PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA

 

LA JERARQUÍA CELESTE

 

CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II: En que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente,
                       aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes.
CAPÍTULO III: Qué se entiende por jerarquía y cuál sea su provecho
CAPÍTULO IV: Lo que significa el nombre "ángel"
CAPÍTULO V: ¿Por qué llaman indistintamente "ángeles" a todos los del Cielo?
CAPÍTULO VI: Cuáles sean la primera clase, media e inferior del orden celeste
CAPÍTULO VII: De los serafines, querubines y tronos. Y de la primera jerarquía que ellos constituyen
CAPÍTULO VIII: De las dominaciones, virtudes y potestades. Y de su jerarquía media.
CAPÍTULO IX: De los principados, arcángeles y ángeles. Y de su última jerarquía
CAPÍTULO X: Recapitulación y conclusión de la coordinación de los ángeles
CAPÍTULO XI: Por qué llama ángeles a los humanos jerarcas (obispos)
CAPÍTULO XIII: ¿Por qué se dice que el profeta Isaías fue purificado por un serafín?
CAPÍTULO XIV: Lo que significa el tradicional número de ángeles



CAPÍTULO I:

El presbítero Dionisio a su copresbítero Timoteo. Aun cuando la iluminación procede por amor de múltiples maneras hacia los objetos que están bajo su providencia, no obstante permanece en su misma simplicidad y unifica a cuanto ilumina.

"Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces". Más aún, la Luz procede del Padre, se difunde copiosamente sobre nosotros y con su poder unificante nos atrae y lleva a lo alto. Nos hace retornar a la unidad y deificante simplicidad del Padre, congregados en El. "Porque de El y para El son todas las cosas", como dice la Escritura.

Invoquemos, pues, a Jesús, la Luz del Padre, "la luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre", "por quien hemos obtenido acceso"' al Padre, la luz que es fuente de toda luz. Fijemos la mirada lo mejor que podamos en las luces que los Padres nos transmiten por las Sagradas Escrituras. En cuanto nos sea posible estudiemos las jerarquías de los espíritus celestes conforme la Sagrada Escritura nos lo ha revelado de modo simbólico y anagógico. Centremos fijamente la mirada inmaterial del entendimiento en la Luz desbordante más que fundamental, que se origina en el Padre, fuente de la Divinidad. Por medio de figuras simbólicas, nos ilustra sobre las bienaventuradas jerarquías de los ángeles. Pero elevémonos sobre esta profusión luminosa hasta el puro Rayo de Luz en sí mismo.

Por supuesto, este Rayo de Luz no pierde nada de su propia naturaleza ni de su íntima unidad. Aun cuando actúa y se multiplica exteriormente, como es propio de su bondad, para ennoblecer y unificar los seres que están bajo su providencia, sin embargo permanece interiormente estable en sí mismo, absolutamente firme en identidad inmóvil. Da a todos, en la medida de sus fuerzas, poder para elevarse y unirse a El según su propia simplicidad.

Pero este Rayo divino no podrá iluminarnos si no está espiritualmente velado en la variedad de sagradas figuras, acomodadas a nuestro modo natural y propio, según la paternal providencia de Dios.

3. Por lo cual, nuestra sagrada jerarquía quedó establecida por disposición divina a imitación de las jerarquías celestes, que no son de este mundo. Mas las jerarquías inmateriales se han revestido de múltiples figuras y formas materiales a fin de que, conforme a nuestra manera de ser, nos elevemos analógicamente desde estos signos sagrados a la comprensión de las realidades espirituales, simples, inefables. Nosotros, los hombres, no podríamos en modo alguno elevarnos por vía puramente espiritual a imitar y contemplar las jerarquías celestes sin ayuda de medios materiales que nos guíen como requiere nuestra naturaleza. Cualquier persona reflexionando se da cuenta de que la hermosura aparente es signo de misterios sublimes. El buen olor que sentimos manifiesta la iluminación intelectual. Las luces materiales son imagen de la copiosa efusión de luz inmaterial. Las diferentes disciplinas sagradas corresponden a la inmensa capacidad contemplativa de la mente. Los órdenes y grados de aquí abajo simbolizan las armoniosas relaciones del Reino de Dios. La recepción de la Sagrada Eucaristía es signo de la participación en Jesús, y lo mismo sucede con los seres del Cielo, que de modo trascendente reciben los dones, dados a nosotros simbólicamente.

La fuente de perfección espiritual nos ha provisto de imágenes sensibles que corresponden a las realidades inmateriales del Cielo, pues cuida de nosotros y quiere hacernos a semejanza suya. Nos dio a conocer las jerarquías celestes: instituyó el colegio ministerial de nuestra propia jerarquía a imitación de la celeste, en cuanto humanamente es posible, en su divino sacerdocio. Nos reveló todo esto por medio de santas alegorías contenidas en las Sagradas Escrituras, para elevarnos espiritualmente desde lo sensible y conceptual a través de los símbolos sagrados hasta la cima simplicísima de aquellas jerarquías celestes en que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente, aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes .


CAPÍTULO II: En que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente, aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes.

1. Ante todo, creo que debo exponer cuál es el principal objeto de toda jerarquía y en qué sentido sea provechosa a sus miembros. Luego ensalzaré las jerarquías celestes, según lo que nos ha revelado la Sagrada Escritura. Por último, hay que describir bajo qué formas sagradas la Escritura representa los órdenes celestes, pues a través de esas figuras debemos elevarnos a perfecta simplicidad.

No podemos imaginar, como hace el vulgo, aquellas inteligencias celestes con muchos pies y rostros, de forma parecida a bueyes o como leones salvajes. No tienen corvos picos de águilas ni alas o plumas de pájaros. No los imaginemos como ruedas flamígeras por el cielo, tronos materiales, cómodos, donde se sienta la Divinidad, caballos variopintos, capitanes blandiendo espadas o cualquier otra forma en que las Santas Escrituras nos lo han representado en variedad de símbolos. La teología se vale de imágenes poéticas al estudiar estas inteligencias que carecen de figuras. Pero, como queda dicho, lo hace en atención nuestra propia manera de entender; se sirve de pasajes bíblicos puestos a nuestro alcance en forma anagógica para elevarnos más fácilmente a lo espiritual.

2. Estas figuras hacen referencia a seres tan espirituales que no podemos conocerlos ni contemplarlos. Figuras y nombres de que se valen las Escrituras son inadecuados para representar tan santas inteligencias. Efectivamente, podría objetarse que si los teólogos hubieran querido dar forma corporal a lo que es absolutamente incorpóreo, deberían haber comenzado con los seres tenidos por más nobles, inmateriales y trascendentes, en vez de acudir a múltiples formas terrenas, ínfimas, para aplicarlas a realidades divinas, que son totalmente simples y celestes. Quizás lo haga con intención de elevarnos y no de rebajar lo celeste con imágenes inadecuadas. En realidad, es una ofensa indigna a los poderes divinos e induce a error nuestra inteligencia confundiéndola con esas composiciones profanas. Uno se imaginaría fácilmente que sobre los cielos hay multitud de leones y caballos, que las alabanzas son mugidos, que vuelan bandadas de pájaros o que los cielos están llenos de otra clase de animales, materias viles y semejantes desatinos que describen, hasta el absurdo, la corrupción y pasiones.

Hay en ellas providencial cuidado de no ofender a los poderes divinos cuando representan con figuras las inteligencias celestes. Con la misma solicitud evitan que nos aficionemos desordenadamente a símbolos que contengan algo de bajeza y vulgaridad. Por lo demás, dos son las razones para representar con imágenes lo que no tiene figura, y dar cuerpo a lo incorpóreo. Ante todo, porque somos incapaces de elevarnos directamente a la contemplación mental. Necesitamos algo que nos sea connatural, metáforas sugerentes de las maravillas que escapan a nuestro conocimiento. En segundo lugar, es muy conveniente que para el vulgo permanezcan veladas con enigmas sagrados las verdades que contienen acerca de las inteligencias celestes. No todos son santos y la Sagrada Escritura advierte que no conviene a todos conocer estas cosas.

Con respecto a la inconveniencia de las imágenes bíblicas o al uso de comparaciones tan bajas para significar jerarquías tan dignas y santas, es objeción a la que se responde diciendo que la revelación divina se presenta de dos maneras.

3. Una procede naturalmente por medio de imágenes semejantes a lo que significan. La otra emplea figuras desemejantes hasta la total desigualdad y el absurdo. Sucede a veces que las Escrituras en sus enseñanzas misteriosas representan la adorable santidad de Dios "Verbo", "Inteligencia" y "Esencia". Hacen ver que la racionalidad y sabiduría son atributos convenientes a Dios, a quien debemos considerar real subsistencia y causa verdadera de la subsistencia de todos los seres. Más aún, le representan como Luz y le llaman Vida.

Estas formas sagradas ciertamente muestran más reverencia y parecen superiores a las representaciones materiales. No son, sin embargo, menos deficientes que las otras con respecto a la Deidad, que está más allá de cualquier manifestación del ser y de la vida. No puede expresarla ninguna luz y toda razón o inteligencia no llega ni a tener parecido.

Ocurre, por eso, que las mismas Escrituras ensalzan la Deidad con expresiones totalmente desemejantes. La llaman invisible, infinita, incomprensible y otras cosas que dan a entender no lo que es, sino lo que no es. Esta segunda manera, a mi entender, es mucho más propia hablando de Dios, pues, como la secreta y sagrada tradición nos enseña, nada de cuanto ha existido se parece a Dios y desconocemos su supraesencia invisible, inefable, incomprensible".

Puesto que la negación parece ser más propia para hablar de Dios, y la afirmación positiva resulta siempre inadecuada al misterio inexpresable, conviene mejor referirse a lo invisible por medio de figuras desemejantes. Por lo cual, las Sagradas Escrituras, lejos de menospreciar las jerarquías celestes, las ensalzan con figuras totalmente desemejantes. De ese modo realmente nos damos cuenta de que aquellas jerarquías, tan distantes de nosotros, trascienden toda materialidad.

Por lo demás, no creo que ninguna persona sensata deje de reconocer que las desemejanzas sirven mejor que las semejanzas para elevar nuestra mente al reino del espíritu. Figuras muy nobles podrían inducir a algunos al error de pensar que los seres celestes son hombres de oro, luminosos, radiantes de hermosura, suntuosamente vestidos, inofensivamente llameantes, o bajo otras formas por el estilo con que la teología ha representado las inteligencias celestes.

Para evitar esos malentendidos entre gentes incapaces de elevarse por encima de la hermosura que perciben los sentidos, piadosos teólogos, sabia y espiritualmente, han condescendido con el uso de símbolos desemejantes Obrando así, ellos han frenado nuestra natural tendencia a lo material y el deseo de satisfacernos perezosamente con imágenes de baja calidad. A la vez, han favorecido la elevación de la parte superior del alma, que siempre anhela las cosas de arriba. En efecto, la tosquedad de esos símbolos sirve de estímulo para que incluso los aficionados a las cosas terrenas no puedan juzgar verosímil ni posible la semejanza de estas cosas triviales con las celestes. Por lo demás, en todas las cosas hay algo de belleza, como dice rectamente la Escritura: "Todo es muy bueno"

4. Todas las cosas pueden favorecer la contemplación. Como antes decía, las desemejanzas con el mundo pueden aplicarse a esos seres que son a la vez inteligibles e inteligentes. Pero téngase siempre en cuenta la diferencia enorme que hay entre lo que cae bajo el dominio de los sentidos y lo propio del entendimiento. Así, en las criaturas irracionales la cólera nace de un impulso apasionado de movimiento irascible, mas hay que entenderlo de diferente modo cuando se trata de quienes disfrutan de razón. En este caso, la cólera es, yo creo, la firme actuación de la razón y capacidad de perseverar con tenacidad en principios santos e inmutables.

De modo parecido la concupiscencia. En los irracionales es una búsqueda ilimitada de bienes materiales a impulsos del instinto o costumbre de aficionarse a lo perecedero, apetito irracional dominante que induce a los vivientes a poseer cualquier cosa placentera a los sentidos. Pero cuando lo aplicamos al ser inteligente hay que entenderlo de diferente manera. Decimos que sienten deseos, pero significa el anhelo divino de la Realidad inmaterial, que está más allá de toda razón y de toda inteligencia. Es firme y constante deseo de contemplar pura e impasiblemente la Supraesencia. Hambre espiritual insaciable y verdadera comunión con la luz inmaculada y sublime, de espléndida e inefable hermosura. Intemperancia que será el ardor perfecto, inquebrantable, manifiesto en el anhelo constante de la divina hermosura, la total entrega al verdadero objeto de todo deseo.

Decimos que son irracionales los animales y objetos, porque les falta razón; a los objetos, además, sensación. Pero cuando lo decimos de los seres inmateriales, intelectuales, se entiende bajo el aspecto de santidad. Son criaturas que trascienden con mucho nuestra razón corporal discursiva, como la inteligencia sobrepasa las sensaciones materiales. Por tanto, podemos servirnos rectamente de figuras, tomadas incluso de la materia vil, con referencia a los seres celestes. Después de todo, las cosas terrenas subsisten gracias a la Hermosura absoluta, que contienen dentro de su condición material. Por la materia podemos elevarnos hasta los arquetipos inmateriales. Pero hay que tener especial cuidado para usar debidamente las semejanzas y desemejanzas. No puede establecerse una relación de identidad, sino que, teniendo en cuenta la distancia entre los sentidos y el entendimiento, se acomodarán según corresponda a cada cual.

5. Hallaremos que los teólogos místicos se sirven de esto para hablar de las jerarquías celestes y también para explicar los misterios de la Deidad. A veces la celebran con imágenes muy llamativas; por ejemplo, cuando dicen Sol de Justician, Estrella de la mañana que se levanta hasta la inteligencia, Luz de fulgor intelectual. En otros casos se valen de expresiones más terrenas. Comparan a Dios con fuego que arde sin quemar, agua que comunica plenitud de vida, que metafóricamente llega a las entrañas y forma ríos inagotables. Usan también semejanzas de cosas ordinarias, como "ungüento suave", "piedra angular". Llegan hasta comparaciones de animales. Atribuyen a Dios propiedades del león, la pantera, el leopardo y el oso devorador. Añádase lo que parece más abyecto e impropio de todo, la forma de gusano con que han representado a Dios admirables intérpretes de los misterios divinos.

Así los que saben de Dios, intérpretes bajo la inspiración misteriosa, no mezclan con las cosas perfectas y profanas al "Santo de los santos". Utilizan aquella desemejante figura a fin de que las realidades divinas no se confundan con las inmundas ni los fervientes admiradores de los símbolos divinos se adhieran a tales figuras como si tuvieran existencia real. Así, con verdaderas negaciones y con desemejanzas, últimos reflejos divinos, honran a Dios como es debido.

Nada, pues, tiene de indigno representar los seres celestes, como queda dicho, por medio de semejanzas o desemejanzas inadecuadas al objeto.

En mi ordinaria investigación, esta dificultad no me habría estimulado hasta llegar a una explicación precisa de las virtudes sagradas si yo no hubiese tenido problema con imágenes de la Escritura, disformes con respecto a los ángeles. No podía mi mente satisfacerse con esa imaginería inadecuada. Tal inquietud me indujo a ir más allá de la representación material, a pasar santamente las apariencias y a través de ellas elevarme a realidades que no son de este mundo.

Pero baste ya lo dicho sobre las imágenes materiales e impropias con que las Escrituras Sagradas se refieren a los ángeles. Debo precisar ahora lo que entiendo por jerarquía y qué ventajas ofrece a quienes participan de ella. Que mi guía en esta exposición, sea Cristo, mi Cristo, si es lícito hablar así, el inspirador de cuanto podemos conocer sobre la Jerarquía, y tú, hijo mío, debes seguir las recomendaciones de nuestra tradición jerárquica. Escucha devotamente estos razonamientos sagrados e inspirados y te servirá de iluminación esta doctrina. Guarda las santas verdades en lo recóndito de tu alma. Preserva su unidad frente a la multiplicidad de lo profano, pues, como dice la Escritura, no es lícito echar a los cerdos la pura, brillante y espléndida armonía de perlas espirituales.


CAPÍTULO III: Qué se entiende por jerarquía y cuál sea su provecho

1. A mi juicio, jerarquía es un orden sagrado, un saber y actuar lo más próximo posible de la Deidad. Se elevan a imitar a Dios en proporción de las luces que de El reciben, la Hermosura de Dios tan simple, tan buena, el origen de toda perfección no admite en sí la menor desemejanza. Dispensa a todos, según el mérito de cada cual, su luz y los perfecciona revistiéndolos misteriosa y establemente de su propia forma.

2. La jerarquía, pues, tiene por fin lograr en las criaturas, en cuanto sea posible, la semejanza y unión con Dios. Una jerarquía tiene a Dios como maestro de todo saber y acción. No deja de contemplar su divinísima hermosura. Lleva en sí la marca de Dios. Hace que sus miembros sean imágenes de El bajo todos los aspectos, espejos transparentes y sin mancillas, que reflejan el brillo de la luz primera y de Dios mismo. Luego que sus miembros han recibido la plenitud de su divino esplendor, transmiten generosamente la luz, conforme al plan de Dios, a aquellos que les siguen en la escala.

Seria grave error para los santos guías, y asimismo para los que de ellos aprenden, hacer algo contra las disposiciones sagradas de aquel que, después de todo, es la fuente de perfección. Sería un error la desobediencia, en especial si es que anhelan el divino resplandor de Dios, y han fijado para siempre la mirada en aquel fulgor. Es lo que conviene a su carácter sagrado. Y más si están configurados, en la medida de sus fuerzas, con aquella Luz.

Así es que el nombre de jerarquía designa una disposición sagrada, imagen de la hermosura de Dios, que representa los misterios de la propia iluminación, gracias al orden sagrado de su rango y de sus saberes. Se asemeja a la propia fuente y, en cuanto es posible, se configura con su propio origen. Porque la perfección de cada uno de cuantos están en este sagrado orden consiste principalmente en que, según la propia capacidad, tiende a la imitación de Dios. Más admirable aún: llega a ser, como dice la Escritura, "cooperador de Dios" y reflejo de la actividad divina en cuanto es posible.

Por eso, cuando el orden sagrado dispone que unos sean purificados y otros purifiquen; unos sean iluminados y otros iluminen; unos sean perfeccionados y otros perfeccionen, cada cual imitará a Dios de hecho según el modo que convenga a su función propia. Lo que nosotros llamamos bienaventuranza de Dios está libre de toda desemejanza. Es plena luz, sempiterna, perfecta, sin que le falte nada. Ella es la que purifica, ilumina y perfecciona. O mejor, es la santa purificación, iluminación, perfección. Está por encima de toda purificación, sobre toda iluminación; es la verdadera fuente de perfección, más que perfecta. Causa de toda jerarquía, sobrepasa con mucho todo lo sagrado.

3. A mi parecer, los ya purificados están perfectamente limpios de toda mancha y libres de la menor desemejanza. Creo que cuantos reciben la iluminación sagrada están llenos de luz divina y levantan los santos ojos de la mente hasta alcanzar plena capacidad de contemplación. Finalmente, pienso que los perfectos, lejos ya de toda imperfección, deben unirse a quienes contemplan los santos misterios con ciencia perfeccionante. Justo es que quienes purifican hagan a otros participar de su abundante pureza. Justo asimismo que quienes iluminan mentes más transparentes que las otras, gozosamente llenos de sagrado fulgor y capaces tanto de recibir como de transmitir la luz, la desborden doquier y difundan entre los que sean dignos de ella.

Por último, que quienes tienen el oficio de crear perfección, muy entendidos en la doctrina perfeccionante, deben hacer que los perfectos lleguen a ser como ellos, instruyéndolos en la doctrina sagrada de lo que ya contemplan devotamente.

Resulta, pues, que cada orden de la jerarquía sagrada, según a cada cual corresponde, se eleva hasta la cooperación con Dios. Con la gracia y poder que Dios da hace cosas que natural y sobrenaturalmente son propias de la Deidad. Algo que El lleva a cabo supraesencialmente y luego lo revela por la jerarquía a las inteligencias que aman a Dios", para que éstas las imiten dentro de lo posible.


CAPÍTULO IV: Lo que significa el nombre "ángel"

1. Creo que he explicado ya lo que entiendo por jerarquía y debo, según eso, entonar un himno de alabanza a las jerarquías angélicas. Con ojos que miren más allá del mundo he de contemplar las figuras sagradas que les atribuyen las Escrituras para que, a través de esas místicas representaciones, podamos elevarnos hasta la simplicidad de Dios. Entonces, con la debida adoración y acción de gracias, glorificaremos a la Deidad, fuente de cuanto podamos conocer de las jerarquías.

Ante todo, debemos afirmar esta verdad: la Deidad supraesencial ha establecido la esencia de todas las cosas y les ha dado la existencia. Es propio de la Causa universal Bondad suprema, llamar a comunión consigo todas las cosas en cuanto a éstas les es posible. Por eso, todo ser participa en cierto modo de la Providencia que viene de la Deidad supraesencial, causa de todo. En realidad nada puede existir sin que dependa en modo alguno de aquel que es fuente de todo ser. De El participan las cosas inanimadas por el mero hecho de existir, pues todo ser debe la propia existencia a la Deidad trascendente. Los vivientes, a su vez, participan del poder que da la vida sobrepasa toda vida. Los seres dotados de razón e inteligencia participan de la Sabiduría, perfección absoluta, primordial, que sobrepasa toda razón e inteligencia. Queda claro, pues, que estos últimos seres están más próximos a Dios porque de muchas maneras comparten con El.

2. Comparados con las cosas que se limitan a existir, con los seres de vida irracional, e incluso con nuestra naturaleza racional, los santos órdenes de seres celestes son evidentemente superiores por cuanto han recibido de la divina largueza. En el modo de conocer se parecen a Dios. Con El conforman sus inteligencias. Por eso, entran naturalmente en mayor comunión con la Deidad: porque están siempre en marcha a las alturas; porque, en cuanto es posible, tienden a concentrarse en el indeficiente amor de Dios; porque de modo inmaterial y en toda pureza reciben la luz directamente de su origen; porque su vida, guiada por tal luz, es plenamente inteligente.

Estas inteligencias son las que más íntima y ricamente participan de Dios, y a su vez son las primeras y más abundantes en transmitir a los demás los misterios escondidos de la Deidad. Por lo cual, a ellos les corresponde por excelencia antes que a nadie el título de ángel o mensajero. Son los primeros en recibir la iluminación de Dios y por medio de ellos se nos transmiten las revelaciones que exceden sobremanera nuestros alcances; como dice la Escritura, "la Ley que nos fue dada por ángeles". En tiempos anteriores y después de la Ley fueron ángeles los que guiaron hasta Dios a nuestros ilustres antepasados. Lo hacían manifestándoles lo que debían hacer o apartándolos del error y vida de pecado para traerlos al camino recto de la verdad. También les revelaban las sagradas jerarquías visiones de misterios escondidos a este mundo, o divinas profecías.

3. Quizás alguien diga que Dios ha aparecido sin intermediarios a algunos santos. Debe saber que las Santas Escrituras afirman claramente que "a Dios nadie le vio jamás" y nunca verá nadie lo más recóndito de la Deidad. Cierto que Dios se ha aparecido a personas santas. Así era conveniente a la Deidad acomodarse a la manera de ser de los videntes. La sagrada teología llama con razón teofanía a las visiones en que Dios, que no tiene figura, se manifiesta en semejanza y forma determinada. Dispone a los videntes para un plano divino. Reciben iluminación de Dios y de algún modo quedan instruidos sobre los misterios divinos. Fue el poder de Dios quien dispuso a nuestros antepasados para verle de esta manera.

¿No afirma la Escritura que Moisés recibió directamente de Dios las sagradas ordenanzas de la Ley? Así podía enseñarnos con verdad que aquella legislación era copia exacta de lo divino y sacrosanto. Pero la teología nos muestra claramente que estas divinas ordenanzas nos fueron dadas por medio de los ángeles a fin de que aprendamos el mismo orden establecido por Dios: que mediante las jerarquías superiores los seres inferiores se elevan a la Deidad. Ahora bien: en la Ley dada por el que es principio supraesencial de todo orden hay disposiciones que afectan no sólo a los grados superiores y a los inferiores de aquellas inteligencias. Establece, además, que dentro de cada jerarquía los órdenes y potencias se distribuyen en tres grados: primero, medio y último, y que los más próximos a la Deidad deben instruir a los menos cercanos guiándolos hasta la presencia de Dios, su iluminación y comunión.

4. Observo también que el divino misterio del amor de Jesús a los hombres fue primeramente manifiesto a los ángeles y por medio de ellos llegó a nosotros la gracia de su conocimiento. Fue el santísimo Gabriel quien declaró al sacerdote Zacarías el misterio de que, contra toda esperanza y por gracia de Dios, tendría un hijo que sería el profeta de la obra divino-humana de Jesús, quien iba a manifestarse para bien y salvación del mundo. Gabriel comunicó a María cómo se cumpliría en ella el misterio divino de la inefable deiformación. Otro ángel explicó a José que verdaderamente se habían cumplido las promesas hechas a su antepasado David. Otro asimismo llevó la buena nueva a los pastores que por su vida tranquila, y separada de las gentes estaban ya de algún modo purificados. Se juntó al ángel "una multitud del ejército celestial" para transmitir a todos los habitantes del orbe el célebre himno de alabanza.

Levantemos ahora la mirada a las más altas revelaciones de las Escrituras. Observo, efectivamente, que Jesús, Causa supraesencial de todos los seres que viven más allá del universo, vino a tomar forma humana sin cambiar su propia naturaleza. Después nunca abandonó la forma humana que El había dispuesto y escogido. Obediente la sometió a los deseos de Dios Padre, que los ángeles hicieron manifiestos. Ángeles fueron los que instruyeron a José sobre los planes del Padre para la huida a Egipto y el retorno a Judea. Jesús mismo recibió órdenes del Padre por medio de los ángeles. No tengo necesidad de recordaros la sagrada tradición del ángel que confortó a Jesús o del hecho que Jesús mismo, por la sobreabundante bondad con que llevó a cabo nuestra salvación, es contado entre los ángeles de la revelación con el nombre de "Ángel del consejo". ¿No fue El en verdad un ángel por habernos anunciado lo que conoció del Padre?


CAPÍTULO V: ¿Por qué llaman indistintamente "ángeles" a todos los del Cielo?

Esta es, en cuanto yo alcanzo a conocer, la razón del nombre "ángel" en las Escrituras. Pero ahora creo que debo preguntarme por qué los teólogos llaman indistintamente ángeles a todos los del Cielo, a la vez que, al tratar de las jerarquías celestes, reservan el nombre de "ángeles" para el último orden jerárquico, el que está subordinado a los grados de los arcángeles, principados, autoridades y poderes que las Escrituras reconocen superiores.

En todas las jerarquías sagradas el grado superior de cada orden posee las iluminaciones y poderes de los que le están subordinados, pero éstos no tienen las propias de los superiores. Los teólogos dan el nombre de "ángel" también a los órdenes más altos y santos de entre los seres celestes por el hecho de que manifiestan las iluminaciones procedentes de la Deidad. Pero hablando concretamente del último orden de los seres celestes no hay razón para llamar ángeles a los miembros de los principados, tronos o serafines, porque los ángeles no participan de los supremos poderes de éstos. Sin embargo, así como este orden superior eleva a nuestros inspirados jerarcas hasta donde ellos conocen de la luz de Dios, los órdenes del grado superior elevan a sus subordinados los ángeles hacia la Deidad.

Si la Escritura emplea el mismo nombre para todos los ángeles es porque los poderes celestes tienen en común una capacidad, inferior o superior, para identificarse con Dios y entrar, más o menos, en comunión con la luz que viene de El.

Mas, para aclarar todo esto, contemplemos con mirada pura las santas propiedades de cada orden celeste tal como la Escritura lo ha revelado.


CAPÍTULO VI: Cuáles sean la primera clase, media e inferior del orden celeste

1. ¿Cuántos son y cómo se clasifican los órdenes celestes? ¿Cómo cada una de las jerarquías logra la perfección? Sólo el que es Fuente de toda perfección podría responder con exactitud a estas preguntas, pero, al menos, ellos conocen las iluminaciones y poderes propios de cada orden y su puesto en este orden sagrado y trascendente. Por lo que a nosotros toca, no es posible conocer el misterio de las mentes celestes ni entender cómo alcanzan la más alta perfección. Podemos tan sólo conocer lo que la Deidad nos ha manifestado misteriosamente por medio de ellos, ya que conocen bien sus propiedades. Nada, por tanto, tengo que decir por mí mismo de todo esto y me contento meramente con explicar como mejor pueda lo que aprendí de los santos teólogos sobre los ángeles tal como ellos nos lo transmiten.

2. La Escritura ha cifrado en nueve los nombres de todos los seres celestes, y mi glorioso maestro los ha clasificado en tres jerarquías de tres órdenes cada una. Según él, el primer grupo está siempre en torno a Dios, constantemente unido a El, antes que todos los otros y sin intermediarios. Comprende los santos tronos y los órdenes dotados de muchas alas y muchos ojos que en hebreo llaman querubines y serafines. Conforme a la tradición de las Santas Escrituras están colocados inmediatamente junto a Dios y a su alrededor, más cerca que ninguno de los otros. Este triple grupo, dice mi célebre maestro, forma una sola jerarquía que es verdaderamente la primera. Sus miembros disfrutan de igual estado. Son los más divinizados y los que reciben primero y más directamente las iluminaciones de la Deidad.

El segundo grupo, dice, lo componen potestades, dominaciones y virtudes. El tercero, al final de las jerarquías celestes, es el orden de los ángeles, arcángeles y principados.


CAPÍTULO VII: De los serafines, querubines y tronos. Y de la primera jerarquía que ellos constituyen


1. Conformes con este orden de las sagradas jerarquías convinimos en que los nombres dados a las inteligencias celestes significan los modos distintos de recibir la impronta de Dios. Los que saben hebreo reconocen que el santo nombre "serafín" equivale a decir inflamado o incandescente, es decir, enfervorizantes.

El nombre querubín significa plenitud de conocimiento o rebosante de sabiduría. Con razón, pues, los seres más elevados constituyen la primera jerarquía, la de más alto rango, los más eficientes por estar más cerca de Dios. Situados inmediatamente en torno a El, reciben las más primorosas manifestaciones y perfecciones de Dios. Por eso se llaman "enfervorizantes" y tronos. Asimismo se les dice rebosantes de sabiduría. Nombres que indican su constante configurarse con Dios.

El nombre serafín significa incesante movimiento en torno a las realidades divinas, calor permanente, ardor desbordante, en movimiento continuo, firme y estable, capacidad de grabar su impronta en los subordinados prendiendo y levantando en ellos llama y amor parecidos; poder de purificar por medio de llama y rayo luminoso; aptitud para mantener evidente y sin merma la propia luz y su iluminación, poder de ahuyentar las tinieblas y cualquier sombra oscureciente.

El nombre querubín, poder para conocer y ver a Dios; recibir los mejores dones de su luz; contemplar la divina Hermosura en su puro hontanar; acoger en sí la plenitud de dones portadores de sabiduría y compartirlos generosamente con los inferiores, conforme al plan bienhechor de la sabiduría desbordante.

El nombre de los sublimes y más excelsos tronos indica que están muy por encima de toda deficiencia terrena, como se manifiesta por su ascender hasta las cumbres; que están siempre alejados de cualquier bajeza; que han entrado por completo a vivir para siempre en la presencia de aquel que es el Altísimo realmente; que libres de toda pasión y cuidados materiales y están siempre listos pare recibir la visita de la Deidad; que son portadores de Dios y están prontos como los sirvientes para acogerle a El y sus dones.

2. Esta es la explicación en cuanto humanamente podemos entender por qué son y se llaman así. Ahora me queda por decir lo que entiendo por su jerarquía. Creo haber dicho ya suficientemente que toda jerarquía tiene como fin imitar siempre a Dios hasta configurarse con El, y cumplen el oficio de recibir y transferir la purificación inmaculada; la luz divina y el saber que lleva a perfección. Aquí debo exponer en términos, ojalá dignos de estas inteligencias superiores, lo que de sus jerarquías revelan las Sagradas Escrituras.

Los primeros seres tienen su puesto junto a la Deidad, a quien deben lo que son. Están y estuvieron en el vestíbulo de Ella. Aventajan todo poder, visible o invisible, que esté sujeto a cambio. Constituyen una sola jerarquía completamente igual.

Hemos de pensar que son totalmente puros no porque estén libres de cualquier mancha o fealdad profana, ni porque imágenes terrenas los empañen. Son puros porque trascienden completamente toda debilidad y grados inferiores de los santos. Su pureza suprema los coloca por encima de otros poderes deiformes; los hace adherirse inquebrantablemente a su propio orden moviéndose eternamente en constante amor de Dios. No conocen haberse rebajado a cosas inferiores, pues tienen como propiedad el ser semejantes a Dios, cimientos eternamente indeficientes, inamovibles y totalmente incontaminados.

Son también "contemplativos," no porque contemplen imágenes sensibles o del entendimiento, ni porque se eleven a Dios en variada contemplación de las Sagradas Escrituras. Lo son porque están llenos de una luz superior que excede todo conocimiento, y porque los invade una triple luz trascendente de aquel que es principio y fuente de toda hermosura. Contemplativos también porque han logrado entrar en comunión con Jesús, no ya por medio de símbolos sagrados que representen la bondad de Dios actuando desde fuera, sino porque realmente intiman con El y participan en el conocimiento hondo de las luces divinas que operan luego fuera. Privilegio especial de ser como Dios, en cuanto les es posible. Con su poder, ante todo participan en la actuación de El y sus amables virtudes.

Son perfectos, no por la iluminación que los capacita para entender profundamente los misterios sagrados, sino por la plenitud de su deificación primordial, su trascendente y angélico conocimiento de la actuación de Dios. Dios mismo los instruye jerárquicamente por medio de otros santos seres. Han podido lograrlo gracias a la capacidad que tienen de levantarse hasta El. Poder que es la marca de superioridad sobre los otros órdenes. Están afirmados junto a la perfecta e indeficiente pureza y, en cuanto es posible, atraídos a la contemplación de la inmaterial e intelectual hermosura. Por ser los primeros en torno a Dios son jerárquicamente los más altos. El verdadero Principio de perfección los instruye sobre las razones inteligibles de las obras de Dios.

3. Los teólogos han afirmado claramente que entre los seres celestes todo cuanto conocen de las obras de Dios los órdenes inferiores lo reciben en forma conveniente de los superiores. Mientras que la misma Deidad es quien, en lo posible, enseña iluminando a los de rango más alto. Nos refieren que algunos son santamente enseñados por los de rango superior. Algunos aprenden que el Rey de la Gloria, el que subió a los Cielos en forma humana, es el "Señor de los poderes celestiales". Otros, en sus dudas sobre la naturaleza de Jesús, adquieren conocprovecho de humanidad. Es Jesús mismo quien los instruye en la obra que misericordiosamente llevó a cabo por amor al hombre: "Yo soy el que habla en justicia, el poderoso para salvar".

Pero hay aquí algo sorprendente. Los primeros de los seres celestes, los superiores a todos, se muestran circunspectos lo mismo que los de rango medio cuando desean iluminación con respecto a la Deidad. No preguntan directamente: "¿Por qué están rojos tus vestidos?" Comienzan por preguntarse unos a otros, mostrando así sus acuciantes deseos de aprender y de saber cómo son las operaciones de Dios. No se anticipan al derrame de la luz con que Dios les provee.

Por eso, la primera jerarquía de las inteligencias celestes está jerárquicamente dirigida por la Fuente de toda perfección, porque puede elevarse directamente hasta Ella. Recibe, según su capacidad, plena purificación, luz infinita, perfección completa. Se purifica, se ilumina y perfecciona hasta quedar inmune de cualquier debilidad, saturada de pura luz. Y alcanza lograr la perfección como participante del conocimiento y sabiduría primordial.

En resumen, podemos decir con razón que la purificación, iluminación y perfección, las tres son plena participación de la ciencia divina. Esta purifica de toda ignorancia dando a cada cual, según su capacidad, conocimiento de los misterios más altos. Ilumina con la misma sabiduría de Dios, la cual también purifica las manchas no advertidas aún, pero que ven ahora al ser la luz más abundante. Además, mediante esta misma luz, perfecciona el conocimiento con fulgores más brillantes.

4. Esta es, según mis conocimientos, la primera jerarquía de los seres celestes, el círculo más próximo a Dios. Con plena simplicidad gira sin cesar en torno al que es eterno conocimiento, estabilidad eternamente móvil. Por siempre y totalmente cual conviene a los ángeles. Con una sola mirada, pura, puede gozar de múltiples contemplaciones bienaventuradas y también recibir directamente los simples rayos luminosos. Se sacia con alimento divino, abundante, porque viene del banquete celestial. Único, porque los vigorizantes dones de Dios llevan al Uno en unidad, sin diversidad.

Esta primera jerarquía es particularmente digna de familiaridad con Dios y coopera con El. Imita, en cuanto es posible, la hermosura del poder y actividad propios de Dios, con subido conocimiento de muchos misterios divinos. Por lo cual, las Escrituras han transmitido a los que moran en la tierra los himnos que cantan estos ángeles de la primera jerarquía. Así se pone santamente de manifiesto su iluminación trascendente. Algunos de esos himnos son, por decirlo con una imagen sensible, el "ruido de río caudaloso" cuando proclaman: "Bendita sea en su lugar la gloria del Señor". Otros cantan con veneración aquel himno famoso de alabanza a Dios: "¡Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos! La tierra está llena de su gloria".

En mi libro Himnos divinos dejé ya explicadas lo mejor que pude las alabanzas sublimes que aquellas inteligencias santas cantan sobre los Cielos. Creo que expuse allí todo lo que conviene decir. Por lo que hace a mi propósito, me limito a repetir aquí que cuando el primer orden ha recibido, según su capacidad, directamente de Dios la iluminación divina, la transmite, como es propio de una jerarquía bienhechora, a sus inferiores inmediatos. Su enseñanza se reduce a esto: Justo y bueno es que las inteligencias deíficas, en cuanto es posible, conozcan y honren a la adorable Deidad, que merece toda alabanza, si bien que está muy por encima de todo. Son estas inteligencias, por cuanto viven en conformidad con Dios, el lugar donde mora la Deidad, como dice la Escritura.

Este primer grupo transmite la enseñanza de que la Deidad es Unidad, Una en Tres Personas, que su espléndida providencia se extiende desde los seres más elevados en el Cielo hasta las ínfimas criaturas de la tierra. Es la Causa y Fuente que trasciende la fuente de todo ser y supraesencialmente atrae todas las cosas a su perenne abrazo.


CAPÍTULO VIII: De las dominaciones, virtudes y potestades. Y de su jerarquía media.

1. He de pasar ahora a la categoría de orden medio de !as inteligencias celestes. Con ojos del espíritu voy a contemplar lo mejor que pueda las dominaciones y la maravillosa visión de las divinas virtudes y potestades. Cada denominación de los seres tan superiores a nosotros presenta maneras distintas de imitar a Dios y configurarse con El.

El revelador nombre "dominaciones" significa, yo creo, un elevarse libre y desencadenado de tendencias terrenas, sin inclinarse a ninguna de las tiránicas desemejanzas que caracterizan a los duros dominios. Como no toleran ningún defecto, están por encima de cualquier servidumbre. Limpias de toda desemejanza se esfuerzan constantemente por alcanzar el verdadero dominio y fuente de todo señorío. Benignamente, y según su capacidad, reciben ellas Ir sus inferiores la semejanza del Señor. Desdeñan las apariencias vacías, y se encaminan totalmente hacia el verdadero Señor. Participan lo más que pueden en la fuente terna y divina de todo dominio.

La denominación de santas "virtudes" alude a la fortaleza viril, inquebrantable en todo obrar, al modo de Dios. Firmeza que excluye toda pereza y molicie, mientras permanezcan bajo la iluminación divina que les es  dada, y firmemente levanta hacia Dios. Lejos de menospreciar por pereza el impulso divino, mira en derechura hacia la potencia supraesencial, fuente de toda fortaleza. En efecto, esta firmeza llega a ser, dentro de lo posible, verdadera imagen de la Potencia de que toma forma, y hacia la cual está firmemente orientada por ser ella la fuente de toda fortaleza. Al mismo tiempo transmite a sus inferiores el poder dinámico y divinizante.

Las santas "potestades", como su nombre indica, tienen el mismo rango que las dominaciones y virtudes. Están armoniosamente dispuestas, sin confusión, para recibir los dones de Dios. Indican, además, la naturaleza ordenada del poder celestial e intelectual. Lejos de abusar tiránicamente de sus poderes, causando daño a los inferiores, se levantan hacia Dios armoniosa e indefectiblemente; en su bondad elevan consigo los órdenes inferiores. Se parecen, dentro de lo posible, al poder que es fuente y autor de toda potestad.

De este modo, la jerarquía de las inteligencias celestes muestra su configuración con Dios. Como queda dicho, así logra la purificación, iluminación y perfección, recibiendo de Dios las iluminaciones que llegan ya a través del primer orden jerárquico.

2. Esta transmisión de unos ángeles a otros simboliza la perfección, que, como viene de lejos, va aminorando su luz al pasar del primero al segundo orden. Los santos maestros que nos iniciaron en los misterios de Dios enseñan que la perfección de las realidades divinas, cuando éstas se revelan directamente, es superior a la participación por visiones llegadas de otro modo. De igual manera, creo yo, participan más perfectamente de Dios los ángeles que le son más inmediatos que los otros a los cuales la participación llega por mediadores. Así, pues, valiéndonos de los términos tradicionales, las primeras inteligencias perfeccionan, iluminan y purifican a los de grado inferior de tal manera, que éstos, por haber sido elevados a través de los primeros hasta la fuente universal y supraesencial, participan, según su capacidad, de la purificación, iluminación y perfección del Único que es fuente de toda perfección.

El principio divino de todo orden ha establecido la ley universal de que los seres del segundo grupo reciban la iluminación de la Deidad por medio de los seres del primero. Como puedes comprobarlo, esto lo afirman frecuentemente los autores sagrados.

Dios, por amor a la humanidad, corrigió a Israel para que volviese santamente al camino de salvación. Lo entregó a la venganza de las bárbaras naciones, para que se convirtiese de corazón. De este modo reafirmaba Dios su voluntad de llevar hasta la perfección a los hombres puestos bajo su especial providencia. Luego, misericordiosamente libró a Israel de la cautividad y lo restableció en su bienestar primero. Zacarías, teólogo, tuvo una visión a este respecto. Era un ángel del primer orden, uno de los más cercanos a Dios, que recibía de El directamente lo que llama la Escritura "palabras de consuelo". (Ya he dicho que el nombre de ángel es común a todos los seres celestes). Otro ángel de rango inferior salió al encuentro del primero y de él recibía iluminación. De este modo, instruido por él como por un jerarca en los planes de Dios, el ángel a su vez confió al teólogo que "muchedumbres volverán otra vez a poblar plenamente Jerusalén".

Ezequiel, otro teólogo, declara que todo esto fue santamente dispuesto por la misma Deidad que en su gloria, superior a toda gloria, tiene a su disposición los querubines. Dios, llevado de amor paternal a los hombres, quería la corrección para provecho de Israel, y con un acto de equidad digna de El determinó separar los inocentes de los culpables. El primero instruido en esto, después del querubín, fue aquel que estaba ceñido con cinturón seráfico y vestía un manto hasta los pies en señal de su misión jerárquica. El, a su vez, comunicaba la decisión divina a los otros ángeles, los que llevan hachas. Así cumplía las órdenes de la Deidad, fuente de orden que mandaba cruzar toda Jerusalén y poner una marca sobre la frente de los inocentes. Dijo a los otros: "Pasad en pos de él y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión. Pero no os lleguéis a ninguno de los que llevan la marca".

¿Qué decir del que anunció a Daniel "la orden está dada" o del primero que tomó fuego de en medio de los querubines?", ¿del querubín que puso fuego en las manos del que vestía la "sagrada estola", algo que muestra claramente el buen orden que existe entre los ángeles? ¿Qué diríamos de aquel que llamó al divinísimo Gabriel y le dijo: "Explícale a éste la visión"? Y todos aquellos ejemplos que mencionan los sagrados teólogos respecto al orden variadísimo de las jerarquías celestes. Nuestra jerarquía trata de imitar, dentro de lo posible, aquel orden y hermosura angélica, de configurarse a su imagen y de elevarse hasta la fuente supraesencial de todo orden y de toda jerarquía.


CAPÍTULO IX: De los principados, arcángeles y ángeles. Y de su última jerarquía

1. Todavía nos queda por contemplar la última jerarquía de los ángeles, los deiformes principados, arcángeles y ángeles. Sin embargo, creo que antes de nada debo explicar lo mejor que pueda el significado de estos nombres sagrados. El término "principados celestes" hace referencia al mando principesco que aquellos ángeles ejercen a imitación de Dios. Referencia al orden sagrado, más propio para ejercer poderes de príncipes; a la capacidad de orientarse plenamente hacia el Principio que está sobre todo principio y, como príncipes, guiar a otros hacia El. Poder de recibir plenamente la marca del Principio de principios y, mediante el ejercicio equitativo de sus poderes de gobierno, dar a conocer este supraesencial Principio de todo orden.

2. Los santos arcángeles tienen el mismo orden que los principados celestes y, como queda dicho, justamente con los ángeles forman una sola jerarquía y orden. No obstante, como en cada jerarquía hay tres poderes: primero, medio y último, el santo orden de los arcángeles tiene algo de los otros dos por hallarse entre los extremos. Se comunica con los santísimos principados y con los santos ángeles; su relación con los primeros se funda en el hecho de que, como los principados, se orienta hacia el Principio supraesencial y, finalmente, en que recibe sobre sí la marca del que es Principio. El orden de los arcángeles comunica la unión a los ángeles gracias a los invisibles poderes de ordenar y disponer lo que ha recibido del Principio mismo.

El orden de los arcángeles se relaciona con los ángeles por servir de intermedio para comunicar a éstos las iluminaciones que reciben de Dios por medio de las primeras jerarquías. Los arcángeles se lo comunican a los ángeles y por medio de éstos a nosotros en cuanto somos capaces de ser santamente iluminados.

Como he dicho ya, los ángeles completan el conjunto jerárquico de las sagradas inteligencias. Constituyen ellos el grado inferior. Se da el nombre de ángeles a este grupo con preferencia a otros por cuanto su jerarquía es la más próxima a nosotros, la que nos hace manifiesta la revelación y está más cerca del mundo. Ya he dicho que el orden superior -llamado así por estar más próximo a los misterios divinos- influye jerárquicamente en el segundo grupo, que se compone de santas dominaciones, virtudes y potestades. El segundo preside sobre la jerarquía de principados, arcángeles y ángeles; es el que hace las revelaciones y, según sus distintos grados, preside las jerarquías humanas a fin de que la elevación y retorno a Dios, comunión y unión con El suceda como es debido. Asimismo, todas las jerarquías participan equitativamente de las gracias que bondadosamente Dios les da. Por tanto, los ángeles velan por nuestra jerarquía humana como lo refiere la Escritura. A Miguel le llaman el príncipe del pueblo judío, y designan diferentes ángeles. para gobernar otras naciones, porque "el Altísimo estableció los términos de los pueblos según el número de los ángeles".

3. Quizás alguien pregunte por qué sólo el pueblo hebreo alcanzó la luz de la Deidad. A esto se responde diciendo que los ángeles han cumplido perfectamente su oficio de guardianes y que no es falta suya si otras naciones se han desviado adorando a dioses falsos. En realidad, fueron ellas por su propia iniciativa las que se apartaron del camino que lleva a Dios. La adoración absurda con que ellos imaginaban agradar a Dios muestra su egoísmo y presunción, como se prueba por lo que sucedió al pueblo hebreo: "Rechazaste la ciencia" de Dios, dice, y has seguido la llamada de tu corazón. Ni está necesariamente predeterminada nuestra vida ni la libertad es obstáculo que impida a la divina Providencia ser fuente de iluminación sobre aquellos que están bajo su cuidado. De hecho, lo que ocurre es esto. La desproporción de los ojos de la inteligencia hace que, siendo copiosísima la iluminación de la bondad del Padre, o se pierda del todo o resulte inútil por rechazarla, o que participen de ella con medida desigual, en grande o pequeña cantidad, oscuramente o con claridad. Mientras tanto, el refulgente manantial de luz continúa siendo único y simple, siempre igual, siempre desbordante.

Lo mismo puede decirse de otras naciones, gentes de donde provenimos nosotros, de manera que podamos también levantar la mirada hacia el piélago infinito y generoso de esta Luz divina, que despliega y difunde sus dones sobre todos los seres. No lo dispusieron así dioses extraños. Único es el Principio universal y los ángeles, que, puestos al frente de las naciones, dirigieron hacia El a todos los que quisieron seguirlos. Piensa en Melquisedec. Estaba lleno de amor de Dios y era sacerdote, no de dioses falsos, sino del verdadero Dios altísimo. Los sabios de las ciencias sagradas no se contentaron con llamar a Melquisedec amigo de Dios. Le describieron como sacerdote para hacer ver a los hombres sensatos que su oficio no era simplemente convertirse al verdadero Dios, sino más bien, como gran sacerdote, guiar a otros en su camino de ascensión hacia el único verdadero Dios.

4. Aquí tienes otro motivo para entender la jerarquía. El ángel tutelar de los egipcios hizo ver al faraón que existe una Providencia solícita y con Señorío poderoso sobre todas las cosas. Lo mismo hizo el ángel de los babilonios con el jefe de su nación. Pusieron al frente de aquellas naciones a siervos del verdadero Dios, intérpretes de las visiones que El envió por medio de sus ángeles, quienes las revelaron a José y a Daniel. Uno solo es el Señor de todos y única su providencia. No imaginemos, por consiguiente, que Dios vela tan sólo por el pueblo judío y que otros dioses o ángeles, en pie de igualdad o apareciéndose con El, están al frente de otros pueblos. Los pasajes que pudieran sugerir tal idea deben interpretarse en sentido sagrado, pues no puede significar que Dios comparta el gobierno de la humanidad con ángeles extraños, ni que rija al pueblo de Israel como si fuera su Príncipe o Jefe nacional.

La Providencia del Altísimo, que es única para todos, mandó ángeles que guiasen los pueblos a la salvación, pero sólo Israel fue el que se convirtió a la Luz y confesó al verdadero Señor. Por eso la Escritura muestra con las siguientes palabras que Israel escogió por sí mismo adorar al verdadero Dios: "Ha venido a ser la porción del Señor". La teología dice asimismo que Miguel está al frente del pueblo judío, con lo cual significa claramente que le ha sido asignado un ángel a Israel, como a las demás naciones, para que por su medio reconozca a aquel que es principio de gobierno único y universal. Pues única es la Providencia para todo el mundo, supraesencia que trasciende todo poder visible e invisible. Hay ángeles al frente de cada nación con la misión de guiar hasta la Providencia, como su propia fuente, a todos los que quieran seguirlos de buen grado.


CAPÍTULO X: Recapitulación y conclusión de la coordinación de los ángeles

1. Concluimos, por tanto, que el primer grupo de los seres inteligentes más próximos a Dios está jerárquicamente ordenado por las iluminaciones procedentes del Principio de toda perfección y se eleva a El sin necesidad de intermediario. Ellos obtienen la purificación, iluminación y perfección gracias al don de secretas y resplandecientes luces de la Deidad. Luces más secretas porque son más intelectuales, más simplificadoras y unificantes. Más brillantes porque las reciben directamente, antes que nadie y en su totalidad. Se proyectan con tanto mayor fulgor cuanto más próximas estén de su manantial.

A continuación de este orden, el segundo, y seguido el tercero. Después nuestra jerarquía conforme a su propia naturaleza y lo dispuesto por la armoniosa fuente, con divina equidad, para que todo orden se eleve hasta el Principio y Término de toda armonía, muy por encima de cualquier otro principio.

2. Cada uno de los órdenes es portador de revelaciones y noticias de los órdenes que preceden. El primero lo transmite de Dios directamente, mientras que los otros, conforme a su posición, lo comunican según lo reciben de sus anteriores a quienes Dios se lo inspiró. Porque la armonía supraesencial del universo ha mirado providencialmente sobre todos los seres dotados de razón e inteligencia a fin de que sean rectamente dirigidos y santamente elevados. De manera apropiada al carácter sagrado de cada uno, esta armonía ha ordenado los grupos jerárquicamente distribuyéndolos, como hemos visto, en poderes superiores, medios e inferiores. Además, los ha distribuido equitativamente según el grado de participación divina que tiene cada cual. Más aún, nos dicen los teólogos que los santísimos serafines se "aclaman unos a otros'', con lo cual, según yo entiendo, manifiestan que los de la primera jerarquía transmiten a los demás lo que conocen de Dios.

3. Hay algo más que puedo razonablemente añadir aquí. Cada inteligencia, celeste o humana, tiene su propio conjunto de primeros, medios e ínfimos órdenes y poderes, que manifiestan, en proporción a sus capacidades, la facultad de elevarse, como queda dicho, en la medida de las elevaciones jerárquicas propias de cada cual. Conforme a este ordenamiento, cada una de las jerarquías, en la medida que puede y le es permitido, participa de aquella Purificación que excede a toda purificación; de aquella Luz supra abundante, de aquella Perfección que está por encima de toda perfección. No hay nada absolutamente perfecto. Nada que no tenga necesidad de perfeccionarse. Sólo el Ser realmente perfecto en Sí mismo, que está por encima de toda perfección.

¿Por qué se designa a toda jerarquía angélica con el nombre común de poderes celestiales"?

1. Hechas ya todas las distinciones, justo es que consideremos ahora por qué acostumbramos llamar "poderes celestiales" a todos los ángeles. No podemos generalizar la palabra "poderes" como hicimos con  "ángel". No podemos afirmar que el orden de los santos poderes sea el último de todos, ni que el orden de los seres superiores participe de la santa iluminación dada a los inferiores, ni que estos últimos tomen parte en lo que reciben de los superiores. Así, pues, la denominación "poderes celestiales" no puede extenderse hasta comprender todas las inteligencias divinas, lo mismo que no podemos hacerlo con serafines, tronos o dominaciones. Los órdenes de la última jerarquía no participan de los atributos propios de la superior. No obstante, llamamos "poderes celestiales" a los ángeles y superiores a ellos, a los arcángeles, a los principados, a las potestades que los teólogos consideran inferiores a los "poderes". Decimos lo mismo de los otros jerárquicamente superiores.

Sin embargo, siempre que empleamos la denominación "poderes celestiales", en general, para todos estos seres, no confundimos los atributos propios de cada orden. Claramente observamos que, por razones superiores a este mundo, en las inteligencias divinas se da la triple distinción de ser, poder y acción. Suponte ahora que, sin pensarlo, llamamos a alguna o a todas ellas "seres o poderes celestiales". Reconocemos, pues, que hablando así de tales seres y poderes estamos valiéndonos de un circunloquio con base en el ser y poder de todos los órdenes. No se trata de atribuir indistintamente a los seres inferiores las eminentes propiedades de los santos "poderes" ya descritos. Eso perturbaría el principio de orden que regula las jerarquías angélicas y excluye cualquier confusión.

Por la razón que he expuesto con tanta frecuencia y rectitud, las jerarquías superiores poseen en grado eminente los atributos de sus inferiores, mientras que estos últimos no tienen la plenitud trascendente de los más altos, si bien que la iluminación pura del principio les es parcialmente transmitida por medio de los primeros y en proporción a la capacidad receptiva de los últimos.


CAPÍTULO XI: Por qué llama ángeles a los humanos jerarcas (obispos)

1. Encuentran aquí otro problema los que gustan de estudiar las Escrituras. Si los últimos no participan en todo lo que disponen los más altos, ¿por qué a nuestro jerarca humano en las Escrituras le llaman "ángel del Señor omnipotente"?

2. Creo que esta expresión no contradice en modo alguno a lo dicho anteriormente. Reconocemos que los órdenes inferiores no tienen la plenitud ni poder completo correspondiente a los superiores. Pero participan proporcionalmente en el poder de aquéllos como parte de la armoniosa, universal y equitativa comunión en que todos se entrelazan. De este modo, aun en el caso de que el orden de los santos querubines posea sabiduría y ciencias más subidas, también los órdenes de los seres inferiores comparten en menor proporción su sabiduría y ciencia, aunque sea inferior y parcial. De hecho, todos los seres inteligentes deificados participan en la sabiduría y ciencia, se diferencian entre ellos según que esa participación venga directamente de la fuente o de modo indirecto e inferior conforme a la capacidad de cada uno. Esto se puede decir de todos los seres-inteligencias deificados, y así tomo el primer orden posee en plenitud los santos atributos de sus inferiores, éstos tienen también aquéllos de los superiores, aunque en menor proporción, no de igual modo.

Por lo cual, no veo ningún inconveniente en que las Escrituras llamen "ángel" incluso a nuestro jerarca (obispo). Tiene la propiedad de ser, dentro de lo posible, como los ángeles, un mensajero. Tiene, además, la misión de imitar, según sus posibilidades, el poder revelador de los ángeles.

3. Podrás también advertir cómo la Escritura llama "dioses" no sólo a los seres celestes, que están muy por encima de nosotros, sino también a los hombres piadosos que entre nosotros se distinguen por su amor a Dios. Dios es misterio que trasciende todo ser. Es supraesencial a todo ser. Nada hay que en modo alguno pueda compararse con El. Sin embargo, todo ser dotado de inteligencia y razón, que tienda con todas sus fuerzas a la unión con Dios, que procure imitarle incesantemente en cuanto pueda, tal hombre bien merece que le llamemos divino.


CAPÍTULO XIII: ¿Por qué se dice que el profeta Isaías fue purificado por un serafín?

1. Hay algo más que debemos considerar del mejor modo posible. ¿Por qué se dice que uno de los teólogos recibió la visita de un serafín? A cualquiera podría extrañar el hecho de que viniese a purificar al intérprete uno de los seres superiores y no de los ángeles inferiores.

2 Algunos, de conformidad con la teoría antes expuesta, sobre la reciprocidad de los seres-inteligencias, dicen que la Escritura no afirma expresamente que viniera a purificar al teólogo uno de los seres-inteligencias de los más cercanos a Dios dentro de la primera jerarquía. Se refiere aquí -dicen- a uno de aquellos ángeles encargados de nosotros, que tenía la misión de purificar al profeta. Le llamaron serafín por la semejanza de tenerle que borrar los pecados mediante el fuego y restablecer al recién purificado en la obediencia a Dios. Por consiguiente, según esta interpretación, el pasaje del serafín no se refiere a uno de los que asisten al trono de Dios; se trataría de alguno de los poderes encargados de purificarnos.

3. Alguien me ha facilitado otra solución razonable a este problema. Dice que aquel ángel poderoso, el que fuere, se le apareció al profeta para iniciarle en los misterios divinos. Luego el mismo ángel dijo que había sido Dios o uno de los ángeles más próximos a El quien había efectuado aquella purificación. ¿Es esto verdad? La persona que hizo tal afirmación decía que el poder de la Deidad se difunde por doquier y penetra irresistiblemente todas las cosas sin dejarse ver porque es supraesencialmente trascendente y oculta misteriosamente su actividad providencial. No obstante, su actuación es manifiesta proporcionalmente a todo ser inteligente. Concede el don de su luz a los seres superiores, que por ser de la primera jerarquía utilizan de intermediarios para transmitir la luz armoniosamente hasta los inferiores, a fin de que tornen hacia El su mirada contemplativa.

Digámoslo más claro con ejemplos a nuestro alcance, aunque sean inadecuados con referencia a Dios. Los rayos de la luz solar atraviesan con mayor resplandor la primera capa material. Pero cuando choca con cuerpos sólidos aparecen más oscuros y difusos, porque es materia menos apta para el paso de la luz desbordante. La obstrucción se hace cada vez mayor hasta que por fin no hay más camino de luz. Lo mismo ocurre con el calor del fuego. Pasa más fácilmente por cuerpos conductores que lo reciben mejor y se le parecen más. Pero cuando choca con sustancias refractarias, no produce efecto, o apenas deja ligera huella. Esto se observa claramente cuando el fuego pasa por cosas que le son bien dispuestas y luego por otras que no le son afines. Lo mismo cuando el fuego toca primero cosas inflamables y después, por medio de éstas, llega al agua o a otras que se calientan con dificultad.

Conforme a esta armoniosa ley de la naturaleza, la admirable Fuente de todo orden visible e invisible derrama maravillosamente los plenos y primordiales fulgores de su luz espléndida sobre los seres de la primera jerarquía. Los órdenes siguientes, a su vez, participan de aquellos rayos a través de los primeros. Primeros en conocer a Dios, desean más que otros seres deificados; han merecido llegar a ser, en lo posible, los primeros operarios en poder y acción semejante a Dios. Estimulan amablemente a los siguientes a que compitan con ellos. Distribuyen de buen grado a los inferiores los rayos luminosos recibidos. Estos, a su vez, los transmiten a otros todavía más bajos. De este modo, a distintos niveles, los que preceden transmiten a los siguientes la luz divina que reciben. Luz que se reparte proporcionalmente a todos en la medida que la puedan recibir.

Cierto. Dios mismo es realmente la fuente de luz para todos los que son iluminados, pues El es la verdadera Luz. El es causa del ser y de la visión. Pero está determinado que, a imitación de Dios, la luz pase del ser superior al inferior. Por eso los otros seres angélicos siguen a la primera jerarquía de seres-inteligencias en el Cielo. Después de Dios, ésta es la fuente de todo conocimiento divino y de su imitación. Por medio de esta jerarquía se deriva hasta nosotros toda iluminación divina. La actividad sagrada, hecha a imitación de Dios, se atribuye, por una parte, a El como última Causa, y por otra, a los seres-inteligencias más cercanos a Dios, deiformes, como primeros maestros de los misterios divinos. Los ángeles de la primera jerarquía poseen mejor que los demás la propiedad ígnea y participación mayor en la sabiduría divina que les es dada; el conocimiento supremo de las iluminaciones divinas y propiedad de los "tronos", que significa el poder de estar abiertos para recibir a Dios. Las jerarquías inferiores participan de fuego, sabiduría, conocimiento de Dios, y están asimismo dispuestas a acogerle. Pero en menor grado y a condición de que se fijen en los seres-inteligencias de la primera jerarquía, por medio de los cuales, como más dignos imitadores de Dios, se hacen semejantes a El. Las jerarquías segundas participan por medio de las primeras en estas santas propiedades, las atribuyen a las primeras jerarquías, que, después de Dios, son las supremas.

4. La persona que opinaba como queda dicho, sostenía que en la visión del profeta era uno de aquellos santos ángeles encargados de nosotros. Bajo la dirección luminosa de este ángel se elevó a tal contemplación, que, si me es lícito hablar en símbolos, pudo contemplar los seres de rango superior situados por debajo, alrededor y con Dios. Más allá de aquellos seres pudo mirar a la cima, inefablemente superior, que sobrepasa todo principio, pone su trono en medio de ellos y los domina a todos. Por esta visión, el profeta comprendió que la Deidad, por su absoluta supraesencia, sobrepasa todo poder, visible e invisible.

Es completamente independiente de todas las cosas. No se puede comparar ni siquiera con las más nobles. Es Causa y fuente de todo ser  y de que todo ser sea bueno, de su fundamento inmutable, incluso de los más elevados.

El profeta conoció entonces los poderes deificantes de los santísimos serafines. "Serafín" significa ardiente. Voy a explicar en breve, lo mejor que pueda, cómo el poder del fuego hace elevarse hasta la semejanza con Dios. La sagrada imagen de las seis alas significa el impulso maravilloso con que se elevan constantemente hacia Dios las primeras, medias e inferiores jerarquías. Mientras veía los innumerables pies, la multitud de rostros, las alas con que ocultaba por arriba los rostros y por abajo los pies, las alas del medio en constante aleteo, el santo profeta fue elevado a la comprensión de aquellas cosas. Le fueron mostradas las múltiples facetas de las inteligencias más excelsas, el multiforme poder de su visión. Fue testigo de la reverencia sagrada y manera extraordinaria con que aquellos espíritus proceden en la investigación de los más altos y profundos misterios, sin presunción, sin arrogancia ni fantasear. Testigo asimismo del movimiento armonioso y elevado con que actúan incesantemente a imitación de Dios.

Además, aprendió el santo profeta aquel cántico de alabanza a la Deidad, pues el ángel de esta visión le comunicó, dentro de lo posible, toda la ciencia sagrada que tenía. Le enseñó también que toda persona se purifica en la medida que participe de la claridad transparente de la Deidad. Por razones que no son de este mundo, la Deidad misma infunde esta misteriosa y supraesencial claridad en los sagrados seres-inteligencias. La reciben mejor, con más humildad, como es obvio, las jerarquías más próximas a la Deidad, pues su capacidad es mayor. En cuanto al poder de la segunda y tercera jerarquías y el de nuestra misma inteligencia, Dios da más o menos luz, para lograr la unión incognoscible con su propio misterio de El, según el grado de configuración con la Deidad. Ilumina las sagradas jerarquías por medio de las primeras. Y por decirlo brevemente: la Deidad se da a conocer por medio de los primeros poderes.

Tal fue lo que el profeta aprendió del ángel, enviado para llevarle a la luz: que la purificación y demás actuaciones de la Deidad, reflejadas en los seres superiores, se difunden entre los otros, en la medida que cada cual participa de las obras divinas. Por eso, el profeta razonablemente atribuyó a los serafines, próximos a Dios, la propiedad de purificar por el fuego. De ahí que no esté fuera de lugar decir que fue un serafín quien purificó al profeta. Dios purifica todo ser por cuanto El es la causa de toda purificación. O más bien, sirviéndome de un ejemplo familiar, El es nuestro obispo, que por medio de sus diáconos y presbíteros purifica e ilumina. Se dice que el obispo mismo purifica en la medida que estas órdenes recibidos de él le atribuyen las sagradas actividades que ellos realizan.

De modo semejante, el ángel que efectuó la purificación del profeta refiere su saber y poder de purificar primero a Dios, como Causa, y luego a los serafines como sus ministros inmediatos.

Como si el ángel, al informar a aquel a quien purificaba, le dijese prudentemente: "La purificación que se verifica en ti por medio mío tiene como principio, esencia, autor y causa al Ser Trascendente que da la existencia a los seres de la primera jerarquía, los conserva y protege junto a El, inmutables y perfectos, y los induce a tomar parte en las actuaciones de su Providencia". (Esto es lo que aprendí de mi maestro respecto a la misión del serafín.) Después de Dios son los jerarcas y jefes supremos de los seres de la primera jerarquía aquellos que me instruyeron en este oficio de purificar y que, por medio mío, te purifican a ti. Por medio de ellos, Aquel que es Causa y autor de toda purificación ha dado a conocer la oculta actuación de su Providencia atajándose hasta el nivel en que los podamos comprender.

Esto aprendí de mi maestro y asimismo te lo comunico. Corresponde ahora a tu entender y sentido critico optar por una u otra de las soluciones propuestas. Elige lo que te parezca más verosímil, razonable y ajustado a la verdad. A no ser que, naturalmente, tú mismo presentes otra solución más objetiva y cercana a la verdad o la aprendas de algún otro. (Es decir, tomando como base la palabra de Dios y la interpretación que de ella den los ángeles.) Entonces podrías revelarme a mí, que amo a los ángeles, una contemplación más clara y más pura que yo querría para mí.


CAPÍTULO XIV: Lo que significa el tradicional número de ángeles

Creo que debemos reflexionar sobre la tradición bíblica de que el número de ángeles es mil veces mil y diez mil veces diez mil. Son números que, elevados al cuadrado, y multiplicados, nos indican que es infinito el número de las jerarquías celestes. Tan numerosos, en efecto, son los ejércitos bienaventurados de los seres-inteligencias, que sobrepasan el deficiente y limitado campo de nuestros números físicos. Sólo los pueden conocer y definir aquellas inteligencias y ciencia trascendental, celeste, que generosamente les ha concedido Dios, el omnisciente, el Creador de la sabiduría. Esta supraesencial Deidad verdadera es la fuente de todas las cosas, la causa de la existencia, el poder que todo lo mantiene y causa final que todo lo abarca.

Imágenes figurativas de los poderes angélicos: fuego, forma humana, nariz, orejas, boca, tacto, párpados, cejas, dedos, dientes, hombros, brazos y manos, corazón, pecho, espalda, pies, alas, desnudez, vestidos, túnica luminosa, vestidura sacerdotal, ceñidores, cetros, lanzas, segures, plomadas, vientos, nubes, metal, ámbar, coros, aplausos, colores de diferentes piedras, forma de león, figura de buey, de águila, semejanza de águila, caballos, caballos de diferentes colores, ríos, carros, ruedas, la alegría de los ángeles.

Ahora, si te parece, la mirada de nuestra inteligencia va a descansar del esfuerzo que hace para llegar a las alturas solitarias de la contemplación propia de los ángeles. Bajemos a las llanuras de la división y de la multiplicidad, a la diversidad de formas que han tomado los ángeles en sus apariciones. Luego volveremos sobre nuestros pasos, partiendo de estas imágenes, y nos levantaremos a las inteligencias celestes.

Pero ante todo ten muy en cuenta esto: las explicaciones de los símbolos sagrados indican que los mismos órdenes de seres celestes unas veces dirigen en las cosas sagradas y otras son dirigidos; que los de ínfimo grado dirigen y los del primero son dirigidos; que, como he dicho, todos ellos tienen poderes superiores, intermedios e inferiores.

Esta manera de explicar las cosas no implica absurdo alguno. Sería total absurdo y confusión estúpida afirmar que tal o cual jerarquía con respecto a los misterios sagrados sean exclusivamente dirigidas por sus superiores y que al mismo tiempo estas últimas sean dirigidas por las inferiores. O que la superior instruye a la inferior y ésta a su vez a la superior bajo el mismo aspecto. Al afirmar que los mismos seres dirigen y son dirigidos no quiero decir que el director sea dirigido por el mismo a quien dirigió. Lo que significa es que cada orden está dirigido por el que le precede y que éste dirige a los que le siguen como inferiores. Por tanto, no hay ningún inconveniente en decir que las representaciones sagradas de las Escrituras puedan a veces atribuirse con propiedad y corrección a los poderes superiores, otras a los intermedios y también a los inferiores.

El poder de elevarse en constante movimiento de retorno, el poder sin falta de volver sobre sí mismos mientras conservan los propios poderes, la capacidad de participar en el plan providencial de comunicarse sucesivamente con los órdenes inferiores, es sin duda característico de los seres celestes, propio de algunos, como he dicho con frecuencia, de manera por completo trascendentes, de otros en modo parcial e inferior.

2. Ahora vamos a abordar el tema propuesto. Nuestra explicación comienza con la cuestión de por qué la Escritura parece preferir la alegoría del fuego a todas las otras. Observarás que no sólo representa ruedas inflamadas, sino también animales en llamas y hombres en  cierto modo incandescentes. Coloca montones de ascuas encendidas alrededor de seres celestes y ríos de fuego con ruido imponente. Tronos de fuego. Evoca la etimología de la palabra "serafín" describiéndolos como incandescentes, les atribuye propiedades del fuego. Generalmente, la Escritura prefiere la imagen del fuego al hablar de las jerarquías, sean de orden superior o inferior. En realidad, a mi parecer, el símbolo del fuego es la mejor manera de expresar la semejanza que tienen con Dios los seres-inteligencias del Cielo.

Prácticamente es ésta la razón por la que los santos teólogos representan con la imagen del fuego al Ser supra-esencial, que no admite figura. En cuanto imagen de cosas visibles, el fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente presente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a los que se le acercan. Renueva con su calor vivificante. Ilumina con su resplandor y permanece puro, sin mezclarse. Produce cambios, pero en nada se altera. Sube a lo más alto y penetra lo más hondo. Se arrastra por los suelos y anda por lo más elevado. Siempre moviéndose a sí mismo y moviendo a los demás. Se extiende por todas direcciones sin que en ninguna parte pueda encerrarse. De nadie necesita. Escondido crece y manifiesta su grandeza doquier es recibido. Dinámico, poderoso, invisible, presente en todo ser. Si no se le hace caso, parece que no existe. Pero cuando hay frotación, como si se le hiciera un ruego, sale en busca de algo. Aparece de repente, naturalmente y por sí solo; pronto se levanta incontenible y sin propio menoscabo, alegremente se comunica con su contorno.

Podrían descubrirse otras muchas propiedades del fuego que, como imágenes tomadas de lo sensible, se pueden aplicar a las actividades de la Deidad. Las que entienden de la sabiduría divina manifiestan sus conocimientos representando por el fuego las cosas celestiales. De este modo manifiestan el cercano parecido de estas imágenes con lo divino que, en cierto modo, imitan a Dios.

3. Para representar seres celestes se valen también de figuras antropomórficas, pues el hombre, después de todo, es inteligente y capaz de mirar hacia lo alto. Firme y derecho, es por naturaleza jefe y gobernante. En comparación con los animales irracionales, es el menor en la escala de la fuerza y sensaciones; pero él los domina a todos con el poder superior de su inteligencia, por la soberanía de su saber racional y la natural libertad e independencia de su espíritu.

Pienso también que cada una de las partes del cuerpo humano nos suministra imágenes perfectamente aplicables a los poderes celestes. Podría decirse que las facultades visuales sugieren el poder de mirar directamente hacia las luces divinas y al mismo tiempo la capacidad de recibir las iluminaciones de Dios con suavidad, claridad, sin resistencia, dócilmente, pura y abiertamente, sin pasión.

El poder de discernir olores indica la capacidad de acoger plenamente las fragancias que el entendimiento no alcanza. Discernimiento también para entender lo que está corrompido y rechazarlo absolutamente.

Pies descalzos y desnudez significan desprendimiento, liberación, independencia, purificación de toda exterioridad, la mayor identificación posible con la simplicidad de Dios.

4. Aquella simple pero "multiforme sabiduría" viste a los desnudos y habla de cómo están equipados. Debo explicar ahora, en cuanto me sea posible, el vestuario y los instrumentos sagrados atribuidos a los seres-inteligencias en el Cielo. Pienso que los vestidos luminosos e incandescentes simbolizan la deiformidad. Están en conformidad con el simbolismo del fuego. El poder de iluminar es consecuencia de la herencia del Cielo, que es morada de luz. Ilustra la mente y en la mente todas las cosas se ilustran.

Las vestiduras sacerdotales significan la disponibilidad para encaminarse espiritualmente hasta la divina y misteriosa visión consagrando a ella toda la vida. Los ceñidores indican el dominio que los seres-inteligencias tienen de sus fuerzas reproductoras. Significan también el poder de aquellos seres para recogerse, su concentración unificante, el replegarse armonioso e infatigable en torno a la propia identidad.

5. Los cetros simbolizan el poder y soberanía con que llevan a perfección todas las cosas.

Las lanzas y segures representan la habilidad de separar las cosas desemejantes, la aguda claridad y eficacia de sus poderes de discernimiento.

El equipo geométrico y arquitectural indica el poder de poner cimientos, edificar, acabar y, en general, todo lo que se refiere a elevación espiritual y conversión providencial de sus subordinados.

A veces, los instrumentos empleados para representar a los santos ángeles simbolizan los juicios de Dios respecto a nosotros. Unos representan la disciplina que corrige o el recto castigo, otros la liberación del peligro, el de la disciplina o repercusión de la anterior felicidad, la concesión de nuevos dones, grandes o pequeños, dones sensibles o intelectuales. En suma, a una inteligencia perspicaz no le sería muy difícil hallar la correlación entre los signos visibles y las realidades invisibles.

6. También se los llama "vientos", para indicar la casi instantánea rapidez con que obran en todas partes, sin ir ni venir de arriba abajo o de abajo arriba, cuando levantan a sus inferiores hasta la más alta cima y cuando inducen a los superiores a que desciendan para comunicarse con los inferiores y ejercer su providencia con estos últimos.

Podríamos añadir que la palabra "viento" significa espíritu del aire y muestra cómo los seres-inteligencias viven en conformidad con Dios. Viento es imagen y símbolo de la actividad divina que mueve naturalmente y da vida, empujando hacia adelante recto e incontenible. Y esto por razones desconocidas e invisibles; es decir, se nos ocultan el principio y el fin de su movimiento. "No sabes -dice la Escritura- de dónde viene y adónde va". Lo traté con más pormenores en la Teología simbólica, al explicar los cuatro elementos.

La Escritura los representa también en la forma de nube, significando con eso que los santos seres-inteligencias de modo trascendente están llenos de luz, y como intermediarios la han transmitido generosamente a los siguientes en la medida que éstos la pueden recibir. Tienen de dar la vida, de hacer crecer y llevar a perfección porque derraman lluvias de entendimiento y llaman al seno que los recibe para que dé a luz criaturas nuevas.

7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los seres celestes forma de bronce, de ámbar y de piedras multicolor. Porque el ámbar, que contiene oro y plata, simboliza por un lado lo incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo del oro; de otra parte, la claridad brillante y celeste de la plata. El bronce, por las razones indicadas, representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras multicolor, hay que entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego; amarillo, oro; verde, vitalidad juvenil.

Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada imagen representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos temas, pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la Escritura atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.

8. La figura de león indica el dominio poderoso e indomable. Los seres celestes se acercan lo más que pueden al misterio de la inefable Deidad cubriendo las huellas de la propia inteligencia. Humilde y misteriosamente echan un velo sobre el camino que los lleva a la divina iluminación.

El símbolo del buey indica la fuerza y el poder, la capacidad de abrir hondos surcos de conocimiento donde caigan las fecundas lluvias de los cielos. Los cuernos son señal del poder que guarda y es invencible.

El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz, la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el alimento. Es símbolo de contemplación que libremente, en derechura y sin rodeos, tiende la mirada vigorosa hacia los abundantes rayos que prodiga el Sol divino.

Los caballos significan obediencia y docilidad. Su blancura es brillo emparentado con la luz de Dios; su color bayo significa la hondura de los misterios; el rojo es poder y eficacia del fuego; los de pelo blanco y negro, alianza de extremos opuestos y poder pasar de uno a otro, la adaptación de superior a inferior y de inferior a superior que procede de la conversación de unos y providencia de otros.

Si no estuviese yo obligado a guardar las debidas proporciones de este tratado, podría detenerme a considerar cada una de las partes y pormenores físicos de los animales que he mencionado. Podría razonablemente hacerse la aplicación a los poderes celestes, bajo el aspecto de semejanzas y desemejanzas. Así, la ira de los animales representaría la fortaleza espiritual, de la cual la ira es el último vestigio. La concupiscencia animal correspondería al deseo que sienten los ángeles por la presencia de Dios. En resumen: de todos los sentidos y las múltiples partes de los animales irracionales puede hacerse la referencia a las inteligencias inmateriales y a los poderes unificantes de los seres celestes.

Estas cosas bastan para los entendidos. Además, con la explicación de una de estas imágenes comparativas se aclaran por semejanza los símbolos del mismo género.

9. Voy a examinar ahora por qué se aplican a los seres celestes los nombres de ríos, ruedas y carros. Ríos de fuego significan los canales divinos que no cesan de fluir copiosamente sobre los ángeles alimentando su fecundidad vital. Los carros significan la alianza entre los que constituyen el mismo orden. En cuanto a las ruedas aladas, que avanzan sin volver atrás ni desviarse, significan el poder de marchar en derechura a lo largo del camino, sin desviarse, gracias a que la rueda de su inteligencia es guiada de modo nada común a este mundo. Pero podríamos hacer otro comentario sobre la iconografía de las ruedas de la mente sacando de ello una enseñanza espiritual. Porque, como ha dicho el profeta, se llaman "Gelgel", que en hebreo quiere decir "revolución" y "revelación". Esas ruedas flamígeras a semejanza de Dios "giran" en torno a sí mismas en su movimiento incesante alrededor del Bien. "Revelan" en cuanto declaran misterios ocultos, elevan las mentes desde los grados inferiores y transmiten a éstos las luces más altas.

Finalmente me queda por explicar lo que entiende la Escritura por alegría de los órdenes celestes. No es posible a estas jerarquías experimentar los placeres de las pasiones. Por eso, lo dicho aquí se refiere al gozo divino que experimentan por hallar lo que se había perdido. Experimentan dicha serena y verdaderamente divina, alegría pura, sin envidia, por la providencia y salvación de los convertidos a Dios. Felicidad inefable que se observa a veces cuando algunos santos reciben la visita iluminadora de Dios.

Esto es lo que me propuse decir sobre las representaciones sagradas. Quizá me he quedado muy corto al explicarlo. Sin embargo, creo que esto evitará nos estanquemos erróneamente en meras representaciones simbólicas. Quizá se nos reproche de no haber mencionado todos los poderes, todos los actos y alegorías con que las Escrituras se refieren a los ángeles. Es cierto. Pero el haber omitido algunas cosas prueba el hecho de que me encuentro perdido cuando se trata de entender las realidades trascendentes. Yo necesitaba realmente la luz de un guía. Omisiones de temas análogos a los que he tratado pueden explicarse, porque tenía yo esta doble preocupación: no hacer un tratado demasiado largo y tributar respetuoso silencio a los misterios donde no llega mi entendimiento.