RITUAL DE LAS EXEQUIAS


Capí­tulo IV


CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS

EN EL SEPULCRO

Y EN LA CAPILLA DEL CREMATORIO


I

CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS EN EL SEPULCRO


Los siguientes ritos se utilizan en caso de inhumación o bien ante el nicho en que serán depositados los restos mortales.


Bendición del sepulcro.


51. Si el sepulcro no está bendecido, se bendecirá antes de colocar en él el féretro con el cuerpo del difunto, utilizando una de las siguientes oraciones:

I

Oremos.
Señor Jesucristo.
que al descansar en el sepulcro durante tres dí­as
santificaste las tumbas de los que creen en ti,
de manera que no sólo sirvieran
de sepultura para los cuerpos,
sino que estimularan
la esperanza de la resurrección:
Concede a tu hijo(a)
que descanse en paz en este sepulcro,
hasta que Tú,
que eres la Resurrección y la Vida,
lo(a) ilumines con la luz de la resurrección
y le permitas contemplar en el cielo
el resplandor de tu luz eterna.
Te lo pedimos a ti, que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
R. Amen.



O bien

II

Oremos.
Dios, por cuya misericordia
descansan las almas de los fí­eles,
bendice esta tumba (este sepulcro)
y designa para su custodia a tu santo ángel.
Que el alma de quien hoy sepultamos
se vea libre de las ataduras del pecado
y así­ se alegre eternamente contigo
en la compañí­a de todos sus santos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.



O bien

III

Oremos.
Señor Dios, tú hiciste la tierra,
formaste los cielos
y estableciste la órbita de los astros;
por medio del agua purificadora
diste nueva vida al hombre
que yací­a en la muerte del pecado.
También resucitaste a nuestro Señor Jesucristo
haciéndolo vencedor de la muerte y del pecado,
para que todos los creyentes en Él
se salvaran y resucitaran.
Protege entonces, Señor, este sepulcro
para que tu servidor(a) descanse en paz
hasta que resucite con tus santos
en el dí­a del juicio.
R. Amén.



O bien

IV

Oremos.
Señor Dios, que decretaste
una justa sentencia de muerte en contra del hombre,
que habí­a desobedecido tu precepto,
pero le diste la posibilidad de vivir
por medio de la conversión y la resurrección final;
Dios, que concediste una sepultura a nuestro padre Abraham
en la tierra prometida,
e inspiraste al justo José de Arimatea,
para que preparara un sepulcro destinado al Señor Jesús:
Te pedimos, con corazón humilde,
que bendigas este sepulcro,
preparado para tu servidor(a),
y que, al colocar su cuerpo en el,
su alma ingrese en el Paraí­so.
Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Dicha esta oración, el sacerdote o el diácono asperge con agua bendita e inciensa la tumba o el sepulcro y también el féretro del difunto, si no se ha realizado en la iglesia. Si inmediatamente se hace junto al sepulcro el rito de la última recomendación y despedida, la aspersión se realiza al final, como se indica en dicho rito.


Rito de la sepultura


52. El entierro se efectúa enseguida o al final del rito, según sea la costumbre del lugar. Mientras el féretro es colocado en el sepulcro, o en otro momento oportuno, el sacerdote dice las palabras siguientes u otras semejantes:

Hermanos: Dios todopoderoso quiso llamar a su presencia a este(a) hermano(a) nuestro(a); nosotros entregamos ahora su cuerpo a la tierra para que vuelva al mismo lugar de donde fue sacado. Al hacerlo, recordemos que Cristo fue el primero en resucitar, para transformar nuestro cuerpo corruptible en un cuerpo glorioso como el suyo. Encomendemos, entonces, a N. al Señor para que lo reciba en su paz y lo(a) resucite en el último dí­a.


Oración de los fieles

53. Después puede hacerse la Oración de los fieles, usando, en todo o en parte, la siguiente fórmula de carácter litánico (no se dice "oremos" al final de cada intención).También puede usarse otra apropiada entre las señaladas en las pp. 235-250 para circunstancias más particulares.

Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí­, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí­ no morirá eternamente». Encomendemos a este(a) hermano(a) nuestro(a).

A cada intención respondemos: Te rogamos, Señor.

- Tú, que lloraste la muerte de tu amigo Lázaro, seca nuestras lágrimas.

- Tú, que resucitaste a los muertos, concede la Vida eterna a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que prometiste el Paraí­so al buen ladrón, conduce al cielo a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que purificaste a nuestro(a) hermano(a) en las aguas del Bautismo y lo(a) ungiste con el óleo de la Confirmación, admí­telo(a) entre tus santos y elegidos.

- Tú, que alimentaste a nuestro(a) hermano(a) con tu Cuerpo y tu Sangre, recí­belo(a) en la mesa de tu reino.

- Y a nosotros, que lloramos entristecidos su partida, reconfórtanos con la fe y la esperanza de la Vida eterna.



Padrenuestro

El ministro invita a rezar la Oración del Señor con esta u otras palabras:


El Señor nos enseñó a rezar y confiar. Hagámoslo como verdaderos hijos de Dios.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada dí­a;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y lí­branos del mal.



Ritos conclusivos

Oración

Al concluirla, el sacerdote o diácono dice una de las siguientes oraciones:

I

Oremos.
Señor, ten misericordia
de este(a) hijo(a) tuyo(a) difunto(a):
ya que procuró cumplir tu voluntad,
recí­belo con amor en tu casa;
así­ como estuvo unido(a) a tu pueblo fiel, por medio de la fe,
concédele asociarse en el cielo al coro de los ángeles.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.


O bien:

II

Oremos.
Dios nuestro, que estás atento a las súplicas de tus fieles
y conoces sus buenos deseos,
concede a tu servidor(a) N., a quien hoy sepultamos
cumpliendo este deber de misericordia,
que consiga la felicidad eterna
junto con tus santos y elegidos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén



O bien:

III

Oremos.
Dios nuestro, que eres el autor de la vida,
restauras los cuerpos humanos
y aceptas con bondad el ruego de los pecadores:
escucha las súplicas que te dirigimos en nuestra aflicción
pidiéndote por el alma de tu hijo(a) N.,
para que lo(a) libres de la muerte eterna,
y pueda compartir con tus santos las alegrí­as del Paraí­so.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


En lugar de las oraciones precedentes puede decirse una de las siguie eligiendo la más adecuada, según las circunstancias:

Por un(a) difunto(a) cuya(o) esposa(o) está presente:


Oremos.
Padre santo, recibe con bondad a tu hijo(a) N.
y protege solí­cito a su esposo(a) N.,
a quienes el amor conyugal unió en esta vida;
concédeles alcanzar, algún dí­a,
la plenitud de la caridad en la vida que no tiene fin.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un niño difunto que ha llegado al uso de razón:

Oremos.
Recibe con amor de Padre, Dios todopoderoso,
a este niño(a) N. a quien has llamado a tu presencia;
concede el don de la esperanza y del consuelo
a quienes se sienten abatidos por la muerte de N.;
ayuda especialmente a sus padres (y hermanos)
a descubrir la luz de tu presencia
en Jesucristo, nuestro Camino, Verdad y Vida,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.


Por un difunto joven:

Oremos.
Dios nuestro, que diriges los acontecimientos
y la duración de la vida de los hombres;
te encomendamos humilde y confiadamente a tu hijo(a) N.,
cuya muerte prematura lloramos,
para que le concedas una permanente juventud
en la felicidad de tu cas­a en el cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Por un papá joven (o mamá jóven) difunto(a):

Oremos.
Señor, Dios nuestro,
que puedes comprobar la honda tristeza
de quienes lloran a tu hijo(a) N.;
concédenos, te suplicamos, la paz que necesitamos
y ayúdanos en nuestra fe
para confiar en que él(ella) goza de tu compañí­a en el cielo.
Ayuda a su esposa(o) a sobrellevar
esta durí­sima prueba de la vida
y dale a su(s) hijo(s) la fortaleza
y la serenidad que necesitan.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un difunto muerto después de larga enfermedad:

Oremos.
Dios nuestro, que has dado a nuestro hermano(a) N.,
la gracia de servirte en el dolor y la enfermedad
concédele que, así­ como imitó la paciencia de tu Hijo,
obtenga también el premio de su misma gloria.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Por un difunto muerto repentinamente:

Oremos.
Padre santo, muéstranos el infinito poder de tu bondad
para que, quienes lloramos a nuestro(a) hermano(a) N.
muerto(a) inesperadamente,
podamos esperar que lo(a) has llevado
a gozar de tu compañí­a.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Por un difunto alejado de la fe:

Oremos.
Señor, humildemente apelamos a tu misericordia
para que recibas con bondad el alma de tu servidor(a) N.:
sé indulgente y ten piedad de él(ella)
a fin de que sea purificado(a) de los pecados
que hubiere cometido en su vida,
y así­, liberado(a) de toda atadura terrenal,
merezca ingresar en la Vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Por un difunto que se quitó la vida:

Oremos.
Dios nuestro, que te hiciste cercano a nosotros
por medio de Jesús, nuestro Salvador,
que entregó la vida en la cruz.
Tú conoces lo í­ntimo de nuestro corazón
y nada se te oculta a tus ojos.
Escucha la oración que te dirigimos por (este hijo tuyo) N.
y muéstrale tu misericordia infinita;
acepta todo el bien que ha hecho en su vida
y perdona sus culpas y debilidades.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un sacerdote:

Oremos.
Padre de misericordia,
escucha con bondad las súplicas
que te dirigimos por la salvación de tu servidor, N., sacerdote,
para que, después de ejercer fielmente y en tu nombre
el ministerio sacerdotal,
pueda gozar en la eterna compañí­a de tus santos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un diácono:

Oremos.
Dios misericordioso,
concede la felicidad eterna al alma de tu hijo N., diácono,
a quien confiaste el servicio en tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un religioso:

Oremos.
Dios todopoderoso,
te pedimos que el alma de tu hijo N.,
que por amor a Cristo siguió el camino de la caridad perfecta,
pueda alegrarse de la manifestación de tu gloria
y gozar con sus hermanos de la felicidad eterna de tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por una religiosa:

Oremos.
Dios lleno de bondad, te encomendamos a tu hija N.,
que unida Cristo en la tierra para vivir la plenitud del amor
ha entregado su vida;
concédele unirse a sus hermanas
en la alegrí­a dichosa de tu reino
y coronar así­ su entrega generosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.



Última recomendación y despedida

54. Si el sacerdote, o el diácono, y los fí­eles han acompañado el cortejo fúnebre hasta el cementerio, en este momento, si no se ha hecho en la iglesia, puede realizarse el rito de la última recomendación y despedida.
De pie, junto al féretro, mirando hacia el pueblo y teniendo a su lado a los ministros que llevan el agua bendita y el incienso, el sacerdote pronuncia uno de los formularios que siguen u otras palabras semejantes, acomodadas a las circunstancias (otras variantes se encuentran en las pp. 253-263):

Para un difunto cristiano:


    Hermanos: Con la certeza que nos da la fe y con la esperanza de la Vida eterna, encomendemos a la infinita misericordia de Dios a nuestro(a) hermano(a) que se ha dormido en la paz de Cristo.
    Acompañemos con nuestras oraciones a quien, por medio del Bautismo, recibió la adopción de los hijos de Dios y se alimentó en la mesa del Señor, para que ahora merezca la herencia eterna prometida a los santos y participe en el banquete celestial.
    Oremos también por nosotros mismos, que ahora lloramos afligidos, para que, junto con nuestro(a) hermano(a), podamos un dí­a salir al encuentro de Cristo, nuestra Vida, cuando Éll se manifieste en la plenitud de su gloria.


Para un difunto cristiano que será inhumado o sepultado:

    Dios todopoderoso ha llamado de esta vida a su presencia a este(a) hermano(a) nuestro(a). Ahora, nosotros depositaremos su cuerpo en el sepulcro (para que vuelva a la tierra de la cuál fue formado).
    Pero tengamos en cuenta que Cristo, el primero en resucitar de entre los muertos, transformará nuestro cuerpo corruptible en un cuerpo glorioso semejante al suyo. Encomendemos, entonces, a nuestro(a) hermano(a) para que el Señor lo(a) reciba en su paz y resucite su cuerpo en el dí­a final.


Para un difunto que vivió alejado de la te y será inhumado:

    Hermanos: Mientras realizamos el piadoso ministerio de enterrar a los muertos, reguemos confiadamente a Dios, fuente de toda vida, para que revista con la fortaleza y la gloria de los santos a este(a) hermano(a) nuestro(a), a quien sepultamos en la debilidad de la carne.
    Pidámosle que tenga misericordia de él(ella) en el dí­a del juicio; que lo(a) absuelva de toda culpa para que, reconciliado(a) con el Padre, sea llevado(a) sobre los hombros del Buen Pastor hasta su reino eterno, para gozar de su compañí­a y la de todos los santos.


Para un difunto que será cremado:

    Hermanos: Supliquemos ahora con fe a Dios nuestro Padre de quien viene la gracia de la misericordia. Entregamos ahora el alma de nuestro hermano(a) N. al Señor de la vida. Deseamos que, librado(a) de toda culpa experimente la comunión de los santos y que Jesús, nuestro Camino, Verdad y Vida lo conduzca a la morada preparada por el Padre desde la eternidad.
    Roguemos para que el dolor que nos causa la ausencia de N. se mitigue con la esperanza verdadera, la serenidad y la paz que nos da el Evangelio de Jesús.


Para toda circunstancia:

    Hermanos: Acompañaremos ahora a N. al lugar de su descanso eterno. Mientras lo hacemos, recordamos los momentos que compartimos con él (ella); especialmente las ocasiones en que N. nos acompañó a nosotros en las circunstancias duras de la vida. Su ausencia nos duele, pero el Señor, nuestro Dios, nos garantiza la esperanza. Porque Él triunfó sobre la muerte y nos llamó a creer en su resurrección y en su Vida para experimentarla también nosotros. Pidámosle al Señor por intercesión de Marí­a Santí­sima, nuestra Madre y Madre de N. que tengamos la serenidad y la paz que surgen de la fe.

Y todos oran en silencio por unos momentos.


Aspersión e incensación


55. Después se asperge e inciensa el cuerpo, a no ser que prefiera hacerse después del canto de despedida.


Canto de despedida

A continuación se entona uno de los siguientes cantos responsoriales:

I

Vengan en su ayuda, santos de Dios; salgan a su encuentro, ángeles del Señor.
* Reciban su alma y llévenla a la presencia del Altí­simo.

V. Cristo que te llamó, te reciba y los ángeles te conduzcan al seno de Abraham.
* Reciban.

V. Concédele, Señor, el descanso eterno y brille para él(ella) la luz que no tiene fin.
* Reciban.

II

Te rogamos, Señor y Dios nuestro, que recibas el alma de este(a) difunto(a), por quien derramaste tu sangre.
* Recuerda, Señor, que somos polvo y que el hombre es como la hierba y la flor del campo que se marchita.

V. Estoy atemorizado por mis pecados y me avergüenzo ante ti, esperando tu misericordia.
* Recuerda.

III

Señor, tú me conociste antes de haber nacido y me hiciste a tu imagen y semejanza.
* Ahora, a ti, que eres mi Creador, te entrego mi alma.

V. Estoy atemorizado por mis pecados y me avergüenzo ante tu juicio; no me condenes, Señor.
* Ahora.

IV

Creo que mi Redentor vive y que en el último dí­a surgiré de la tierra.
* Y con mi cuerpo contemplaré a Dios, mi Salvador.

V. Seré yo mismo quien lo mire, no otro; mis ojos lo verán.
* Y con mi cuerpo.

V. Por eso conservo esta esperanza en el fondo de mi corazón.
* Y con mi cuerpo.


Puede entonarse otro canto tomado de las pp. 307-334 u otro canto adecuado.


Oración conclusiva


56. Luego el sacerdote dice una de las siguientes oraciones (se puede omitir lo que está entre corchetes):

Padre de Bondad,
encomendamos a tu cuidado
el alma de nuestro(a) hermano(a),
sostenidos por la esperanza
de que en el último dí­a resucitará con Cristo,
junto con todos los que han muerto con él.
[Te damos gracias por todos los beneficios
con que lo(a) favoreciste en esta vida mortal;
beneficios que para nosotros
se convertirí­an en signos de tu bondad
y en la expresión de esa santidad
que brota de la comunión con Cristo.]
Por eso, Señor,
escucha con misericordia nuestros ruegos:
abre para tu hijo(a) las puertas del Paraí­so;
concédenos, a los que permanecemos en esta vida,
la gracia de poder consolamos mutuamente
con palabras de esperanza
hasta que lleguemos a Cristo,
y así­ podamos vivir siempre contigo y con este(a)
hermano(a) nuestro(a).
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


O bien:

Señor, te encomendamos el alma de tu hijo(a) N.
Aunque él(ella) está muerto(a) ante nosotros,
sin embargo vive en tu presencia.
Por tu inmensa bondad,
perdónale los pecados que ha cometido
por su humana fragilidad.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.



Despedida

57. Luego el ministro, si no lo ha hecho previamente, asperge el féretro mientras dice:

V. Concédele, Señor, el descanso eterno.
R. Y brille para él(ella) la luz que no tiene fin.


El ministro puede agregar:

Que las almas de nuestros fi­eles difuntos descansen en paz.

Y todos aclaman:

Amén.

Para concluir puede entonarse otro canto tomado de las pp. 307-334 u otro canto adecuado.

 



CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS
EN LA CAPILLA DEL CREMATORIO

58. Aunque tradicionalmente la Iglesia prefiere que se conserve la costumbre de la inhumación de los cuerpos de los cristianos, porque este gesto se asocia mejor a la sepultura del Señor, los fieles tienen, con todo, la facultad de elegir, si lo prefieren, la cremación de su propio cuerpo sin que esta elección impida la celebración de los ritos cristianos.

El hecho de la cremación del cadáver no comporta de por sí­ especiales diferenciaciones rituales, por lo que las exequias, en el caso de cremación, se celebran ante el cadáver antes de la cremación del cuerpo con los mismos ritos y formas que se usan en las exequias acostumbradas (capí­tulos I, II y III).

La única diferencia ritual exigida por la misma veracidad del rito, consiste en que, en el caso de cremación, las exequias no incluyen la procesión al cementerio y la bendición del sepulcro. Por tanto, el rito del último adiós debe celebrarse siempre en la misma iglesia al final de la Misa o de la liturgia de la Palabra, tal como se describe en el capí­tulo III de este Ritual, o bien, en los casos donde en el mismo crematorio exista una capilla puede utilizarse el breve rito que sigue a continuación.

Existe también la posibilidad de que se realice una celebración después de la cremación del cadáver, si la familia lo prefiere, en cuyo caso se siguen las indicaciones del capí­tulo VI. En todos estos procederes puede dar indicaciones explí­citas el Ordinario del lugar.


59. Reunida la familia del difunto y la comunidad que la acompaña, el sacerdote dice las palabras siguientes u otras semejantes:

    Hermanos: Dios todopoderoso quiso llamar a su presencia a este(a) hermano(a) nuestro(a) N.; ahora nosotros queremos encomendarlo(a) a Jesucristo, que venció la muerte con su resurrección y nos abrió así­ las puertas de la felicidad eterna. Cristo fue el primero en resucitar, para transformar nuestro cuerpo corruptible en un cuerpo glorioso como el suyo. Encomendemos entonces a N. al Señor para que lo reciba en su paz y lo(a) resucite en el último dí­a.


Oración de los fieles

60. Después puede hacerse la Oración de los fieles, usando, en todo o en parte, la siguiente fórmula de carácter litánico (no se dice "oremos" al final de cada intención).También puede usarse otra apropiada entre las señaladas en las pp. 235-250 para circunstancias más particulares.

Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí­, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí­ no morirá eternamente». Encomendémosle, entonces, a este(a) hermano(a) nuestro(a).

A cada intención respondemos: Te rogamos, Señor.

- Tú, que lloraste la muerte de tu amigo Lázaro, seca nuestras lágrimas.

- Tú, que resucitaste a los muertos, concede la Vida eterna a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que prometiste el Paraí­so al buen ladrón, conduce al cielo a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que purificaste a nuestro(a) hermano(a) en las aguas del Bautismo y lo(a) ungiste con el óleo de la Confirmación, admí­telo(a) entre tus santos y elegidos.

- Tú, que alimentaste a nuestro(a) hermano(a) con tu Cuerpo y tu Sangre, recí­belo(a) en la mesa de tu reino.

- Y a nosotros, que lloramos entristecidos su partida, reconfórtanos con la fe y la esperanza de la Vida eterna.



Padrenuestro

El ministro invita a rezar la Oración del Señor con esta u otras palabras:


El Señor nos enseñó a rezar y confiar. Hagámoslo como verdaderos hijos de Dios.

Luego, todos recitan la oración del Señor.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada dí­a;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y lí­branos del mal.



Ritos conclusivos

Oración

Al concluir el Padrenuestro, el sacerdote o diácono dice una de las siguientes oraciones:

I

Señor, ten misericordia
de este(a) hijo(a) tuyo(a) difunto(a):
ya que procuró cumplir tu voluntad,
recí­belo con amor en tu casa;
así­ como estuvo unido(a) a tu pueblo fiel, por medio de la fe,
concédele asociarse en el cielo al coro de los ángeles.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.



O bien:

II

Dios nuestro, que estás atento a las súplicas de tus fieles
y conoces sus buenos deseos,
concede a tu servidor(a) N., a quien hoy despedimos,
que consiga la felicidad eterna
junto con tus santos y elegidos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén


O bien:

III

Dios nuestro, que eres el autor de la vida,
restauras los cuerpos humanos
y aceptas con bondad el ruego de los pecadores:
escucha las súplicas que te dirigimos en nuestra aflicción
pidiéndote por el alma de tu hijo(a) N.,
para que lo(a) libres de la muerte eterna.
Permí­tele compartir con tus santos las alegrí­as del Paraí­so.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


En lugar de las oraciones precedentes puede decirse una de las siguientes, eligiendo la más adecuada, según las circunstancias:

Por un(a) difunto(a) cuya(o) esposa(esposo) está presente:


Padre santo, recibe con bondad a tu hijo(a) N.
y protege solí­cito a su esposo(a) N.;
concédeles alcanzar, algún dí­a,
la plenitud de la caridad en la vida que no tiene fin.
por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un niño difunto que ha llegado al uso de razón:

Recibe con amor de Padre, Dios todopoderoso,
a este niño(a) N. a quien has llamado a tu presencia;
concede el don de la esperanza y del consuelo
a quienes se sienten abatidos por la muerte de N.;
ayuda especialmente a sus padres (y hermanos)
a descubrir la luz de tu presencia
en Jesucristo, nuestro Camino, Verdad y Vida,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Por un difunto joven:

Dios nuestro, que diriges los acontecimientos
y la duración de la vida de los hombres;
te encomendamos humilde y confiadamente a tu hijo(a) N.,
cuya muerte prematura lloramos,
para que le concedas una permanente juventud
en la felicidad de tu casa en el cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un papá joven (o mamá joven) difunto(a):

Señor, Dios nuestro,
que puedes comprobar la honda tristeza
de quienes lloran a tu hijo(a) N.;
concédenos, te suplicamos, la paz que necesitamos
y ayúdanos en nuestra fe
para confiar en que él(ella) goza de tu compañí­a en el cielo.
Ayuda a su esposa(o)
a sobrellevar esta durí­sima prueba de la vida
y dale a su(s) hijo(s) la fortaleza
y la serenidad que necesitan.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto muerto después de larga enfermedad

Dios nuestro, que has dado a nuestro hermano(a) N.,
la gracia de servirte en el dolor y la enfermedad
concédele que, así­ como imitó la paciencia de tu Hijo,
obtenga también el premio de su misma gloria.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto muerto repentinamente:

Padre santo, muéstranos el infinito poder de tu bondad
para que, quienes lloramos a nuestro(a) hermano(a) N.
muerto(a) inesperadamente,
podamos esperar que lo(a) has llevado
a gozar de tu compañí­a.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto alejado de la fe:

Señor, humildemente apelamos a tu misericordia
para que recibas con bondad el alma de tu servidor(a) N.:
sé indulgente y ten piedad de él(ella)
a fin de que sea purificado(a) de los pecados
que hubiere cometido en su vida,
y así­, liberado(a) de toda atadura terrenal,
merezca ingresar en la Vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto que se quitó la vida:

Dios nuestro, que te hiciste cercano a nosotros
por medio de Jesús, nuestro Salvador,
que entregó la vida en la cruz.
Tú conoces lo í­ntimo de nuestro corazón
y nada se te oculta a tus ojos.
Escucha la oración que te dirigimos por (este hijo tuyo) N.
y muéstrale tu misericordia infinita;
acepta todo el bien que ha hecho en su vida
y perdona sus culpas y debilidades.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.



Aspersión

61. Luego el sacerdote o diácono asperge el cuerpo del difunto mientras dice:

V. Concédele, Señor, el descanso eterno.
R. Y brille para él(ella) la luz que no tiene fin.


El ministro puede agregar:

Que las almas de nuestros fi­eles difuntos descansen en paz.

Y todos aclaman:

Amén.

Al concluir el rito se puede entonar algún canto, según las costumbres del lugar.