San Ambrosio de Milán (339-397)

    Nació hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. Muy pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde realizó estudios humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado gobernador de Liguria y Emilia, y se instaló en Milán, la capital.
    En el año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro. Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
    El estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue testigo San Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Murió en Milán en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de Milán.
    San Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos, discursos...—, aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales. Las obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados. Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran extraer consecuencias morales.



El Cuerpo de Cristo

(Los sacramentos, IV, 5-9, 14, 21-25)

    Os aproximáis al altar. Nada más comenzar a venir, los ángeles os han mirado. Han visto que os acercáis al altar, y vuestra condición humana, que antes estaba manchada por la oscura fealdad de los pecados, la han visto súbitamente brillar. Y así se han preguntado: ¿quién es ésta que sube del desierto llena de blancura? (Cant 8, 5). Los ángeles se admiran; ¿quieres saber cuál es la causa de su admiración? Escucha al Apóstol Pedro decir que se nos ha dado aquello que los mismos ángeles desean contemplar (cfr. 1Re 1, 12). Escucha de nuevo: lo que ojo no vio—dice—, ni oído oyó, eso es lo que Dios ha preparado para los que le aman (1Cor 2, 9).
    Considera atentamente lo que has recibido. El santo profeta David vio esta gracia en figura, y la deseó. ¿Quieres saber cómo la ha deseado? Óyele decir de nuevo: aspérgeme con hisopo y quedaré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve (Sal 50, 9). ¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea blanca, muy a menudo está manchada por algún tipo de suciedad, y se afea; pero la gracia que tú has recibido, mientras la conserves tiene una duración sin fin.
    Te acercabas, pues, lleno de deseos por haber visto tal gracia; venías al altar, lleno de deseos, para recibir el sacramento. Tu alma dice: me acercaré al altar de mi Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud (Sal 42, 4). Te has despojado de la vejez de los pecados y te has revestido de la juventud de la gracia. Esto te lo otorgaron los celestes sacramentos. Escucha otra vez a David, que dice: se renovará tu juventud como la del águila (Sal 102, 5). Te has convertido en un águila ágil que se lanza hacia el cielo despreciando lo que es de la tierra. Las buenas águilas rodean el altar: porque allí donde está el cuerpo, allí se congregan las águilas (Mt 24, 28). El altar representa el cuerpo, y el cuerpo de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois águilas rejuvenecidas por la limpieza de las faltas.
    Te has aproximado al altar, has fijado tu mirada sobre los sacramentos colocados encima del altar, y te has sorprendido al ver que es cosa creada, y además, cosa creada común y familiar.
    Quizá diga alguno: Dios hizo una gran merced a los judíos, dándoles el maná llovido del cielo; ¿qué ha dado de más a sus fieles? ¿Qué ha dado de más a quienes tantas cosas había prometido? (...)
    Quizá dices: este pan que me da a mí es un pan ordinario. Y no. Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; mas una vez que recibe la consagración, de pan se cambia en la carne de Cristo. Vamos a probarlo. ¿Cómo puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración, ¿con qué palabras se realiza y quién las dijo? Con las palabras que dijo el Señor Jesús. En efecto, todo lo que se dice antes son palabras del sacerdote: alabanzas a Dios, oraciones en las que se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás hombres; pero en cuanto llega el momento de confeccionar el sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras sino que emplea las de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento. (...)
    ¿Quieres saber con qué celestiales palabras se consagra? Atiende cuáles son. Dice el sacerdote: concédenos que esta oblación sea aprobada espiritual, agradable, porque es figura del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, El cual, la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos, elevó sus ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, dando gracias, lo bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo, que será quebrantado en favor de muchos».
    Presta atención. De igual manera, tomó también el cáliz después de cenar, la víspera de su Pasión, levantó los ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, lo bendijo dando gracias y lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre». Observa que todas estas palabras son del Evangelista hasta el tomad, ya el cuerpo, ya la sangre; mas a partir de ahí, las palabras son de Cristo: tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre.
    Observa cada detalle. Se dice: la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos. Antes de la consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de Cristo, es el cuerpo de Cristo. Por último, escucha lo que dice: tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. Y antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de vino y agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de transformarlo todo. Pues si el Señor Jesús, en persona, nos da testimonio de que recibimos su cuerpo y su sangre, ¿acaso debemos dudar de la autoridad de su testimonio?
    Vuelve ya conmigo al tema que tratábamos. Cosa grande es, ciertamente, y digna de veneración, que sobre los judíos lloviese maná del cielo Pero reflexiona: ¿qué es más grande, el maná del cielo o el cuerpo de Cristo? Sin lugar a dudas, el cuerpo de Cristo, que es el Autor del cielo. Además, el que comió el maná murió; pero el que comiere este cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá eternamente.
    Luego no sin razón dices: amén, confesando ya en espíritu que recibes el cuerpo de Cristo. Cuando te presentas a comulgar, el sacerdote te dice: el cuerpo de Cristo. Y tú respondes: amén, es decir: así es en verdad. Lo que la lengua confiesa, la convicción lo guarde.


El martirio-interior

(Exposición sobre el Salmo 118, XX 45-48, 51)

Muchos me persiguen y me afligen: pero no me he apartado de tus mandamientos.

    Los peores perseguidores no son los que se manifiestan como tales, sino aquellos que no se ven. ¡Y de éstos hay muchos! Pues del mismo modo que un rey perseguidor ordenaba muchos mandatos de acosamiento y los hostigadores se desparramaban por todas las provincias y ciudades, el diablo lanza a muchos de sus ministros, para que persigan a todas las almas, no sólo por fuera sino también por dentro.
    De estas persecuciones se dijo: todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución (2Tim 3, 12). El Apóstol escribió todos; no exceptuó ninguno. Pues, ¿quién puede ser exceptuado cuando el mismo Señor toleró las tentativas de persecución? Persigue la avaricia; persigue la ambición; persigue la lujuria; persigue la soberbia y persiguen los placeres de la carne. No olvides que el Apóstol dijo: huid de la fornicación (1Cor 6, 18). ¿Y de qué huyes, sino de aquello que te persigue?: el mal espíritu de la lujuria, el mal espíritu de la avaricia, el mal espíritu de la soberbia.
    Los perseguidores temibles son aquellos que, sin el terror de la espada, destruyen con frecuencia el espíritu del hombre; aquellos que, más con halagos que con espanto, someten las almas de los fieles. Éstos son los enemigos de los que te debes guardar, éstos son los tiranos más peligrosos, por los que Adán fue vencido. Muchos, coronados en públicas persecuciones, cayeron en estas persecuciones ocultas. Por fuera, dijo el Apóstol, luchas; por dentro, temores (2Cor 7, 5).
    Adviertes qué duro es el combate que hay en el interior del hombre, para que se bata consigo mismo y luche contra sus pasiones. El mismo Apóstol vacila, duda, es atenazado y manifiesta que está sujeto a la ley del pecado y reducido por su cuerpo de muerte, y no podría evadirse, si no fuera liberado por la gracia de Cristo Jesús (cfr. Rm 7, 23-25)
    Y del mismo modo que hay muchas persecuciones, así también hay muchos martirios. Todos los días eres testigo de Cristo. Eres mártir de Cristo si sufriste la tentación del espíritu de lujuria, pero, temeroso del futuro juicio de Cristo, no pensaste en profanar la pureza del alma y del cuerpo.
    Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de la avaricia para apoderarte de los bienes de los inferiores o no respetar los derechos de las viudas indefensas, pero juzgaste que era mejor alcanzar la riqueza por la contemplación de los preceptos divinos, que cometer la injusticia. Cristo quiere estar cerca de tales testigos, según está escrito: aprended a obrar el bien, buscad lo justo, respetad al agraviado, haced justicia al huérfano, y amparad a la viuda: venid y entendámonos (Is 1, 17-18)
    Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de soberbia, pero viendo al débil y desvalido, te compadeciste con piadoso espíritu, y amaste la humildad más que la arrogancia. Y aún más si diste testimonio no sólo de palabra, sino también con obras. Pues ¿quién es testigo más fiel, que aquél que confiesa que el Señor Jesús se ha encarnado, al tiempo que guarda los preceptos del Evangelio? Porque quien escucha y no pone por obra, niega a Cristo. Aunque lo confiese de palabra, lo niega por las obras. Pues a muchos que dicen: Señor, Señor, ¿acaso en tu nombre no hemos profetizado, arrojado demonios y obrado muchas virtudes? (Mt 7, 22), les dirá en aquel día: apartaos de mi todos los que hayáis obrado la iniquidad (Ibid., 23). Porque es testigo aquél que, haciéndose fiador con sus hechos, confiesa a Cristo Jesús.
    ¡Cuántos, todos los días, son mártires de Cristo en oculto, y confiesan al Señor Jesús con sus obras! El Apóstol conocía este martirio y testimonio fiel de Cristo, cuando afirmaba: ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia (2 Cor 1, 12) (...).
    Muchos me persiguen, y me afligen. Quizá Cristo dice esto, y lo dice con la voz de cada uno de nosotros: el adversario lo persigue dentro de nosotros. Si pretendes que nadie te persiga, apartas a Cristo, que sufrió tentación para vencerla. Donde el diablo lo ve, allí prepara insidias, allí maquina los ardides de la tentación, allí urde sus engaños, para rechazarlo si pudiera. Pero donde el diablo combate, allí está presente Cristo; donde el diablo asedia, allí Cristo está encerrado y defiende los muros de la fortaleza espiritual. Así pues, el que retrocede ante la llegada del perseguidor, expulsa también al defensor. Por tanto, cuando oigas: muchos me persiguen y me afligen, no temas, que también puedes decir: si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? (Rm 8, 31). Esto afirma con verdad aquél que, por los testimonios del Señor, se aparta sin rodeos de la senda de los vicios.


La misericordia divina

(Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, VII, 207-212) /Lc/15/01-32

    ¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta encontrarla? (Lc 15, 4). Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no es fácil de romper (Qoh 4, 12).
    ¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35, 7). ¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre.
    Regocijémonos, pues, ya que aquella oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1Cor 10, 17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1Cor 12, 27). Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc 19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán todos murieron, asÍ en Cristo todos serán vivificados (1Cor 15, 22).
    Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes—por ser racionales—no sin motivo se alegran de la redención de los hombres. Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por medio de tu conversión.
    No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la dracma (cfr. Lc 15, 8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre.
    No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales (cfr. Lc 15, 11-32). El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sab 1, 13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello—pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145, 8)—, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete.


Sobre la amistad

(Los deberes de los ministros, lll, 124-135)

    Sólo es digna de alabanza la amistad que favorece las buenas costumbres. La amistad debe preferirse a las riquezas, a los honores, al poder, pero no a la virtud; más bien, debe ella regirse según las reglas de la rectitud moral. Así fue la amistad de Jonatán con David: por el cariño que le tenía, no hizo caso ni de la ira de su padre ni del peligro a que exponía su propia vida (cfr. 1 Sam 20, 29 ss). Así fue la de Abimelech: por cumplir los deberes de la hospitalidad, prefirió afrontar la muerte antes que traicionar al amigo que huía (cfr. 1Sam 21, 6).
    También la Escritura, tratando de la amistad, afirma que la virtud no debe ofenderse nunca por amor del amigo: nada se ha de anteponer a la virtud (...). Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto; si no te escucha, repréndele abiertamente. Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios: las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Prv 27, 6). Corrige, pues, al amigo que yerra, pero no abandones al amigo inocente. La amistad ha de ser constante y perseverante en sus afectos: no cambiemos de amigos como hacen los niños, que se dejan llevar por la ola fácil de los sentimientos.
    Abre tu corazón al amigo para que te sea fiel y te comunique la alegría de la vida. Un amigo fiel, en efecto, es medicina de vida y de inmortalidad (Sir 6, 16). Respétale como a otro yo, y no tengas miedo de ganártelo con tus favores, porque la amistad no admite la soberbia. Por esto dice el Sabio: no te avergüences de defender al amigo (Sir 22, 31). No le abandones en el momento de la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto, porque la amistad es el soporte de la vida. Llevemos los unos las cargas de los otros, como enseñó el Apóstol a aquellos que están unidos formando un solo cuerpo por la caridad (cfr. Gal 6, 2). Si la prosperidad de uno aprovecha a todos sus amigos, ¿por qué en la adversidad no va a encontrar la ayuda de todos sus amigos? Ayudémosle con nuestros consejos, unamos nuestros esfuerzos a los suyos, participemos de sus aflicciones.
    Cuando sea necesario, soportemos incluso grandes sacrificios por lealtad hacia el amigo. Quizá haya que afrontar enemistades para defender la causa del amigo inocente, y muy a menudo recibirás insultos cuando trates de responder y rebatir a aquellos que le atacan y le acusan. No te preocupes por eso, que la voz del justo dice: aunque vengan sobre mi males a causa del amigo, los soportaré (Sir 22, 31). En la adversidad se prueban los amigos verdaderos, pues en la prosperidad todos parecen fieles. Y así como en las desventuras es necesaria la paciencia y la compasión con el amigo, en su triunfo conviene ser exigente, reprimir y corregir la arrogancia del que quizá se llena de soberbia. ¡Qué bien se expresó en sus aflicciones el santo Job! Dijo: tened piedad de mí, amigos míos, tened piedad de mí (Job 19, 21). No se trataba de una simple súplica, sino de una reprensión. Mientras los amigos argumentaban injustamente contra él, Job clama: tened piedad de mí, amigos. Como si dijese: ésta es la hora de usar misericordia y, en cambio, afligís y contradecís a un hombre de quien deberíais compadeceros.
    Hijos míos, sed fieles a la amistad verdadera con vuestros hermanos, porque nada hay más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar los propios secretos y manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer un hombre fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles. ¡Qué hermosa es la amistad de los tres muchachos hebreos! Ni siquiera la llama del horno fue capaz de separar sus corazones. Bien a propósito escribió el santo David: Saúl y Jonatán, hermosos y queridísimos, inseparables durante la vida, tampoco se separaron en la muerte (2Sam 1, 23).
    Este es un fruto de la amistad: que por cariño al amigo no se destruye la fe. En efecto, no puede ser amigo del hombre quien es infiel a Dios. La amistad es guardiana de la piedad y maestra de igualdad; hace al superior igual al inferior, y coloca a éste al mismo nivel del otro. No puede haber verdadera amistad entre dos personas que tienen diferentes costumbres; por eso, el amor mutuo las debe identificar. No falte al inferior la autoridad para corregir, ni al superior la humildad para aceptar la corrección. Que el uno escuche al otro como a su igual; que el otro reproche y amoneste como un amigo, no con soberbia, sino con afecto sincero.
    La advertencia no ha de ser áspera, ni la corrección ofensiva. Si es cierto que la amistad huye de la adulación, también es verdad que no tiene nada que ver con la insolencia. ¿Qué es el amigo sino un amable compañero con quien te unes íntimamente hasta fundir tu alma con la suya y constituir un solo corazón? En él te abandonas confiadamente como a otro yo, de él nada temes, y nada inconveniente le pides para ti mismo. Y es que la amistad no es mercenaria, sino que resplandece de dignidad y de belleza. Es una virtud, no una compra, porque no proviene del dinero sino del amor. No es ofrecida en subasta al mejor postor, sino que surge del desafío de la mutua benevolencia. Por eso suelen ser mejores las amistades entre los pobres que entre los ricos; y así, mientras que los hombres con recursos frecuentemente se encuentran sin verdaderos amigos, los pobres los tienen en abundancia. No hay verdadera amistad donde existen falsos halagos. Sucede a menudo que se es complaciente con los ricos por adulación, mientras que nadie simula cuando trata con un menesteroso. Así, la amistad que se ofrece al pobre es más sincera, por ser más desinteresada.
    ¿Qué hay de más precio que la amistad, que es común a los ángeles y a los hombres? Por esto el Señor Jesús ordena: granjeaos amigos con las riquezas inicuas, a fin de que os reciban en las moradas eternas (Lc 16, 9). Él mismo nos ha cambiado de siervos en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle confidencialmente lo que tenemos en el corazón y no ignorar nada de cuanto él lleva en el suyo. Abrámosle nuestra alma, y él nos abrirá la suya. En efecto, el Señor declara: os he llamado amigos porque os he comunicado todo lo que he oído a mi Padre (Jn 15, 14). El verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre.


Ayuno y limosna

1. Se conservan de San Ambrosio diecisiete sermones de Cuaresma en los que repetidamente trata el santo Doctor del tema del ayuno y de las tentaciones de Cristo. Con el tema del ayuno se enlaza el de la limosna, como puede verse especialmente en el sermón 25 (De sancta Quadragesima IX: PL 17, 676-678). Escogemos los más importantes pensamientos sobre el tema aludido.

A) Ayuno y limosna "Ayunar es un remedio de males y una fuente de premios, mas no ayunar en Cuaresma es un pecado. El que ayuna en otro tiempo, recibirá indulgencia; pero el que no lo hace durante la Cuaresma, será castigado". El que no pueda ayunar por enfermedad, coma sencillamente y sin ostentación "Y ya que no puede ayunar, debe ser más caritativo para con los pobres, a fin de redimir con sus limosnas los pecados que no puede curar ayunando. Hermanos, es muy bueno ayunar pero mejor aún dar limosna; mas si se puede practicar lo uno y lo otro, son dos grandes bienes. El que puede dar limosna y no ayunar, entienda que la limosna le basta sin el ayuno. Mas no basta el ayuno sin la limosna El ayuno sin la limosna no es obra buena, a no ser que el que ayuna sea tan pobre, que no tenga nada que dar. Así, pues, en este caso, bástele la buena voluntad". Mas ¿quién podrá excusarse de dar limosna, cuando el Señor recompensa un vaso de agua fría? "Además, el Señor, por medio del profeta Isaías, de tal manera exhorta y aconseja la práctica de la limosna, que ningún pobre que se considere, puede excusarse. Pues se expresa de este modo: ¿Sabéis que ayuno quiero yo?... Partir su pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo (Is. 58,ó-7)". Partir el pan, porque, "aun cuando tu pobreza sea tan grande que no tengas más que uno solo sin embargo, pártelo y da de él al pobre. También dice: Introduce en tu casa a los pobres que no tengan alberque, lo cual equivale a afirmar: Si hay alguno tan pobre que no tiene comida que dar al hambriento, prepárele un lecho en uno de los rincones de su casa. ¿Qué respuesta daremos, hermanos, qué excusa alegaremos nosotros, que, poseyendo anchas y espaciosas mansiones, apenas nos dignamos alguna vez recibir en ellas a un peregrino? Y eso que no ignoramos, sino que continuamente estamos confesando que en los peregrinos recibimos a Cristo, como El mismo dijo: Peregriné y me acogisteis... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25,35.40). Nos resulta enojoso recibir en nuestra casa a Cristo en la persona de los pobres y yo me temo que él haga lo mismo con nosotros en el cielo, y que no nos reciba en su gloria. Lo despreciamos en el mundo y yo me temo que él a su vez nos desprecie en el cielo, según aquella sentencia: Tuve hambre y no me disteis de comer... (Mt. 25,42). Fijémonos, carísimos hermanos, en estas palabras; no las oigamos de manera indiferente ni sólo con los oídos del cuerpo, sino que escuchándolas con fidelidad, hagamos de palabra y con el ejemplo que otros también las oigan y las cumplan También nos dice el Señor por boca del profeta Isaías que hemos de vestir al desnudo (ibid.). Precepto riguroso y muy digno de temerse. Yo, sin embargo, no juzgo a nadie. Acuda cada uno y pregunte a su conciencia .

B) La mano del pobre es el tesoro de Cristo "No obstante, duéleme en el alma, y yo mismo me reprendo, porque quizá haya acontecido alguna vez que, por negligencia mía, los vestidos que debiera recibir un pobre se los haya comido la polilla, y temo que estos mismos vestidos sean testimonio contra mí en el día del juicio, según aquella terrible sentencia con que conmina el apóstol Santiago, cuando dice Y vosotros, los ricos, llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos del orín, y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado para los últimos días... (St. 5,1-4). Aún es tiempo para para que, tanto yo como los perezosos como yo, podamos con el auxilio de Dios enmendarnos, si queremos; aun podemos dar con largueza por nuestros pecados pasados las limosnas que hasta aquí o no hicimos o sólo dimos mezquinamente; aún podemos impetrar la misericordia divina con dolor y llanto con esperanza de reparación. El ayuno sin limosnas es como una lámpara sin aceite. Pues así como la lámpara que se enciende sin él humea y no puede alumbrar, asi también el ayuno sin la limosna mortifica en verdad la carne, pero no ilustra interiormente el alma con la luz de la caridad. Por lo demás, en el ayuno se exige que demos a los pobres nuestras comidas, y que lo que habíamos de comer no lo pongamos en nuestras despensas, sino que lo distribuyamos entre los necesitados; porque la mano del pobre es el tesoro de Cristo. Por lo tanto, socorre al menesteroso para que lo que reciba de ti no se quede en la tierra, sino que sea trasladado al cielo. Pues aunque se consuma la comida que recibe el pobre, sin embargo, el premio de la buena obra se custodia en el cielo... Sé que muchos de vosotros, con el auxilio de Dios dais con frecuencia limosnas a los peregrinos y a los pobres; por lo tanto, sirva lo que os indico para que intensifiquéis lo que ya hacéis; y el que no lo haya hecho, se acostumbre a practicar obra tan meritoria y agradable a Dios

C) Exhortación inspirándomelo el mismo Dios, os he aconsejado siempre que al llegar las fiestas... os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio. Pero, cuando hablamos de la limosna, no se conturben los necesitados, puesto que la pobreza cumple con todos los preceptos, y la buena voluntad es juzgada y premiada como las obras". El que socorre al necesitado del propio modo que desearía le socorriesen a él si se encontrase en la misma necesidad' "ha cumplido con los preceptos del Antiguo y del Nuevo Testamento y ha observado aquel precepto del Evangelio: Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas (Mt. 7,12). Guíenos a esta ley de caridad perfecta el piadoso Señor que oye y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos".


NABOT EL JEZRAELITA

(1 Reyes 21)

Ambición y codicia de los ricos

1. La historia de Nabot sucedió hace mucho tiempo, pero se renueva todos los días. ¿Qué rico no ambiciona continuamente lo ajeno? ¿Cuál no pretende arrebatar al pobre su pequeña posesión e invadir la herencia de sus antepasados? ¿Quién se contenta con lo suyo? ¿Qué rico hay al que no excite su codicia la posesión vecina? Así, pues, no ha existido sólo un Ajab, sino que, lo que es peor, todos los días nace de nuevo y nunca se extingue su semilla en este siglo. Si muere uno, renacen muchos; son más los que nacen para la rapiña que para la dádiva. Ni es Nabot el único pobre asesinado; todos los días se renueva su sacrificio, todos los días se mata al pobre. Embargado por este miedo, el pobre abandona sus tierras y emigra cargado con sus hijos, prenda de amor; le sigue su mujer llorosa, como si acompañara a su marido a la tumba. Es menos deplorable para ella asistir al entierro de los suyos; porque aunque perdiera la ayuda de su marido, éste tendría un sepulcro, y aunque se quedara sin hijos, no lloraría su destierro ni estaría afligida por el hambre de su tierna prole.

2. ¿Hasta dónde pretendéis llevar, oh ricos, vuestra codicia insensata? ¿Acaso sois los únicos habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsáis de sus posesiones a los que tienen vuestra misma naturaleza y vindicáis para vosotros solos la posesión de toda la tierra? En común ha sido creada la tierra para todos, ricos y pobres; ¿por qué os arrogáis, oh ricos, el derecho exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta engendra igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimento, vestido y bebidas; desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella, y nadie puede encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho de tierra es bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el rico, y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición del rico, lo cubre entonces totalmente. La naturaleza no distingue a los hombres ni en su nacimiento ni en su muerte. Les engendra igualmente a todos y del mismo modo les recibe en el seno del sepulcro. ¿Quién puede establecer clases entre los muertos? Excava de nuevo los sepulcros, y si puedes, distingue al rico. Desenterrad poco después una tumba y hablad si reconocéis al necesitado. Acaso solamente se puedan distinguir en que con el rico se pudren muchas mas cosas.

3. Los vestidos de seda y los ropajes entretejidos de oro, con los que se amortajan los cuerpos de los ricos, son un daño para los vivos y no ayuda para los difuntos. Te ungen, oh rico, y no dejas de ser fétido. Pierdes la gracia ajena y no adquieres la tuya. Dejas herederos que luchen entre sí con pleitos. Más que un conjunto de bienes que se acepta voluntariamente les transmites un depósito hereditario, y ellos temerán disminuir o violar lo que se les ha dejado. Si son herederos sobrios, lo conservarán; si lujuriosos, lo disiparán. Por consiguiente, condenas a los herederos que son buenos a una perpetua solicitud y dejas a los malos aquello con que pueden condenarse.

4. Pero acaso piensas que mientras vives abundas en todas las cosas. ¡Oh rico, no sabes cuán pobre eres y cuán necesitado te haces porque te crees rico! Cuanto más tienes, más deseas; y aunque lo adquieras todo, sin embargo, serías todavía indigente. La avaricia se inflama, no se extingue, con el lucro. Este proceso sigue la avaricia: cuanto más media, tanto más se apresura pata alcanzar metas desde donde sea más grande la caída final. El rico es más tolerable cuanto menos tiene. En relación a su hacienda, se contenta con poco; pero cuanto más aumenta su patrimonio, más crece su codicia. No quiere ser bajo en anhelos ni pobre en deseos. Junta así a la vez dos sentimientos inconciliables: la esperanza ambiciosa de riquezas y no depone el apego a la vida mísera. En fin, la Sagrada Escritura nos dice la miseria de su pobreza, nos revela cuán abyectamente mendiga.

5. Había un rey en Israel, Ajab, y un pobre, Nabot. El primero gozaba de las riquezas del reino; el segundo sólo poseía un pequeño terreno. Nabot no ambicionó nunca las posesiones del rico, pero el rey se sintió indigente porque no poseía la viña del pobre, su vecino. ¿Quién te parece más pobre: el uno, que estaba contento con lo suyo, o el otro, que deseaba lo ajeno? Nabot se nos muestra pobre en hacienda, y Ajab, pobre en el corazón. El deseo del rico no sabe ser pobre. La hacienda más abundante no es suficiente para saciar el corazón del avaro. Por eso hay divergencia entre el rico avaro, que envidia las posesiones de los demás, y el pobre. Pero consideremos ya las palabras de la Sagrada Escritura.

6. "Después de esto sucedió que Nabot de Jezrael tenía una viña en Israel, junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab habló a Nabot diciéndole: Cédeme tu viña para hacer un huerto de legumbres, pues está muy cerca de mi casa. Yo te daré por ella otra viña, y si esto no te conviene, te daré en dinero su valor. Pero Nabot respondió: Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres. Ajab entonces se entristeció e irritó, se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer."

7. Había expuesto más adelante la Sagrada Escritura que Eliseo, aun siendo pobre, dejó sus bueyes y corrió tras Elías, y luego volvió, mató sus bueyes y los distribuyó entre el pueblo, y siguió a Elías. Para condena de los ricos, que este rey representa, se expone esto previamente, en cuanto que, a pesar de haber recibido beneficios de Dios, como Ajab, a quien Dios concedió el reino y la lluvia por la oración del profeta Elías, violan los mandamientos divinos.

8. Pero oigamos que dijo: "Dame." ¿Qué palabra es ésta sino de pobre? ¿Cuál es la voz con que se implora la caridad pública sino "dame"? Dame, porque necesito; dame, porque no poseo otro remedio de vida; dame, porque no tengo pan para comer, ni bebida, ni alimento, ni vestido; dame, porque a ti te dio el Señor bienes de donde debes repartir, y a mí, no; dame, porque si no me das, nada tendré; dame, porque esta escrito: "Dad limosna"(Luc. 11, 41). ¡Cuán abyecta y vil esta palabra en este caso! No tiene el afecto de la humildad, sino el incendio de la codicia. ¡En la misma expresión cuánta desvergüenza! "Dame —dice— tu viña." Confiesa que no es suya, de modo que reconoce la pide indebidamente.

9. "Y te daré —dice— por ella otra viña." El rico desdeña lo suyo como vil y ambiciona lo que es ajeno como preciosísimo.

10. "Si esto no te conviene, te daré en dinero su valor." Pronto corrige su error, ofreciendo dinero por la viña. Nada quiere que otro posea quien anhela abarcarlo todo con sus posesiones.

11. "Y tendré —dice— un huerto de hortalizas." Este era el motivo de toda su locura y furor, que buscaba un huerto para viles hortalizas. Vosotros, ricos, no tanto deseáis poseer lo que es útil como quitar a los demás lo que tienen. Cuidáis más de expoliar a los pobres que de vuestra ventaja. Estimáis injuria vuestra si el pobre posee algo de lo que juzgáis digno de la posesión del rico. Creéis que es daño vuestro todo lo que es ajeno. ¿Por qué os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido creado para todos y unos pocos ricos intentáis reservároslo. Pues no sólo la posesión de la tierra, sino el mismo cielo, el aire, el mar, lo reclaman para su uso unos pocos ricos. Este espacio que tú encierras en tus amplias posesiones, ¿a cuánta muchedumbre podría alimentar? ¿Acaso los ángeles tienen divididos los espacios de los cielos, como tú haces cuando divides la tierra con mojones?

12. Exclama el profeta: "Ay de los que juntan casa a casa y finca a finca" (Is 5, 8). Les acusa de avaricia estéril. Los ricos huyen de convivir con los hombres y por eso excluyen a sus vecinos. Pero no pueden huir totalmente, porque cuando les han excluido, encuentran a otros de nuevo, y cuando expulsan otra vez a estos es necesario que tengan a otros por vecinos. Pues no es posible que vivan solos sobre la tierra. Las aves se juntan con las aves y frecuentemente bandadas ingentes cubren el cielo con su vuelo; los animales se unen a los animales, y los peces, a los peces; ni buscan dañar, sino el comercio de la vida cuando se acogen a la compañía de otros y pretenden obtener protección por medio de la ayuda de una sociedad más frecuente. Sólo tú, hombre, excluyes al de tu misma naturaleza e incluyes a las fieras; construyes albergues para las fieras y destruyes los de los hombres. Dejas entrar el mar en tus predios para que no te falten monstruos y llevas hacia adelante los límites de tus tierras para que no puedas tener vecinos.

13. Escuchamos la voz del rico que pedía lo ajeno; oigamos ahora la voz del pobre que defendía lo suyo: "Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres." Juzga que el dinero del rico es una especie de infección para él, como si dijera: "Sea ese dinero para perdición suya" (Hch 8, 20), yo no puedo vender la heredad de mis padres. Aquí tienes un ejemplo que imitar, oh rico, si lo entiendes bien: que no vendas tu campo por noche de meretriz; que no transfieras tu derecho por atender los gastos de banquetes y placeres; que no adjudiques tu casa para cubrir los riesgos del juego, a fin de que no pierdas el derecho de la piedad hereditaria.

14. Oídas estas palabras, se turbó en su espíritu el rey avaro: "Se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer." Lloran los ricos si no pueden arrebatar lo ajeno. No pueden ocultar la fuerza de su tristeza si los pobres no ceden a sus pretensiones. Desean dormir y encubren su rostro para no ver que hay en la tierra algo que es posesión de otro, que hay en el mundo algo que no es suyo, para no oír que el pobre tiene una posesión al lado de la suya, para no escuchar al pobre que les contradice. Las almas de estos ricos son aquellas a las que dice el profeta: "Mujeres ricas, resurgid" (Is 32, 9).

15. "Y no comió —dice— su pan", porque deseaba lo ajeno. Los ricos, en efecto, comen más que el suyo el pan ajeno, porque viven del robo y forman su hacienda con el producto de la rapiña. O acaso Ajab no comió su pan, queriendo castigarse con la muerte, porque se le había negado algo.

16. Compara ahora los afectos del pobre. Nada tiene, pero no sabe ayunar voluntariamente, a no ser para Dios y por necesidad. Ricos, arrebatáis todo a los pobres y no les dejáis nada; sin embargo, vuestra pena es mayor que la de ellos. Los pobres ayunan si no tienen; vosotros, incluso cuando tenéis. Así, pues, os irrogáis a vosotros mismos primero la pena que infligís a los pobres. Sois vosotros los que sufrís por vuestra pasión las tribulaciones de la pobreza mísera. Los pobres, ciertamente, no tienen de qué vivir, pero vosotros ni usáis vuestras riquezas, ni las dejáis usar a los demás. Sacáis el oro de las venas de los metales, pero de nuevo lo escondéis. ¡Cuántas vidas encerráis con este oro!

17. ¿Para quién guardáis las riquezas? Se lee sobre el rico avaro: "Atesora y no sabe para quién reúne sus riquezas." El heredero ocioso espera; el descontentadizo protesta porque tardáis en morir. Desdeña el aumento de su herencia y tiene prisa de apoderarse de ella para su daño. ¿Qué desgracia mayor que ni siquiera merezcáis agradecimiento de aquél para quien trabajáis? Por él soportáis todos los días el hambre triste y teméis dañarle en vuestra mesa; por él ayunáis diariamente.

18. Conocí a un rico que cuando marchaba al campo solía contar los panes más pequeños que llevaba de la ciudad, de tal modo que por el número de panes se hubiera podido conocer cuántos días había estado en el campo. No quería abrir el granero cerrado para que no disminuyera lo que guardaba. Destinaba un solo pan para cada día, que apenas era suficiente para sustentarle. Averigüé también de fuente fidedigna que cuando le ponían un huevo deploraba el pollo que se perdía. Os escribo esto para que conozcáis que la justicia de Dios es vengadora, la cual castiga por medio de vuestro ayuno las lágrimas de los pobres.

19. ¡Qué obra de religión sería tu ayuno si lo que no gastas en tu sustento lo dieras a los pobres! Más tolerable era aquel rico de cuya mesa el pobre Lázaro, hambriento, recogía las migajas que caían; pero también sus banquetes comprendían la sangre de muchos pobres, y sus vasos estaban empañados por la sangre de muchos cogidos en su trampa.

20. ¡Cuántos mueren para que dispongáis de lo que os deleita! ¡Cuán funesta es vuestra ansia y vuestra lujuria! Este cae de techos elevados por preparar amplios depósitos para vuestros granos. Aquél se precipita de la copa más alta de los árboles, mientras busca las clases de uva con las que preparar un vino digno de vuestros banquetes. Hay quien ha perecido ahogado en el mar porque temías que faltaran los peces o las ostras en tu mesa. Uno perece a causa del frío invernal para cazar liebres o agarrar aves con red. Otro, ante tus ojos, si acaso en algo te desagrada, es azotado hasta la muerte y su sangre salpica hasta los mismos banquetes. En fin, rico era aquél que mandó traer la cabeza del profeta pobre y no encontró otro premio que ofrecer a la danzarina, a no ser mandarle matar.


Padre que se ve obligado a vender a los hijos

21. Vi cómo un pobre era detenido porque se le obligaba a pagar lo que no tenía; vi cómo era encarcelado porque había faltado el vino en la mesa del poderoso; vi cómo ponía en subasta a sus hijos para diferir en el tiempo la pena. Con la esperanza de hallar a alguien que le ayudase en esta necesidad vuelve el pobre a su alojamiento con los suyos y ve que no hay esperanza, que nada les quedaba para comer; llora otra vez el hambre de sus hijos y se duele de no haberlos vendido más bien a aquél que hubiera podido alimentarlos. Reflexiona nuevamente y toma la decisión de vender algún hijo. Sin embargo, desgarraban su corazón dos sentimientos opuestos: el temor de la miseria y la piedad paterna; el hambre exigía dinero; la naturaleza le pedía cumplir su deber de padre. Dispuesto a morir juntamente con sus hijos antes que tener que desprenderse de ellos, muchas veces echó a andar y otras tantas se volvió atrás. Sin embargo, acabó por vencer la necesidad, no el amor; y la misma piedad cedió ante la necesidad. (...)


Lujo de las mujeres. Naturaleza de las riquezas

26. Las mujeres se complacen en las cadenas con tal que sean de oro. No reparan en su peso, siempre que sean preciosas; no piensan que son ligaduras si en ellas centellean las alhajas. También se complacen en las heridas, con el fin de adornar de oro las orejas y hacer pender de ellas las gemas. Las joyas son pesadas y los vestidos ligeros no abrigan: sudan por las joyas que llevan y se hielan con los vestidos de seda; sin embargo, les agrada el precio y lo que repugna a la naturaleza lo recomienda la avaricia. Buscan con pasión furiosa esmeraldas y jacintos, berilos, ágatas, topacios, amatistas, jaspes; aunque se les pida la mitad de su hacienda, no temen el dispendio con tal de satisfacer sus deseos. No niego que sea agradable cierto fulgor de estas piedras, pero no dejan de ser piedras. Ellas mismas, pulidas en contra de su naturaleza, al perder su aspereza, nos advierten que debemos poner remedio antes a la dureza de la mente que a la de las piedras.

27. ¿Qué médico puede añadir un día a la vida de un hombre? ¿A quién redimieron sus riquezas del infierno? ¿Qué enfermedad mitigó el dinero? "No está la vida del hombre en la abundancia de sus riquezas" (Luc 12, 15). "Nada aprovechan los tesoros a los injustos, pero la justicia libra de la muerte"(Prov 10, 2). Oportunamente exclama el profeta: "Si afluyen las riquezas, no queráis apegar el corazón a ellas" (Sal 61, 11). Pues, ¿de qué me sirven si no me pueden librar de la muerte? ¿Qué me aprovechan si no las puedo llevar conmigo cuando me muera? En este mundo se adquieren y aquí se dejan. Son un sueño, no un patrimonio verdadero. De aquí que acertadamente el mismo profeta diga de los ricos: "Durmieron su sueño todos los varones de las riquezas y no encontraron nada en sus manos" (Sal 75, 6); es decir, se hallaron con las manos vacías los ricos que nada dieron a los pobres. No aliviaron en vida la miseria de alguien y no pudieron encontrar, después de la muerte, nada que les sirviera de ayuda.


Inquietud e intranquilidad del rico

28. Considera el mismo nombre de rico. "Dite", llaman los paganos al jefe de los infiernos, al árbitro de la muerte; también el rico recibe el nombre de "dite", porque no sabe salir de la muerte: reina sobre cosas muertas y tendrá su morada en el infierno. ¿Pues qué es el rico, a no ser un abismo insondable de riquezas, un hambre y sed insaciables de oro? Cuanto más atesora, tanto más se enciende su codicia. Por eso advierte el profeta: "Quien ama el dinero no se ve harto de él" (Eccle 5, 9). Y poco después: "También esto es un triste mal, que como vino, así haya de volverse y nada pueda llevarse de cuanto trabajó, y sobre esto pasar todos los días de su vida en tinieblas, en dolor, en ira y miseria" (ibid 15, 6). Es más tolerable la condición de los siervos que la suya. Aquéllos sirven a los hombres; él, al pecado, porque "quien peca —como dice el apóstol— esclavo es del pecado". Siempre está apresado, siempre en cadenas, nunca libre de grillos, porque siempre es responsable de crímenes. ¡Cuán mísera esclavitud servir al pecado!

29. El rico no conoce ni siquiera los dones de la misma naturaleza, ni el reposo del sueño, ni el gusto del manjar sabroso, porque nunca está libre de su esclavitud. "Dulce es el sueño del esclavo, coma poco o mucho; pero al opulento no hay quien le deje dormir." Le excita la codicia, le agita el cuidado de arrebatar lo ajeno, le atormenta la envidia, le impacienta la tardanza, le perturba la escasez de las cosechas, le hace solícito la abundancia. Por eso, aquel rico, cuyas posesiones produjeron una cosecha abundante, pensaba dentro de sí: "¿qué haré, pues no tengo donde recoger mis frutos?"; y se dijo: "Esto haré: destruiré mis graneros y los haré mayores; en ellos guardaré todos los bienes que recolecte y diré a mi alma: alma, posees bienes abundantes para muchos años; descansa, come, bebe, ten banquetes" (Luc 12, 17-9). Pero Dios le dijo entonces: "Necio, esta noche te pedirán tu alma; todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (ibid. 20). Ni siquiera Dios deja dormir al rico. Lo llama mientras reflexiona, lo despierta cuando duerme.

30. Pero es el mismo rico quien no se deja en paz a sí mismo, porque le trae inquieto la abundancia de sus riquezas y, aun en tanta prosperidad, pronuncia una frase de pobre. "¿Qué haré?" ¿Acaso no es ésta voz de pobre, que no tiene lo necesario para vivir? En la mayor miseria, el pobre dirige la vista a su alrededor, escudriña su casa y nada encuentra que le pueda servir de alimento. Considera que no hay nada más triste que perecer de hambre y morir por falta de alimentos. Busca abreviar su muerte con suplicio más tolerable. Empuña la espada, cuelga el lazo, prepara el fuego, comprueba el veneno y, dudoso en la elección de uno de estos medios, dice: "¿Qué haré?" En fin, atraído por la suavidad de esta vida, desea revocar su decisión si puede encontrar bienes para vivir. Ve que todo está desnudo a su alrededor y vacío, y dice otra vez: "¿Qué haré? ¿Dónde encontraré alimento y vestidos? Quiero vivir si encuentro cómo sostener mi vida. Pero, ¿con qué medios, con qué ayuda?"

31. "¿Qué haré —dice— yo, que no tengo nada?" También el rico exclama que no tiene. Esta expresión es de pobre. Se lamenta de escasez aquél que recogió una cosecha abundante. "No tengo —dice— dónde encerrar mi cosecha." Parece como si dijera: "No tengo los frutos necesarios para vivir." ¿Es acaso feliz quien se ve angustiado en sus riquezas? En realidad, es más desgraciado este rico con toda la abundancia de sus bienes que el pobre en peligro de perecer de miseria. Pero el pobre tiene excusa en su desgracia, sufre una injusticia, tiene a quién culpar; el rico no tiene a quién achacar su miseria fuera de sí.


Uso social de las riquezas

32. Y dijo el rico: "Esto haré: destruiré mis graneros."Ni siquiera pasó por su imaginación decir: "Abriré mis graneros para que entren quienes no pueden remediar su hambre; vengan los necesitados, entren los pobres, llenen sus senos; destruiré las paredes que excluyen al hambriento. ¿Por qué voy a esconder lo que Dios hace abundar para comunicarlo? ¿Para qué voy a cerrar con cerrojos el trigo, con el cual Dios ha llenado toda la extensión de los campos, donde nace y crece sin custodia?"

33. La esperanza del avaro se desvanece. Los graneros viejos revientan con la nueva cosecha. Pero ni aun así dice: "Tuve bienes y los guardé en vano; he recolectado mucho más, ¿para qué los voy a almacenar? He buscado ávidamente hacer subir el precio y he perdido toda la ganancia que esperaba. ¿Cuántas vidas de los pobres pudo preservar el trigo de los años anteriores? Ya no más guardaré estos bienes hasta que suban los precios, pues se ha de estimar más la gracia que el dinero. Imitaré a José en su pregón de humanidad; clamaré con gran voz: Venid, pobres, comed de mi pan, ensanchad vuestros senos, recibid el trigo." La abundancia del rico, la fecundidad de toda la tierra, debe ser un bien de todos. Pero tú no hablas así, sino que dices: "Destruiré mis graneros." Con razón dices los destruyes, ya que no revierten en el pobre agobiado. Tus graneros son receptáculos de iniquidad, no instrumentos de la caridad. En verdad, destruye quien no sabe edificar sabiamente. Destruye sus bienes todo rico que olvida lo eterno. Destruye sus graneros porque no sabe repartir su trigo, sino encerrarlo.

34. "Y los haré —dice— mayores." Infeliz, mejor sería que distribuyeras entre los pobres lo que te vas a gastar en la edificación. Al mismo tiempo que rechazas el beneficio de la liberalidad sufres de grado el coste de la edificación.

35. Y añade: "Reuniré en él todos los frutos que he recolectado y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes." El avaro se siente arruinado por la abundancia de las cosechas, cuando considera el bajo precio de los alimentos. La fecundidad es un bien para todos, pero la mala cosecha sólo es ventajosa al avaro. Se goza más de la enormidad de los precios que de la abundancia de productos y prefiere tener algo solo que vender a todos. Obsérvalo. Teme la superabundancia de trigo que, rebosando de los hórreos, vaya a parar a manos de los pobres y sea ocasión para los necesitados de adquirir algún bien. El rico reclama para sí sólo el producto de las tierras, no porque quiera usarlo él, sino para negarlo a los demás.

36. "Tienes —dice— muchos bienes." No sabe enumerar el avaro otros bienes que los que son lucrativos. Pero le concedo que sean bienes las riquezas. ¿Por qué, pues, os servís de lo que es bueno para hacer el mal, cuando debierais hacer el bien con lo que es malo? Escrito esta: "Haceos amigos de las riquezas de iniquidad" (Luc 16, 9). Por tanto, para aquellos que las saben usar son bienes, y para los que no, males ciertamente. "Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente"(Sal 111, 3). Son bienes si las distribuyes entre los pobres, y de este modo constituyes a Dios en deudor tuyo de un préstamo de piedad. Son bienes si abres los graneros de tu justicia y te haces pan de los pobres, vida de los necesitados, ojos de los ciegos, padre de los niños huérfanos.

37. Tienes posibilidad de hacerlo, ¿qué temes? Estoy de acuerdo con tus palabras. Tienes muchos bienes guardados para muchos años; luego podéis abundar en ellos no sólo tú, sino todos los demás. Tienes en tus manos el bienestar de todos, ¿por qué entonces destruyes tus graneros? Yo te muestro dónde puedes guardar mejor tu trigo, dónde puedes estar seguro que no te lo arrebatarán los ladrones. Dalo a los pobres; en ellos no lo consume el gorgojo ni lo corrompe el trascurso del tiempo. Tienes almacenes a tu disposición: el seno de los necesitados, las casas de las viudas, las bocas de los niños, donde se te pueda decir: "En las bocas de los niños y lactantes hallaste perfecta alabanza" (Sal 8, 3). Estos son los graneros que duran eternamente; éstos son los graneros a los cuales las cosechas futuras no pueden hacer pequeños.
Porque, ¿qué harías nuevamente si otra vez tuvieras una cosecha abundantísima el próximo año? De nuevo tendrías que destruir los graneros que piensas edificar este año y hacerlos mayores. Dios te concede la prosperidad para vencer o condenar tu avaricia, a fin de que no puedas tener excusa. Pero lo que El hizo nacer por tu medio para muchos te lo reservas para ti solo, y ciertamente para ti mismo lo pierdes, pues más ganarías tú mismo si lo repartieras entre los demás. El fruto de estos dones revierte en los mismos que los comunican, y la gracia de la liberalidad la recibe el liberal. Puesto que está escrito: "Sembrad para la justicia" (Os 10, 12), sé agricultor espiritual, siembra lo que te sea provechoso. Si la tierra te devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuanto más el premio de la misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres.


Muerte, riquezas y comunicación

38. En fin, hombre cualquiera que seas, ¿no sabes que el día de la muerte puede adelantarse a la cosecha, pero que la misericordia excluye de la muerte al que la ha merecido? Ya están presentes quienes requieren tu alma, y tú todavía difieres el fruto de tus buenas obras. ¿Crees que aún te queda largo tiempo de vida para cambiar? "Necio, esta noche te pedirán tu alma" (Luc 12, 20). Dice bien "esta noche", pues de noche será exigida el alma del avaro: empieza en tinieblas y permanece en ellas. Para el avaro siempre es noche, y día para el justo. De éste se dijo: "En verdad, en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc 23, 34). "El necio cambia como la luna" (Eccle 27, 12). "Pero los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13, 43). Con razón es acusado de necedad quien coloca su esperanza en comer y beber. Y por eso les urge el tiempo de la muerte, según la frase de los que sirven a la gula: "Comamos y bebamos, mañana moriremos" (Is 22, 13). Se le llama necio acertadamente, porque proporciona lo corporal a su alma e ignora para quién guarda las cosas a las que sirve.

39. Por tanto, se le dice: "Los bienes que allegaste, ¿para quién serán?" (Luc 12, 20). ¿Por qué todos los días mides, cuentas y pones sello a tu dinero? ¿Por qué pesas diariamente el oro y la plata? ¡Cuánto más te valdría ser dispensador liberal que guarda solícito! ¡Cuánto más te aprovecharía para la gracia que tuvieras selladas tus muchas balanzas en un saco! Pues el dinero lo dejamos en este mundo, pero la gracia de las buenas obras nos acompañará como mérito en el Juicio final.

40. Pero quizá repliques lo que vosotros los ricos soléis decir generalmente: "Que no debemos socorrer al que Dios maldice y quiere que sufra necesidad." Pero no han sido malditos los pobres, ya que de ellos está escrito: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5, 3). No del pobre, sino del rico dice la Escritura: "El que recibe usura del trigo será maldito" (Prov 11, 26). Tú no debes, por otra parte, considerar los méritos de cada uno. Pertenece a la misericordia no juzgar los méritos, sino ayudar en las necesidades: socorrer al pobre. No examinar la justicia. Pues está escrito: "Bienaventurado quien entiende en el necesitado y el pobre" (Sal 40, 2). ¿Quién es el que entiende? Quien le compadece, quien advierte que es participante de su misma naturaleza, quien sabe que Dios hizo al rico y al pobre, quien cree que santifica sus frutos si destina alguna parte de ellos para los pobres. Por consiguiente, cuando tengas de dónde hacer bien, no te retrases diciendo: "Mañana daré", a fin de que no pierdas la prosperidad que te permite dar. Es peligroso diferir el socorro a otro. Puede suceder que, mientras dilatas tu ayuda, muera el necesitado. Apresúrate más que la muerte, no sea que mañana te domine la avaricia y desistas de tus promesas.


Jezabel es figura de la avaricia

41. Pero, ¿por qué decirte que no demores la liberalidad? Ojalá no te apresures para la rapiña, ni arrebates lo que ambicionas, ni exijas lo que no es tuyo, ni te apoderes de lo que te niegan; ojalá soportes pacientemente la negativa y no escuches la voz de aquella Jezabel, que es la avaricia, que te dice con cierto dejo de vanidad: "Yo te proporcionaré la viña que deseas. Estás triste porque quieres observar, como medida de la justicia, no apoderarte de lo ajeno. Yo tengo mis derechos y mis leyes; acusaré falsamente al pobre para robarle y le quitaré la vida, si es preciso, para arrebatarle su posesión."

42. ¿Qué otra cosa se quiere describir en esta historia a no ser la avaricia del rico, que es un torrente que todo lo arrolla y destroza? Jezabel representa esta avaricia, y no hay una sola, sino muchas, ni es solamente de una época, sino de todos los tiempos. Ella dice a todos, como la Jezabel de la historia dijo a su marido, Ajab: "Levántate, come y vuelve en ti; yo te daré la viña de Nabot de Jezrael."
43. Y escribió ella unas cartas en nombre de Ajab y las selló con el sello de éste y se las mandó a los ancianos y a los magistrados que vivían con Nabot. He aquí lo que escribió en las cartas: "Promulgad un ayuno y traed a Nabot delante del pueblo y preparad dos malvados que depongan contra él diciendo: Tú has maldecido a Dios y al rey; y sacadle luego y lapidadle hasta que muera."
Falso e inútil ayuno de los ricos. Su hipocresía

44. ¡Cuán vivamente expresa la Sagrada Escritura el modo de obrar de los ricos! Se entristecen si no pueden robar lo ajeno: dejan de comer, ayunan, no para reparar sus pecados, sino para preparar el crimen. Y tal vez les ves venir a la iglesia oficiosos, humildes, asiduos, para obtener que se lleve a efecto su delito. Pero les dice Dios: "El ayuno que me agrada no es encorvar la cabeza Como junco y acostarse en saco y ceniza. No llaméis a este ayuno aceptable. ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? —dice el Señor—. Romper todas las ataduras de la injusticia, deshacer los vínculos opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo inicuo; que partas tu pan con el hambriento, que acojas en tu casa al pobre sin techo, que si ves al desnudo le vistas y no desprecies a tus hermanos. Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salud y te precederá la justicia y la gloria de Dios te rodeará; entonces llamarás al Señor y te oirá. Aún no hahreis acabado de hablar y te dirá: Aquí estoy" (Is 58, 5-9).

45. ¿Oyes, rico, lo que dice el Señor? Y tú vienes a la iglesia, no para distribuir algo al pobre, sino para quitárselo; ayunas, no para que el gasto de tu comida vaya en beneficio de los pobres, sino para apoderarte incluso de sus despojos. ¿Qué pretendes con el libro, las cartas, el sello, las anotaciones y el vínculo de la ley? ¿No has oído? "Rompe todas las ligaduras de la injusticia, deshaz los vínculos opresores, deja ir a los oprimidos y quebranta todo yugo inicuo. Tú me ofreces las tablas en que está escrita la ley, yo te opongo la ley de Dios; tú escribes con tinta, yo te repito los oráculos de los profetas, escritos bajo inspiración de Dios; tú preparas falsos testimonios, yo pido ci testimonio de la conciencia, de cuyo juicio no puedes huir ni librarte, cuyo testimonio no podrás recusar en el día en que Dios revelará las obras ocultas de los hombres. Tú dices: "Destruiré mis graneros" (Luc 12, 18); pero Dios dice: "Despréndete más bien de lo que encierra el granero, dalo a los pobres, que aprovechen estos recursos los necesitados." Tú dices: "Los haré mayores y reuniré en ellos mis cosechas por grandes que sean." Pero el Señor te dice: "Parte tu pan con el hambriento." Tú dices: "Quitaré a los pobres su casa."Pero el Señor te dice: "Recibe en tu casa a los necesitados que no tienen techo." ¿Cómo quieres, rico, que Dios te oiga, cuando tú no piensas que debes escuchar a Dios? Si no se acepta la arbitrariedad del rico, se inventa una causa y se estima injuria a Dios la negativa a la petición del rico.

46. "Nabot ha maldecido —dice— a Dios y al rey." Equipara a las personas para que parezca igual la ofensa. "Maldijo —dice— a Dios y al rey." Se buscaron dos testigos inicuos. También por dos testigos fue apetecida Susana, y dos testigos encontró también la Sinagoga que depusieron contra Jesús falsamente, y con dos testimonios es asesinado el pobre. "Luego sacaron a Nabot fuera de la ciudad y le lapidaron." ¡Si al menos hubiese podido morir entre los suyos! Pero el rico quiere quitar al pobre hasta la sepultura.

47. "Y sucedió que como oyese Ajab la muerte de Nabot, rasgó sus vestiduras y se vistió de cilicio. Y después de esto se levantó y descendió a la viña de Nabot de Jezrael para tomar posesión de ella." Los ricos, si no obtienen lo que desean, para hacer daño se airan y calumnian. Después fingen pesar; sin embargo, tristes y como afligidos, no de corazón, sino de rostro, marchan al lugar de la rapiña a tomar posesión inicua del fruto de su agresión.

48. Este hecho conmueve a la justicia divina, que condena al avaro con merecida severidad. "Mataste —se le dice— y te adueñaste de la heredad. Por eso en el lugar en el que los perros lamieron la sangre de Nabot lamerán también la tuya propia y las meretrices se lavarán en ella." ¡Cuán justa y cuán severa sentencia, que la muerte acerba que el rey causó la sufriera él mismo con todo su horror! Dios ve al pobre insepulto y establece que quede también sin sepultura el rico; Él quiere que pague, también muerto, sus iniquidades, porque no tuvo piedad ni siquiera de un muerto. El cadáver del rey, empapado en la sangre de sus heridas, muestra, con este género de muerte violenta, la crueldad de su vida. Cuando sufrió esta muerte el pobre fue inculpado el rico; cuando la recibió el rico fue vengada la muerte del pobre.

49. ¿Y qué significa que las meretrices se lavaran en su sangre, sino la perfidia propia de las prostitutas en que cayó el rey con su egoísmo salvaje, o la lujuria cruenta de él, que fue tan lujurioso hasta desear las hortalizas y tan sanguinario que por ellas mató a Nabot? Digna pena castiga al avaro y a la avaricia. En fin, también a Jezabel la devoraron los perros y las aves del cielo para dar a entender qué fin espera al rico en su sepultura. Huye, pues, rico, de las muertes de esta clase. Pero huirás de ellas si huyes de estos crímenes. No quieras ser otro Ajab, de modo que ambiciones la posesión del vecino. No cohabite contigo Jezabel, aquella avaricia feroz, pues te persuadirá para que mates, no refrenará tu codicia, sino la excitará; te hará más desgraciado aunque logres alcanzar lo que desea, te hará desnudo aunque seas rico.


Riqueza y pobreza

50. El que abunda en todo se cree el más pobre, porque estima que le falta todo lo que es poseído por otros. De todo el mundo carece aquél a quien para saciar su codicia no le basta el mundo entero; pero el fiel posee todas las riquezas de la tierra. Quien considerando su conciencia teme ser capturado, huye de todos los hombres. Por eso, según la historia, Ajab dijo a Elías, pero, según el sentido oculto, el rico al pobre: "Me hallaste, enemigo mío." ¡Qué conciencia más mísera que se duele de ser descubierta!

51. Y le dijo Elías: "Te hallé porque hiciste mal ante los ojos del Señor." Se trataba de un rey, Ajab, rey de Samaria, y de Elías, pobre, que carecía de pan y hubiese muerto de hambre, a no haber sido sustentado por los cuervos. Mas tan abyecta era la conciencia del rey pecador, que ni siquiera el fasto del poder real le podía dar dignidad. Por eso como persona vil e indigna dijo: "Me encontraste, enemigo mío." Descubriste en mí las cosas que creía ocultas, nada se te esconde de mi espíritu: me hallaste, te son patentes mis pecados, soy cautivo tuyo. El pecador es descubierto cuando su iniquidad es proclamada; pero el justo dice: "Me probaste con el fuego y no hallaste en mí iniquidad" (Sal XVI, 3). Adán fue descubierto cuando se escondía; pero nadie ha encontrado la sepultura de Moisés. Fue hallado Ajab, pero no Elías. Y la sabiduría de Dios dice: "Me buscarán los malos y no me encontrarán" (Prov 1, 28). Por eso, según el Evangelio, también buscaban a Jesús y no le encontraban (Joan VII, 21). Es la culpa, pues, la que descubre a su autor. Por lo cual Elías dijo a Ajab: "Hallé que hiciste mal en la presencia de Dios", porque el Señor entrega a los reos de culpa, pero a los inocentes no les abandona al poder de sus enemigos. En fin, Saúl buscaba a David y no podía encontrarle; pero David, que no le buscaba, encontró al rey Saúl, porque se lo entregó Dios a su arbitrio. La riqueza, pues, nos hace esclavos; la pobreza, libres.


Difusión de las riquezas, comunicación y justicia

52. Vosotros, ricos, sois esclavos, y vuestra esclavitud es miserable porque servís al error, a la concupiscencia y a la avaricia que nunca se sacia. La avaricia es como un abismo sin fondo que hunde cada vez más lo que agarra, y como un pozo que, cuando rebosa, se llena de cieno y cae la tierra alrededor, infectándose más y más. También os conviene sacar una enseñanza de este ejemplo. En efecto, si de un pozo no se extrae nada, fácilmente se corrompe el agua por la inactividad y la hondura; por lo contrario, el sacarla frecuentemente hace al agua límpida y potable. Así sucede con un conjunto de riquezas, montón de polvo si no se utiliza, se hace precioso por el uso y permanece inútil si se mantiene guardado. Extrae, pues, algo de este pozo. El agua apaga el fuego ardiente y la limosna borra los pecados; pero el agua estancada pronto cría gusanos. No permanezca inmóvil tu tesoro, a fin de que no te rodee continuamente el fuego. Y te rodeará si no empleas tu tesoro en obras de misericordia. Considera, rico!, en qué incendio estas metido. Tu voz es la de aquél que decía: "Padre Abrahán, di a Lázaro que moje el extremo de su dedo en agua y humedezca mi lengua" (Lc XVI, 24).

53. A ti mismo te aprovecha lo que dieres al necesitado; para ti mismo aumenta lo que disminuye tu hacienda. Te alimenta a ti el pan que dieres al pobre, porque quien se compadece del pobre se sustenta a sí mismo de los frutos de su humanidad. La misericordia se siembra en la tierra y germina en ci cielo. Se planta en el pobre y se multiplica delante de Dios. "No digas —te ordena el Señor— mañana daré" (Prov III, 28). Quien no sufre que tú digas "Mañana daré", ¿con-lo podrá soportar que contestes "No daré"? No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos; pero son muchos menos los que gozan de ella que los que gozan. Pagas, pues, un débito, no das gratuitamente lo que no debes. "Presta atención, sin enojarte, al pobre, y paga tu deuda, y respóndele con benignidad y mansedumbre" (Eccle IV, 8).


Igualdad del rico y el pobre. El oro prueba al hombre

54. ¿Por qué, pues, rico!, eres soberbio? ¿Por qué dices al pobre: "No me toques"? ¿Acaso no has sido concebido y has nacido como él? ¿Por qué te jactas de la nobleza de tu progenie? Soléis examinar también el origen de vuestros perros, como el de los ricos, e igualmente la nobleza de vuestros caballos, como la de los cónsules. Aquél fue engendrado por tal padre y nació de tal madre; aquél se gloria de tal abuelo; el otro se envanece de su bisabuelo. Pero todo esto de nada sirve al caballo que corre: no se da la palma de la victoria a la nobleza de origen, sino a la velocidad del caballo. ¡Más sujeta está al deshonor una vida en la cual se pone a prueba también la nobleza de origen! Ten cuidado, rico, no deshonres en ti los méritos de tus mayores, para que no se les pueda decir: "¿Por qué elegisteis a tal heredero?" No consiste el mérito del heredero en los artesonados dorados ni en las mesas de pórfido. Este mérito no es de los hombres, sino de las minas, en las cuales los hombres son castigados. Son los pobres quienes excavan el oro, a quienes después se les niega. Pasan fatigas para buscar y descubrir lo que después nunca podrán poseer.

55. Me admiro, ricos, de que creáis poder envaneceros tanto en el oro, pues es más materia de tropiezo que don recomendable. "Piedra de escándalo es el oro, ¡y ay de los que van tras él! Bienaventurado es el rico que es hallado sin mancha y no corre tras el oro ni espera en los tesoros" (Eccl XXI, 8). Pero como si no existiese sobre la tierra un tal hombre, quiere representárselo: "Quién es éste —dice— y le alabaremos": hizo algo digno de gran admiración, que debemos reconocer como desusado. Quien en las riquezas ha sido probado es verdaderamente perfecto y digno de gloria. "Porque pudo pecar y no pecó; hacer mal y no lo hizo" (ibid., 18). El oro, en el cual hay tanto peligro de pecado, no es, pues, para vosotros motivo de gracia, sino de castigo.

Inmunidad de los ricos. Uso recto de la riqueza

56. ¿Os enorgullece acaso la amplitud de vuestros palacios, la cual más bien os debiera afligir, porque aunque pudieran albergar a todo el pueblo os aíslan de los clamores de los pobres? Si bien de nada os serviría oírlos, ya que, una vez oídos, nada hacéis. Vuestros mismos palacios deberían ser motivo de vergüenza para vosotros, porque, edificando, queréis superar vuestras riquezas y, sin embargo, no las vencéis. Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres. El pobre desnudo gime ante tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un hombre desnudo quien te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con que recubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene; es un hombre que busca pan y tus caballos tascan el oro bajo sus dientes. Te gozas en los adornos preciosos, mientras otros no tienen qué comer. ¡Qué juicio más severo te estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras los graneros; el pueblo implora y tú exhibes tus joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a tantas vidas de la muerte y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían podido salvar las piedras de tu anillo.

57 Escucha qué modo de hablar conviene al rico: "Libré al pobre de la mano del poderoso y ayudé al huérfano que no tenía quien mirara por él. Caía sobre mí la bendición del miserable y la boca de la viuda me glorificaba. Vestíame de justicia; era ojo para los ciegos y pies para el cojo" (Job XXIX, 13-6). Y continúa un poco después: "No se quedaba fuera de mi casa el extranjero y abría mi puerta al viandante. Si pequé imprudente, no oculté mi culpa ni temí a la multitud de la plebe, de modo que no la reconociera ante los presentes. Si consentí que el enfermo saliera de las puertas de mi casa, vacío. Si tuve algún depósito de deudor y no lo devolví sin retraso, aun sin recuperación de la deuda" (Job XXXI, 32-4).
Mas, ¿por qué repetir que él confesó que lloraba con los que lloraban y se dolía cuando veía a un hombre necesitado y a sí mismo lleno de bienes? Entonces se sentía más desdichado, cuando veía que él poseía y los demás estaban en la indigencia. Si esto dijo aquel que nunca hizo llorar a las viudas, ni comió su pan solo, sin dar parte de él al huérfano, al cual desde su juventud cuidó, aumentó y educó con el afecto de un padre; que nunca menospreció al desnudo, que enterró al muerto, que calentó a los enfermos con los vellones de sus ovejas, que no oprimió al huérfano, que nunca se deleitó en las riquezas ni se congratuló en la caída de sus enemigos; si quien esto hizo se vio necesitado teniendo tan grandes riquezas y nada sacó de tan gran patrimonio, excepto el fruto de la misericordia, ¿qué puedes esperar tú, que no sabes usar tu patrimonio, que en tantas riquezas llevas una vida miserable, porque a nadie socorres ni ayudas?

58. Tú, que entierras el oro, eres, por tanto, guardia de tu hacienda, no señor de ella; eres administrador de él, no árbitro. Pero donde está tu tesoro allí está tu corazón. Por eso con el oro entierras tu corazón. Vende más bien el oro y compra la salvación; vende la piedra preciosa y compra el reino de los cielos; vende tu campo y asegúrate la vida eterna. Te propongo la verdad, atestiguada por las palabras del Señor: "Si quieres ser perfecto —dice—, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo (Mt XIX, 21). Procura no entristecerte al oír estas palabras para que no se te diga como a aquel joven rico: "Cuán difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen dinero" (Mc X, 32). Cuando leas estas palabras considera más bien que la muerte te puede arrebatar todo lo que posees y que puede quitártelo quien está sobre ti, porque aspiras a cosas pequeñas en lugar de grandes, a caducas en vez de eternas, a tesoros de dinero en lugar de tesoros de gracia. Aquéllos se corrompen, éstos son eternos.

59. Considera que no posees tú solo estos tesoros; los posee también la carcoma y el orín que consume al dinero. Estos son los compañeros que te proporciona la avaricia. Mira, por el contrario, a quienes te ofrecen la generosidad como deudores: "Muchos serán los labios de los justos que te bendigan como espléndido en pan, y los que darán testimonio de tu bondad" (Eccl XXXI, 28). La generosidad hace deudor tuyo a Dios Padre, quien por toda dádiva con que se socorre al pobre paga usura, como deudor de buen crédito. Hazte deudor al Hijo de Dios, que dice: "Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me cubristeis" (Mt XXVI, 35-6). Declara que se le entrega a Él mismo lo que se haga a uno de sus pequeños sobre la tierra.


Verdadera riqueza y posesión. Dominio divino

60. Tú, hombre, no sabes atesorar riquezas. Si quieres ser rico, sé pobre en este mundo para que seas rico en Dios. Es rico en Dios quien es rico en la fe; es rico en Dios quien es rico en misericordia; es rico en Dios quien es rico en simplicidad; es rico en Dios quien es rico en sabiduría y en ciencia. Hay quienes son ricos en la pobreza, y quienes son pobres en la riqueza. Son ricos los pobres cuya extrema pobreza abundó en la riqueza de su simplicidad; pero los ricos padecieron necesidad y tuvieron hambre. Pues no en vano está escrito: "Los pobres serán antepuestos a los ricos y los siervos darán prestado a sus propios señores" (Prov XVII, 2), porque los ricos y los señores siembran lo malo y superfluo, de lo cual no recogen frutos, sino espinas. Por eso los ricos serán súbditos de los pobres y los siervos prestarán a sus dueños en lo espiritual, como aquel rico que suplicaba al pobre Lázaro le diera una gota de agua. Puedes hacer tú también, ¡oh rico!, que se cumpla el sentido de esta sentencia: da con largueza al pobre y prestarás a Dios, pues quien es liberal con el pobre da prestado a Dios.

63. Declara expresamente el Profeta quiénes son todos éstos al decir: "Todos los varones de riquezas" (Sal LXXV, 6); todos, dice, no exceptúa a ninguno. Y acertadamente les da el nombre de varones de riquezas, no riquezas de varones para dar a entender que no son poseedores de sus riquezas, sino al revés, poseídos por ellas. La posesión debe ser del poseedor, no el poseedor de la posesión. Pues todo el que no usa de su patrimonio como poseedor, que no sabe dar con largueza y repartir a los pobres, es siervo de su hacienda, no señor de ella, porque guarda las riquezas ajenas como criado y no usa de ellas como señor.
Por tanto, en este sentido decimos que el hombre es de las riquezas, no las riquezas del hombre. El entendimiento es bueno para los que usan de él; pero quien no entiende no puede reclamar la gracia del entendimiento y por eso le adormece el sueño de la ebriedad. De este modo, los varones duermen su sueño; es decir, el suyo, no el de Cristo. Y porque no duermen el sueño de Cristo no poseen su paz, ni resucitarán con El, que dijo: "Yo dormí, reposé y resucité porque el Señor me acogió" (Sal III, 6).

67. Dirigiéndose a vosotros, el Profeta os dice: "Orad y convertíos al Señor, nuestro Dios" (Sal LXXV, 12); es decir, no queráis desentenderos, el tiempo apremia, orad por vuestros pecados, devolved por los beneficios recibidos los bienes que tenéis. De El recibisteis lo que ofrecéis: de El mismo es lo que le pagáis. "Dones míos —dice— (1Cr XXIX, 14) y dádivas mías son todo esto que me ofrecéis; yo os lo di y doné." En fin, el Profeta dice: "No necesitáis de mis bienes" (Sal XV, 2); por tanto, te ofrezco lo tuyo, porque no tengo nada que no me hayas dado. La fe es la que ofrece los dones; la humildad, la que los hace agradables. Abel ofreció a Dios con fe muchas hostias, y las ofrendas de Abel agradaron a Dios más que los dones de Caín, porque su fe era superior. ¿Por qué razón, en efecto, agrada a Dios la ofrenda del pobre más que la del rico? Porque el pobre es más rico en fe y sobriedad, y aun cuando sea pobre, de él es de quien se dice: "Te ofrecen presentes reales" (Sal LXVII, 30).
El Señor Jesús no se compadece en los que le hacen ofrendas vestidos de púrpura, sino en los que dominan sus propios movimientos, a la sensualidad del cuerpo con la fuerza del espíritu. Por tanto, orad, ricos. No poseéis en vuestras obras lo que agrada a Dios. Orad por vuestros pecados y crímenes y restituid los dones a Dios nuestro Señor. Restituidle en el pobre, pagadle en el necesitado, prestadle en el indigente, pues no podéis aplacarle por vuestros delitos de otra forma. A quien teméis como vengador, hacedle deudor. "Yo no recibiré becerros de tu casa, ni machos cabríos de tus rebaños, porque son mías todas las bestias de los bosques" (Sal XLIX, 9-10). Lo que me ofrecieres, mío es, porque todo el universo es mío. No os exijo lo que es mío, sino lo que me podéis ofrecer vuestro, el afecto de devoción y de fe. No me deleito en el deseo de sacrificios: únicamente, ¡oh hombre!, "ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo" (ibid., 14)12.