El Papa presenta el camino a la verdadera vida que vivió Teodoro el Estudita
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 27 mayo 2009
Intervención de
Benedicto XVI en la
audiencia general de
este miércoles,
celebrada en la plaza de
San Pedro del Vaticano,
dedicada a presentar la
figura de san Teodoro el
Estudita.
Queridos hermanos y hermanas:
El santo que encontramos
hoy, san Teodoro el
Estudita, nos lleva a un
período desde el punto
de vista religioso y
político más bien
turbulento. San Teodoro
nació en el año 759 en
una familia noble y
piadosa: la madre,
Teoctista, y un tío,
Platón, abad del
monasterio de
Sakkudion, en
Bitinia, son venerados
como santos. Fue
precisamente su tío
quien le orientó hacia
la vida monástica, que
él abrazó a la edad de
22 años. Fue ordenado
sacerdote por el
patriarca Tarasio, pero
después rompió la
comunión con él por la
debilidad que mostró en
el caso del matrimonio
adúltero del emperador
Constantino VI. La
consecuencia fue el
exilio de Teodoro a
Tesalónica, en el año
796. La reconciliación
con la autoridad
imperial se dio en el
año sucesivo bajo la
emperadora Irene, cuya
benevolencia llevó a
Teodoro y Platón a
trasferirse al
monasterio urbano de
Studios, junto a la
mayor parte de la
comunidad de los monjes
de
Sakkudion, para
evitar las incursiones
de los sarracenos. De
este modo comenzó la
importante "reforma
estudita".
La vida personal de
Teodoro, sin embargo,
siguió siendo muy
ajetreada. Con su
acostumbrada energía, se
convirtió en jefe de la
resistencia contra la
iconoclasia de León V el
Armenio, quien se opuso
nuevamente a la
existencia de imágenes e
iconos en la Iglesia. La
procesión de iconos,
organizada por los
monjes de
Studios desencadenó
la reacción de la
policía. Entre los años
815 y 821, Teodoro fue
flagelado, encarcelado y
exiliado en varios
lugares de Asia Menor.
Al final, pudo regresar
a Constantinopla, pero
no a su monasterio.
Entonces se estableció
con sus monjes en la
otra parte del Bósforo.
Murió, según parece, en
Prinkipo, el 11 de
noviembre del año 826,
día en el que le
recuerda el calendario
bizantino. Teodoro se
distinguió en la
historia de la Iglesia
por ser uno de los
grandes reformadores de
la vida monástica y
también como defensor de
las imágenes sagradas
durante la segunda fase
iconoclasta, junto al
patriarca de
Constantinopla, san
Nicéforo. Teodoro había
comprendido que la
cuestión de la
veneración de los iconos
implicaba la verdad
misma de la Encarnación.
En sus tres libros
Antirretikoi (Refutaciones),
Teodoro compara las
relaciones eternas
internas a la Trinidad,
en donde la existencia
de cada Persona divina
no destruye la unidad,
con las relaciones entre
las dos naturalezas en
Cristo, que no ponen en
compromiso en Él a la
única Persona del
Logos. Y argumenta:
abolir la veneración del
icono de Cristo
significaría cancelar su
misma obra redentora,
pues al asumir la
naturaleza humana, la
Palabra invisible se ha
aparecido en la carne
visible humana y de este
modo ha santificado a
todo el cosmos visible.
Los iconos, santificados
por la bendición
litúrgica y por la las
oraciones de los fieles,
nos unen con la Persona
de Cristo, con sus
santos y, a través de
ellos, con el Padre
celeste, y testimonian
la entrada en la
realidad divina de
nuestro cosmos visible y
material.
Teodoro y sus monjes,
testigos de valentía en
tiempo de las
persecuciones
iconoclastas, están
inseparablemente unidos
por la reforma de la
vida cenobítica en el
mundo bizantino. Su
importancia se impone
incluso por una
circunstancia exterior:
el número. Mientras los
monasterios de la época
no superaban los treinta
o cuarenta monjes, por
la
Vida de Teodoro
sabemos que había más de
mil monjes estuditas.
Teodoro mismo nos
informa que en su
monasterio había unos
trescientos monjes;
vemos, por tanto, el
entusiasmo de la fe que
nació alrededor de este
hombre realmente
informado y formado por
la misma fe. Ahora bien,
más que el número se
demostró influyente el
nuevo espíritu que
imprimió el fundador a
la vida cenobítica. En
sus escrito, insiste en
la urgencia de un
regreso consciente a la
enseñanza de los padres,
sobre todo a san
Basilio, primer
legislador de la vida
monástica, y a san
Doroteo de Gaza, famoso
padre espiritual del
desierto palestino. La
contribución
característica de
Teodoro consiste en su
insistencia en la
necesidad del orden y de
la sumisión por parte de
los monjes. Durante las
persecuciones éstos se
habían dispersado,
acostumbrándose a vivir
cada uno según su propio
juicio. Cuando fue
posible reconstituir la
vida común, era
necesario comprometerse
a fondo para volver a
hacer del monasterio una
auténtica comunidad
viva, una auténtica
familia o, como dice él,
un auténtico "Cuerpo de
Cristo". En una
comunidad así, se
realiza concretamente la
realidad de la Iglesia
en su conjunto.
Otra convicción de
fondo de Teodoro es
ésta: con respecto a los
seglares, los monjes
asumen el compromiso de
observar los deberes
cristianos con mayor
rigor e intensidad. Por
esto pronuncian una
profesión especial, que
pertenece a los
hagiasmata
(consagraciones),
y es casi un "nuevo
bautismo", del que es
símbolo la toma de
hábito. Con respecto a
los seglares, es
característico de los
monjes el compromiso de
la pobreza, de la
castidad y de la
obediencia. Dirigiéndose
a los monjes, Teodoro
habla de manera
concreta, en ocasiones
casi pintoresca, de la
pobreza, pero ésta en el
seguimiento de Cristo es
desde los inicios un
elemento esencial del
monaquismo e indica
también un camino para
todos nosotros. La
renuncia a la propiedad
privada, la libertad de
las cosas materiales,
así como la sobriedad y
la sencillez, sólo son
válidas de forma radical
para los monjes, pero el
espíritu de esta
renuncia es igual para
todos. De hecho, no
debemos depender de la
propiedad material;
debemos aprender la
renuncia, la sencillez,
la austeridad y la
sobriedad. De este modo
puede crecer una
sociedad solidaria y se
puede superar el gran
problema de la pobreza
de este mundo. Por
tanto, en este sentido,
el signo radical de los
monjes pobres indica
esencialmente también un
camino para todos
nosotros. Cuando ilustra
las tentaciones contra
la castidad, Teodoro no
esconde las propias
experiencias y demuestra
el camino de lucha
interior para encontrar
el dominio de sí mismo y
de este modo el respeto
del propio cuerpo y del
cuerpo del otro como
templo de Dios.
Pero las renuncias
principales son para él
las que exige la
obediencia, pues cada
uno de los monjes tiene
su manera de vivir y la
integración en la gran
comunidad de trescientos
monjes implica realmente
una nueva forma de vida,
que él califica como el
"martirio de la
sumisión". También en
esto los monjes dan un
ejemplo, pues tras el
pecado original la
tendencia del hombre
consiste en hacer la
propia voluntad, el
primer principio es la
vida del mundo, todo los
demás queda sometido a
la propia voluntad. Pero
de este modo, si cada
quien se sigue sólo a sí
mismo, el tejido social
no puede funcionar. Sólo
aprendiendo a integrarse
en la libertad común,
compartiendo y
sometiéndose a ella,
aprendiendo la
legalidad, es decir, la
sumisión y la obediencia
a las reglas del bien
común y de la vida
común, puede sanar un
sociedad, así como el
yo mismo de la
soberbia de ponerse en
el centro del mundo. De
este modo, san Teodoro
ayuda con aguda
introspección a sus
monjes, y en definitiva
también a nosotros, a
comprender la verdadera
vida, a resistir a la
tentación de poner la
propia voluntad como
regla suprema de vida y
a conservar la verdadera
identidad personal, que
es siempre una identidad
junto a los demás, así
como la paz del corazón.
Para Teodoro el
Estudita una virtud
importante, junto a la
obediencia y la
humildad, es la
philergia, es decir,
el amor al trabajo, en
el que él ve un criterio
para comprobar la
calidad de la devoción
personal: quien es
fervoroso en los
compromisos materiales,
quien trabaja con
asiduidad, argumenta, lo
es también en lo
espiritual. Por ello, no
admite que bajo el
pretexto de la oración y
de la contemplación, el
monje quede dispensado
del trabajo, incluido el
trabajo manual, que en
realidad es, según él y
según toda la tradición
monástica, el medio para
encontrar a Dios.
Teodoro no tiene miedo
de hablar del trabajo
como del "sacrificio del
monje", de su
"liturgia", incluso de
una especie de misa por
la que la vida monástica
se convierte en vida
angélica. Y precisamente
de este modo el mundo
del trabajo se humaniza
y el hombre, a través
del trabajo, se
convierte cada vez más
en sí mismo, más cercano
a Dios. Una consecuencia
de esta singular visión
merece ser considerada:
precisamente porque es
fruto de una forma de
"liturgia", las riquezas
que resultan del trabajo
común no deben servir a
la comodidad de los
monjes, sino que deben
ser destinadas a la
ayuda de los pobres. En
esto, todos podemos ver
la necesidad de que el
fruto del trabajo sea un
bien para todos.
Obviamente, el trabajo
de los "estuditas" no
era sólo manual:
tuvieron una gran
importancia en el
desarrollo relgioso-cultural
de la civilización
bizantina como
calígrafos, pintores,
poetas, educadores de
los jóvenes, maestros de
escuelas,
bibliotecarios.
Si bien ejerció una
enorme actividad
exterior, Teodoro no se
dejaba distraer de lo
que consideraba
íntimamente ligado a su
función de superior: ser
el padre espiritual de
sus monjes. Sabía el
influjo decisivo que
habían tenido en su vida
tanto su buena madre
como su santo tío,
Platón, calificado por
él con el significativo
título de "padre". Por
ello, ejercía entre los
monjes la dirección
espiritual. Cada día,
refiere el biógrafo,
tras la oración de la
noche, se ponía ante el
iconostasio para
escuchar las
confidencias de todos.
Aconsejaba también
espiritualmente a muchas
personas que no eran del
monasterio. El Testamento
Espiritual y las
Cartas subrayan su
carácter abierto y
afectuoso, y muestran
cómo de su paternidad
surgieron verdaderas
amistades espirituales
en el ámbito monástico y
fuera de él.
La Regla, conocida con
el nombre de Hypotyposis,
codificada tras la
muerte de Teodoro, fue
adoptada, con alguna
modificación, en el
Monte Athos, cuando en
el año 962 san Atanasio
el Atonita fundó allí la
Grande Laura, y en
la Rus de Kiev, cuando
al inicio del segundo
milenio san Teodosio la
introdujo en la
Laura de las Grutas.
Comprendida en su
significado genuino, la
Regla se convierte
en sumamente actual. Se
dan hoy numerosas
corrientes que insidian
a la unidad de la fe
común y llevan hacia una
especie de peligroso
individualismo
espiritual y de soberbia
espiritual. Es necesario
comprometerse en su
defensa y hacer crecer
la perfecta unidad del
Cuerpo de Cristo, en la
que pueden componerse en
armonía la paz del orden
y las sinceras
relaciones personales en
el Espíritu.
Quizá es útil retomar
al final algunos de los
elementos principales de
la doctrina espiritual
de Teodoro: amor por el
Señor encarnado y por su
visibilidad en la
liturgia y en los
iconos; fidelidad al
bautismo y compromiso
por vivir en la comunión
del Cuerpo de Cristo,
entendida también como
comunión de los
cristianos entre sí;
espíritu de pobreza, de
sobriedad, de renuncia;
castidad, dominio de sí
mismo, humildad y
obediencia contra la
primacía de la propia
voluntad, que destruye
el tejido social y la
paz de las almas; as¡mor
por el trabajo material
y espiritual; amistad
espiritual nacida en la
purificación de la
propia conciencia, de la
propia alma, de la
propia vida. Tratemos de
seguir estas enseñanzas
que realmente nos
muestran el camino de la
verdadera vida.