Sr. Cardenal Georges Cottier, OP - 1.7.2005
La amistad sacerdotal - La formación permanente
La formación permanente requiere medios adecuados, que no son la simple prolongación de los del seminario.
Esto es obvio. Las exigencias son más complejas. El elemento de autoeducación prevalece. Por autoeducación
entiendo el esfuerzo de interpretar, a la luz de la fe, la experiencia pastoral propia del sacerdote.
Autoeducación no significa encerrarse en sí mismo e individualismo. Al contrario, la interpretación de la
propia experiencia necesita la guía del director espiritual que ayuda a discernir lo que es justo, bueno
y conforme a la voluntad divina. La formación permanente es, de hecho, un medio que permite que la persona
del sacerdote madure en santidad. Entre los elementos de esta formación está también la amistad y,
en particular, la amistad sacerdotal.
Se sabe que algunos autores ascético-espirituales han expresado una cierta desconfianza ante la amistad.
Se ponía en guardia contra las llamadas “amistades particulares”. Y para esta prudencia había varios
motivos, todavía válidos hoy en día. Se equivocaban en partir del temor de posibles abusos, ignorando la
belleza de la verdadera amistad. La oración y la humildad son protecciones eficaces contra el peligro de
desviaciones.
Santo Tomás, de hecho, para tratar la divina caridad, virtud teologal, utiliza el capítulo que Aristóteles
en la Ética Nicomaquea dedica a la amistad. Por analogía, Santo Tomás se refiere a la amistad para
definir la relación, fundada en la gracia, entre la persona humana y las Personas divinas. En consecuencia,
la amistad humana se ve reconocida en toda su grandeza. La amistad es una gran riqueza humana. Digamos
enseguida que las formas de la amistad son muy diversas según el motivo que tengan: hay amistades que se
basan en el interés, en un proyecto común que dura un tiempo. Está la amistad que tiene por fundamento la
búsqueda común de los bienes superiores, bienes culturales y, aún más altos, bienes espirituales. Tal es
la amistad sacerdotal, una ayuda recíproca al servicio del pueblo de Dios y la búsqueda, a través de este
ministerio, de la santidad. La vida del sacerdote hoy, en especial en el ambiente urbano, está sometida,
como la de nuestros contemporáneos, a un estrés contínuo, contra el cual debe defenderse. El hecho de ir
sobrecargados y sometidos a los ritmos de la vida moderna, ciertamente no ayuda al equilibrio. Éste es otro
elemento que hay que tener en cuenta. Otro problema es el del equilibrio afectivo, del sentimiento de
soledad y la tentación de desanimarse. Para este punto, una verdadera amistad puede ser de gran ayuda para
permanecer fiel al compromiso de castidad perfecta que tiene como finalidad la donación total de sí mismos
a Cristo y a su Iglesia, en el servicio del prójimo.
La amistad es una invitación a sostenerse recíprocamente en una tensión a la santidad de la vida. La
oración en común, el intercambio espiritual y doctrinal, la participación a las preocupaciones pastorales
encuentran en la amistad un estímulo y un apoyo natural. Esto vale también para la formación humana: a lo
mejor con la práctica del deporte, los viajes o las vacaciones con fines culturales que abren al mundo y,
también, a las necesidades de la humanidad especialmente pobre. La amistad puede reunir también un pequeño
grupo de hermanos en el sacerdocio, con reuniones regularmente que permiten confrontar los problemas
pastorales o de información, y abren a la colaboración. Cuando la amistad es suficientemente profunda,
puede ser de ayuda también la correctio fraterna que protege en especial contra ciertos defectos
que se desarrollan en la soledad. Si la amistad de la que hablamos es una forma de la caridad, la apertura
a los demás será un signo de su autenticidad. Si, en cambio, se cierra en sí misma, ya no es lo que debe
ser, se convierte en egoísmo en dos. La acogida del hermano en situación difícil, la partecipación a la
vida del presbyterium, las relaciones leales y sencillas con el Obispo son signos de su autenticidad.
Por su parte, el Obispo debe favorecer esta forma de amistad como expresión de la fraternidad sacerdotal.