expresar en la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium
[123],
exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a
la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar
la realidad para entender que esta opción hoy es una
exigencia ética fundamental para la realización efectiva del
bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las
crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos
que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden
ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de
desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en
la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en
otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos
es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de
una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra
que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica de
la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la
generación siguiente»[124].
Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos
sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no
afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se
puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos
interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos
sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores.
Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que
nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos
importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía,
nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy
directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para
qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir que
debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se
requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia
dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar
un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es
un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el
sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser
miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones
podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y
suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de
alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades
del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por
ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como
de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas
regiones. La atenuación de los efectos del actual
desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo, sobre
todo si pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán
los que deberán soportar las peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver con un
deterioro ético y cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la
mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente
individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con el inmediatismo
egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con las
dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo
inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los propios hijos, quienes
tienen cada vez más dificultades para adquirir una casa propia y fundar una
familia. Además, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras
generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses
actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos
solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que
tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso,
«además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente
necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional»
[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar la situación actual de la
humanidad, tanto en las grietas que se observan en el
planeta que habitamos, como en las causas más profundamente
humanas de la degradación ambiental. Si bien esa
contemplación de la realidad en sí misma ya nos indica la
necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas
acciones, intentemos ahora delinear grandes caminos de
diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de
autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas
dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a concebir el
planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita
una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa
únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de
los estilos de vida, producción y consumo afectan a todos,
sino principalmente procurar que las soluciones se propongan
desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los
intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga
a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Pero
la misma inteligencia que se utilizó para un enorme
desarrollo tecnológico no logra encontrar formas eficientes
de gestión internacional en orden a resolver las graves
dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los
problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones
de países aislados, es indispensable un consenso mundial que
lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y
diversificada, a desarrollar formas renovables y poco
contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia
energética, a promover una gestión más adecuada de los
recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso
al agua potable.
165. Sabemos que la tecnología basada en combustibles
fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el
petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser
reemplazada progresivamente y sin demora. Mientras no haya
un amplio desarrollo de energías renovables, que debería
estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos malo o
acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la
comunidad internacional no se logran acuerdos suficientes
sobre la responsabilidad de quienes deben soportar los
costos de la transición energética. En las últimas décadas,
las cuestiones ambientales han generado un gran debate
público que ha hecho crecer en la sociedad civil espacios de
mucho compromiso y de entrega generosa. La política y la
empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura
de los desafíos mundiales. En este sentido se puede decir
que, mientras la humanidad del período post-industrial
quizás sea recordada como una de las más irresponsables de
la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del
siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con
generosidad sus graves responsabilidades.
166. El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo
recorrido, enriquecido por el esfuerzo de muchas
organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí
mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus aportes.
Pero, gracias a tanta entrega, las cuestiones ambientales
han estado cada vez más presentes en la agenda pública y se
han convertido en una invitación constante a pensar a largo
plazo. No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente
de los últimos años no respondieron a las expectativas
porque, por falta de decisión política, no alcanzaron
acuerdos ambientales globales realmente significativos y
eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro.
Allí se proclamó que «los seres humanos constituyen el centro de las
preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible»
[126].
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972),
consagró la cooperación internacional para cuidar el
ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de
quien contamina de hacerse cargo económicamente de ello, el
deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o
proyecto. Propuso el objetivo de estabilizar las
concentraciones de gases de efecto invernadero en la
atmósfera para revertir el calentamiento global. También
elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio
sobre diversidad biológica, declaró principios en materia
forestal. Si bien aquella cumbre fue verdaderamente
superadora y profética para su época, los acuerdos han
tenido un bajo nivel de implementación porque no se
establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión
periódica y de sanción de los incumplimientos. Los
principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y
ágiles de ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas se pueden mencionar, por
ejemplo, el Convenio de Basilea sobre los desechos
peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y
controles; también la Convención vinculante que regula el
comercio internacional de especies amenazadas de fauna y
flora silvestre, que incluye misiones de verificación del
cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de Viena para
la protección de la capa de ozono y a su implementación
mediante el Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el
problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado
en una fase de solución.
169. En el cuidado de la diversidad biológica y en lo
relacionado con la desertificación, los avances han sido
mucho menos significativos. En lo relacionado con el cambio
climático, los avances son lamentablemente muy escasos. La
reducción de gases de efecto invernadero requiere
honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los
países más poderosos y más contaminantes. La Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible
denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió una extensa e
ineficaz Declaración final. Las negociaciones
internacionales no pueden avanzar significativamente por las
posiciones de los países que privilegian sus intereses
nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán las
consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán
esta falta de conciencia y de responsabilidad. Mientras se
elaboraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una
particular intensidad. Los creyentes no podemos dejar de
pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones
actuales, de manera que las generaciones futuras no sufran
las consecuencias de imprudentes retardos.
170. Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la
internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los
países de menores recursos pesados compromisos de reducción de emisiones
comparables a los de los países más industrializados. La imposición de estas
medidas perjudica a los países más necesitados de desarrollo. De este modo, se
agrega una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como
siempre, el hilo se corta por lo más débil. Dado que los efectos del cambio
climático se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen
medidas estrictas, algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda para
adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afectan sus economías.
Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes pero diferenciadas,
sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia, «los países que se
han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme
emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la
solución de los problemas que han causado»
[127].
171. La estrategia de compraventa de «bonos de carbono»
puede dar lugar a una nueva forma de especulación, y no
servir para reducir la emisión global de gases
contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y
fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio
ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio
radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede
convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el
sobreconsumo de algunos países y sectores.
172. Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la
miseria y el desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel
escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y
controlar mejor la corrupción. También es verdad que deben desarrollar formas
menos contaminantes de producción de energía, pero para ello requieren contar
con la ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación
actual del planeta. El aprovechamiento directo de la abundante energía solar
requiere que se establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en
desarrollo puedan acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y
recursos financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones
concretas, ya que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los
sistemas con el contexto para el cual fueron diseñados»
[128].Los costos serían bajos
si se los compara con los riesgos del cambio climático. De todos modos, es ante
todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada
la fragilidad de las instancias locales para intervenir de
modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar
la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos
consensuados para evitar catástrofes locales que terminarían
afectando a todos. Hacen falta marcos regulatorios globales
que impongan obligaciones y que impidan acciones
intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen
a otros países residuos e industrias altamente
contaminantes.
174. Mencionemos también el sistema de gobernanza de los
océanos. Pues, si bien hubo diversas convenciones
internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia
de severos mecanismos de reglamentación, control y sanción
terminan minando todos los esfuerzos. El creciente problema
de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas
más allá de las fronteras nacionales continúa planteando un
desafío especial. En definitiva, necesitamos un acuerdo
sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los
llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la
tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo
de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que
implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo
de los países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de
gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder
de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera,
de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En
este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas
de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya desarrollada
por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía mundial, para
sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y
mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral,
la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente
y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad
política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII»
[129].
En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a
promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves
que terminan afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y perdedores entre los países,
sino también dentro de los países pobres, donde deben
identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las
cuestiones relacionadas con el ambiente y con el desarrollo
económico ya no se pueden plantear sólo desde las
diferencias entre los países, sino que requieren prestar
atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable
de las capacidades humanas, son funciones impostergables de
cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar
dentro de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y
custodia su devenir en un contexto de constantes
innovaciones tecnológicas? Un factor que actúa como
moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas
para las conductas admitidas a la luz del bien común. Los
límites que debe imponer una sociedad sana, madura y
soberana se asocian con: previsión y precaución,
regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las
normas, control de la corrupción, acciones de control
operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los
procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos
inciertos o potenciales. Hay una creciente jurisprudencia
orientada a disminuir los efectos contaminantes de los
emprendimientos empresariales. Pero el marco político e
institucional no existe sólo para evitar malas prácticas,
sino también para alentar las mejores prácticas, para
estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para
facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones
consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo.
Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a
irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o
poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder
detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda
pública de los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»
[130],que siempre somos más
fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar
espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos
difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo
plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de
nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando
cooperativas para la explotación de energías renovables que
permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de
excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras el
orden mundial existente se muestra impotente para asumir
responsabilidades, la instancia local puede hacer una
diferencia. Pues allí se puede generar una mayor
responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial
capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un
entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo
que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen
un arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes. Dado que
el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la
corrupción, se requiere una decisión política presionada por
la población. La sociedad, a través de organismos no
gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a
los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y
controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan al
poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es
posible un control de los daños ambientales. Por otra parte,
las legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces
si hay acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las
mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay
problemas y límites específicos de cada país o región.
También es verdad que el realismo político puede exigir
medidas y tecnologías de transición, siempre que estén
acompañadas del diseño y la aceptación de compromisos
graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales y
locales siempre hay mucho por hacer, como promover las
formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas
de producción industrial con máxima eficiencia energética y
menos cantidad de materia prima, quitando del mercado los
productos que son poco eficaces desde el punto de vista
energético o que son más contaminantes. También podemos
mencionar una buena gestión del transporte o formas de
construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan su
consumo energético y su nivel de contaminación. Por otra
parte, la acción política local puede orientarse a la
modificación del consumo, al desarrollo de una economía de
residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la
programación de una agricultura diversificada con rotación
de cultivos. Es posible alentar el mejoramiento agrícola de
regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras
rurales, en la organización del mercado local o nacional, en
sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas
sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de
organización comunitaria que defiendan los intereses de los
pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de
la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden
modificar las políticas relacionadas con el cambio climático
y la protección del ambiente cada vez que cambia un
gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen
costos inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados
dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin la
presión de la población y de las instituciones siempre habrá
resistencia a intervenir, más aún cuando haya urgencias que
resolver. Que un político asuma estas responsabilidades con
los costos que implican, no responde a la lógica
eficientista e inmediatista de la economía y de la política
actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la
dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su
paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a
una sana política, capaz de reformar las instituciones,
coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan
superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay que
agregar que los mejores mecanismos terminan sucumbiendo
cuando faltan los grandes fines, los valores, una
comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada
sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y
proyectos requiere procesos políticos transparentes y sujetos al
diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto
ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos
espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser
posterior a la elaboración de un proyecto productivo o de
cualquier política, plan o programa a desarrollarse. Tiene
que insertarse desde el principio y elaborarse de modo
interdisciplinario, transparente e independiente de toda
presión económica o política. Debe conectarse con el
análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles
efectos en la salud física y mental de las personas, en la
economía local, en la seguridad. Los resultados económicos
podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en
cuenta los escenarios posibles y eventualmente previendo la
necesidad de una inversión mayor para resolver efectos
indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario
alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que
pueden aportar diferentes perspectivas, soluciones y
alternativas. Pero en la mesa de discusión deben tener un
lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se
preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y
pueden considerar los fines que trascienden el interés
económico inmediato. Hay que dejar de pensar en
«intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a
políticas pensadas y discutidas por todas las partes
interesadas. La participación requiere que todos sean
adecuadamente informados de los diversos aspectos y de los
diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la
decisión inicial sobre un proyecto, sino que implica también
acciones de seguimiento o monitorización constante. Hace
falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y
políticas, sin reducirse a considerar qué está permitido o
no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien
común presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen en
una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada
decisión alternativa posible»
[131].
Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un
incremento de utilización de recursos naturales, de
emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una
modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de
especies protegidas o en un espacio público. Algunos
proyectos, no suficientemente analizados, pueden afectar
profundamente la calidad de vida de un lugar debido a
cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación
acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la
pérdida de valores culturales, los efectos del uso de
energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al
corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites
demasiado rápidos o consentir el ocultamiento de
información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una
serie de preguntas deberían plantearse en orden a discernir
si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué?
¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién?
¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los
costos y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que
deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el agua es
un recurso escaso e indispensable y es un derecho
fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos
humanos. Eso es indudable y supera todo análisis de impacto
ambiental de una región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de
daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá
utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces»
[132]
que impidan la degradación del medio ambiente. Este
principio precautorio permite la protección de los más
débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y para
aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva
lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya
una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería
detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la
prueba, ya que en estos casos hay que aportar una
demostración objetiva y contundente de que la actividad
propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a
quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación
tecnológica que permita mejorar la calidad de vida de una
población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la
rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en
cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos
elementos de juicio a partir de la evolución de la
información, debería haber una nueva evaluación con
participación de todas las partes interesadas. El resultado
de la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un
proyecto, pero también podría ser su modificación o el
desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el
ambiente donde es difícil alcanzar consensos. Una vez más
expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones
científicas ni sustituir a la política, pero invito a un
debate honesto y transparente, para que las necesidades
particulares o las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud
humana
189. La política no debe someterse a la economía y ésta
no debe someterse a los dictámenes y al paradigma
eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien
común, necesitamos imperiosamente que la política y la
economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio
de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de
los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la
población, sin la firme decisión de revisar y reformar el
entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas
que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis
después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis
financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de
una nueva economía más atenta a los principios éticos y para
una nueva regulación de la actividad financiera especulativa
y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que
llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen
rigiendo al mundo. La producción no es siempre racional, y
suele estar atada a variables económicas que fijan a los
productos un valor que no coincide con su valor real. Eso
lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas
mercancías, con un impacto ambiental innecesario, que al
mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales
[133].
La burbuja financiera también suele ser una burbuja
productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía
es el problema de la economía real, la que hace posible que
se diversifique y mejore la producción, que las empresas
funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas
empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no
puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El
ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de
defender o de promover adecuadamente»
[134].
Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del
mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven
sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o
de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se
obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los
efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?
Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en
los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y
de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que
pueden ser gravemente alterados por la intervención humana.
Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se
piensa en ella como un depósito de recursos económicos que
podría ser explotado, pero no se considera seriamente el
valor real de las cosas, su significado para las personas y
las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos
reaccionan acusando a los demás de pretender detener
irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero
tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado
ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo
de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso
sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil,
sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios
económicos a medio plazo. Si no tenemos estrechez de miras,
podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy
rentable. Se trata de abrir camino a oportunidades
diferentes, que no implican detener la creatividad humana y
su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces
nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más
creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que
haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y
poca para resolver problemas pendientes de la humanidad;
podría generar formas inteligentes y rentables de
reutilización, refuncionalización y reciclado; podría
mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La
diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la
inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que
protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta
sería una creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la
nobleza del ser humano, porque es más digno usar la
inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar
formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de
una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En
cambio, es más indigno, superficial y menos creativo
insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo
para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito
inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará
nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e
irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en
detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en
volver atrás antes que sea tarde. Sabemos que es insostenible el comportamiento
de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden
vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar
cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se
pueda crecer sanamente en otras partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario
que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer
comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo
de energía y mejorando las condiciones de su uso»
[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo
de desarrollo global»
[136],
lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y
su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»
[137].
No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la
naturaleza con la renta financiera, o la preservación del
ambiente con el progreso. En este tema los términos medios
son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y
económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida
integralmente superior no puede considerarse progreso. Por
otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las
personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja
calidad de los mismos productos alimenticios o el
agotamiento de algunos recursos– en el contexto de un
crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso
diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso
ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la
tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las
empresas suele reducirse a una serie de acciones de
marketing e imagen.
195. El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda
otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la
producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de
la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide
en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la
biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría
considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y
sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se
reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que
se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»
[138].La
racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis
estático de la realidad en función de necesidades actuales,
está presente tanto cuando quien asigna los recursos es el
mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que
otorga libertad para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los
niveles, pero al mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien común a
quien tiene más poder. Es verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más
poder que los mismos Estados. Pero no se puede justificar una economía sin
política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos
aspectos de la crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación
sincera por el ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por
integrar a los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista” y
“privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o
menos dotados puedan abrirse camino en la vida»
[139].
197. Necesitamos una política que piense con visión
amplia, y que lleve adelante un replanteo integral,
incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos
aspectos de la crisis. Muchas veces la misma política es
responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por
la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no
cumple su rol en una región, algunos grupos económicos
pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real,
sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta
dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada,
trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de
erradicar. Si la política no es capaz de romper una lógica
perversa, y también queda subsumida en discursos
empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas
de la humanidad. Una estrategia de cambio real exige
repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con
incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no
se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una
sana política debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se
refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es
que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas
al bien común. Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros
se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son
guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es
preservar el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que «la
unidad es superior al conflicto»
[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener que las ciencias empíricas
explican completamente la vida, el entramado de todas las
criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar
indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se
reflexiona con ese marco cerrado, desaparecen la
sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la
razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas
[141].
Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre
nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad, sólo por
haber surgido en el contexto de una creencia religiosa?»
[142].
En realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos
puedan presentarse de un modo puramente abstracto,
desligados de todo contexto, y el hecho de que aparezcan con
un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate
público. Los principios éticos que la razón es capaz de
percibir pueden reaparecer siempre bajo distintos ropajes y
expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que
pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver
los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su
rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen
posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo
caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes
con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones,
habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de
Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones
sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión
de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a
justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio
despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la
injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer
que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría
que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales
de diversas épocas han condicionado esa conciencia del
propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el
regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones
responder mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto
debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado
al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de
redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las
ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio
lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en
absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los
problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y
amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas
ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el
bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y
generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea»
[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero
ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la
conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de
un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica
permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y
formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural,
espiritual y educativo que supondrá largos procesos de
regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para
colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las
compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo
subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano
Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal como le
son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y,
después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo
acertado»
[144].
Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras
tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes
en realidad poseen la libertad son los que integran la
minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta
confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva
comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta
de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios
para unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e
inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo»
[145].
Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se
aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad.
Mientras más vacío está el corazón de la persona, más
necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este
contexto, no parece posible que alguien acepte que la
realidad le marque límites. Tampoco existe en ese horizonte
un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que
tiende a predominar en una sociedad, las normas sólo serán
respetadas en la medida en que no contradigan las propias
necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de
terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres
naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis
sociales, porque la obsesión por un estilo de vida
consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan
sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción
recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres
humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también
pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y
regenerarse, más allá de todos los condicionamientos
mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse
a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio
hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera
libertad. No hay sistemas que anulen por completo la
apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo
profundo de los corazones humanos. A cada persona de este
mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie
tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión
sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando
los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos
y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas,
forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es
un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las
empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda
la responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto
moral, y no sólo económico»
[146].
Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de
cada uno de nosotros»
[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de
autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una
conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer
nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia, el destino
común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un
tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida;
por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en
la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida»
[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad
de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las
demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo
para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para
evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La
actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia
aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace
posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y
que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto
que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de
uno mismo. Cuando somos capaces de superar el
individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de
vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en
la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el
ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y
ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos. Muchos
saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos
o placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón
humano, pero no se sienten capaces de renunciar a lo que el
mercado les ofrece. En los países que deberían producir los
mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y
algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del
ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo
consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de
otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus
objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la
información científica y en la concientización y prevención
de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica
de los «mitos» de la modernidad basados en la razón
instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a
recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el
interno con uno mismo, el solidario con los demás, el
natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios.
La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto
hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere
su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces
de replantear los itinerarios pedagógicos de una ética
ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la
compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una
«ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no
logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas
no es suficiente a largo plazo para limitar los malos
comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para
que la norma jurídica produzca efectos importantes y
duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros
de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones
adecuadas, y que reaccione desde una transformación
personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es
posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una
persona, aunque la propia economía le permita consumir y
gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de
encender la calefacción, se supone que ha incorporado
convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación
con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la
educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo
de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede
alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia
directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar
el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo
de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que
razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los
demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir
un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles,
apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una
generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser
humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo
rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser
un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a
cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la
sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se
pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra
un bien que siempre tiende a difundirse, a veces
invisiblemente. Además, el desarrollo de estos
comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia
dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos
permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de
comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana
edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida.
Pero quiero destacar la importancia central de la familia, porque «es el ámbito
donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada
contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según
las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de
la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida»
[149].
En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y
cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las
cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema
local y la protección de todos los seres creados. La familia
es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven
los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí,
de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir
permiso sin avasallar, a decir «gracias» como expresión de
una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar
la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando
hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera
cortesía ayudan a construir una cultura de la vida
compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones les
compete un esfuerzo de concientización de la población.
También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas
tienen un rol importante que cumplir en esta educación.
Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas
de formación se eduque para una austeridad responsable, para
la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la
fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho
lo que está en juego, así como se necesitan instituciones
dotadas de poder para sancionar los ataques al medio
ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos
a otros.
215. En este contexto, «no debe descuidarse la relación que hay entre una
adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano»
[150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del
pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a
detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño
que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso
inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir
cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas
de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La
educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si
no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del
ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la
naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma
consumista que se transmite por los medios de comunicación y
a través de los eficaces engranajes del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos
de experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de
renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de
espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo
que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar,
sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las
motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el
cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo
con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que
impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»
[151].
Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos
recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la
Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del
propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de
este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en
comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han
extendido los desiertos interiores»
[152],
la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión
interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos
cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de
realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las
preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no
se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes.
Les hace falta entonces una conversión ecológica, que
implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro
con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea.
Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es
parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en
algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia
cristiana.
218. Recordemos el modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana
relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la
persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o
negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos
australianos supieron expresar la conversión en términos de reconciliación con
la creación: «Para realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas
y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y
nuestra incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión,
de un cambio del corazón»
[153].
219. Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación
tan compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden
perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón
instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social
y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la
mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan
enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la
iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el
individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de
realización»
[154].
La conversión ecológica que se requiere para crear un
dinamismo de cambio duradero es también una conversión
comunitaria.
220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un
cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y
gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor
del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y
gestos generosos aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no
sepa lo que hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará»
(Mt 6,3-4). También implica la amorosa conciencia de no estar
desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo
una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla
desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos
ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares
que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su
creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a
Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No
entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de
dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente,
que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota
de su fe.
221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta
Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia
de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o
la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora,
resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y
penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el
mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene
derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los
pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6),
¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a
todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su
conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia
recibida se explayen también en su relación con las demás
criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa
sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente
vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
222. La espiritualidad cristiana propone un modo
alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un
estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar
profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante
incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas
tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de
la convicción de que «menos es más». La constante
acumulación de posibilidades para consumir distrae el
corazón e impide valorar cada cosa y cada momento. En
cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad,
por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de
comprensión y de realización personal. La espiritualidad
cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una
capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad
que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer
las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que
tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto
supone evitar la dinámica del dominio y de la mera
acumulación de placeres.
223. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia
es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad
sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y
viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí
y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo
que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar
contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de
disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el
cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir
mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros
placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros
fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas,
en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en
la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas
necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para
las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y la humildad no han gozado de una
valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se
debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna
virtud en la vida personal y social, ello termina provocando
múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya
no basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas.
Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida
humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los
grandes valores. La desaparición de la humildad, en un ser
humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de
dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar
dañando a la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar
esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos
autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo
ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia
subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está
mal.
225. Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no
está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la
espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más
que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver
con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente
vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de
admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de
palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante,
de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas
personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas
a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las
lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en
el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de
tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca
de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que
vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada
sino descubierta, develada»
[155].
226. Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena
atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en
lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser
plenamente vivido. Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar
los lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un
hombre inquieto, «detuvo en él su mirada, y lo amó» (Mc
10,21). Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser
humano y ante cada criatura, y así nos mostró un camino para
superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales,
agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar
gracias a Dios antes y después de las comidas. Propongo a
los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con
profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy
breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la
vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de
la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo
proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los
más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de
vida que implica capacidad de convivencia y de comunión.
Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre
común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo
puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro
realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por
eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos
lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque
no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de
una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos
a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por
el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos
tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la
hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha
servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la
vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de
nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo
de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a
la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la
oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de
cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una
ecología integral también está hecha de simples gestos
cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del
aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del
consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato
de la vida en todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y
político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo
mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma
excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los
individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales,
económicas y políticas»
[156].
Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor»
[157].
El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una
sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor
en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma
constante y suprema de la acción»
[158].
En este marco, junto con la importancia de los pequeños
gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en
grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación
ambiental y alienten una cultura del cuidado que
impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el
llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas
dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su
espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese
modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a trabajar de manera directa
en la política, pero en el seno de la sociedad germina una
innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor
del bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por
ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio, una
fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza),
para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de
todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos
y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se
libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el
cultivo de una identidad común, de una historia que se
conserva y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y
la calidad de vida de los más pobres, con un sentido
solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una
casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones
comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden
convertirse en intensas experiencias espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla en Dios, que lo llena
todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el
rocío, en el rostro del pobre
[159].
El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción
de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como
enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más
siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe
encontrar a Dios en las criaturas exteriores»
[160].
234. San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y
experiencias del mundo «está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por
mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios»
[161].
No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque
el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres,
y así «siente ser todas las cosas Dios»
[162].
Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe
que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor: «Las
montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas,
floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios
son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad
de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al
sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi
Amado para mí»
[163].
235. Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida
por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto
somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el
fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en
la alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la
cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua
que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.
No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con
Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana
oriental: «La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad
transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los sonidos,
en los colores, en las luces y en los perfumes»
[164].
Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material
encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha
incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido un
germen de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la
corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el
que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega
a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo»
[165].
236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor
elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo
sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo,
hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El
Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso
llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro
propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía
ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del
universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable.
Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el
cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por
sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también
cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en
el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido,
sobre el altar del mundo»
[166].
La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El
mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En
el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las
santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»
[167].
Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de
motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y
nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene
una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío,
se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser
humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el
mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer
día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor,
garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día
anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios»
[168]. De este modo, la
espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser
humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o
innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más
importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una
dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se
trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo,
la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también
del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el
beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo
el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de
tu esclava y el emigrante» (Ex
23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que
permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así,
el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su
luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el
cuidado de la naturaleza y de los pobres.
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de
cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado,
se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo
infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando
y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un
único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su
propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en
su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»
[169].
239. Para los cristianos, creer en un solo Dios que es
comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad
contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San
Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del
pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que
Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza
«cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo del hombre se había
enturbiado»
[170].
El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva
en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real
que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del
ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos
indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave
trinitaria.
240. Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y
el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de
relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es
propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal
modo que en el seno del universo podemos encontrar un
sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan
secretamente
[171].Esto
no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que
existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir
una clave de nuestra propia realización. Porque la persona
humana más crece, más madura y más se santifica a medida que
entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en
comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.
Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario
que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está
conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de
la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno
este mundo herido. Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús,
ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas
de este mundo arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente
transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer «vestida de
sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza»
(Ap 12,1). Elevada al cielo, es
Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado,
junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó
toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo guarda en su
corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba»
cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también
comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso
podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos
más sabios.
242. Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se
destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió a María y
a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó
de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el
Evangelio aparece como un hombre justo, trabajador, fuerte.
Pero de su figura emerge también una gran ternura, que no es
propia de los débiles sino de los verdaderamente fuertes,
atentos a la realidad para amar y servir humildemente. Por
eso fue declarado custodio de la Iglesia universal. Él
también puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a
trabajar con generosidad y ternura para proteger este mundo
que Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos cara a cara frente a la
infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz
admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud
sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva
Jerusalén, hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas
las cosas» (Ap 21,5). La vida
eterna será un asombro compartido, donde cada criatura,
luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo
para aportar a los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos
confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta
celestial. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a
Dios, porque, «si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo
ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador»
[172].
Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta
no nos quiten el gozo de la esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las
fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este
mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona,
no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su
amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246. Después de esta prolongada reflexión, gozosa y
dramática a la vez, propongo dos oraciones, una que podamos
compartir todos los que creemos en un Dios creador
omnipotente, y otra para que los cristianos sepamos asumir
los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio
de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo,
Solemnidad de Pentecostés, del año 2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico de las criaturas: Fonti Francescane
(FF) 263.
[2] Carta ap.
Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 21: AAS
63 (1971), 416-417
[3]
Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16 noviembre
1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta enc.
Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71
[5] Cf.
Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001),
[6] Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc.
Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83
[10]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede
(8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
[11] Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687
[12]
Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103
(2011), 664.
[13]
Discurso al clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone (6 agosto 2008): AAS 100
(2008), 634.
[14] Mensaje para el día de oración por la protección de la creación
(1 septiembre 2012).
[15] Discurso en Santa Bárbara, California
(8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis,
On Earth as in Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New York 2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein, Noruega
(23 junio 2003).
[18] Discurso «Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing Remarks »,
I Vértice de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22] Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the Environmental Crisis
(5 septiembre 1999).
[23] Cf.
Saludo al personal de la FAO (20 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 985.
[24] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida
(29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta pastoral What is Happening to our Beautiful Land?
(29 enero 1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia
El universo, don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales, Der Klimawandel: Brennpunkt globaler,
intergenerationeller und ökologischer Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[28] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 483.
[29]
Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(7 junio 2013), p. 12.
[30] Obispos de la región de Patagonia-Comahue
(Argentina), Mensaje de Navidad (diciembre 2009), 2.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Global Climate Change: A Plea for Dialogue,
Prudence and the Common Good (15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida
(29 junio 2007), 471.
[33] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 56: AAS 105 (2013), 1043.
[34] Juan Pablo II,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 12: AAS 82 (1990), 154.
[35] Id.,
Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan Pablo II,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 15: AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf.
Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI,
Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 711.
[40] Cf. Legenda maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft der Menschheit. Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz
zu Fragen der Umwelt und der Energieversorgung (1980), II, 2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 10: PG 29, 9.
[45] Divina Comedia. Paraíso, Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto XVI,
Catequesis (9 noviembre 2005), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(11 noviembre 2005), p. 20.
[47] Id., Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[48] Juan Pablo II,
Catequesis (24 abril 1991), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un mundo en camino hacia su perfección última y que esto implica la presencia
de la imperfección y del mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 310.
[50] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[51] Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104, art. 1, ad 4.
[52] Id., In octo libros Physicorum Aristotelis expositio, lib. II, lectio 14.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI,
Discurso en un establecimiento químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4
(1966), 992-993; Juan Pablo II,
Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2
(2009), 60; Benedicto XVI,
Homilía para la celebración de las Vísperas en Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española
(31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II,
Catequesis (30 enero 2002), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá. Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta pastoral
You love all that exists... all things are yours, God, Lover of Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón, Reverence for Life. A Message for the Twenty-First Century
(1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II,
Catequesis (26 enero 2000), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(28 enero 2000), p. 3.
[58] Id.,
Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II. Finitude et culpabilité, Paris 2009, 2016
(ed. esp.:
Finitud y culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[60] Summa Theologiae I, q. 47, art. 1.
[61] Ibíd.
[62] Cf. ibíd., art. 2, ad 1; art. 3.
[63] Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico de las criaturas: FF 263.
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja e a questão ecológica
(1992), 53-54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 215: AAS 105 (2013), 1109.
[68] Cf. Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la relación del hombre con la naturaleza(21 enero1987).
[71] Juan Pablo II, Carta enc.
Laborem exercens (14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta enc.
Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[74]
Discurso a los indígenas y campesinos de México,
Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS 71 (1979), 209.
[75]
Homilía durante la Misa celebrada para los agricultores en Recife, Brasil
(7 julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf.
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990,
8:AAS 82 (1990), 152.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino paraguayo y la tierra
(12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental Issues, Wellington
(1 septiembre 2006).
[79] Carta enc.
Laborem exercens (14 septiembre 1981), 27: AAS 73 (1981), 645.
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas del Verbo» en el mundo; cf. II Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II,
Discurso a los representantes de la ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima
(25 febrero 1981), 3: AAS
73 (1981), 422.
[82] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 69: AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88 (ed. esp.: 112).
[86] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 462.
[87] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83-84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf. Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 231: AAS105 (2013), 1114.
[92] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83).
[93] Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[94] Cf. Declaración Love for Creation. An Asian Response to the Ecological Crisis, Coloquio promovido por la Federación
de las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.
[95] Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[96] Benedicto XVI,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 2: AAS 102 (2010), 41.
[97] Id., Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 28: AAS 101 (2009), 663.
[98] Cf. Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50, 668 : «Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate».
[99] N. 80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 63.
[101] Cf. Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[102] Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio (26 marzo 1967), 34: AAS 59 (1967), 274.
[103] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd., 2418.
[108] Ibíd., 2415.
[109]
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6: AAS 82 (1990), 150.
[110]
Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(8 noviembre 1981), p. 7.
[111]
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 7: AAS 82 (1990), 151.
[112] Juan Pablo II,
Discurso a la 35 Asamblea General de la Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76
(1984), 394.
[113] Comisión Episcopal de Pastoral social de Argentina, Una tierra para todos
(junio 2005), 19.
[114] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[116] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[117] Algunos autores han mostrado los valores que suelen vivirse, por ejemplo, en las «villas», chabolas o favelas de América
Latina: cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la lógica de la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine
(eds.), Irrupción del pobre y
quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[118] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 482.
[119] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 210: AAS 105 (2013), 1107.
[120]
Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103
(2011), 668.
[121]
Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17 abril 2015), p. 2.
[122] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[123] Cf. n. 186-201: AAS 105
(2013), 1098-1105.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto XVI,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 8: AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(14 junio 1992), Principio 1.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo,
don de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz, IV, 1, Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[129] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 222: AAS 105 (2013), 1111.
[131] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 469.
[132] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(14 junio 1992), Principio 15.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal para la Pastoral Social, Jesucristo, vida y esperanza
de los indígenas y campesinos (14 enero 2008).
[134] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 470.
[135]
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9: AAS 102 (2010), 46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 50: AAS 101 (2009), 686.
[139] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 209: AAS 105 (2013), 1107.
[140] Ibíd., 228: p. 1113.
[141] Cf. Carta enc.
Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive
siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que
en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar abierto a
la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a
darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar
mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia».
[142] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[143] Ibíd., 231: p. 1114.
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 87).
[145] Juan Pablo II,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1:AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 66: AAS 101 (2009), 699.
[147] Id.,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 11: AAS 102 (2010), 48.
[148] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio 2000).
[149] Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.
[150] Id.,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 14: AAS 82 (1990), 155.
[151] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 261: AAS 105 (2013), 1124.
[152] Benedicto XVI,
Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de Australia, A New Earth – The Environmental Challenge (2002).
[154] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 93).
[155] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 71: AAS 105 (2013), 1050.
[156] Benedicto XVI, Carta enc.
Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo VI,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1977: AAS 68 (1976), 709.
[158] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 582.
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también destacaba la necesidad de no separar demasiado
las criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay
un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua
que corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido de los
afligidos…» (Eva De Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme, Paris 1978, 200).
[160] In II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico espiritual, XIV-XV, 5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd., XIV-XV, 6-7.
[164] Juan Pablo II, Carta ap.
Orientale lumen (2 mayo 1995), 11: AAS 87 (1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id., Carta enc.
Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438.
[167] Benedicto XVI,
Homilía en la Misa del Corpus Christi (15 junio 2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169] Juan Pablo II,
Catequesis (2 agosto 2000), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(4 agosto 2000), p. 8.
[170] Quaest. disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2, concl.
[171] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q. 21, art. 1, ad 3; q. 47, art. 3.
[172] Basilio Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6: PG 29, 8.