La Iglesia en la era digital
Por monseñor Lucio Adrián Ruiz, coordinador técnico de
la Red Informática de la Iglesia en América Latina
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 12 diciembre 2006.-
¿Por qué es un cambio de era?
Según el diccionario de la Real Academia, «era» es
«el extenso período histórico caracterizado por una
gran innovación en las formas de vida y de cultura»
Puede entenderse la palabra «era» como aquel momento
histórico en que el ser humano introduce un cambio
profundo, permanente y extensivo a su modo de estar
en el mundo y dominarlo. Los grandes cambios se
añaden al curso de la historia al irrumpir una
modificación de su curso en forma irreversible, y
empujan a lo que Karl Popper llamaba un «cambio de
paradigma». Pensemos lo que en su momento significó
la utilización del fuego, la piedra, los metales:
elementos todos que marcaron hitos irreversibles y
que exigieron al hombre una nueva forma de asumir su
vida.
Algunos autores llaman a nuestros días la «era
digital», por el surgimiento, desarrollo y expansión
de las tecnologías que utilizan el lenguaje binario
—de dos dígitos— para la transferencia,
procesamiento, soporte y almacenamiento de los
contenidos de la comunicación.
Como la revolución del fuego, de la piedra o del
metal, estas nuevas tecnologías se hacen presentes
en la vida humana no como un elemento más que se
suma a muchos otros que la historia y el desarrollo
van incorporando, sino de una manera que exige una
nueva síntesis y forma de interpretar y vivir la
vida humana.
Hay otra nota que caracteriza a estos elementos que
portan cambios de era. Y es que permanecen en el
tiempo con su aporte. La historia y el progreso los
desarrolla, los perfecciona, les pone arte, pero su
esencia no sólo permanece original, sino que no pasa
con el tiempo, quedando obsoletos y fuera de uso: el
fuego sigue calentando el agua y cociendo los
alimentos, pero hoy permite también enviar satélites
al espacio.
No es trivial, en este contexto, citar la
importancia del libro como realidad que ha marcado
profundamente la historia, ha cambiado su curso, se
ha ido perfeccionando cada día más, permanece
vigente y, en su esencia, no puede ser reemplazado
—aunque sí completado— en la era sucesiva: la
digital. El libro no admite ser cambiado por un
monitor.
Podría ser simplista reducir el impacto de estas
tecnologías a la pregunta: «¿son buenas o malas?».
Nos movemos en un contexto cada vez más complejo, y
el profundo carácter de estas realidades las
convierte en un desafío porque quedan bajo el
gobierno del hombre y de los innumerables matices
con que usa su propia libertad. Es evidente que todo
dependerá del uso que se haga de ellas.
Y es este contexto el que presenta otro desafío: la
dependencia que el hombre va teniendo de estos
instrumentos. Por una parte es normal que un cambio
de esta naturaleza, que realiza una nueva síntesis
de la historia y la vida del hombre, ligue a éste en
forma notable. Pero por otra parte, la grandeza del
ser humano puede trascender cualquier dependencia
instrumental. Por eso no debe sorprender que las
sociedades de hoy tengan un cierto grado de
dependencia de la energía eléctrica, el teléfono, el
agua corriente, la computadora, porque son elementos
con los que desarrolla sus tareas cotidianas. Lo que
no puede admitirse es que los aspectos esenciales de
ser persona humana —el amor, el pensamiento, las
relaciones humanas, la relación con lo trascendente—
queden aprisionadas por estas nuevas tecnologías. En
este sentido éstas no dan ni quitan felicidad al
hombre, ya que no pertenecen al núcleo central de su
vida, sino que colaboran en su desarrollo, partiendo
de la plataforma personal.
La particularidad de la era digital
Son bien conocidas sus extraordinarias capacidades
para la comunicación; como también la capacidad de
combinar los elementos fílmicos, fotográficos,
auditivos, textuales; con esta tecnología la
representación de la realidad puede ser procesada en
formas que pueden ir de lo artístico a lo engañoso.
También, en los instrumentos digitales el ser humano
ha desarrollado de una manera extraordinaria su
pensamiento, por tanto encuentra en ellos un
atrayente reflejo de sí mismo, en la faceta de su
propia inteligencia. De entre todos los elementos
desarrollados por el hombre, podríamos decir que son
los que están hechos a «su imagen y semejanza», en
el sentido de que son capaces de procesar datos,
sólo que lo hacen en grandes cantidades,
relacionando toda la información que les fue
suministrada y a velocidades antes impensables; y,
en cierta forma se presenta frente al hombre como
«una ayuda adecuada» en la tarea cotidiana de
gobernar y transformar el mundo.
Entre muchas otras cosas esto nos permite comprender
en parte la fascinación por los juegos electrónicos.
Podría parecer que en ellos la imaginación ha
perdido terreno, pero sería según el estilo de los
juegos tradicionales y «caseros»; en este nuevo
campo la inteligencia especulativa, lógica,
matemática y sobre todo investigativa, adquieren un
protagonismo que se abre a un nuevo tipo de
imaginación diverso al anterior, pero no menor.
Pero quizá la más importante consecuencia de la «era
digital» es que articula de una forma nueva diversos
inventos que estaban inconexos entre sí: teléfono,
satélites, computadoras, videocámaras, robots,
encuentran un lenguaje común e interactúan de tal
modo con el ciudadano de a pie, que forman un «todo»
más complejo, el soporte de la «aldea global».
¿Hacia dónde vamos?
Aquí está el meollo de lo que la mayoría de nosotros
se pregunta. Primero, porque los efectos
enriquecedores y empobrecedores de estos procesos es
exponencial. Como se ha dicho hasta el cansancio,
quien esté fuera de esta dinámica, quedará excluido
del gran patrimonio de la cultura —y seguramente de
la economía— en el tercer milenio. Segundo, porque
el mero avance tecnológico no sabe a dónde va. Miles
de personas investigan para «mejorar» los programas
y las máquinas, pero... ¿qué se entiende por
mejorar? ¿Cuál es su horizonte? Sin una correcta
antropología, y sin la luz del Evangelio, el
desarrollo tecnológico desemboca en el absurdo.
Por otra parte se habla ya de una hipertrofia
informativa. El ciudadano medio recibe cantidades
inmensas de información que en sí misma no
acrecienta el conocimiento. El bombardeo es tal, que
la superposición de datos se vuelve cada vez menos
significativa. Ignacio Ramonet, director de «Le
Monde Diplomatique», la llama la «asfixia
comunicacional». La define como «una sobreabundancia
de información que degenera en la supresión de la
libertad»;
De aquí que algunos estudiosos, como Cayetano López,
catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid,
aseguren que en un previsible futuro de expansión
generalizada de Internet, lo verdaderamente valioso
serán los análisis, las interpretaciones o las
puestas en contexto de esa información («Boletín del
Servicio de Observación sobre Internet» Ne 33).
Doble movimiento
Vivir este momento histórico, del nacimiento de una
nueva cultura, significa para la Iglesia aceptar el
reto de la inculturación, que realiza en un doble
movimiento: asimilar los aspectos positivos de esa
cultura purificando los negativos; y aportar a ella
la originalidad de su propia riqueza humana y
espiritual. Dar y recibir en un intercambio que
puede ser muy fecundo, pero sobre todo
irrenunciable para quien ha recibido el mandato:
«id y predicad».
Por ello no sólo «no está ausente», no sólo «está
presente» —realizando lo que todos hacen—, sino que
«desempeña un papel animador» de vanguardia en
contextos como el de América Latina.
«Inculturarse», «vivir realmente en una cultura»
implica este doble movimiento. Significa tomar los
elementos buenos que se reciben, aportar los
propios, realizar una síntesis original, propia, que
ayude a crecer y a desarrollar la misma cultura.
Por tanto, no basta con disponer y usar unos
instrumentos, es necesario conocer sus claves,
sintetizarlas con las propias y retroalimentar la
cultura; en esta forma uno es hijo y es padre de la
misma.
La Iglesia está entrando en el complejo mundo de
Internet de forma decidida y creciente en diversas
lenguas. Se perfila como un «Agente de sentido» que
ofrece marcos de referencia para la comprensión del
mundo. Asimismo realiza una labor de archivo y
codificación de la herencia cultural de otras
épocas, en estos nuevos formatos. Tantos religiosos
—en particular los contemplativos— se entregan una
tarea similar a la de los monasterios medievales,
reescribiendo documentos centenarios en lenguaje
digital. Y ante uno de los mayores desafíos que
enfrenta en este momento, empieza a abrirse a los
nuevos lenguajes que exige la cultura actual,
aprendiendo a transmitir sus contenidos en forma de
clips, de imágenes y de música. En este campo queda
un largo camino por recorrer, pero se están dando
pasos adelante.
Pistas para la nueva cultura
Estamos inmersos en el desarrollo de esta era y nos
es difícil calibrarla con perspectiva, pero
desearíamos para ella todas las virtudes. Tomemos
sólo algunas de las que parecen más urgentes, y que
muchos grupos —entre ellos la Iglesia— trabajan para
promover:
— Que se haga a medida de la persona, de toda la
persona y de todas las personas.
— Que salvaguarde y potencie la libertad de los
individuos.
— Que, más allá de la mera búsqueda del lucro, se
ponga al servicio de la comunión y el progreso de
los pueblos.
— Que favorezca dinámicas de inclusión y no de
exclusión, contribuyendo a recomponer el tejido
social.
— Que los nuevos vínculos interpersonales
favorecidos por esta tecnología integren toda la
densidad que implica toda relación humana en sí
misma.
— Que las innovaciones técnicas se introduzcan
respetando el ritmo de asimilación humana sin
angustias.
Todo ello podrá hacerlo quien viva la era digital no
como quien usara un instrumento sin entenderlo y por
eso nunca llegara a servirse de él adecuadamente,
sino como quien hace nacer un instrumento —con la
realidad que le está en torno— y por ello puede
desarrollar con él aquello que le es propio.
En este sentido, la «era digital», que es por
naturaleza «síntesis y comunicación», se convierte
en instrumento adecuado para crear lazos antes
insospechados entre personas, grupos y entidades; la
cultura tiene por primera vez múltiples creadores,
basta sólo con que deseen respetarse mutuamente. Por
ello, esta era digital es una enorme, sorprendente
oportunidad para la comunión.