Ritos iniciales

1. Reunido el pueblo, el sacerdote se dirige al altar, con los ministros, mientras se entona el canto de entrada.

Cuando llega al altar, habiendo hecho con los ministros una inclinación profunda, venera el altar con un beso y, si es oportuno, inciensa la cruz y el altar. Después se dirige con los ministros a la sede.

Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan con la señal de la cruz, mientras el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, dice:


En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El pueblo responde: Amén.

2. Después el sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor de Dios Padre
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos ustedes

O bien:

La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre,
y Jesucristo el Señor,
estén con todos ustedes.

O bien:

El Señor esté con ustedes.


El obispo, en vez de las anteriores fórmulas, en este primer saludo dice:
La paz esté con ustedes.


El pueblo responde: Y con tu espíritu.


También pueden usarse otras fórmulas de saludos propias de cada tiempo.


TIEMPO DE ADVIENTO

El Señor, que viene a salvarnos,
esté con todos ustedes.

O bien:
Que la salvación que está cerca de nosotros porque llega Cristo,
los haga crecer en la esperanza que no defrauda
y esté ahora y siempre con ustedes.

O bien:
El Señor todopoderoso,
el que era, el que es y el que vendrá,
acreciente en vosotros el deseo de su Venida
y esté siempre con ustedes.


TIEMPO DE NAVIDAD

La paz y el amor de Dios, nuestro Padre,
que se han manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación,
estén con todos ustedes.

O bien:
Que la gracia del Señor Jesús,
el Verbo hecho carne en María siempre virgen,
permanezca siempre con ustedes.

O bien (Sagrada Familia):
Bendigamos a Dios
que nos reúne en la Familia de Jesús,
y que su amor de Padre
esté constantemente con ustedes.

O bien (Octava de Navidad):
Que la gracia y la paz de Cristo, el Señor,
Hijo de Dios e hijo de María,
estén con todos ustedes.

O bien (Epifanía):
Que el Dios invisible,
hecho visible en Jesucristo, su Hijo hecho hombre,
se les manifieste plenamente,
y que el resplandor de su luz
permanezca ahora y siempre con ustedes.


TIEMPO DE CUARESMA

La gracia y el amor de Jesucristo,
que nos llama a la conversión,
esté con todos ustedes.

O bien:
Que el Espíritu de Dios
nos ayude a responder dócilmente a su llamado penitencial,
y que su gracia salvadora
permanezca con cada uno de ustedes.

O bien:
Que el Señor Jesús los encamine hacia el amor de Dios Padre
y les dé la perseverancia
para renovar su compromiso bautismal,
y que su amor misericordioso
descienda y esté con todos ustedes.

O bien:
De parte de Dios Padre y de Jesucristo,
que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre,
gracia y paz a todos ustedes.

O bien (Domingo de Ramos):
Sean bienvenidos a esta celebración,
y que Cristo muerto y resucitado
por nuestra salvación y la del mundo entero
permanezca ahora y siempre con ustedes.


TIEMPO PASCUAL

El Dios de la Vida,
que ha resucitado a Jesucristo
rompiendo las ataduras de la muerte,
esté con todos ustedes.

O bien:
Bendito sea Dios,
que en su gran misericordia
nos hizo renacer por la Resurrección de Jesucristo;
que su gracia salvadora esté siempre con ustedes.

O bien:
Hemos resucitado con Jesús:
que la esperanza de ser glorificados con él
acreciente nuestra alegría
y permanezca constantemente con ustedes.

O bien:
Que el gozo y la paz
de nuestro Buen Pastor resucitado
nos acompañe en esta celebración,
y estén con cada uno de ustedes.

O bien:
Jesús resucitado vive entre nosotros.
Que su presencia salvadora
nos anime en este tiempo pascual
y permanezca con todos ustedes.

O bien (Ascención del Señor):
Que Jesús resucitado y glorificado a la derecha del Padre
interceda por nosotros
y permanezca con cada uno de ustedes.

O bien (Domingo de Pentecostés):
Que el Espíritu de Jesús resucitado
descienda abundantemente
sobre nosotros y sobre todo el mundo,
y que sus dones nos renueven y estén siempre con ustedes.


TIEMPO «DURANTE EL AÑO»

El Señor, que dirige nuestros corazones
para que amemos a Dios,
esté con todos ustedes.

O bien:
La paz, la caridad y la fe, de parte de Dios Padre,
y de Jesucristo, el Señor, estén con todos ustedes.

O bien:
El Dios de la esperanza,
que por la acción del Espíritu Santo
nos llena con su alegría y con su paz,
permanezca siempre con todos ustedes.

O bien:
Queridos hermanos:
«Que Dios los llene de alegría y de paz en la fe»
y que su Espíritu Santo esté constantemente con ustedes.


3. El sacerdote o el diácono, u otro ministro, puede hacer una monición muy breve para introducir a los fieles en la Misa del día.


Acto penitencial


El domingo, especialmente en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial habitual, en algunas ocasiones puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo, como aparece en el Apéndice II.

4. A continuación se hace el acto penitencial, al que el sacerdote invita a los fieles, diciendo:

I

Hermanos:
Para celebrar dignamente estos sagrados misterios,
reconozcamos nuestros pecados.

O bien:
El Señor Jesús,
que nos invita a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía,
nos llama ahora a la conversión.
Reconozcamos, pues, que somos pecadores
e invoquemos con esperanza la misericordia de Dios.

O bien:
Humildes y penitentes, como el publicano en el templo,
acerquémonos al Dios justo,
y pidámosle que tenga piedad de nosotros,
que también nos reconocemos pecadores.

O bien:
Jesucristo, el justo, intercede por nosotros
y nos reconcilia con el Padre.
Abramos, pues, nuestro espíritu al arrepentimiento,
para acercarnos a la mesa del Señor.

O bien:
Pidamos perdón a Dios de todo corazón.

O bien, pero sólo en los domingos, y durante la octava de Pascua:
En el día en que celebramos la victoria de Cristo
sobre el pecado y sobre la muerte,
confesemos nuestra necesidad de la misericordia del Padre
para morir al pecado y resucitar a la vida nueva.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos hacen en común la fórmula de la confesión general:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión;

Y, golpeándose el pecho, dicen:

por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Luego, prosiguen:

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

Sigue la absolución del sacerdote.

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.

El pueblo responde: Amén.

2

O bien (segunda forma del acto penitencial):
5. El sacerdote invita a los fieles al acto penitencial con una de las invitaciones anteriores u otras breves palabras.

Se hace una breve pausa de silencio. Después el sacerdote dice:

Señor, ten misericordia de nosotros.

El pueblo responde: Porque hemos pecado contra ti.

El sacerdote prosigue:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.

El pueblo responde: Y danos tu salvación

Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la Vida eterna.

El pueblo responde: Amén.


3

O bien: (tercera forma del acto penitencial):

6. El sacerdote invita a los fieles al acto penitencial con una de las invitaciones anteriores u otras breves palabras.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote o el diácono, u otro ministro, empleando éstas u otras invocaciones, con el
Señor, ten piedad (Kyrie eléison ), dice:

Tú que has sido enviado para sanar a los contritos de corazón:
Señor, ten piedad.

El pueblo responde: Señor, ten piedad.

El sacerdote:
Tú que has venido a llamar a los pecadores:
Cristo, ten piedad.

El pueblo: Cristo, ten piedad.

El sacerdote:
Tú que estás sentado a la derecha del Padre
para interceder por nosotros:
Señor, ten piedad.

El pueblo: Señor, ten piedad.

Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.

El pueblo responde: Amén.


También pueden usarse las invocaciones siguientes u otras semejantes.


 TIEMPO DE ADVIENTO

Tú que viniste al mundo para salvarnos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos visitas continuamente con la gracia de tu Espíritu: Cristo, ten piedad
R. Cristo, ten piedad.
Tú que vendrás un día a juzgar nuestras obras: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que vienes a visitar a tu pueblo con la paz: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que vienes a salvar lo que está perdido: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que vienes a crear un mundo nuevo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que eres el Salvador prometido: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que eres el Salvador anunciado: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que eres el Salvador esperado: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Buen pastor, que vienes a guiar a tu rebaño por las sendas de la verdad y de la justicia: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Hijo de Dios, que volverás un día para dar cumplimiento a las promesas del Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


TIEMPO DE NAVIDAD

Hijo de Dios, que, nacido de María te hiciste nuestro hermano: Señor ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Hijo del hombre, que conoces y comprendes nuestra debilidad: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Hijo primogénito del Padre, que haces de nosotros una sola familia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Rey de la paz y Santo de Dios: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Luz que brillas en las tinieblas: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Imagen del hombre nuevo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que siendo rico te hiciste pobre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que siendo fuerte te hiciste débil: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que siendo grande te hiciste pequeño: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


EPIFANÍA

Tú que te has manifestado a los pueblos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que te has desposado con tu Iglesia: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que en el Jordán te manifestaste como el Hijo muy amado:
Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


TIEMPO DE CUARESMA

Tú que fuiste tentado por el Espíritu del mal: Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.
Tú que venciste la tentación con la Palabra de Dios: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos llamas a compartir tu victoria: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que perdonas nuestros pecados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos llamas a hacer penitencia: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que confiaste a la Iglesia el signo de tu perdón: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que borras nuestras culpas: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que creas en nosotros un corazón puro: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos devuelves la alegría de la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que conoces nuestros pensamientos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que iluminas las tinieblas de nuestro corazón: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos exhortas a una sincera conversión: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que nos hiciste renacer por el agua y el Espíritu Santo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos convertiste en nuevas creaturas: Cristo, ten piedad
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos invitas a renovar nuestro bautismo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que llevaste a la cruz nuestros pecados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que resucitaste para nuestra justificación: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


TIEMPO PASCUAL

Tú que has destruido el pecado y la muerte con tu resurrección: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que has renovado la creación entera con tu resurrección: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que das la alegría a los vivos y la vida a los muertos con tu resurrección: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú, el Primogénito de entre los muertos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú, el vencedor del pecado y de la muerte: Cristo, ten piedad
R. Cristo, ten piedad.
Tú, la resurrección y la vida: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que resucitaste lleno de gloria: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos haces pasar de la muerte a la Vida: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos llamas a vivir como resucitados: Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que eres nuestro Buen Pastor resucitado: Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos das la Vida en abundancia: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos congregas en un solo rebaño: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que al resucitar renuevas todas las cosas: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos llamas a transformar el mundo: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que harás participar a todo el universo de la gloria de tu resurrección: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Tú que eres el sumo sacerdote de la nueva Alianza: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos edificas como piedras vivas en el templo santo de Dios: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que has ascendido a la derecha del Padre para enviarnos el don del Espíritu: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que volviste junto al Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que fuiste glorificado para siempre: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos haces ascender al Cielo contigo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Tú que resucitaste por obra del Espíritu Santo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que nos enviaste el Espíritu vivificador: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que nos devolverás la vida gracias al Espíritu: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


TIEMPO «DURANTE EL AÑO»

Tú que eres el camino que conduce al Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que eres la verdad que ilumina a los pueblos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que eres la vida que renueva el mundo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que eres la plenitud de la verdad y de la gracia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que te has hecho pobre para enriquecernos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que has venido para hacer de nosotros tu pueblo santo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que no has venido a condenar, sino a perdonar: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que has dicho que hay gran fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que perdonas mucho a quien mucho ama: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que has venido a buscar al que estaba perdido: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que has querido dar la vida en rescate por todos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que reúnes a tus hijos dispersos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Tú que ofreciste el perdón a Pedro arrepentido: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú que prometiste el paraíso al buen ladrón: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú que perdonas a todo hombre que confía en tu misericordia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

O bien:
Defensor de los pobres: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Refugio de los débiles: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Esperanza de los pecadores: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.


7. Siguen las invocaciones: Señor, ten piedad (Kýrie eléison), si no se han dicho ya en alguna de las fórmulas del acto penitencial.

V.
Señor, ten piedad.            R. Señor, ten piedad.
V. Cristo, ten piedad.            R. Cristo, ten piedad.
V. Señor, ten piedad.            R. Señor, ten piedad.

Se pueden tomar las melodías del Gradual Romano.

8. A continuación, cuando está prescrito, se canta o se dice el himno:

Gloria a Dios en el Cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias.
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre:
Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros:
porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.

9. Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice:

Oremos

Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante un breve espacio de tiempo.

Entonces, el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración colecta, al final de la cual, el pueblo aclama:


Amén.


La colecta termina siempre con la conclusión larga.

Si la oración se dirige al Padre:
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que es Dios y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Si se dirige al Padre, pero hacia el final de la oración se menciona al Hijo:
Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Si la oración se dirige al Hijo:
Que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo
y eres Dios, por los siglos de los siglos.




Liturgia de la Palabra


10. Después, el lector se dirige al ambón y lee la primera lectura, que todos escuchan sentados.

Para indicar el final de la lectura, el lector dice:

Palabra de Dios.

Todos responden: Te alabamos, Señor.

11. El salmista, o el cantor, canta o recita el salmo, y el pueblo pronuncia la respuesta.

12. Después, si hay segunda lectura, el lector la lee desde el ambón, como la primera.

Para indicar el final de la lectura, el lector dice:

Palabra de Dios.

Todos responden: Te alabamos, Señor.

13. Sigue el Aleluia, u otro canto determinado por las rúbricas, según lo requiera el tiempo litúrgico.

14. Mientras tanto, si se usa incienso, el sacerdote lo pone en el incensario. Después, el diácono que va a proclamar el Evangelio, profundamente inclinado ante el sacerdote, pide la bendición, diciendo en voz baja:
Padre, dame tu bendición.

El sacerdote, en voz baja, dice:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios,
para que anuncies dignamente su Evangelio.
En el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo.

El diácono se signa con la señal de la cruz y responde:
Amén.

Pero si no está presente el diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en secreto:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso,
para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio.

15. Después el diácono, o el sacerdote, se dirige al ambón, acompañado por los ministros que llevan el incienso y los cirios, si es oportuno, y dice:
El Señor esté con ustedes.

El pueblo responde: Y con tu espíritu.

El diácono, o el sacerdote:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san según san N.

Y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y sobre su frente, labios y pecho.

El pueblo aclama:
Gloria a ti, Señor.

Luego el diácono, o el sacerdote, si se usa incienso, inciensa el libro y proclama el Evangelio.

16. Acabado el Evangelio, el diácono o el sacerdote, dice:
Palabra del Señor.

Todos responden: Gloria a ti, Señor Jesús.

Si la aclamación es cantada, pueden usarse otras respuestas de alabanza a Jesucristo como las siguientes:
Tu palabra, Señor, es la verdad,
y tu ley nuestra libertad.

O bien:
Tu palabra, Señor,
es lámpara que alumbra nuestros pasos.

O bien:
Tu palabra, Señor,
permanece por los siglos.

Después besa el libro, diciendo en secreto:
Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

17. Luego se hace la homilía, que corresponde al sacerdote o al diácono, y que debe hacerse obligatoriamente todos los domingos y fiestas de precepto; se recomienda en los otros días.

18. Acabada la homilía, cuando está prescrito, se canta o se dice el Símbolo o Profesión de fe:
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos.
Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre;
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo,

En estas palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan.

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nosotros fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos
y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Profeso un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.

19. En lugar del Símbolo Niceno-Constantinopolitano, sobre todo en el tiempo de Cuaresma y en el tiempo de Pascua, se puede emplear el Símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, también llamado «de los Apóstoles».

Creo en Dios, Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor,

En las palabras que siguen, hasta María Virgen, todos se inclinan.

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.
Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los Santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.

20. Después se hace la oración universal u oración de los fieles.

La oración universal u oración de los fieles se desarrolla de la siguiente manera:
   
Invitatorio

El sacerdote invita a los fieles a orar, por medio de una breve monición.
   
Intenciones

Las intenciones son propuestas por un diácono o, si no lo hay, por un lector o por otra persona idónea.

El pueblo manifiesta su participación con una invocación u orando en silencio.

La sucesión de intenciones ordinariamente debe ser la siguiente:

    a)    Por las necesidades de la Iglesia.
    b)    Por los gobernantes y por la salvación del mundo entero.
    c)    Por aquellos que se encuentran en necesidades particulares.
    d)    Por la comunidad local.
    Conclusión.

El sacerdote termina la plegaria común con una oración conclusiva.



Liturgia Eucarística

21. Terminado lo anterior, comienza el canto para el ofertorio. Mientras tanto, los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal.

22. Conviene que los fieles expresen su participación en la ofrenda, bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, bien presentando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de los pobres.

23. El sacerdote, de pie junto al altar, toma la patena con el pan y, teniéndola con ambas manos un poco elevada sobre el altar, dice en voz baja:
Bendito seas, Señor, Dios del Universo,
por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros pan de vida.

Después, deja sobre el corporal la patena con el pan.

Si no se hace el canto para el ofertorio, el sacerdote puede decir estas palabras en voz alta; al final, el pueblo puede aclamar:

Bendito seas por siempre, Señor.

24. El diácono, o el sacerdote, echa vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto:
Por el misterio de esta agua y este vino,
haz que compartamos la divinidad
de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad.

25. Después, el sacerdote toma el cáliz y, teniéndolo con ambas manos un poco elevado sobre el altar, dice en voz baja:
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este vino
fruto de la vid y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros bebida de salvación.

Después deja sobre el corporal el cáliz.

Si no se hace el canto para el ofertorio, el sacerdote puede decir estas palabras en voz alta; al final, el pueblo puede aclamar:

Bendito seas por siempre, Señor.

26. Luego, el sacerdote, inclinado profundamente, dice en secreto:
Acepta, Señor, nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde;
que éste sea hoy nuestro sacrificio
y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

27. Y, si es oportuno, inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. Después el diácono, u otro ministro, inciensa al sacerdote y al pueblo.

28. Luego el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor,
y limpia mi pecado.

29. Después, de pie en el centro del altar, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, dice:
Oremos, hermanos,
para que este sacrificio, mío y de ustedes,
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

O bien:
En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia,
oremos a Dios, Padre todopoderoso.

O bien:
Oremos, hermanos, para que, llevando al altar
los gozos y las fatigas de cada día,
nos dispongamos a ofrecer el sacrificio
agradable a Dios, Padre todopoderoso.

El pueblo se pone de pie y responde:
El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su nombre,
para nuestro bien
y el de toda su santa Iglesia.

30. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas. Concluida la oración, el pueblo aclama:
Amén.


La oración sobre las ofrendas termina siempre con la conclusión breve, que el sacerdote dice juntando las manos.

Si la oración se dirige al Padre:
Por Jesucristo nuestro Señor.

Si la oración se dirige al Padre,
pero al final de la misma se menciona al Hijo:

Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Si la oración se dirige al Hijo:
Que vives y reinas por los siglos de los siglos.



PLEGARIA EUCARÍSTICA


31. Entonces, el sacerdote empieza la Plegaria eucarística.

Extendiendo las manos, dice:

El Señor esté con ustedes.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.

El sacerdote, elevando las manos, prosigue:
Levantemos el corazón.

El pueblo:
Los tenemos levantado hacia el Señor.

El sacerdote con la manos extendidas, dice:
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

El pueblo:
Es justo y necesario.

El sacerdote prosigue el prefacio, con las manos extendidas.

Al final del prefacio junta las manos y, en unión con el pueblo, concluye el mismo prefacio, cantando o diciendo con voz clara:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.

32. En todas las misas, el sacerdote celebrante puede cantar algunas partes de la Plegaria eucarística, especialmente las principales, como se encuentra en el apéndice I, con notación musical.
En la Plegaria eucarística primera, o Canon Romano, se puede omitir lo que se encuentra entre paréntesis.



Rito de la Comunión


124. Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

O bien:
Llenos de alegría por ser hijos de Dios,
digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó:

O bien:
El amor de Dios a sido derramado en nuestros corazones
con el Espíritu Santo que se nos ha dado;
movidos por ese Espíritu digamos con fe y esperanza:

O bien:
Antes de participar en el banquete de la Eucaristía,
signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna,
oremos juntos como el Señor nos ha enseñado:

O bien:
Recemos con humildad y confianza diciendo:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu Nombre,
venga a nosotros tu Reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

125. Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.

Junta las manos.

El pueblo concluye la oración aclamando:

Tuyo es el Reino,
tuyo el poder y la gloria
por siempre, Señor.

126. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
«La paz les dejo, mi paz les doy»,
no tengas en cuenta nuestros pecados
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.

Junta las manos.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

El pueblo responde: Amén.

127. El sacerdote, vuelto hacia al pueblo, extendiendo y juntando las manos, añade:
La paz del Señor esté siempre con ustedes.

El pueblo responde: Y con tu espíritu.

128. Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade:
Démonos fraternalmente la paz

O bien:
Como hijos de Dios, intercambiemos ahora
un signo de comunión fraterna.

O bien:
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz,
démonos la paz como signo de reconciliación.

O bien:
En el Espíritu de Cristo resucitado,
démonos fraternalmente la paz.

Y todos, según las costumbres del lugar, se intercambian un signo de paz, de comunión y de caridad. El sacerdote da la paz al diácono o al ministro.

129. Después toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena y pone una partícula dentro del cáliz, diciendo en secreto:
El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo,
unidos en este cáliz,
sean para nosotros
alimento de vida eterna.

130. Mientras tanto se canta o se dice:
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

Esta aclamación puede repetirse varias veces, si la fracción del pan se prolonga. La última vez se dice: danos la paz.

131. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo,
que por voluntad del Padre,
cooperando el Espíritu Santo,
diste con tu muerte la Vida al mundo,
líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre,
de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme cumplir siempre tus mandamientos
y jamás permita que me separe de ti.

O bien:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad
me sirva para defensa de alma y cuerpo,
y como remedio de salvación.

132.El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice con voz clara:
Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno
de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.

133. El sacerdote, vuelto hacia el altar, dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me proteja para la Vida eterna.

Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.

Después toma cáliz, y dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la Vida eterna.

Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo.

134. Después toma la patena o la píxide y se acerca a los que van a comulgar. Muestra el pan consagrado a cada uno, sosteniéndolo un poco elevado y le dice:
El Cuerpo de Cristo.

El que va a comulgar responde: Amén.

Y comulga.

El diácono, si distribuye la sagrada Comunión, lo realiza de la misma manera observan los mismos ritos.


135. Si se comulga bajo las dos especies se observa el rito descrito en su lugar.

136. Cuando el sacerdote ha comulgado el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.

137. Finalizada la Comunión, el sacerdote o el diácono, o el acólito, purifica la patena sobre el cáliz y también el cáliz.

Mientras hace la purificación, el sacerdote dice en secreto:
Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio
el alimento que acabamos de tomar,
y que el don que nos haces en esta vida
nos sirva para la vida eterna.

138. Después el sacerdote puede volver a la sede. Si se considera oportuno, se puede dejar un breve espacio de silencio sagrado o entonar un salmo o algún cántico de alabanza.

139. Luego, de pie en el altar o en la sede, el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice:
Oremos.

Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión.


La oración después de la comunión termina con la conclusión breve.

Si la oración se dirige al Padre:

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Si la oración se dirige al Padre,
pero al final de la misma se menciona al Hijo:

Él, que vive y reina por los siglos de los siglos

Si la oración se dirige al Hijo:
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.


El pueblo, al terminar, aclama: Amén.



Rito de Conclusión


140. Siguen, si es necesario, breves avisos para el pueblo.

141. Después tiene lugar la despedida. El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con ustedes.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.

El sacerdote bendice al pueblo, diciendo:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo, + y el Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes.

El pueblo responde: Amén.


142. En algunos días u ocasiones, a ésta fórmula de bendición precede, según las rúbricas, otra fórmula de bendición más solemne o una oración sobre el pueblo.



143. En la Misa pontifical el celebrante recibe la mitra y, extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con ustedes.

Todos responden:
Y con tu espíritu.

El celebrante dice:
Bendito sea el nombre del Señor.

Todos responden:
Desde ahora y para siempre.

El celebrante dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

Todos responden:
Que hizo el cielo y la tierra.

Entonces el celebrante, habiendo recibido el báculo, si lo usa, dice:
La bendición de Dios todopoderoso,

Y, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el pueblo, añade:
Padre, + Hijo, + y Espíritu + Santo,
descienda sobre ustedes.

Todos responden: Amén.


144. Luego el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, vuelto hacia el pueblo, dice:
Pueden ir en paz.

O bien:
La alegría del Señor sea nuestra fuerza.
Pueden ir en paz.

O bien:
Glorifiquen al Señor con su vida.
Pueden ir en paz.

O bien:
En el nombre del Señor, pueden ir en paz.

O bien, especialmente en los domingos de pascua:
Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado.
Pueden ir en paz.

El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.

145. Después el sacerdote venera el altar con un beso, como al comienzo. Seguidamente, hecha inclinación profunda con los ministros, se retira.

145. Si inmediatamente sigue alguna acción litúrgica, se omite el rito de despedida.



BENDICIONES SOLEMNES